* ¿Puede la santidad coexistir con inteligencias mediocres y cuerpos enfermos?
1. El cristianismo no es una gnosis, sino únicamente una vida de Gracia y ejercicio de la Caridad.
Serás juzgado por Dios no por los talentos que hayas recibido, ni por los dones intelectuales que hayas ejercitado, ni siquiera por las posibilidades que hayas tenido gracias a una salud casi perfecta.
- De hecho, todos estos dones, si existieran, constituirían una responsabilidad adicional.
- De hecho, haber podido hacer más y no haberlo hecho, es la pereza de quien, en lugar de aprovechar adecuadamente los talentos recibidos, los sepulta.
Más bien, uno será juzgado por Dios por el amor de haberlo elegido como el único y verdadero propósito de su vida; conformándose a Su voluntad dentro de las posibilidades de los propios talentos, numerosos o escasos, que cada uno ha recibido de Él.
2. Leamos estas interesantes palabras de El desafío de la santidad del padre Antonio María Di Monda:
La santidad no consiste en devociones, oraciones, penitencias, ayunos, vigilias y cosas por el estilo: medios excelentes, ciertamente, para formar el corazón, liberarse de las pasiones y obtener gracias, y por tanto caminar rápidamente hacia la perfección, pero que no pueden identificarse con ella.
Si la santidad y la perfección consistieran en tales medios, todos aquellos que, por enfermedad o por otras circunstancias ajenas a su voluntad, no han hecho uso de ellos o no pueden hacerlo, quedarían inexorablemente excluidos de ellos, aunque la santidad sea una vocación universal.
La santidad no consiste, ni en la eficacia apostólica, ni en dar limosna y asistencia a los necesitados, enfermos, etc. Todas estas son también cosas excelentes, que facilitan y sostienen el camino y, quizá, florecen de la santidad misma; pero que no se identifican con ella.
El propio apóstol Pablo lo reitera, entre otras cosas, en la famosa y conocida página de la carta a los Corintios:
«Si hablo lenguas humanas y angélicas, pero no tengo caridad, vengo a ser como bronce que resuena o címbalo que retiñe. Y si tengo el don de profecía, y entiendo todos los misterios y todo el conocimiento, y si tengo tanta fe como para trasladar montañas, pero no tengo caridad, nada soy. Y si reparto todos mis bienes, y si entrego mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo caridad, de nada me sirve». (1 Corintios 13,1-3)
En sentido positivo, la santidad es un fenómeno que pertenece al mundo sobrenatural de la gracia y al mundo ético-moral. En este sentido, es claro que la santidad, en sí misma, tiene muy poco que ver con la perfección física o psicológica, incluso con inteligencias mediocres y cuerpos enfermos y deformados.
Se entiende aquí la santidad ante todo como perfección del hombre, en sí mismo, que está ciertamente presente en el santo canonizado o canonizable. La perfección-santidad es amor a Dios y unión profunda con Él, realizada esencialmente y en primer lugar por la gracia santificante.
Esto sucede, con total libertad, al recibir la gracia, con caridad. Puesto que, de hecho, es imposible para el hombre amar a Dios como Él quiere ser amado y unirse a Él por medios naturales y humanos, la gracia, don de Dios por excelencia, se hace absolutamente necesaria.
Pero para que la unión con Dios, realizada por la gracia, se haga libre y consciente y se expanda, por así decirlo, desde la voluntad a todo el ser, es absolutamente necesario también que en el alma no haya sombras de pecado ni de apego a la tierra.
El pecado, el amor y el apego a las criaturas, como es evidente, crean un contraste irreductible y nos sitúan, por así decirlo, fuera de Dios, como las tinieblas nos sitúan fuera de la luz.
Por lo tanto, la santidad, la unión con Dios, es más o menos profunda e intensa en la medida en que el alma se desprende de todo. Una vez que se quitan las pantallas, el alma se inunda fácilmente con la luz y el calor de Dios.

CORRADO GNERRE.
ITRESENTIERI.