A ustedes los llamo amigos

- VI º Domingo de Pascua -

Del santo Evangelio según san Juan:  15, 9 – 17

         En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena.

         Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre.

         No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros.

Palabra del Señor.        R. Gloria a ti, Señor Jesús.

COMENTARIO: 

  1. El tiempo de Pascua, 50 días, es el más largo de los tiempo litúrgicos. Si en la Cuaresma nos preparamos para celebrar el Triduo Pascual (jueves-viernes-sábado santos y el Domingo de Pascua), en el tiempo Pascual, a partir precisamente del Día del Triunfo del Señor (el domingo de Resurrección) se desborda el gozo de la Iglesia, pues celebramos la Victoria de Cristo sobre la muerte, el pecado, la condenación, sobre el diablo: absoluta victoria del Señor. Por ello, con entusiasmo sigamos disfrutando de este tiempo que nos refuerza en nuestra fe, y nos da la convicción de que el Triunfo del Señor, y por ende, nuestra fe, son verdaderos. Veamos el alimento del Evangelio en este domingo.
  2. En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor: La dimensión a la que nos eleva nuestra fe, es simplemente inaudita: participar del mismo amor del Padre y del Hijo, y por ende, del Espíritu Santo. Si no fuera Palabra y promesa de Cristo, ni siquiera lo imaginaríamos. Participar, a nuestro modo de creaturas, del mismo amor divino. Pero eso es la realidad, por ello no hay contemplación que nos alcance para valorar este don divino.
  3. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena: Obras son amores, y no buenas razones, reza nuestro dicho popular; el verdadero amor del que nos habla Cristo presupone la verdad y sinceridad de las obras; para permanecer en el amor de Cristo es necesario obedecer sus mandamientos; y Jesús es el modelo divino de esto, pues permanece en el amor del Padre, cumpliendo su voluntad. A continuación habla de una alegría, pero no de una alegría al estilo del mundo, de bullicio y superficialidad, sino una alegría que nos lleva a una plenitud.
  4. “Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado Éste es el llamado mandamiento nuevo, y nos preguntaremos ¿por qué? ¿si ya desde el Antiguo Testamento Dios mandó que amáramos a nuestro prójimo como a nosotros mismos?; pero el mandamiento nuevo, y ello es una diferencia infinita, del tamaño de la diferencia entre lo humano y lo divino, no nos propone la medida de amar al prójimo como a sí mismo; en esta medida había una cierta dificultad, pero estaba todavía en nuestro horizonte humano; cuando Cristo nos propone amar al prójimo como Él mismo lo ama, entramos al ámbito del amor divino, que todo lo supera; este mandamiento nuevo sólo lo podemos obedecer confiados en la gracia de Cristo, la misma gracia que nos hace perdonar de corazón al prójimo, pues esto no sería posible si no estamos movidos e inspirados por la gracia y por la fe.
  5. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos: Nuevamente somos transportados a una dimensión del amor de Dios, fuera del alcance de lo humano; es como si Jesús nos dijera: a tal grado los amo, que en cumplimiento de la voluntad de mi Padre, ofreceré mi vida por salvarlos eternamente a ustedes
  6. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre: La declaración: “Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando, resulta un precio bajo y gozoso para obtener tan grandioso don de ser amigos de Cristo. Y esta elección de Cristo para con nosotros es para siempre: Ya no los llamo siervos a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre; ahora somos amigos de Cristo, con el privilegio de escuchar todas las palabras del Padre que Cristo nos transmite. Es el acabose del amor divino hacia nosotros. Sin que deje de ser tu Dios,  y mi Dios, Ntro. Señor Jesucristo, se declara nuestro amigo; alguno de nosotros ¿podrá dimensionar adecuadamente esta elección de amor de Jesús?
  7. No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca…”: Tan gran don, es obvio que no es producto del esfuerzo humano, sino de la gracia de Dios, que gratuitamente nos otorga esta elección de Cristo. Él es quien nos ha elegido.
  8. “…de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros: Enorme promesa, que pone a prueba nuestra capacidad de fe: el Padre concederá todo lo que pidamos en nombre de Cristo; por supuesto que esto no se refiere a un acto mecánico, del sólo hecho de pronunciar estas palabras, sino de vivirlas: para obtener necesitamos de verdad pedir en el nombre de Cristo, y eso no es una simple fórmula; se debe creer profundamente para pedir en el nombre de Cristo, y para poder realmente obtener.
  9. Nadie como la Virgen Santísima, Madre de Jesús, ha recibido la abundancia de la gracia, de tal manera que San Alfonso María de Ligorio, le llama la omnipotencia suplicante, pues si bien Ella no tiene la omnipotencia divina, lo que le pide a su Santísimo Hijo, lo obtiene: ¡Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios!
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