¿Vivimos el Padre Nuestro o solo lo recitamos? ¿O ni siquiera rezamos porque estamos «muy ocupados»?: monseñor Enrique Díaz Díaz

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San Bruno

Jonás 4,1-11: “Sé que eres un Dios compasivo y clemente

Salmo 85: “Tú, Señor, eres lento a la cólera, rico en piedad.”

San Lucas 11,1-4: “Señor, enséñanos a orar

La súplica que le hacen los discípulos a Jesús es una súplica y petición que surge con frecuencia entre nosotros. Sentimos la necesidad de orar, pero quisiéramos tener como una especie de oración mágica que lograra cumplir todos nuestros objetivos.

Seguramente la petición de los discípulos nace al mismo tiempo de una necesidad, e indudablemente también está motivada por descubrir que Jesús con frecuencia pasaba largos ratos en oración. Lo que Jesús propone no es una oración ritual que obtenga lo que deseamos, sino todo un programa de vida y una actitud del discípulo.

También hoy nosotros debemos decir a Jesús que nos enseñe a orar tal como Él oraba. Y la primera experiencia que nos comunica es ponerse en manos de Dios como Padre. Saberse amado por Él y estar dispuesto a vivir conforme a su voluntad.

Oración es ponerse en manos de quien sabemos que nos ama.

Oración es poner toda nuestra vida y actividad a su servicio.

Oración es comprometerse en serio a buscar su Reino.

Hay personas que dicen muchas fórmulas y que saben muchos “rezos”, pero que no están dispuestos a vivir conforme a las palabras que pronuncian, sino más bien las dicen como en una especie de fórmula mágica esperando conseguir lo que se proponen.

Hay otras personas que casi no saben fórmulas pero que toda la vida la viven en contemplación y en estado de alerta para descubrir la voluntad de Dios.

El Padre Nuestro es una oración muy bella porque da el verdadero sentido al discípulo de Jesús.

Cada uno de nosotros debemos hacerla vida y también hacer de nuestra vida un Padre Nuestro.

Jesús en toda su actividad, en todos sus proyectos, ponía como primera razón la voluntad de su Padre.

Si comparamos su vida con esta oración que hoy nos enseña, encontraremos una clara equivalencia entre lo que propone cada una de las sentencias y lo que realiza Jesús: una total disposición para cumplir la voluntad de su Padre, vivir cada momento para que sea santificado su nombre, total pobreza y desapego que lo llevan a tener solamente el pan de cada día, el perdón a los enemigos como la señal del cristiano.

¿Nosotros vivimos el Padre Nuestro o sólo lo recitamos?

¿O tal vez ya ni siquiera lo rezamos porque tenemos tantas ocupaciones que el Señor Dios ha pasado a segundo plano?

Mons. Enrique Díaz Díaz

Obispo de Irapuato

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