Luz que alumbra a las naciones

Pbro. Hugo Valdemar Romero

El 2 de febrero, la Iglesia celebra la presentación del Niño Jesús al templo. Antiguamente se le conocía como la fiesta de la Candelaria porque, haciendo alusión al Evangelio que escuchamos el día de hoy, Jesús es presentado por el anciano Simeón como luz que alumbra las naciones. Por eso los fieles llevaban sus velas o candelas a la misa para ser bendecidas.

También en este día es una hermosa costumbre de los fieles llevar sus imágenes del Niño Jesús al templo para ser bendecidas, haciendo memoria de la presentación que José y María hacen de Jesús cumpliendo la ley que decía: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”.

Lo primero que llama la atención es que José y María son piadosos, es decir, aman a Dios, son temerosos de Él y cumplen sus mandatos. La virtud de la piedad consiste en vivir la vida bajo la mirada de Dios reconociendo su omnipotencia, su majestad y santidad.

Es la piedad la que nos mueve a rendirle culto y obediencia. No se trata sólo de un sentimiento religioso, sino de una actitud de sometimiento libre y amoroso a la voluntad de Dios. José y María no se sienten exentos de cumplir la ley, saben muy bien que la verdadera vivencia de la fe no es practicarla como ellos lo creen o lo sienten, sino como se los pide Dios y son prontos a obedecer.

Hoy existe una tendencia que hace pensar a las personas que pueden vivir su fe como ellos les nazca, como la sienten, como ellos creen que debe ser, pero no como Dios ordena, como la iglesia nos manda. Pero al fondo, eso es impiedad, porque no se le da a Dios el reconocimiento como Dios ni la obediencia debida y se pone la propia conveniencia y voluntad sobre la voluntad de Dios.

En el templo, sale al encuentro de Jesús y María el anciano Simeón; lleno de emoción reconoce en Jesús al Mesías y Salvador y profetiza al decir a los padres: “Este niño ha sido puesto como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones”. Y efectivamente, Jesús a lo largo de toda la historia ha sido signo de contradicción, o lo aceptas o lo rechazas, o lo amas o lo odias, o crees en él o te resistes a creer. Él pone al descubierto nuestros corazones, su bondad o su maldad, su pureza o corrupción.

Por eso más adelante dirá: “El que no está conmigo, está contra mí y el que no recoge conmigo, desparrama”. Con Jesús no puede haber medias tintas, mediocridad o conformidad. Su persona y su palabra te cuestionan, te comprometen, te hacen vivir de forma permanente la conversión.

Jesús es la luz del mundo, pero también es tu luz personal que descubre tus pecados, la maldad de tus obras y te hace sentirte necesitado de su perdón, de su misericordia y de su amor.

“Señor Jesús, sé la luz para mis tinieblas, sé el amor para mi desamor, sé la fuente de piedad que me lleve a vivir la obediencia y el amor a Dios”.

¡Feliz domingo! Dios te bendiga.

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