Tiempo de espera

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Desde “la hora nona”, o las tres de la tarde, hasta la alborada del primer día de la semana, el Domingo, pasaron entre treinta y ocho o cuarenta horas. Los tres días redujeron el cómputo de setenta y dos horas, que representaría los días completos. JESÚS de Nazaret pudo resucitar entre las cinco y las seis de la mañana del Domingo o primer día de la semana. Después de muerto JESÚS viene el silencio acompañado de un gran vacío cargado de zozobra. Sólo queda en la memoria, como estrecha rendija de luz, el recuerdo de sus palabras sobre la Resurrección. Pero la brutal muerte dada a JESÚS añadía oscuridad a cualquier rayo de esperanza. La Resurrección es un hecho que sucede con independencia del estado de ánimo de los discípulos y seguidores, pero a nosotros nos llega el suceso tamizado por la experiencia de dolor previa de aquellos discípulos. Los evangelios nos sirven los hechos muy perfilados y desprovistos de cualquier nota emotiva. Este carácter del texto sagrado lo universaliza y lo convierte en la versión canónica de los hechos salvadores sucedidos en la persona de JESÚS de Nazaret. Pero en la lectura particular tenemos una cierta obligación de añadir al texto de la Escritura otros datos deducibles del contexto, de las circunstancias particulares de los que protagonizan la espera, sin dejar a un lado los detalles que pueda aportar el conocimiento de las circunstancias sociales, religiosas y políticas del momento.

 

El gran duelo

Cuando alguien cercano muere se le llora y en algunos casos se le perdona. Cuando una persona es maltratada por otra durante años probablemente las lágrimas ya se han derramado y sólo queda pedir a DIOS que el difunto descanse en paz, la misma que el doliente desea para sí. Pero no fue éste el caso de las personas huérfanas a la muerte de JESÚS. El duelo incluye el dolor de la separación, el mal realizado hacia la persona fallecida y el bien que podríamos haber hecho para hacerle la vida mejor. El duelo lleva con facilidad a estados de ánimo deprimidos, en ocasiones por tiempo prolongado, sin otro aliciente que el seguir sufriendo. Los discípulos del MAESTRO de Galilea tuvieron un duelo corto en el tiempo, aunque debió resultar extremadamente penoso.

 

Las santas mujeres

Las mujeres estuvieron en la primera línea como testigos de la muerte de JESÚS, y el SEÑOR las recompensó con recibir también las primeras manifestaciones de su Resurrección. Como bien sabemos, los evangelios omiten el duelo de MARÍA y la aparición de su HIJO como persona singular, que recibió la maternidad espiritual de la iglesia a los pies de la Cruz en la persona del discípulo amado (Cf. Jn 19,26-27).En línea de congruencia con la trayectoria anterior, la santísima VIRGEN MARÍA, la “Llena de Gracia” (Cf. Lc 1,36) era la persona más idónea para recibir la revelación de la Resurrección de su HIJO, pues JESÚS es HIJO de DIOS e HIJO de MARÍA.

 

La Fe de MARÍA

De los últimos momentos de JESÚS en la Cruz, MARÍA sólo puede recordar palabras desconcertantes de su HIJO: “!DIOS mío, DIOS mío! ¿Por qué me has abandonado? (Cf. Mc 15,34); aunque en ese abismo de dolor y abandono, JESÚS no perdió su modo especial de estar. Con absoluto dominio de SÍ, JESÚS declara: “todo está cumplido” (Cf. Jn 19,30). El fuerte grito de JESÚS es también extraordinario, pues las fuerzas humanas  no daban para exhalar su espíritu de aquella forma: “JESÚS, dando  un fuerte grito, expiró” (Cf. Mt  27,50). Con estas últimas palabras recibe MARÍA el cuerpo martirizado de su HIJO y lo contempla dolorosamente en la tumba. En aquel breve tránsito el cuerpo de JESÚS ya se había quedado gélido, aunque marcado con innumerables llagas y deformado su rostro y distintas partes del cuerpo debido al castigo de los golpes, la flagelación y los clavos de la crucifixión. La MADRE no contempla a su HIJO en una bella talla, sino en el resultado de la violencia más atroz.  El NIÑO que ELLA había concebido y criado y contribuido a llegar a una adultez con unas condiciones físicas notables; aquel HIJO estaba destrozado literalmente. ELLA dio un HIJO al mundo, en el que sólo hizo el bien; y el mundo se lo devuelve totalmente desfigurado. Sí, JESÚS había anunciado y profetizado su muerte, pero ¿de aquella manera y con tales resultados? ¿Cómo iba a resucitar su HIJO? ÉL había asegurado con toda resolución, que a los tres días resucitaría de entre los muertos (Cf. Mt 16,21). Sobre MARÍA de Nazaret no sólo pesaba la muerte ignominiosa de su HIJO, sino el gran abandono de los más cercanos. Todo se ve con un color diferente cuando se está rodeado de multitudes, realizando un estilo de misión del todo distinto. Los signos, prodigios y milagros, al mismo tiempo que la conversión de un cierto número de personas incluso de algunos principales de la región, daba un cierto timbre de personas especiales que seguían a un MAESTRO singular. MARÍA estaba comprobando con un dolor imposible de calcular, que la condición humana es demasiado frágil, débil y negligente. Los discípulos no estaban y para recuperarlos había que afirmar sin fisuras la Misericordia del REDENTOR: “perdónalos SEÑOR, porque no saben lo que hacen” (Cf. Lc 23,34)

 

Los mundos del Sheol

Existe un orden de cosas distinto en todos los mundos desde que el HIJO de DIOS se encarnó, vivió entre nosotros, murió y resucitó. Este planeta no es igual después de la actividad realizada por los hombres con verdadero espíritu cristiano. La presencia de los santos ofrece al género humano un nivel de personas excepcionales, que atraen de forma incesante la Gracia de DIOS para todos en general. La presencia de JESUCRISTO en la EUCARISTÍA no deja indiferente el ambiente espiritual de este mundo, aunque aquellos que tenemos el privilegio de vivir cerca de un templo con un sagrario no seamos conscientes plenamente de lo que está pasando de forma positiva. No es igual que en una parroquia se celebre una misa o se prescinda de ella.  No es igual el mundo después que un buen número de personas perciban sus vidas movidas por la acción del ESPÍRITU SANTO. Todos estos beneficios espirituales y otros muchos entran en el juego de los acontecimientos que los hombres manejamos en cierta medida, por lo que los normalizamos y corren el riesgo de pasar desapercibidos; pero la apariencia de cosa natural no evita la gran excepcionalidad de los mismos. Otra cosa bien distinta es lo que afecta a los mundos espirituales, en los que deja de estar la Fe para entrar en el campo de la evidencia. Con alguna dificultad el Reino de DIOS en este mundo va abriéndose paso, porque JESÚS ha  Resucitado.

Pero los otros mundos espirituales que acogieron a los justos del Antiguo Testamento salieron de su estado de espera para entrar en las nuevas moradas conquistadas por la sangre del CORDERO inmolado, JESUCRISTO el SEÑOR. De distintas formas es concebido el lugar al que accedían los que morían. El destino de ultra tumba estaba en reunirse con los antepasados o el reposo en el seno de Abraham el padre de la Fe, al que DIOS había hecho padre de una infinidad de creyentes. Nosotros en el Credo apostólico confesamos, que después de muerto, JESÚS “bajó a los infiernos” antes de subir a los Cielos. En distintos escritos los primeros cristianos vieron propicio el intervalo entre la muerte y la Resurrección, al tercer día, como el momento en el que JESÚS fue a anunciar su victoria a los que esperaban la liberación durante siglos en los mundos espirituales imposibilitados para ver el rostro de DIOS. Abundar en estas consideraciones y extendernos en ellas nos ayudaría a valorar un poco más lo realizado por JESUCRISTO en la Redención. Importa tanto la eliminación y perdón de los pecados como las promesas de una vida eterna en comunión con la TRINIDAD, cosa que sin la Redención no sería posible. Los fieles justos del Antiguo Testamento reciben el Evangelio de la victoria de JESÚS en el intervalo entre su muerte y la Resurrección, abriendo para ellos un estado definitivo muy por encima de las esperanzas antiguas .

 

El centurión Cornelio (Hechos 10,34-43)

En general es favorable el tono que emplea el Nuevo Testamento hacia los mandos militares y políticos romanos. Mateo y Lucas refieren el caso del centurión que se preocupa de la salud de uno de sus siervos y acude a JESÚS a través de unos amigos judíos a los que envía como representantes suyos (Cf. Mt 8,5-13; Lc 7,1-10). Ahora en el libro de los Hechos de los Apóstoles surge el centurión Cornelio en esta ciudad romanizada de Cesarea marítima. Un centurión tenía un grado de responsabilidad aceptable dentro de las legiones romanas; y por tanto no podía ser un individuo sin formación alguna. El centurión debía ser fiel a Roma cosa que implicaba la aceptación de las deidades patrias y las ocurrencias divinizantes del emperador. No era difícil las grandes reservas frente a este conjunto de cosas y creencias, era fácil mantener una discreta reserva, que derivase hacia el escepticismo de todo lo que representaba la religión. Para las grandes contiendas, las legiones iban acompañadas de los augures correspondientes, para hacer favorables las fuerzas espirituales incontrolables, y predecir de modo favorable el resultado de una batalla o de la contienda en su conjunto. Después de unos cuantos años en el ejercicio militar un centurión romano podría haber vivido y visto muchas cosas, y no todas acordes con la creencia oficial.

Al poder romano no se le podía escapar ningún hilo de aquella enmarañada madeja judía. El monoteísmo judío no facilitaba las cosas al Imperio y con frecuencia salía un aprendiz de revolucionario, que era preciso anular de modo inmediato. La actividad evangelizadora de JESÚS, seguro que no había pasado desapercibida para el centurión Cornelio. Es muy probable, incluso, que hubiese escuchado alguna predicación de JESÚS, pero sobre todo buscaría informadores fiables de lo que decía y hacía el nazareno. Contar las cosas que decía y hacía JESÚS era tanto como evangelizar, y consecuentemente contagiarse del espíritu de aquellas palabras y de aquellos hechos. Aquel MAESTRO nazareno presentaba un aspecto diferente de los charlatanes romanos parásitos del Senado y del Emperador. Además aquel MAESTRO judío no rechazaba a los extranjeros y no se sentía contaminado por ellos.

 

Cornelio, hombre justo (v.21)

Los enviados por el centurión Cornelio para buscar a Pedro que estaba en Joppe, le dicen: “el centurión Cornelio, hombre justo y temeroso de DIOS nos ha enviado para que vengas con nosotros” (v.21).Y cuando Cornelio se encuentra con Pedro le manifiesta, que hacía cuatro días había tenido una aparición de Ángeles que le dijeron: “tus limosnas y oraciones han sido gratas ante DIOS y has sido escuchado” (v.31). Todos en aquella casa estaban dispuestos para oír todo lo que Pedro quisiera decir, pues el centurión había convocado a sus familiares y a los amigos más próximos. De forma casi improvisada estaba constituida una asamblea en la que Pedro no había intervenido. A lo largo del libro de los Hechos de los Apóstoles, la actuación de los Ángeles es reconocida y forma parte de la misma evangelización. Los Ángeles no tienen la intención de distraer nuestra atención del centro que es JESUCRISTO; pero, precisamente, ellos colaboran a disipar las sombras que nos entorpecen la visión del MAESTRO. El Ángel es un espíritu de orden y se aviene con el estilo militar dándole algo de su trascendencia: el orden es un valor, el sentido del deber es un valor, la fidelidad es un valor, el espíritu de sacrificio es un valor, la abnegación es un valor. Realizar la tarea sin esperar recompensa es un valor. Cuando el Ángel encuentra un carácter como el mencionado le resulta más fácil entenderse. Cornelio era reconocido por su ecuanimidad: era un hombre justo, y los subalternos veían su ejemplo. Elogio semejante declaró JESÚS para el centurión que le pidió la curación de su criado: “En todo Israel, no he encontrado en nadie tanta Fe” (Cf. Lc 7,9)

 

Discurso de Pedro en casa de Cornelio (v.37-43)

“Vosotros sabéis lo que pasó en Judea, aunque la cosa empezó en Galilea después que Juan predicó el Bautismo” (v.37). Los acontecimientos últimos de la vida de JESÚS lo mismo que su predicación eran conocidos por el auditorio allí reunido. Pedro anuncia a JESÚS y para entender bien su Mensaje hay que considerar lo que predicó en Galilea y lo que sucedió en Jerusalén. Ambos lugares de manifestación se necesitan para descubrir la verdadera identidad del único que nos salva. La predicación de Pedro no es una doctrina cargada de sabiduría filosófica o de arcanos  revelados a unos cuantos iniciados; sino que la exposición a realizar versa sobre palabras y hechos conocidos por todo el mundo. El MAESTRO de Galilea mantuvo permanentemente abierta las puertas de su auditorio para todo aquel que desease escucharlo. Su Mensaje lo oyeron también las aves del cielo y los lirios del campo (Cf. Mt 6,25-34). Su muerte anunciada fue presenciada por todo aquel que desafió el miedo y quiso acercarse al lugar del suplicio; y su Resurrección es un canto que no cesará de escucharse mientras quede un solo cristiano.

 

JESÚS el CRISTO

“A JESÚS de Nazaret, DIOS lo ungió con el ESPÍRITU SANTO y con poder. ÉL paso haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo” (v.38). La actuación  del ESPÍRITU SANTO en el MESÍAS JESÚS se acreditó por los enfermos curados, el bien realizado y las liberaciones producidas. Los afectados por el Diablo eran  liberados y devueltos al dominio de sí mismos. Esto último es una consecuencia de las liberaciones que se tiene poco en cuenta, pero en todos los tiempos se ha buscado el dominio mental y psíquico del hombre. El ESPÍRITU SANTO viene en JESÚS a devolver al hombre su integridad, libre albedrío y capacidad de decidirse por DIOS.  Las alteraciones actuales que se intentan dictar al sentido común nos devuelven a las épocas más extremas en las que la superstición imponía su creencia.

“Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la región de los judíos y en Jerusalén,  a quien llegaron a matar colgándolo de un madero” (v.39). La predicación de Pedro responde al Credo de la Iglesia, y lo expresa así: “nosotros somos testigos”. Pedro  evangeliza con unos principios de Fe asumidos por la comunidad cristiana. Los gentiles que escuchan y aceptan el Mensaje quedan incorporados a la comunidad de los creyentes. Por la predicación se va expandiendo la Fe. Inciden estos versículos en el contenido de la evangelización: los hechos y palabras, signos y prodigios de JESÚS,; pues todo ello vuelve a tener un carácter salvador en el “aquí y ahora” en el  que es anunciado. El Credo cristiano se formula y exhibe alrededor de la Cruz y la Resurrección. JESÚS fue colgado de un madero y resucitado por la acción del ESPÍRITU SANTO como nos refiere san Pablo en la carta a los Romanos (Cf. Rm 8,11).

“A JESÚS, DIOS lo resucitó al tercer día y le dio la gracia de aparecerse no a todo el pueblo, sino a los testigos que DIOS había escogido de antemano: a nosotros que  hemos comido y bebido con ÉL después que resucitó de entre los muertos” (v.40-41)Tenemos en este texto una diferencia capital con otras apariciones. La aparición a los apóstoles se realiza en el marco de la comensalidad en el que el RESUCITADO participa directamente: ”¿tenéis algo que comer? Y le ofrecieron un trozo de pescado asado” (Cf. Lc 24,41-42). De esa forma, JESÚS quería demostrar que no era un fantasma, y la resurrección se había producido de una forma extraordinaria dejando vacío el sepulcro en el que había sido enterrado. Otro tipo de apariciones corresponden a María Magdalena o a los discípulos de Emaús. En la aparición a san Pablo camino de Damasco, JESÚS aparece desprendido de cualquier forma física, pero el apóstol recibe una revelación inapelable de la identidad de JESÚS el CRISTO muerto y resucitado. La aparición que relata Pedro en casa de Cornelio anuncia un anticipo del Reino de los Cielos, en el que se sentarán a la mesa los provenientes de oriente y occidente (Cf. Mt 8,11) por otra parte no debemos olvidar las referencias eucarísticas de estas apariciones con los apóstoles, en las que la comida sirve de signo y nuevo lazo de unión entre JESUCRISTO y su iglesia.

“ÉL nos mandó que predicásemos al pueblo y diésemos testimonio de que ÉL está constituido por DIOS JUEZ de vivos y muertos. Todos los profetas dan testimonio de que todo el que cree en ÉL alcanza por su nombre el perdón de los pecados” (v.42-43). El RESUCITADO es el JUEZ supremo para perdonar los pecados de los hombres previo arrepentimiento de los mismos. Algo que se formula con tanta brevedad es de una importancia fundamental, pues el pecado es el gran impedimento para el encuentro con DIOS, que es el fin último de toda persona sea judío o gentil.

Todas estas grandes verdades fueron recibidas por los reunidos en la casa de Cornelio con toda aceptación y el ESPÍRITU SANTO  renovó la vida de aquella casa y sus moradores. Los signos propios de Pentecostés vinieron a confirmar la autoridad y autenticidad de las palabras de Pedro: “todavía estaba Pedro hablando cuando el ESPÍRITU SANTO vino sobre los reunidos, que comenzaron a profetizar y hablar en lenguas” (v.44). La propia predicación es uno de los medios de los que el ESPÍRITU SANTO se sirve para renovar en la raíz la vida de los hombres.

 

La Resurrección

Pronto el saludo pascual empezó a ser: ¡Ha resucitado el SEÑOR!; y el otro hermano contestaba, ¡verdaderamente ha resucitado!. Antes de JESÚS no existía la Resurrección en el sentido integral que propone el Evangelio. Resucitan los muertos, porque JESÚS ha resucitado; y como los muertos realmente resucitan, como afirma san Pablo, concluimos que JESÚS verdaderamente ha resucitado. En la oración de Vísperas, de la Liturgia de las Horas, rezamos: “haz que los difuntos sean transformados a semejanza de tu Cuerpo Glorioso” (Vísperas de Martes Santo). Rezamos lo que creemos, y creemos lo que constituye la experiencia espiritual de la Iglesia, que viene afirmando por más de veinte siglos.  Existe el Cristianismo porque JESUCRISTO ha resucitado y nos ha salvado en todo lo que realmente somos. El pecado nos ha fragmentado y la desarmonía forma parte de nuestro cuerpo de muerte que acaba en la tumba. En nuestro caso ni la carne ni la sangre heredarán el Reino (Cf. 1Cor 15,50); pero adquiriremos un cuerpo glorioso semejante al de JESÚS, cuyo cuerpo físico, a diferencia del nuestro, no se corrompió en el sepulcro.

Otra distinción, ya comentada en otras ocasiones, tiene que ver con las revivificaciones relatadas en los evangelios. La hija de Jairo (Cf. Mc 5,21-23.35-42), el hijo de la viuda de Naim (Cf. Lc 7,11-15); o Lázaro de Betania (Cf. Jn 11,43) no fueron resucitados en sentido estricto, pues después de un tiempo de haber sido devueltos a este mundo murieron y su cuerpo siguió el destino de todos los demás. Por tanto, sólo podemos hablar de verdadera Resurrección en el caso de JESÚS, en cuanto que su cuerpo no conoció la corrupción del sepulcro, y la condición mortal de este cuerpo fue transformada en una condición gloriosa que existe para siempre en unión indisoluble con el VERBO de DIOS. En atención a la unión singular entre la VIRGEN y su HIJO nosotros los cristianos aceptamos como algo connatural a la condición de MADRE del REDENTOR, que la VIRGEN MARÍA tampoco sufrió la corrupción del sepulcro, bien sea por lo que algunos denominan dormición; o porque la VIRGEN MARÍA muriera a imagen de su HIJO, y fuese favorecida adelantándose a la Parusía con la transformación de su cuerpo mortal en un cuerpo glorioso. La diferencia con nosotros es que en nuestro caso somos revestidos con el cuerpo glorificado de JESUCRISTO  que en su cuerpo resucitó a la naturaleza humana en su conjunto. Sobre nuestro cuerpo físico pesa la ley de la decrepitud: “polvo eres y al polvo volverás” (Cf. Gen 3,19); sin embargo por una misericordia especial el SEÑOR por su cuenta nos regala un cuerpo glorioso a semejanza suya, que nos devuelve la naturaleza humana como DIOS la pensó desde toda la eternidad. No somos Ángeles carentes de corporeidad, y estamos llamados a ser personas humanas en plenitud con la corporeidad que nos constituye e identifica. En el Sheol permanecían en un cierto estado de latencia los espíritus, que aún no podían ser revestidos del cuerpo glorioso, porque JESÚS no había resucitado. Puede ser que con estas consideraciones valoremos un poco más lo que JESÚS de Nazaret ha hecho por nosotros. Tenemos por delante un Cielo, o vida eterna inimaginable, porque JESÚS ha resucitado.

 

El sepulcro se quedó vacío

Dos posibilidades se abrían ante el sepulcro vacío: o el cuerpo de JESÚS fue robado, o verdaderamente JESÚS había resucitado. Este dilema empieza a cobrar fuerza entre las cinco y las seis de la mañana del Domingo, o primer día de la semana. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín se habían preocupado de sellar el sepulcro y disponer una guardia permanente frente al sepulcro para evitar el robo. Los que habían condenado a JESÚS temían que se divulgase el hecho de la Resurrección, pues no lo admitían bajo ningún concepto. Ellos lo habían sentenciado a muerte y entregado a la autoridad romana para la ejecución de la sentencia mediante la crucifixión. JESÚS para las autoridades religiosas era un proscrito blasfemo que se decía el CRISTO o el HIJO de DIOS. Los discípulos que acuden al sepulcro, incluidas las mujeres que madrugan para proceder al correcto embalsamamiento, corrían grave peligro por sus  vidas. No es extraño, que el Domingo por la tarde los discípulos estuviesen en una casa reunidos con las puertas muy cerradas por miedo a las autoridades judías, pues los temores de ellos se habían confirmado: el cuerpo no estaba en el sepulcro, a pesar de la gran piedra que sellaba la entrada y la guardia de soldados allí dispuesta. Las autoridades tenían que mantener como fuese, que el cuerpo de JESÚS lo robaron los discípulos, y para ello sobornaron a los soldados (Cf. Mt 27,12-13).

 

María Magdalena

“El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro, cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro” (v.1) María de Magdala, de la que JESÚS había echado siete demonios ( Cf Lc 8,2). El número séptuple mencionado podría significar la erradicación en María Magdalena del veneno mortal que el Mal tiene depositado en cada ser humano y del cual hay que desprenderse y eliminar. Los siete pecados capitales que anidan en el corazón humano son razón suficiente para verse necesitado de una acción espiritual en profundidad. Cuánta envidia solapada por el propio sujeto que emplea todos los mecanismos de defensa para no ver la gran fealdad de la rastrera envidia, por ejemplo. Y así podríamos  repasar todas esas raíces de mal, que sirven de enganche a sentimientos y actitudes  nada recomendables. Dichosos aquel de corazón sencillo, que por la acción de la Gracia se va sintiendo libre de la concupiscencia de todas esas miserias. Parece que María Magdalena, después de encontrarse con JESÚS percibió la gran liberación interior, que la hacía capaz de desafiar los riesgos que corría su propia vida en aquellas horas, y fue al sepulcro cuando todavía estaba amaneciendo. La versión de san Juan ofrece un protagonismo especial a María Magdalena, que se va a convertir en la enviada para los apóstoles, o la apóstol de los apóstoles. Allí en casa de Simón el fariseo, JESÚS había aclarado a su anfitrión hipócritamente cortés, que el perdón y el amor se mueven en relación directa (Cf. Lc 7,36-49). María de Magdala reconocía la poderosa acción espiritual que la había transformado, y no podía sentir más que un profundo amor y agradecimiento. En las horas previas a la muerte del MAESTRO ella con las demás mujeres venidas de Galilea se mantuvo en la primera línea con respecto al patíbulo en el que moría JESÚS. Es de justicia, por tanto, que sus desvelos por saber del MAESTRO vayan a ser recompensados.

 

Desconcierto inicial

Ante el sepulcro vacío, María Magdalena, vuelve corriendo al lugar en el que se encontraban Pedro y Juan para hacerles saber la situación. Como hemos señalado, san Mateo detalla con más precisión la custodia del sepulcro y la preocupación de las autoridades del Templo. El texto de Juan no hace constar la presencia de soldado alguno, por lo que  María de Magdala llega al sepulcro cuando ya se había producido la Resurrección. Las palabras de María son de alarma: “se han llevado del sepulcro al SEÑOR” (v.2). La Resurrección no es algo entendido por los discípulos en un primer momento. Esta gran dificultad para concebir la vuelta del RESUCITADO ofrece un síntoma de las dificultades que acompañan a la Fe. Estamos al amanecer del primer día que va a estar lleno de acontecimientos. De cierta manera, cuando llegue el final de ese primer día dará la impresión que han pasado muchos días, pero estamos dentro del tiempo de DIOS, en el que cambios transcendentales pueden suceder de forma súbdita. La Resurrección imprime un dinamismo nuevo a la búsqueda del SEÑOR, y el primer paso es reconocer que el sepulcro está vacío. Un segundo paso será interpretar bien las señales que el RESUCITADO está dejando del hecho más trascendental para la historia de los hombres después de la Encarnación.

 

Pedro y Juan

La dificultad de los discípulos para admitir la Resurrección es prueba indirecta de la misma, pues tuvieron que tener una experiencia indubitable para convertirse en testigos del RESUCITADO. Pedro y Juan el discípulo amado, aparecen siempre en lugar preferente con respecto a los demás discípulos. También en el evangelio de san Juan, Pedro se hace portavoz: “Adónde vamos a ir, SEÑOR, TÚ tienes palabras de vida  eterna” (Cf. Jn 6,68); y en la Última Cena se siente herido por la disposición de servicio del SEÑOR y está apunto de rechazar que JESÚS le lave los pies (Cf. Jn 13,6). Afirma también en san Juan el firme compromiso de permanecer fiel hasta el final, aunque las circunstancias sean de máximo riesgo: “yo daré mi vida por ti” (Cf. Jn 13,37). Según los sinópticos, Pedro escuchó en más de una ocasión la promesa de la Resurrección tras la muerte en la Cruz; pero aquellas palabras no encontraron el registro interior adecuado. Otro tanto podemos señalar de Juan, que parecía alcanzar por la vía del amor al MAESTRO un conocimiento profundo del mismo, pero en estas horas críticas manifestó dificultades parecidas para creer en la Resurrección. Así es la condición humana, y estamos hablando de los mejores representantes de la misma, con lo que podemos hacernos una idea de nuestros casos particulares. La paciencia infinita del REDENTOR se puede sostener en su mismo AMOR, pues de otra forma no habría posibilidad de salvación.

Al oír la noticia de la Magdalena, Pedro y Juan salieron corriendo en dirección al sepulcro con el fin de comprobar la  noticia. Juan corría más que Pedro y llegó primero al sepulcro, pero no entró. El evangelista mantiene un sentido de acta notarial que Pedro debe levantar conforme aparezca la tumba del SEÑOR. Entra Pedro y ve los lienzos en el suelo y el sudario enrollado en sitio distinto. Los dos discípulos contemplan lo mismo y el evangelista no añade más comentario. No se dice nada de lo que hicieron aquellos discípulos con la sábana y el sudario que sirvieron de mortaja al cadáver de JESÚS. Pero algo que se nos escapa debieron observar por lo que el evangelista concluye: “vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido, que según la Escritura, JESÚS debía de resucitar de entre los muertos” (v.9). Los lienzos utilizados el viernes por la tarde estaban allí, cosa que no sucedería si el cadáver fuera  robado, pues habrían de llevarse también los lienzos o la sábana. Por el momento, el evangelio de san Juan no menciona aparición de Ángeles ni otro tipo de manifestación. Es temprano y al día le quedan muchas horas. Las manifestaciones y apariciones del RESUCITADO darán contenido extraordinario para enjugar todas las lágrimas y poner luz en los ánimos más deprimidos por un gran sentido de culpabilidad por la cobardía y el abandono en las horas cruciales, en las que se demuestra quién es el verdadero amigo.

 

San Pablo, 1Corintios 5, 6-8

“Celebremos la fiesta de Pascua no con vieja levadura ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con azimos de pureza y verdad” (v.8).Como sabemos las cartas a los Corintios responden de modo vivo y directo a las distintas circunstancias por las que van pasando los hermanos en CRISTO. De cada uno de los episodios, el apóstol extrae una lección, pues enfoca la circunstancia con la luz del ESPÍRITU SANTO y lo aparentemente insignificante cobra el nivel de la categoría. En este capítulo cinco se está ventilando un asunto un tanto escabroso: el hijastro vive con la mujer de su padre. Ese estado de cosas no corresponde con una vida en CRISTO que santificó el matrimonio. “Un poco de levadura fermenta toda la masa”, que trasladado al caso concreto podría entenderse: un poco de lujuria pervierte las relaciones familiares llamadas a la santidad. La vida cristiana expresa todo sus significado en la celebración festiva. Los cristianos empezaron a vivir desde el primer momento la fiesta de la Pascua como algo principal. El paso del SEÑOR de este mundo al PADRE (Cf. Jn 13,1). Esta fiesta marca el éxito de la misión de JESÚS enviado por el PADRE, y los cristianos vivimos de esa victoria que encierra la mayor esperanza. Las celebraciones litúrgicas inmersas en la acción del ESPÍRITU SANTO renuevan las comunidades y las convierten en ámbitos donde se puede respirar algo del ambiente del Cielo. Por eso hay que erradicar la levadura de la maldad y sustituir todo factor negativo por dones venidos de la Caridad. La Pascua va a durar cincuenta días incluida la fiesta de Pentecostés, en la que viviremos de nuevo una efusión del ESPÍRITU SANTO sobre la Iglesia y el mundo.

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