La creación es un acto del plan de salvación de Dios, pues crea todo con sabiduría y amor y «vio Dios que todo era bueno» (cf. Gen 1,31). Crear es un acto de Dios Padre, que de la nada genera la vida, y como culmen de su Plan, crea al ser humano, «macho y hembra los creó» (Gen 1,27). Dios bendice al ser humano al pedirle que se multiplique y cuide la creación entera (cf. Gen 1,28). Esta creación es dañada por el pecado de la desobediencia del hombre, suscitada por la soberbia del diablo, quien engaña al ser humano, a revelarse contra Dios (cf. Gen 3,1-5). San Pablo afirma, que la Creación, gime hasta ahora dolores como de parto, esperando la liberación gloriosa de los hijos de Dios (cf. Rom 8,20-22). En este contexto, el Papa Francisco nos anima a cuidar y velar por la creación como un bien común, como algo que es de todos y para todos (LS # 67).
La Pascua (pesaj) es el paso o la intervención de Dios a favor de su Pueblo para rescatarlo de la esclavitud y hacerlo un pueblo libre. Yahveh los sacó de Egipto, donde no eran pueblo, para darles una identidad, un nombre, una ley y una tierra. Esta celebración anual recuerda a los judíos, “las señales y hazañas que realizó Dios en medio de Egipto” (Dt 11,3). Es una fiesta donde toda la comunidad de Israel deberá inmolar un cordero o cabrito a Yahveh (cf. Ex 12,1-20). Por tanto, la Pascua es una celebración con un fuerte sentido comunitario, pues la fiesta es de todos, en la cual, también los más pobres deben participar, para estrechar los lazos familiares y de comunidad.
Después de liberar al pueblo de Israel, Dios hace una alianza con él, para cuidarlo y protegerlo de sus enemigos: “Yo seré tu Dios, tú serás mi pueblo” (Jer 7,23; cf. Ex 6,7 y Sal 81,10). Yahveh es un Dios que reclama sus privilegios, pues no se debe de adorar a nadie más que a Él. La razón de esta exclusividad es la unicidad del hecho salvífico, pues en ese acontecimiento no hubo otros dioses: “Yo, Yahveh, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre” (Ex 20,2). De este modo, también Dios cumple su parte: “Desde el día en que saqué a mi pueblo de la tierra de Egipto, no he elegido ninguna ciudad entre todas las tribus de Israel, para edificar una Casa en la que esté mi Nombre” (2ª Cro 6,5)
La pascua cristiana tiene como acontecimiento central la resurrección de Cristo. Cristo está vivo (cf. Lc 24,5), esa es la novedad de la Pascua, esa es la buena noticia del Ángel (cf. Mt 28,6-7), esa es la nueva condición del Hijo de Dios, pues ha resucitado rompiendo las ataduras de la muerte (Hech 5,30; 13,30). La muerte ya no tiene poder sobre Cristo (1ª Cor 15,55), “su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; más su vida, es un vivir para Dios” (Rom 6,10). La Resurrección de Cristo es un acto único de amor del Padre donde la vida es ahora una acción permanente que ya no tendrá fin, es una transformación del cuerpo mortal de Jesús en un cuerpo espiritual (glorioso), principio de una vida plenamente nueva y que no excluye la que vivimos ahora. La resurrección es regida por el principio del espíritu no limitado a la materialidad.[1]
La resurrección de Cristo para nosotros significa que Dios Padre aprueba el camino de Jesús, su opción por el servicio, la justicia y la paz, que Dios siempre escucha el clamor del pobre, del crucificado en esta vida. Con su resurrección, Jesús nos libera del pecado y de la muerte y nos abre el camino hacia el reino de la vida. Es el triunfo del bien sobre el mal, de la vida sobre la muerte, de la justicia sobre la injusticia, de la víctima sobre el verdugo. La resurrección conlleva caminos de vida verdadera y plena para todos, caminos de vida eterna, caminos abiertos por la fe que conducen a la plenitud de vida que Cristo nos ha traído. La resurrección da nuevo sentido a la vida del hombre y con ello le anima a dar razón de su esperanza.
[1]FISICHELLA, R., “Resurrección de Jesús” pp. 856-857, en: Diccionario Teológico Enciclopédico, ed. Verbo Divino, 2ª edición, Estella (Navarra) 1996.