Terminando el Año Litúrgico

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Este mes de noviembre celebramos en nuestras misas los acontecimientos últimos de la  Salvación, y enlazamos con el tiempo de Adviento que destina su primera etapa a considerar   la espera del SEÑOR con tonos de Segunda Venida. Todo esto nos hace vivir un tiempo religioso de especiales características. Para conjugar las cosas que pasan en el presente con las venideras el lenguaje utilizado es de tipo apocalíptico: el SEÑOR va a volver y se darán signos que lo anunciarán. Mientras transcurren las celebraciones año tras año, estamos en el tiempo de espera hacia la conclusión de todo, y lo unimos con la celebración del Adviento en el que el SEÑOR llega, porque todo va a comenzar. Si embargo no describimos un continuo retorno, sino un permanente ascenso hacia adelante con la mirada puesta en el punto OMEGA (Cf. Ap 1,8) de la historia humana. Con un lenguaje apocalíptico, la Liturgia trae del pasado señales de carácter cósmico, social y religioso para hablar de lo que está por venir, e ilumina lo que ocurre en el presente. No es exactamente el futuro lo que preocupa a los autores sagrados, sino el ofrecer una óptica para mirar el presente con los ojos del Día del SEÑOR. La mirada cristiana para ser realista tiene que adaptarse a ver en tres dimensiones a la vez: la interpretación de lo que sucede en el presente, las promesas dadas al mundo en el futuro y la realización última en el mundo venidero, donde se asientan las cosas permanentes: “buscad los bienes de allá arriba donde mora CRISTO; porque vuestra vida está con CRISTO escondida en DIOS” (Col 3,2-3). El cristiano tiene la misión de instaurar en este mundo el Reino de DIOS, que exige una mirada clara y concreta del presente y del futuro que afecta a las cosas de este mundo: “la tierra, DIOS, se la ha dado a los hombres” (Cf. Slm 115,16); y su transformación nos ha sido encomendada a través del trabajo y la evangelización.

 

De las realidades últimas

Los cristianos utilizamos algunos términos que resultan paradójicos, y entre ellos está el sentido distinto que para nosotros adquiere el concepto de último. Las “últimas voluntades” de una persona son aquellas recogidas de forma oficial para el tiempo posterior a su muerte, cuando su tiempo terminó en este mundo. Las últimas monedas de la viuda del domingo pasado en el evangelio, indicaban que ya no disponía de medios para vivir. La últimas posibilidades en algún campo de la vida indica que se ha llegado al final como término. Sin embargo, cuando nos referimos a las realidades últimas como el Cielo, el purgatorio y el infierno, sabemos que tratamos de estados de vida que tienen un comienzo y se prolongan por toda la eternidad, excepto el estado de existencia en el purgatorio.

 

Al que venciere

Los cristianos vivimos esta vida como don gratuito de DIOS y esfuerzo personal por mantener nuestra fidelidad al RESUCITADO. El gran libro de la consolación y revelación, que es el texto del Apocalipsis inicia su relato con el envío de siete cartas a siete iglesias de Asia Menor. A su manera, las siete cartas exponen la situación en la que se encuentra cada una de las iglesias, el objetivo inmediato a conseguir y la promesa del objetivo cumplido. El VIVIENTE tiene las llaves del Hades y ha vencido a la muerte (Cf. Ap 1,18); y sus seguidores en la tierra permanecen en la lucha que no ha terminado por arrebatar al hombre y al mundo del poder de la muerte.  Estamos en el tiempo de la gran tribulación, en el que el VIVIENTE nos asiste sin merma alguna de nuestro compromiso por su causa. Siete cartas de exhortación para los cristianos de todos los tiempos, pues el cristiano, la comunidad y la Iglesia en su conjunto caminan dentro de una historia con grandes tensiones. Cada tiempo tiene que hacer su lectura de los textos sagrados del Nuevo Testamento, que nos advierten de la acción de la Gracia en medio de unas fuerzas malignas que se radicalizan en el mismo avance de la historia, sin que podamos calificar con rigor, que otros tiempos pasados fueron mejores. El cristiano está llamado a luchar y vencer a las fuerzas luciferinas circundantes. Al final el cristiano es el testigo, que se manifiesta desde la condición de confesor de la Fe a la entrega en el martirio. Actualmente los cristianos siguen estando perseguidos con riesgo de sus vidas en muchos lugares. El cristiano vigoriza su Fe en la dificultad y la oposición recibida del entorno, a condición de desechar el miedo y sustituirlo por la confianza en el SEÑOR que en nosotros quiere seguir venciendo con el perdón y la Misericordia. El VIVIENTE tiene en su mano las siete estrellas, que son los siete  Ángeles,  y en  este caso representan los dirigentes de las siete iglesias representadas por los siete candeleros (Cf. Ap 1,20). El VIVIENTE sostiene, en definitiva, a cada cristiano, comunidad e Iglesia en su conjunto. ÉL ha vencido y quiere que los suyos sean vencedores con ÉL.

 

A la Iglesia de Éfeso

Dice el VIVIENTE: “has luchado, sufrido y tienes paciencia; pero has perdido tu amor primero. Arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera. Al que venciere le daré a comer del Árbol de la Vida, que está en el Paraíso” (Ap 2,1-7).

 

A la Iglesia de Esmirna

Habla el PRIMERO y el ÚLTIMO: “has sufrido calumnias y los de la sinagoga de Satanás meterán a algunos en cárcel. Mantente fiel y el vencedor no sufrirá la muerte segunda” (Cf. 2,8-11).

 

A la Iglesia de Pérgamo

Habla que tiene la espada de dos filos: “haces frente a los que dan culto a Satanás; pero tengo contra ti que permites a los seguidores de Balaán, y a otros que mantienen la doctrina de los nicolaítas. Arrepiéntete. Al que venciere le daré maná escondido y una piedrecita blanca con un nombre nuevo grabado en ella, que nadie conoce”(Cf. Ap 2,13-18).

 

A la Iglesia de Tiatira

Habla el HIJO de DIOS cuyos ojos son como llamas de fuego, y sus pies parecen de metal precioso: “ conozco tu Caridad, tu Fe y tu espíritu de servicio; pero tengo contra ti que toleras a Jezabel inductora a la idolatría. Manteneos al margen de esta inductora de Satanás, y no os impongo otra carga. Al que venciere le daré poder sobre las naciones con cetro regio como lo he recibido de mi PADRE” (Cf. Ap 2,19.24-28).

 

A la Iglesia de Sardes

Habla el que tiene en su mano los siete espíritus y las siete estrellas: “tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto. Acuérdate de cuándo recibiste mi Palabra y guárdala. Tienes, sin embargo algunos que no han manchado sus vestidos, y esos vendrán CONMIGO. El vencedor recibirá así una vestidura blanca y no borraré su nombre del Libro de la Vida  (Cf. Ap 3,1-5).

 

A la Iglesia de Filadelfia

Habla el SANTO el VERAZ: “aunque tienes poco poder, no has renegado de mi NOMBRE. Has sido paciente y por eso te guardaré de la prueba que vendrá sobre el mundo. Vengo pronto. Mantén con firmeza lo que tienes. Al que venciere lo pondré de columna en el santuario de mi DIOS, y grabaré en él el NOMBRE de mi DIOS y el nombre de la Jerusalén enviada por mi DIOS” (Cf. Ap 3,10-12).

 

A la Iglesia de Laodicea

Habla el AMÉN, el TESTIGO: “conozco tu conducta, no eres ni frío ni caliente y por eso voy a vomitarte de mi boca Dices que eres rico, pero eres un desgraciado. Te aconsejo que te compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas, y vestidos blancos para que te cubras. A los que amo, los reprendo y corrijo. Arrepiéntete, mira que estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre, entraré y cenaremos juntos. Al vencedor le concederé sentarse CONMIGO en mi trono como YO también vencí y me senté con mi PADRE en su trono” (Cf. Ap 3,15-21).

Después de este esquemático recorrido por las cartas a las “Siete Iglesias” extraemos algunas conclusiones: la vida del cristiano está dentro de las tensiones sociales de todo género, la Gracia que viene por la victoria de JESUCRISTO nos asiste en una lucha sin cuartel contra las fuerzas del Mal. Las armas de la lucha no son otras que la Fe, la Esperanza y la Caridad, como virtudes infusas o carismas al servicio de la comunidad. No pueden faltar dones como el discernimiento o los distintos dones del ESPÍRITU SANTO. El ejemplo de JESUCRISTO como Siervo de YAHVEH será el modelo en el que el cristiano se ha de inspirar en cada paso del camino. El objetivo último queda señalado al final de las cartas y va dirigido al vencedor en singular, pero la llamada es para todos los miembros de la comunidad y la Iglesia en su conjunto. Veamos en cada una de las siete promesas de victoria la diversidad en los modos de estar en la eternidad. Al mismo tiempo las distintas promesas de victoria las entendemos en mutua relación entre sí, pues el número de siete resalta la perfección de la obra. Por tanto, la victoria final mantiene siete prerrogativas que debemos considerar para nuestra visión de las realidades últimas en el Cielo.

 

¡Quién como DIOS!

En cualquier ocasión el grito clamoroso de ¡quién como DIOS! es revelador. El nombre de Miguel dado al arcángel del libro de Daniel sostiene este significado con especial intención. Miguel estará siempre en el momento que sea necesario hacer presente con poder el Nombre de DIOS. En el Apocalipsis, Miguel y sus Ángeles expulsan del área celeste a Satanás y sus secuaces y los precipitan al abismo. La contienda no precisa de armas sofisticadas, sino de la firmeza espiritual de unas virtudes que operan como barreras irresistibles a la seducción  satánica. En el Cielo se estableció una gran batalla, porque ante el signo que estaba apareciendo, Lucifer y los suyos se pronunciaron negativamente al servicio y la adoración (Cf. Hb 1,6; Ap 12,7). Se le ha permitido a Satanás perseguir a la Iglesia, aunque sabe que le queda poco tiempo (Cf. Ap 12,12). El grito de Miguel, ¡Quién como DIOS! No es soportable para Satanás, pero ese grito es nuestra victoria. Este hecho es el que nos acerca a Daniel.

 

En aquel tiempo

Esta es una fórmula introductoria de una revelación para cualquier época, que parte de un tiempo real pero poco preciso, porque su objetivo no es ofrecer un dato histórico sino tomar importancia en el presente de cada época. Así el texto de Daniel nos dice: ”en aquel tiempo surgirá Miguel, el gran Príncipe que defiende a los hijos de tu  Pueblo. Será aquel un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces” (Cf.  Dn 12,1). Aunque la acción del libro de Daniel se enmarca en el tiempo del Pueblo de Israel en Babilonia (S. VI a.C.); sin embargo sus destinatarios pertenecen a los judíos del siglo segundo que el rey Antioco IV Epifanes, de la dinastía Seléucida, heredera de una parte del imperio de Alejandro, pretende ahora imponer las costumbres griegas y paganas. Los dominadores quieren sustituir las tradiciones judías por costumbres griegas y para ello van a intentar erradicar las prácticas religiosas en el Templo. La reacción de Judas Macabeo y de un grupo amplio formó la resistencia frente al poder seléucida. El grito de Miguel, ¡Quién como DIOS! volvió a oírse y los judíos pudieron mantener sus tradiciones religiosas en medio de dificultades, y la lucha les hizo posible mantener la identidad. En el año sesenta y cinco vendrían los romanos a dominar la región, pero como bien sabemos, el Imperio admitía los cultos propios en función del orden social, que favoreciese el sometimiento y el cobro de impuestos, que con todas las reticencias los judíos cumplían. En tiempos de los Macabeos resonó con fuerza el grito de Miguel: ¡Quién como DIOS!, y la historia siguió hasta otro  tiempo en el que se escuchó con registros diferentes. Ese tiempo será la gran convulsión del año setenta (d.C.), y para entonces la consecuencia será la universalización del Mensaje cristiano.

 

Primera referencia a la resurrección de los muertos

“En aquel tiempo se salvará tu Pueblo, todos los que se encuentren inscritos en el Libro. Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán: unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno” (Cf. Dn 12,1b-2). La revelación sobre la Resurrección se va desvelando paulatinamente. El horizonte de la Resurrección para Daniel está al final de los tiempos cuando todo esté consumado, porque la observación de las cosas y del mundo en general da como resultado que todo está sometido a la caducidad. Lo que existe en este mundo un día deja de estar; sin embargo el hombre presenta cierta singularidad al poseer el hálito divino que de suyo es indestructible. ¿Sólo va a pervivir el hálito insuflado por DIOS en el hombre, si éste es un ser animado, y por tanto una unidad indisoluble como tal criatura? Por tanto, en el fondo de los planes de DIOS no podía estar la desaparición del cuerpo físico, que da una identidad y personalidad específica al ser humano. Nuestras conclusiones modernas sobre el hombre fueron claras para el autor sagrado del libro de Daniel. La revelación sobre la Resurrección en este libro deberá ser completada a la luz de lo revelado en el Nuevo Testamento. Comprobamos pues que el conocimiento bíblico de las cosas de DIOS no es un gnosticismo, sino un conocimiento progresivo que DIOS va ofreciendo según las posibilidades humanas. La persona por muy espiritual que sea no puede elevarse por encima de lo dado por DIOS en ese momento a los hombres. Al mismo tiempo, el libro de Daniel mantiene una continuidad con lo recogido en los escritos del Nuevo Testamento.

 

El destino de los hombres buenos

“Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñan la justicia a la multitud brillarán como las estrellas por toda la eternidad” (Cf. Dn 12,3). El mundo trascendente es  percibido como un cosmos de luz espiritual y los astros físicos sirven de símbolo o metáfora de la realidad que se oculta tras el velo de este mundo. La grandeza de un cosmos físico que se percibe a simple vista sirve para imaginar la grandeza de DIOS y de los mundos reservados a los que eternamente estarán con ÉL en la Resurrección. Una suerte desgraciada para los que tengan como destino el abismo, pero el autor bíblico no se aparta de la consecuencia lógica de la existencia de los dos caminos expuestos a lo largo de todas las Escrituras. La elección del bien conduce a la vida y permanecerá la inscripción en el Libro de la Vida; la elección del mal sigue el curso de la  muerte, que inexorablemente termina en el abismo por propia decisión. El grito de Miguel, ¡Quién como DIOS!,  encuentra el siniestro grito opositor de ¡no sirvo a DIOS!, que es el grito de Lucifer, que se repica y amplifica por todos los que deciden adherirse a las propuestas de la muerte.

 

Apocalipsis de san Marcos

Los versículos del evangelio de hoy están tomados del capítulo trece del evangelio de Marcos, que propone palabras de JESÚS sobre los últimos tiempos. Tres planos se van  considerando a lo largo del capítulo de los que no podemos prescindir: el Templo y su destrucción, las tribulaciones de cada tiempo histórico y la revelación del SEÑOR en el momento final. Hemos  de ejercitar con este tipo de pasajes una lectura en suspensión; es decir, sin dar por acabada cualquier conclusión, pues cada línea seguida depende de las anteriores y lo que en ellas podamos encontrar. Por otra parte un examen de este tipo tiende a la consideración del conjunto de aspectos, que con apariencia de parcialidad van desprendiéndose de la lectura del texto. De cierta manera es un gran puzzle que el ESPÍRITU SANTO debe componer de acuerdo a nuestro momento vital. Las aparentes contradicciones del texto son en realidad el juego de paradojas con las que se expresa el estilo apocalíptico. Estamos ante un tipo de lenguaje profético, que se está cumpliendo en el presente; por tanto la lectura debe realizarse de modo sapiencial. El sabio no es el que todo lo sabe, sino aquel que espera que la sabiduría llegue con una clave, una verdad o un conocimiento que se intuye como cierto. El lenguaje apocalíptico que contiene nuestra Biblia no está herméticamente cerrado, pues se ofrece para ser leído junto con los signos propios de cada época. Por todo lo anterior, nadie debe presentarse como intérprete autorizado de una Palabra que se reserva su misterio aunque ofrezca sabiduría suficiente para consolar o fortalecer el ánimo de los cristianos en los tiempos de tribulación.

 

El Templo

Los judíos de los tiempos de JESÚS gozaban de la construcción más grandiosa del Imperio: el Templo. Cuando salieron de allí uno de los discípulos le hace caer en la cuenta a JESÚS de la grandiosidad de aquella construcción reformada por Herodes el Grande, y continuada hasta el tiempo mismo de la guerra contra Roma en el año sesenta y siete. JESÚS dice al discípulo: “De todo esto no quedará piedra sobre piedra” (Cf Mc 13,2). Pedro, Santiago, Juan y Andrés fueron a preguntarle “cuándo iba a ocurrir tal cosa” (v. 4). Como en otras ocasiones, JESÚS no ofrece fechas cerradas, porque todo se mueve dentro de una conjunción de libertades: la de DIOS y la de los hombres. Pero JESÚS advierte de los que vendrán usurpando su nombre después que ÉL no esté. Ciertamente, en los cuarenta años posteriores, antes de la destrucción del Templo aparecieron en Palestina distintos líderes iluminados arrogándose prerrogativas mesiánicas de tipo político que acabaron en desgracia, y podrían haber confundido y arrastrado a miembros de las comunidades cristianas:”mirad que no os engañe nadie; vendrán muchos usurpando mi Nombre, diciendo YO SOY” (v.6).

 

Guerras, terremotos y hambre

La tríada anterior estará presente en cada época a lo largo de la historia de los hombres. Para muchos la situación creada por las guerras o los desastres naturales tendrá unos tintes apocalípticos, dando la impresión que todo se acaba. Cuando por un terremoto, todo se pierde en segundos, o por causa de una guerra se van padeciendo todo tipo de males por un tiempo prolongado, la sensación de término es inevitable. Pero JESÚS advierte que tales sucesos no representan el fin.

 

La persecución a los discípulos

Los propios seguidores de JESÚS se verán perseguidos y algunos creerán que el tiempo final está ahí, pero es un espejismo, pues el Evangelio tiene que ser llevado a todas las naciones.  Algunos grupos confunden la persecución a los cristianos con la apostasía generalizada, que esgrimen como signo inequívoco del final de los tiempos. No faltan grupos en estos momentos que concluyen de esa forma. Es necesario tomar distancia de los propios acontecimientos en un contexto más amplio.

 

La abominación de la desolación

JESÚS vuelve de nuevo la mirada al Templo para adelantar un acontecimiento significativo que algunos de los discípulos verán. Será desolador comprobar como en los tiempos de los Macabeos que la impiedad toma el mando del Templo. En su momento se intentó implantar una imagen de Calígula en el Templo de Jerusalén, pero al final se desistió por temor a la reacción del Pueblo. Pero de otra forma la impiedad ya se había instalado en el Templo y dio muerte a JESÚS. JESÚS ofrece unos consejos: “el que esté en el terrado, que no baje a recoger algo de su casa; el que esté por el campo, que no regrese a su casa por el manto. Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días. Orad para que no suceda en invierno” (v.16-18). La destrucción de Jerusalén y el Templo volverá a ser una gran desgracia para los judíos, sin embargo para los cristianos representará la oportunidad forzosa de expandir el Mensaje del Evangelio por todas las naciones, según el mandato del SEÑOR.

 

El tiempo definitivo

“Después de aquellos días de la gran tribulación, el sol se oscurecerá; la Luna no dará su resplandor; las estrellas irán cayendo del cielo y las fuerzas que están en los cielos se verán sacudidas” (v.24-25). Acontecimientos religiosos, sociales de guerras, y hambres, mantendrán  su presencia con más o menos rigor a lo largo de la historia. Pero ahora a todo lo anterior se sumará, como el cierre del telón de la historia, el cataclismo cósmico. El Sol y la Luna no son divinos y un día se destruirán; las estrellas dejarán de ofrecer su luz porque también tienen su tiempo y eso nos lo acredita la ciencia actual. Pero la vida calculada para el sol en estos momentos está en diez mil millones de años, que haría posible la existencia del hombre en el planeta, salvo otro tipo de eventualidades.

 

La Segunda Venida

“Entonces verán al Hijo del hombre venir entre nubes con gran poder y gloria” (v.26). El recurso a las nubes del cielo está en función del misterio, lo que aclara la condición espiritual del fenómeno, pues el SEÑOR viene en poder y gloria. Es el mismo Hijo de hombre, JESÚS que mantiene la misma identidad, pero el efecto de su venida y presencia es distinto al momento presente en el que JESÚS ofrece la profecía a sus discípulos: “la Segunda Venida del SEÑOR no estará relacionada con el pecado” (Cf. Hb 9,28). Todos verán la Segunda Venida, por lo que  trasciende las condiciones físicas de una localización concreta.

 

Acompañado de sus Ángeles

“Enviará a sus Ángeles que recogerán de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del Cielo” (v.28). El tiempo de las persecuciones para llevar el Evangelio ha pasado, y los Ángeles irán colaborando estrechamente con el SEÑOR en la acción última de vuelta de la humanidad a la Casa del PADRE. Esta acción tiene un carácter universal: “de los cuatro vientos”, nada queda sin recoger para el SEÑOR. Llegó la hora en la que se separarán para siempre el trigo y la  cizaña (Cf. Mt 13,30) Como en la liberación de Lot (Cf. Gen 19,15) los Ángeles tendrán un papel principal en la liberación de los elegidos, y su rescate para el Cielo. San Pablo afirma en Tesalonicenses, que “en aquel día no todos morirán, sino que los que aún queden serán arrebatados con CRISTO en el aire” (Cf. 1Tes 4,17). La Segunda Venida en su último acto, llevará a término la gran transformación de todo y de todos los hombres.

 

La metáfora de la higuera

“De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca” (v.28). Incluso la misteriosa Segunda Venida en su último acto va a ser reconocida por los signos de los tiempos, por lo que el discípulo debe ser observador y detectar los tiempos en los que DIOS actúa de distinta manera. Las venidas intermedias del SEÑOR, a las que a lo largo de la Historia estamos asistiendo, podrían analizarse con los signos dados por las guerras, y catástrofes naturales; pero también debemos tener en cuenta las acciones de la Gracia que en medio de todas las dificultades tienen lugar. A medida que vayamos avanzando en el tiempo, para el momento final, el SEÑOR nos ofrece la imagen  amable de la higuera que en primavera promete sus frutos. Pareciera que prescribe el conjunto de catástrofes para señalar las venidas intermedias dadas en Gracia por el SEÑOR para cada uno en particular y la humanidad en general. La humanidad siguió adelante después del Diluvio y de la destrucción de Sodoma y Gomorra. La caída del Imperio Romano dio lugar a otra fase de la Historia, y las invasiones musulmanas no acabaron con la Cristiandad. Las fracturas religiosas, las guerras de religión y las últimas guerras mundiales no han detenido el curso de nuestra Historia. Todos estos acontecimientos dolorosos vienen con acciones de la Gracia que siendo misteriosas mantienen la tensión del número de creyentes suficientes para que la humanidad se sostenga. No se prevé próximo el “último acto” del drama humano, en el que los cristianos afirmamos rotundamente que la victoria en la tierra es de JESUCRISTO, el HIJO de DIOS, que murió y resucitó por todos los hombres. El hombre puede comprometer la vida de sus semejantes con carácter parcial, pero el éxito final ha quedado en manos de DIOS por la victoria de JESÚS en la Cruz. Las palabras de la VIRGEN en Fatima lo dijeron de otra manera: “Mi Inmaculado Corazón triunfará”. DIOS ofrecerá los brotes verdes de una humanidad pacificada por la acción del ESPÍRITU SANTO, que verá con alegría la proximidad de su SEÑOR.

 

La generación

“YO os aseguro que no pasará esta generación, sin que todo esto suceda” (v.30). Por otra parte, JESÚS afirma que sólo el PADRE conoce los tiempos, pero JESÚS parece adelantar un momento: esta generación. Sabemos que el valor dado a la generación no es unívoco. La destrucción de Jerusalén y el Templo, en verdad estuvo dentro del margen de tiempo de una generación. Pero una generación puede referirse al tiempo completo de la estancia de la humanidad en este planeta.

 

Para desentrañar

“El Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (v.31). JESÚS muestra en esta expresión su condición de VERBO eterno de DIOS, y el Mensaje ofrecido, incluido su discurso apocalíptico, es lo suficientemente enigmático y misterioso como para ser indagado a lo largo de los tiempos, pues está sustentado sobre su misma Palabra que es eterna. Lo que en el Mensaje de JESÚS se dice no está al capricho de las modas caducas, sino que ofrece la roca sólida en la que las construcciones personales se deben cimentar.

 

Carta a los Hebreos 10,11-14.18

Este capítulo diez de la carta a los Hebreos centra la doctrina en torno al perdón de los pecados. Con los sacrificios repetidos se recuerdan los pecados, porque todavía están pendientes (v.3), pues es imposible que la sangre de machos cabríos borre pecados (v.4).  Esta impotencia y esterilidad espiritual fue resuelta por el HIJO de DIOS entrando en el mundo: “sacrificios y ofrendas no te han satisfecho; y, entonces, me has formado un cuerpo; y aquí estoy, oh DIOS, para hacer tu voluntad” (v. 6-7). El pecado comienza a retroceder del campo del mundo por el abajamiento y Encarnación del HIJO de DIOS. Es la obediencia inicialmente el mayor sacrificio de holocausto que a DIOS se le podía ofrecer. Quien podía realizar una vida de obediencia perfecta era AQUEL que disponía de la correcta comunicación con DIOS. El VERBO de DIOS, que estaba desde siempre junto a ÉL, conocía su voluntad en perfección y estaba resuelto a realizarla. La desobediencia inicial empezaba a ser expiada o reparada, aunque la rebeldía humana extremase la obediencia del HIJO hasta la Cruz. Este sacrificio único e irrepetible fue aceptado por el PADRE como reparación definitiva del pecado de los hombres.

 

Sacrificios inútiles

“Ciertamente, todo sacerdote está en pie día tras día oficiando y ofreciendo reiteradamente los mismos sacrificios, que nunca pueden borrar los pecados” (v.11). El pecado tenía cerrado el Cielo y todas las gracias espirituales y celestiales destinadas a los hombres. El pecado tenía que ser borrado y amnistiado: DIOS había prometido olvidarse del pecado que los hombres no podíamos borrar con los sacrificios de animales. Esa sangre fue inútil como remedio de nuestros males. La consideración de estos extremos debiera llevarnos al agradecimiento más hondo y sincero, si es que alcanzamos a calibrar los efectos, hondura y gravedad del pecado como apartamento voluntario de DIOS, que nos ha dado la existencia y nos llama desde siempre a una comunión de Amor con ÉL.

 

JESÚS tiene todo el poder

“Habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio se sentó a la diestra de DIOS para siempre; esperando que sus enemigos sean puesto como estrado de sus pies” (v.12-13). El pecado mata, porque es agente directo de muerte. El pecado encierra a los espíritus en la oscuridad y los priva de la libertad de los hijos de DIOS. El pecado altera todo el universo de Verdad, Bondad, Belleza y Amor dispuesto por DIOS en toda su Creación. La batalla de JESÚS tenía que centrarse en el plano espiritual de forma neta y obtener el éxito deseado para la redención de los hombres. Ahora el SEÑOR está a la diestra del poder de DIOS, esperando el avance de la Gracia que vaya desalojando el dominio de Satanás, hasta ponerlo todo bajo el señorío de DIOS. Todo puede quedar renovado por el único sacrificio del HIJO que consigue la justificación de todos los que se acogen a la eficacia de ese sacrificio. El perdón del pecado no es sólo un acto judicial o de juicio externo, sino la renovación radical de las cosas, de las personas y el establecimiento de una Nueva Alianza de fraternidad, entendimiento y colaboración entre el Cielo y el mundo de los hombres en el estado presente. Así reza en el himno de la carta a los Colosenses: “la paz entre el cielo y la tierra queda establecida por la sangre de la Cruz de JESÚS” (Cf. Col 1,20).

 

JESUCRISTO es el único SALVADOR

“Donde hay remisión del pecado ya no hay más oblación por el pecado” (v.18). JESÚS es el único SALVADOR porque nadie ha podido realizar ante DIOS una ofrenda de SÍ mismo como la verificó ÉL por todos los hombres. Desde los comienzos del Cristianismo se han expandido  versiones de los hechos redentores enturbiados con falsedades y fantasías. El objetivo entonces y ahora es devaluar y anular el hecho redentor de la vida, muerte y Resurrección de JESÚS. Al hacerlo el hombre cierra la auténtica salida existencial que le da opción a la trascendencia. El pecado existe y el único que puede perdonarlos es JESÚS de Nazaret, el HIJO de DIOS.

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