Se acercan las celebraciones que nos mueven interiormente como creyentes y que nos hacen conscientes de la Comunión de los Santos, realidad que profundiza el Catecismo de la Iglesia Católica: La Solemnidad de todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos, nos hacen redescubrir en esta vida, que al celebrar la Eucaristía entramos en esta realidad. Por eso podemos decir que es una Iglesia en tres dimensiones.
La Iglesia triunfante: Es la Iglesia glorificada, conformada por todos aquellos que fallecieron y gozan ya de la presencia de Dios, son quienes vivieron intensamente el amor a Dios y al prójimo, porque fueron modelo de vida por haberse apegado a los valores del Evangelio.
Iglesia purgante: Está integrada por los fieles difuntos, por personas que murieron en amistad con Dios, pero que aún tienen faltas que expiar. Una vez purificados de toda mancha, son admitidos en la Gloria.
Iglesia militante: Está conformada por todos los fieles cristianos que aún nos encontramos con vida y luchamos por alcanzar la salvación y quienes luchamos por lograr un día la conquista del cielo y al mismo tiempo, oramos por nuestros fieles difuntos y que somos conscientes de que aquellos que han sido glorificados, interceden por nosotros ante Dios.
La celebración de todos los Santos se vive solemnemente, porque es una invocación y reconocimiento de todos los que ya han conquistado la Patria Eterna y conmemoramos respetuosamente a todos los Fieles Difuntos con la firme de esperanza de que ellos alcanzarán el cielo.
Como se dijo, la Solemnidad de Todos los Santos es el 1 de noviembre y en la Iglesia se empieza a celebrar desde la noche anterior con las Vísperas. Por ello la noche del 31 de octubre, en el inglés antiguo, era llamada “All hallow’s eve” (víspera de todos los santos). Más adelante esta palabra se abrevió a “Halloween”.
En el siglo VI A.C., los celtas del norte de Europa celebraban el fin de año con la fiesta de “Samhein” (o La Samon), festividad del sol que se iniciaba la noche del 31 de octubre y que marcaba el fin del verano y de las cosechas. Ellos creían que aquella noche el dios de la muerte permitía a los difuntos retornar a la tierra, fomentando un ambiente de terror. Según la religión celta, las almas de algunos difuntos se encontraban dentro de animales feroces y podían ser liberadas con sacrificios de toda índole a los dioses, incluyendo sacrificios humanos. Una forma de evitar la maldad de los espíritus malignos, fantasmas y otros monstruos era disfrazándose para tratar de asemejarse a ellos y así pasar desapercibido ante sus miradas.
Cuando los pueblos celtas fueron cristianizados, no todos renunciaron a sus costumbres paganas. Asimismo, la coincidencia cronológica de la fiesta pagana del “Samhein” con la celebración de Todos los Santos y la de los Fieles Difuntos, al día siguiente (2 de noviembre), hizo que las creencias cristianas se mezclaran con las antiguas supersticiones de la muerte.
Con la llegada de algunos irlandeses a Estados Unidos, se introdujo el Halloween, que llegó a ser parte del folklore popular del país norteamericano. Luego, incluyéndose los aportes culturales de otros migrantes, se introdujo la creencia de las brujas, fantasmas, duendes, vampiros y diversos monstruos. Más adelante esta celebración pagana se propagó a todo el mundo.
La Iglesia católica en México ha intentado y sigue intentando evangelizar la fiesta, aunque se constatan todavía en algunos ambientes costumbres paganas. No ha tratado de atropellar las costumbres y tradiciones indígenas, más bien, transformarlas y darles un sentido cristiano. Estamos llamados a celebrar a Todos los Santos y a nuestros Fieles Difuntos como nos lo pide la celebración litúrgica y evitar esas fiestas paganas llamadas Halloween.
Con información de Gaudium/Editorial