Los símbolos y el Adviento.

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El símbolo evoca una realidad que está más allá del objeto material simbolizante en sí mismo, aunque la materialidad del mismo la indica o sugiere. La corona de Adviento comprende cuatro velas con distintos colores que realzan la acción de LUZ que no se ve pero es presentida por el creyente. La LUZ viene a este mundo e ilumina a todo hombre (Cf. Jn 1,9). Los colores de las velas dispuestas en círculo o en línea, responden a las dimensiones acéticas y espirituales, que se viven en el tiempo de Adviento. La vela de color morado, encendida el primer domingo, evoca la vigilancia que los textos bíblicos van a señalar como actitud indispensable para recibir al ENVIADO de DIOS.  La vela de color verde, encendida el segundo domingo, marca el camino de esperanza del Pueblo que avanza al encuentro del SEÑOR; pues el MESÍAS está a punto de llegar. Dos son las formas de la revelación esperada: la segunda venida del SEÑOR entra en el contenido significativo de la primea etapa del Adviento. Esta espera requiere vigilancia, y la ascesis propuesta conducente a la conversión debe estar presida por la alegría. No es tanto el pecado del fiel lo que entra en un primer plano, sino la esperanza anhelante de los que aspiran con seguridad a una autentica liberación. En este punto podemos los cristianos unirnos a las expectativas de los judíos practicantes del momento presente: ellos esperan al MESÍAS, al mismo tiempo que nosotros, los cristianos, también esperamos la Segunda Venida para una liberación definitiva. Por supuesto que existen diferencias notorias entre la espera cristiana y la de nuestros hermanos mayores en la Historia de la Salvación, pero también se dan puntos en común, que sirven para acortar las distancias entre los dos pueblos (Cf. Ef 2,14). La tercera semana encendemos la vela  azul, cruzando el ecuador del Adviento con la mirada puesta en el acontecimiento histórico acaecido hace más de dos mil años: el nacimiento de JESÚS en Belén. La epifanía del SEÑOR comienza a manifestarse de forma visible y creciente. Los estadios iniciales de la presencia del SEÑOR en su humanidad tuvieron tiempos y lugares concretos, que nosotros ahora nos disponemos a recordar. Nos quejamos del enfriamiento religioso y habría que establecer matices en esa apreciación, pues las fechas presentes cercanas a la Navidad muestran rasgos sociales que no se pueden separar de la raíz cristiana. Nos equivocamos al calificar estas fechas de estrictamente consumistas. Un cierto exceso es perfectamente admisible, pues todavía se piensa en la Navidad como el tiempo de las celebraciones en familia. No está alejada esta preparación de la alegría derivada de la fuente misma de la alegría cristiana, que tiene su origen en el nacimiento de JESÚS. Será muy difícil borrar de las almas de las personas las tradiciones de los belenes, las luces en las calles o las  comidas en familia, aunque, de momento, las celebraciones religiosas muestren poca participación. Incluso en esta gran operación de ingeniería social aprovechada por este virus que mata, se buscan formas de mantener unos mínimos de alegría y ambiente navideño en los días propios del Adviento. La cuarta vela la encenderemos este último domingo a las puertas de la Navidad. El color de la vela puede ser blanca o dorada. Algunos cristianos prefieren la vela de color dorado, que evoca para ellos de mejor manera la divinidad del SEÑOR. La vigilancia del primer domingo se va transformando en adoración para presentarnos ante el SEÑOR en la manifestación de NIÑO DIOS. Cada generación renueva los villancicos que hacen pública confesión de la divinidad del NIÑO DIOS, porque estos cantos populares están arraigados en el alma del Pueblo. En este punto tocamos una fibra profunda y sensible, que no debiera pasar por alto a nuestra jerarquía eclesiástica. Prácticamente, con todos los medios sociales y culturales en contra, asistimos en este tiempo de Navidad a una  manifestación de religiosidad popular de primera magnitud. No es en absoluto despreciable, que los villancicos se oigan por las calles mientras la mayor parte de las personas están comprando los regalos navideños; o encontrar el Misterio de Belén en los escaparates de los comercios. La adoración al NIÑO DIOS está asociada a los regalos que los pastores avisados por el Ángel le llevaron el mismo día de su nacimiento; lo mismo que la adoración de los Magos está  unida  a la presentación de los dones de oro, incienso y mirra.  Adoración, gratuidad y regalo están unidos en la Navidad. En estos tiempos de profunda crisis hay que valorar el esfuerzo que muchas personas realizan al mostrar estima y cariño por sus amigos y familiares mediante un sencillo regalo. Esta cuarta vela nos dirige hacia la adoración y se logra en el grado que sólo DIOS conoce en el momento que la persona mira al NIÑO DIOS con cierto detenimiento, cariño o admiración. Sin saberlo el propio sujeto, algo de su corazón frío y distante se vuelve pacífico y acepta la familiaridad del niño, que por otra parte lleva dentro. Pero ha sido el NIÑO DIOS quien lo ha despertado de nuevo a través de la sencilla imagen del NIÑO DIOS en un belén cualquiera.

La VIRGEN MARÍA y el Adviento

Sin la VIRGEN MARÍA no tendríamos Adviento y tampoco sería posible la Navidad. Los católicos junto con los ortodoxos mostramos una acentuada vertiente mariana, pues entendemos que el hecho de la Encarnación ofrece un especial papel a la VIRGEN MARÍA. En este cuarto domingo de Adviento la presencia mariana que estaba latente en todo este tiempo litúrgico, adquiere de pronto todo el protagonismo. MARÍA tiene un Adviento particular de nueve meses, que la liturgia condensa en la celebración del cuarto domingo de este tiempo litúrgico. Lo realizado por DIOS en MARÍA es misterioso y desconcertante, aunque esta afirmación la hayamos oído multitud de veces. La empresa más trascendental para los hombres, en un principio, fue la encarnación del VERBO, y este hecho acontece en una chica adolescente de unos quince años: MARÍA de Nazaret. Pese a su corta edad, MARÍA debía poseer una madurez espiritual a la altura de la vocación a la que DIOS la estaba llamando. ELLA tuvo que administrar con alta sabiduría las encrucijadas presentadas por aquel acontecimiento, que le hizo pasar de una mujer comprometida en desposorios con José a una madre de características singulares, pues lo que surgió en su seno fue obra del ESPÍRITU SANTO (Cf. Lc 1,35).

Un Adviento de nueve meses

Vigilancia, tensión penitencial, alegría y adoración, se pueden deducir  a través de los datos de la Escritura como vertientes espirituales presentes en el particular Adviento de la VIRGEN.

No se aparece el Ángel del SEÑOR a una persona de manera fortuita con un encargo y mensaje de aquella magnitud (Cf. Lc 1,28). La prehistoria de este acontecimiento tuvo que ser vivida en una gran vigilancia tomada ésta con todo el sentido evangélico. El crecimiento siempre es gradual, incluido el crecimiento espiritual. MARÍA se preparó y fue preparada para ser la MADRE del ENVIADO del PADRE, pero esta revelación llegó a su tiempo. San Pablo compendia todo en el nacimiento para significar la superación de la Ley por el que nació de MUJER bajo la Ley (Cf. Gal 4,4). Tal cosa, DIOS no la improvisa, y MARÍA tuvo que manifestar una adhesión milimétrica al Plan de DIOS, sin ser ELLA misma consciente, por lo que su tensión hacia las cosas de DIOS debió ser algo del todo natural, como se puede deducir de la ausencia del pecado original.

La vertiente penitencial en el Adviento de MARÍA viene dado por la situación de entredicho en la que quedaba situada ante José su prometido. En la etapa de desposorios, aunque el matrimonio aún no se había producido; sin embargo, el compromiso de fidelidad tenía el mismo rango que el matrimonio, por lo que ELLA podía sufrir el rigor mosaico de la lapidación. Es difícil calibrar las sombras de dolor y sufrimiento que asolaron el alma de MARÍA ante aquella encrucijada. Sólo DIOS podía preservar del fracaso su embarazo. San Mateo relata que san José había tomado la resolución de repudiarla en secreto (Cf. Mt 1,19) para  salvar a MARÍA y a la criatura que llevaba en su seno. De forma especial, por el evangelio de san Marcos se puede deducir, que la cosa tuvo su trascendencia entre los familiares y el vecindario; por lo que se agrava mucho más lo que en un principio pudiera haber sido algo que se resuelve en el ámbito familiar interno.

El equilibrio psicológico de la MADRE repercute favorablemente en el HIJO; y no podemos obviarlo dado que JESÚS tenía una psique como cualquier otro ser humano. MARÍA dejó muestras de su condición espiritual en el canto del Magnificat (Cf. Lc 1,46ss). No sólo en este canto se muestra el modo providencial de DIOS, sino que  aparece el reflejo de la condición de MARÍA: “el SEÑOR ha hecho en mí obras grandes, porque vio la pobreza de su esclava” (Cf. Lc 1,48). La alegría del humilde no es arrebatada, porque permanece asentado en la fuente misma de la  alegría, incluso en las grandes tribulaciones. La humildad se ve alterada por la aparición de la soberbia, de la violencia o la envidia de forma especial. De las tendencias negativas anteriores, la VIRGEN se vio libre gracias a la ausencia de la concupiscencia donde se asientan los vicios capitales.

MARÍA, bien mirado, no pudo vivir durante los nueve meses de embarazo más que en actitud de adoración. ¿Quién sabe de los diálogos de MARÍA con su HIJO llevado en su seno? MARÍA se hacía presente a su HIJO en la misma presencia del VERBO que la envolvía. No se necesitaban visiones, sino la conciencia de saber ante quién se está. La adoración es  “estar con JESÚS” (Cf. Flp 1,23). ¿QUIÉN esta con quién? Sólo el PADRE estuvo más cerca del VERBO, que lo estuvo MARÍA durante aquellos nueve meses.

El Arca de la Alianza

A lo largo de ocho o nueve siglos, el Arca de la Alianza acompañó al Pueblo elegido en su travesía del desierto hasta que fue instalada en Jerusalén por el rey David. El Arca estuvo presente entre los israelitas hasta la destrucción del Templo, en el año quinientos ochenta y siete (a.C.). Con toda probabilidad, Nabuconodosor mandó  fundir el oro que recubría el arca junto con el Propiciatorio, que era una plancha de oro con dos querubines tocándose por el extremo de sus alas. Cualquier búsqueda del Arca en la actualidad es un buen argumento para una novela de ficción. Según el precepto primero del Decálogo, en la versión del libro del Éxodo (Cf. Ex 20,3-4), Israel no podía hacer representación alguna de YAHVEH con figuras tomadas de realidad alguna visible; sin embargo, el Arca y el cortinaje que revestía la Tienda del Encuentro  hacían representación de los Querubines o Ángeles, que protegían y acompañaban al Pueblo. El Arca en sí mismo era un objeto simbólico que representaba la máxima Presencia de YAHVEH en medio del Pueblo. Excepcionalmente, Moisés entraba en el Santo de los Santos, en la Tienda del Encuentro para hablar cara a cara con YAHVEH (Cf. Ex 33,7-9). El rostro de Moisés irradiaba una luz que se hacía difícil de soportar para los israelitas, por lo que Moisés se velaba el rostro. Este relicario contenía las Tablas de la Ley y la vara de Aarón, con el que se realizaron los grandes prodigios liberadores de la esclavitud.

David, que había conquistado Jerusalén a los Jebuseos, vivía en un palacio; y pensó, con buena intención, hacer un templo para el Arca del SEÑOR. El capítulo seis del segundo libro de Samuel cuanta la última etapa que cubre el Arca de la Alianza desde la casa de Obededón hasta la ciudad de David, Jerusalén. El propio David iba danzando delante del Arca y realizando sacrificios de animales cada pocos pasos como signo de la adhesión total del Pueblo a la Alianza con YAHVEH.

El Arca de la Alianza y la VIRGEN MARÍA

Desde un primer momento se encontró una prefiguración de la reliquia del Arca de la Alianza con la VIRGEN MARÍA, pues nadie como ELLA llevó en su seno y en su corazón la Presencia viva de DIOS. El Arca de la Alianza no salió del campo de los símbolos, MARÍA vivió la realidad de los hechos. El Prólogo del evangelio de san Juan es muy explícito: “y el VERBO de DIOS se hizo carne, y puso su tienda entre nosotros” (Cf. Jn 1,14). Por supuesto que esta expresión del evangelio de san Juan abarca un significado más amplio que el hecho propio de la concepción, pero la nueva forma de estar DIOS en el mundo comienza en el plano microscópico cuando el VERBO toma condición humana en el seno de MARÍA. Desde este punto de partida toda carne es solidaria con el VERBO de DIOS. Este diminuto óvulo fecundado de forma milagrosa por el ESPÍRITU SANTO extiende por toda la realidad creada una nueva forma de  Presencia de DIOS, que asume la carne del hombre débil, sin que eso impida una nueva comunión con todo lo que hace posible al hombre en el cosmos. Por tanto, la acción materna de MARÍA adquiere una relevancia muy difícil de mensurar; y, con todo es preciso señalar, que MARÍA no es divina, aunque sea la criatura más cercana a DIOS.

La vara de Aarón simbolizaba un gran poder liberador, y en MARÍA operó toda la omnipotencia de DIOS para hacer descender a un punto toda la magnitud del VERBO,  pues en CRISTO está toda la plenitud de la divinidad (Cf. Col 2,9). Creyentes y ateos nos asombramos ante la posibilidad real del big-ban, pero esto se queda muy lejos del hecho propio de la Encarnación.

La Nueva Ley no cabía en unas tablas de piedra, y tenía que ser escrita en el corazón de los hombres. Esa tarea comienza a gestarse en el seno de MARÍA pero será necesario un proceso de unos treinta años para crear un nuevo marco histórico en el que el VERBO se encuentre con los hombres, que ÉL mismo ha creado, y se haga reconocible: “vino a los suyos, pero no lo recibieron, pero a cuantos lo recibieron, les dio poder para ser hijos de DIOS, si creen en su nombre. Porque estos no han nacido de carne o de sangre, sino de DIOS” (Cf. Jn 1,11-13). El VERBO es gestado por MARÍA como hombre, para que los hombres podamos ser gestados por el ESPÍRITU SANTO dado por JESÚS para nacer de nuevo como hijos de DIOS (Cf. Jn 3,3ss). Con todo, MARÍA no es la corredentora, pues toda la Redención está completada por JESÚS; pero MARÍA ejerce un papel singular e insustituible, para que el VERBO desenvuelva todo el proceso de Redención. MARÍA entra como protagonista en el plan general de la Redención en cuanto intercesora: nadie tiene un lugar más próximo a JESUCRISTO que MARÍA en el plano de la intercesión. Pero JESUCRISTO es el único SALVADOR: “no existe otro Nombre bajo el cielo, por el cual podamos ser salvados” (Cf. 4,12)

El linaje davídico

David es un hombre profundamente religioso, lo que no impide otra vertiente  reprobable en su conducta nada ejemplarizante. Pero de esta condición encontramos  distintos personajes en las genealogías de Mateo y Lucas, que tratan de legitimar la estirpe humana que sigue los pasos de la historia y llega hasta JESÚS. La genealogía de Lucas va en retrospectiva desde José, “el Custodio del Redentor”, hasta situar a JESÚS enraizado con Adán (Cf. Lc 3,23-38). San Mateo significa desde el comienzo que JESÚS está insertado en la dinastía davídica y parte su linaje de Abraham el padre en la Fe (Cf. Mt 1,1ss) Las genealogías incluyen personajes cuya trayectoria ética queda muy cuestionada, pero es la humanidad que se encuentra el VERBO de DIOS cuando entra en este mundo. La santidad es escasa y el reto está en perfeccionar a la humanidad misma por medio de la regeneración, que impone al HIJO de DIOS un coste sacrificial, al precio de su propia vida como confirma la carta a los Hebreos, pues al entrar el VERBO en el mundo lo acepta con las palabras del Salmo treinta y nueve: “los sacrificios y ofrendas no te han satisfecho, y TÚ oh DIOS me has preparado un cuerpo; y aquí estoy para hacer tu voluntad” (Cf. Hb 10,6-7)

JESÚS de Nazaret hunde sus raíces históricas con la humanidad en Adán, Abraham y David. Frente a Adán, JESÚS es el segundo Adán (Cf. Rm 5,17), que resuelve la quiebra del primer Adán. JESÚS cumple las promesas hechas a Abraham, como canta MARÍA en el Magnificat (Cf. Lc 1,55), y da razón cumplida del nuevo rito de Melquisedec con su sumo sacerdocio (Cf. Slm 109,4), y se inserta en la misma tradición de Moisés que recoge la revelación del DIOS de Abraham, de Isaac y de Jacob (Cf. Ex 3,6). Abraham resulta una de las figuras más luminosas de la genealogía de JESÚS, y la Fe heroica del santo patriarca dispuesto a una obediencia  hasta el extremo pudo pesar bastante más que el compromiso adquirido con David. No olvidemos que los pactos a los que DIOS se compromete pueden ser modificados por la conducta de los hombres, y en el caso de la dinastía davídica ocurre algo en ese sentido. Es factible que san José perteneciera a la casa de David, e incluso MARÍA. La nostalgia por la dinastía davídica permanecía en la memoria de los judíos en los tiempos de JESÚS, que esperaban un libertador de ese linaje con legitimación suficiente para liderar la restauración religiosa, política y social del Pueblo. Pero  cuando JESÚS nace, hacía bastante tiempo que la dinastía davídica se había perdido; y, de hecho en Israel estaba reinando un extranjero, el idumeo Herodes el Grande, que fue grande en sus crímenes y en la construcción y rehabilitación de edificios, entre ellos el propio Templo de Jerusalén.

El rodeo anterior para abordar la ascendencia de JESÚS de Nazaret es conveniente, si queremos darnos cuenta de la cantidad de dificultades habidas y pudiera surgir la persona adecuada que recibiera al VERBO de DIOS en su seno, la VIRGEN MARÍA. El primer relato del Génesis termina con la sentencia favorable de DIOS que declara a todo lo realizado como “muy bueno” (Cf. Gen 1,31). Pero algo ha pasado, para que desde tiempos inmemoriales esta humanidad no sea el mejor de los mundos posibles; y, a pesar de todo, DIOS se haya empeñado en poner su tienda entre nosotros (Cf. Jn 1,14). Las palabras del profeta Natán al rey David se cumplieron: “YO mismo te construiré una casa. Afirmaré el linaje después de ti, y consolidaré el trono de su realeza. Tu casa y tu trono permanecerán para siempre ante MÍ” (Cf. 2Sm 7,11-16). Por caminos insospechados, el SEÑOR llevó adelante su Designio de Salvación y la memoria de David permaneció en el pueblo como muestra significativamente el ciego Bartimeo, cuando reclama la atención de JESÚS designándolo como “Hijo de David, ten compasión de mí” (Cf. Mc 10,47). Fue un ciego, en el evangelio de Marcos, quien identificó a JESÚS con ese título antes de subir a Jerusalén después de salir de Jericó, próximo a protagonizar las últimas jornadas previas a su muerte y Resurrección. JESÚS no permitió durante su ministerio público ser aclamado o reconocido como Hijo de David, pues ese título encerraba para los judíos un carácter revolucionario, que JESÚS había rechazado con radicalidad desde un principio. Las tentaciones en el desierto tienen una vertiente en este sentido: los reinos de este mundo le podían ser entregados, a condición de encauzar su tarea por la vía política; pero ese no era su destino (Cf. Mt 4,8; Lc 3,6). El sentido último de la descendencia davídica sería dada por la intervención absoluta de DIOS, quedando confirmado, que  DIOS mismo sería el que construiría una Casa a David con rango de eternidad.

Anuncio del Ángel a MARÍA y ENCARNACIÓN.

El cuarto domingo de Adviento nos dispone a recibir la Navidad, que litúrgicamente abarca hasta la fiesta del Bautismo del SEÑOR. Celebramos desde el veinticinco de diciembre en adelante una progresiva epifanía o manifestación del SEÑOR, primero como niño y transcurrida la fiesta de los Reyes Magos damos el salto a la edad adulta con el bautismo en el Jordán. Pero deberíamos en estos días previos a la Navidad retrotraer la manifestación o la epifanía del SEÑOR al momento de la ENCARNACIÓN. Es cierto que la fiesta de la Encarnación tiene su día el veinticinco de marzo, que necesariamente coincide con la Cuaresma o la Semana Santa, y cede su celebración al tiempo fuerte litúrgico de ese momento. La ENCARNACIÓN es el punto inicial en el que la humanidad es asumida por la divinidad: el VERBO de DIOS toma cuerpo material y alma humana. Después de este momento, la humanidad del VERBO de DIOS sólo tiene que realizar un proceso de desarrollo de su identidad psicofísica.  ¿Tiene importancia capital este momento? ¿Se habría producido la REDENCIÓN si el proceso gestativo en el seno de MARÍA se hubiera interrumpido? ¿Dice algo la Escritura sobre el proceso de abajamiento realizado por el VERBO antes de acontecer  la ENCARNACIÓN? ¿Fue la ENCARNACIÓN una decisión instantánea de la TRINIDAD, por la que el HIJO entró en el seno de MARÍA?

El Ángel Gabriel

Los Ángeles son probablemente las figuras peor comprendidas. La teología en general hace tiempo que se despreocupó de su tratamiento; las tradiciones populares desde siempre han rebajado la entidad de los Ángeles a figuras decorativas representadas  por niños sonrosados, rechonchos, con una alas en la espalda, siguiendo determinada corriente artística la favorecedora de esta concepción. Pareciera que los Ángeles están dispuestos para ilustrar las páginas apocalípticas de la Escritura como ejecutores terribles de la Justicia divina. Disuade a muchos especialistas hablar de los  Ángeles, porque estos se encuentran considerados en otras religiones, y podrían  desviar el verdadero culto cristiano, dicen ellos. Pero lo cierto es que los Ángeles son personalidades recogidas por los evangelios con una presencia y actuación, de la que JESÚS da buena cuenta en diversos pasajes. Como muestra nos bastará la cita de san Mateo: “Cuidad de no escandalizar a uno de estos pequeños, porque os asegura que sus Ángeles están viendo de continuo el rostro de mi PADRE que está en los Cielos” (Cf. Mt 18,10-11). El ángel no es el alma del niño, que como tal debe poseer un alma inocente y sencilla para recibir inspiraciones angélicas. El Ángel es una personalidad espiritual, que realiza funciones protectoras sobre las personas y al mismo tiempo permanece en adoración. Quien contempla el rostro de DIOS está en comunión íntima con ÉL, por tanto el Ángel es una poderosa personalidad, que establece con el PADRE una relación personal.

El término Ángel viene a designar una tarea, que es la de mensajero. El texto de Lucas ofrece en dos ocasiones el nombre del ángel, Gabriel, que realiza dos misiones  trascendentales para la obra de la Redención: la primera  es el anuncio a Zacarías del próximo nacimiento de un hijo largamente deseado (Cf. Lc 1,12-13); y la segunda es un encargo capital al anunciar a MARÍA el Plan de DIOS , para el que se requiere su consentimiento. Gabriel significa fuerza de DIOS y esta condición tiene una correspondencia con lo que debía transmitir: “el PODER del ALTÍSIMO te cubrirá con su sombra” (Cf. Lc 1,35)

De Jerusalén a Galilea

Al sexto mes de haber tenido el encuentro con Zacarías, en el Templo de Jerusalén; el Ángel Gabriel es enviado a la baja Galilea, a un pueblo de casas muy humildes, que contrastaban con la magnificencia del Templo; y entre la población debía buscar a una joven doncella de unos quince años, que estaba ya desposada con un hombre  llamado José de la estirpe de David. La virgen en cuestión se llama MARÍA (Cf.  Lc 1,36). El mensajero divino describe en sus encargos celestiales un camino de descenso desde Jerusalén a Galilea, y en el anonimato de una aldea pobre y sencilla se halla la persona elegida por DIOS desde toda la eternidad para ser la madre del VERBO, la Segunda Persona de la TRINIDAD. La sobriedad del relato, sin menoscabo de su grandeza, sale fuera de las exageraciones apócrifas, que llenan de distorsiones y fantasías las acciones de DIOS.

Modo de revelación

La traducción del texto litúrgico dice: “El Ángel entrando en su presencia, le dijo” (Cf. Lc 1,28). Otras traducciones señalan, “entrando a donde ella”; o simplemente, “entrando”. El modo de realizar la misión el Ángel Gabriel puede tener su importancia.  La comunicación del Ángel podía realizarse por locución interior, por visión, sueño o aparición. Teniendo en cuenta el texto se deduce la presencia del Ángel Gabriel mediante aparición, que ofrece un fuerte nivel de realismo al encuentro. No se trató de  una locución que podría ser confundida con otras voces, ni de una visión para ser  tomada por una ilusión intelectual, y menos dejar la manifestación angélica en el rango del sueño, que disminuiría la certeza del mismo, aunque el sueño profético tiene unas características que lo singularizan frente a cualquier otro proceso psíquico habitual. La aparición que es recibida en estado de vigilia precisa por el receptor un alto nivel espiritual, pues es preciso que la persona presente una capacidad receptora muy por encima de las condiciones normales de percepción. Por otra parte, el texto no dice que MARÍA hubiese entrado en un estado de aturdimiento como les ocurrió a Pedro, Santiago y Juan en el momento de la transfiguración del SEÑOR (Cf. Mt 17,1ss). MARÍA no se turba por la presencia del Ángel, sino por las palabras que le dirige La aparición del Ángel con una cierta corporeidad adoptada, ¿sería un fenómeno  relativamente frecuente en la vida espiritual de la VIRGEN MARÍA? Por otras apariciones, sabemos que los Ángeles pueden tomar provisionalmente una corporeidad aparente para visibilizarse ante los hombres, y llevar a cabo distintas misiones,; pero el Ángel por su propia condición carece de cuerpo por sutil que sea. Dentro del acontecimiento el asunto de la corporeidad aparente del Ángel sería una anécdota, si no fuese un indicador del nivel espiritual de la propia VIRGEN MARÍA para entrar en contacto con él.

El saludo del Ángel Gabriel

“Alégrate, llena de Gracia. El SEÑOR está contigo” (Cf. Lc 1,28). Tenemos que entender las palabras del Ángel como actualizadoras de aquello que están pronunciando. La aparición del Ángel ejerce en MARÍA la reacción del contacto con lo sobrenatural: “MARÍA se turbó ante aquellas palabras” (Cf. Lc 1,29). La presencia del Ángel evoca la llama ardiente del Sinaí que se consumía sin quemarse (Cf. Ex 3,2).  La presencia del Ángel crea un espacio sagrado en el que se manifiesta al mismo tiempo la íntima condición de MARÍA ignorada para ELLA misma. La turbación es la reacción al entrar en contacto con lo sobrenatural. No obstante las palabras del Ángel traen de forma efectiva la paz del SEÑOR al corazón de MARÍA, que sintió la sobreabundancia del AMOR de DIOS: “llena de Gracia”. La misión o encargo del Ángel Gabriel era de vital importancia: por una parte tenía que manifestarse a la altura del cometido y responsabilidad, que MARÍA iba a adquirir; y también debía hacerlo  manteniendo en todo momento el libre juego de la libertad de MARÍA. El Ángel Gabriel actuó manteniéndose fiel al encargo de DIOS y respeto los límites de alguien que no dejaba de ser humana, aunque presentase rasgos excepcionales. Todo en MARÍA entró en estado incandescente, a semejanza de la zarza ardiente, pero dentro de un nuevo fuego espiritual, que estaba sobrepasando cualquier experiencia anterior. La Gracia la había acompañado desde el instante primero de su existencia, y el SEÑOR la requería para una misión singular, que estaba a punto de revelarse por parte del Ángel. “MARÍA se preguntaba por el sentido del saludo del Ángel” y muestra con ello que en absoluto sus facultades quedaron suspendidas y fuera del campo del ejercicio de sus decisiones. Por otra parte, MARÍA muestra que sabe valorar lo importante y guardarlo en su corazón (Cf. Lc 2,19.51) con objeto de medir el alcance de lo que está sucediendo.

El Ángel Gabriel cumple el encargo

“Has hallado gracia ante DIOS. Concebirás en tu seno, y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre JESÚS” (Cf.  Lc 1,31). El Ángel se expresa en un modo más bien imperativo, acentuando el Designio eterno de DIOS donde se establecen los principios de la existencia de los hombres. Los mandatos dados al hombre en los primeros capítulos de la Biblia, o los preceptos señalados en el Decálogo están formulados en modo imperativo. La excepcionalidad que la VIRGEN MARÍA presenta entre todas las criaturas del género humano tiene una finalidad muy concreta dentro del Designio divino: ser la MADRE de la condición humana del HIJO de DIOS. MARÍA tendrá la potestad de nombrar al HIJO que de ELLA va a nacer, que además “será grande y será llamado HIJO del ALTÍSIMO. El SEÑOR DIOS le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin” (Cf. Lc 1,32-33).  JESÚS nacerá en Belén el pueblo de David y José pertenece a la casa de David. Se cruzan los elementos divinos y humanos en el HIJO de MARÍA

La pregunta de MARÍA

Todo lo anterior precisaba de la intervención de un varón de acuerdo a las leyes  elementales de la biología. MARÍA no se sale de la realidad, del sentido común, no está en las hipótesis míticas, y francamente plantea la cuestión al Ángel: “Cómo se va a producir tal cosa, si no conozco varón” (Cf. Lc 1,34) Se ha visto en este texto la confirmación de la virginidad permanente de MARÍA, pues el término griego en que fue escrito el evangelio mantiene el doble sentido, presente y futuro, con lo que podría traducirse: “no conozco, ni tengo pensado conocer varón”. Sabemos que se emplea el término “conocer” para señalar una relación íntima de carácter sexual.

La acción extraordinaria de DIOS

El Ángel Gabriel le dice lo que DIOS tiene pensado realizar: “el ESPÍRITU SANTO  vendrá sobre ti, y el PODER del ALTÍSIMO te cubrirá con su sombra, por eso el que ha de nacer será SANTO, y será llamado HIJO de DIOS” (Cf. Lc 1,35). La concepción  extraordinaria por obra del ESPÍRITU SANTO se convierte en MARÍA en el primer Pentecostés que recae en el primer miembro de la Iglesia. La santidad del HIJO de DIOS pedía unas condiciones excepcionales en la concepción y el nacimiento.

El Ángel ofrece un signo a MARÍA de la veracidad de sus palabras

“Mira a tu pariente Isabel, ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para DIOS nada hay imposible” (Cf. Lc 1,37). El embarazo de Isabel es un nuevo motivo para la Fe de MARÍA, pues distaba bastantes kilómetros de Nazaret, pero MARÍA se fía de las palabras del Ángel, y concluye: “Aquí está la esclava del SEÑOR, hágase en MÍ según tu palabra” (Cf. Lc 1,38). MARÍA adopta la posición de sierva, lo mismo que JESÚS encarnó al “Siervo de  YAHVEH”. La grandeza de la obra divina que en ELLA se iba a realizar presuponía también el abajamiento de MARÍA. La palabra de consentimiento de MARÍA, por su humillación, se convierte en una palabra poderosa y creadora: “hágase en MÍ según lo que has dicho”. La MADRE se asocia por unos instantes al CREADOR con la palabra que hizo surgir todo de la nada (Cf. Gen 1,1 ss). Desde toda la eternidad, DIOS estuvo esperando este “hágase en MÍ”.

San Pablo, Romanos 16,25-27

La carta a los Romanos se cierra con una alabanza dirigida a AQUEL que puede consolidaros según la predicación mía –dice san Pablo- y el Evangelio de JESUCRISTO. A ÉL la gloria por los siglos de los siglos, amén. Este Evangelio es la  revelación de un Misterio mantenido en secreto durante la eternidad. El Evangelio  volcado en la predicación saca a la luz el gran misterio que concierne a la vida de todos los hombres. Las riquezas del mundo futuro destinadas a los hombres son conocidas por el Evangelio predicado, y conseguidas en virtud de la Fe, que se adhiere a DIOS en un pacto de Amor. La manifestación en el presente del apóstol, y en los tiempos actuales, viene incoado por las Escrituras dadas. Algunos profetas de forma especial lograron contemplar en el presente de DIOS, lo que constituía su voluntad en la extensión del género humano. Las Escrituras del Antiguo Testamento comenzaron a decir algo, de lo que el Evangelio reveló con toda claridad, al poner en evidencia quién era JESÚS de Nazaret. La disposición del DIOS eterno es revelar sus  misterios a todos los hombres para que sean acogidos en la “obediencia de  la Fe”. La razón recibirá la luz suficiente para encontrar sensato y coherente el conjunto de verdades, promesas, principios y mandamientos; y, por lo tanto, no exigirá un esfuerzo mayor que el requerido a los sencillos de corazón: el mandamiento no está lejos de ti, él está en tu mente y tu corazón. Cúmplelo. (Cf. Dt 30,14;Rm 10,8). No sólo los hombres somos los destinatarios de los misterios de Amor escondidos en DIOS desde toda la eternidad, también los Ángeles contemplan en el asombro el modo de condescender de su DIOS con toda la humanidad. Y nosotros nos unimos a su alabanza y glorificamos  desde nuestra insignificancia: “a ÉL la gloria por los siglos de los siglos, amén.

Por Pablo Garrido Sánchez

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