La oración

Hechos 10,25-26.34-35.44-48 | Salmo 97 | 1Juan 4,7-10 | Juan 15,9-17

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

El Padrenuestro es la oración. JESÚS sintetiza la oración y la vida del cristiano en siete proposiciones y como MAESTRO nos ofrece esa enseñanza. El conocimiento del Padrenuestro no se agota con la memorización de la fórmula, sino que dura toda la vida el aprendizaje del mismo. JESÚS recoge en el Padrenuestro lo que DIOS quiere de cada uno de sus hijos. Adoración, alabanza y acción de gracias emergen del reconocimiento del Padrenuestro, y su contenido está dispuesto para convertirse en un programa de vida. Una vez reconocido a quién se dirige el Padrenuestro, quién nos lo enseña y lo hace posible en el tiempo; entonces, sabemos que hemos recibido un don muy especial por parte de DIOS. Como suele suceder, DIOS no hace alarde de los grandes favores que nos da. El PADRE recibe la adoración, el HIJO la alabanza, y el ESPÍRITU SANTO la acción de gracias por habernos regalado los dones que hacen posible las buenas acciones. Esta correspondencia no es una relación rígida y específica, pues también al HIJO adoramos, y alabamos al PADRE. Con una misma “adoración y gloria” nos dirigimos al ESPÍRITU SANTO; pero no deja de ser útil esquematizar y resaltar algunos matices, que nos ayudan a perfilar y distinguir a las Personas de la TRINIDAD. No se encarnó el PADRE, sino el HIJO, que es consubstancial con el PADRE y el ESPÍRITU SANTO; por tanto, no está de más caer en la cuenta de estas diferencias. Al mismo tiempo que afirmamos la unidad indisoluble dentro de la TRINIDAD. Este es el misterio raíz del que se alimenta nuestra Fe, y nos encontramos de frente cuando rezamos el Padrenuestro.

Desde este mundo

“DIOS está en los Cielo y lo que quiere lo hace” (Cf. Slm 135,6). La voluntad de DIOS está llena de su bondad, y todo lo que DIOS quiere en el Cielo y la tierra es bueno. Así dice JESÚS: “sólo DIOS es bueno” (Cf. Mc 10,18). JESÚS enseña en el Padrenuestro que nosotros desde la tierra hemos de dirigirnos al PADRE, que está en los Cielos; pues dice también el salmista: “la tierra se la ha dado a los hombres” (Cf. Slm 115,16). Desde nuestro mundo oramos y pedimos a DIOS que intervenga en los asuntos que nos conciernen con el fin de no cometer errores, y obrar al margen de su Sabiduría. Pero por encima de cualquier consideración, DIOS quiere ser reconocido. DIOS es trascendente, está en los Cielos, pero no está ausente del mundo salido de sus manos ni de la vida de los hombres. La Escritura nos dice que las huellas de DIOS, desde el pecado, se nos antojan ruido que nos infunde miedo y emprendemos la huida (Cf. Gen 3,9-15). JESÚS busca que recobremos la confianza filial de los orígenes con respecto a DIOS, y nos dirijamos a ÉL como PADRE. El Don del ESPÍRITU SANTO en el corazón del creyente salva la distancia infranqueable entre la tierra y el Cielo, y hace posible la invocación efectiva. Con el Don del ESPÍRITU SANTO en el corazón, el hombre invoca o llama con convicción a DIOS y lo puede hacer en condición de PADRE. Un corazón así está resucitado (Cf. Rm 8,10-16). Fruto de la Resurrección de JESÚS nos llega el ESPÍRITU SANTO y con ÉL la unción para invocar o llamar a DIOS y ser escuchados. Nuestro corazón sale del sepulcro en que se encontraba y renace a una condición espiritual de verdadero hijo de DIOS.

Lo santo o sagrado

“Santificado sea tu Nombre” (Cf. Mt 6,9-13). JESÚS quiere que nos fijemos en la santidad de DIOS como premisa fundamental. La santidad de DIOS comprende todo el bien y perfección, todo el amor y verdad, toda la justicia y compasión. La inmediata cercanía de DIOS por la presencia del ESPÍRITU SANTO no debe confundirnos: DIOS no es cómplice de nuestros caprichos. DIOS es SANTO y nos quiere beneficiar con la implantación de su SANTIDAD en nuestro mundo. Algo se había iniciado en el Antiguo Testamento, pero la verdadera santidad de DIOS en el mundo se hace presente en la persona de JESUCRISTO. La evidencia de esta santidad operativa de DIOS entre nosotros la resaltan los exorcismos que JESÚS realiza. Satanás campaba a sus anchas antes que JESÚS apareciese. A Satanás no le espanta nada que no sea la santidad. Satanás puede con todos y todo lo que no sea santo. Apliquemos lo dicho al momento presente: en la medida que el Poder de JESÚS va desapareciendo la implantación de la mentira y muerte satánica se abre paso; y no vamos a repetir la retahíla de manifestaciones de muerte social a las que nos enfrentamos. Pero advirtamos que todavía hay Poder en el Nombre de JESÚS en este mundo para establecer ámbitos sagrados o santos. En primer lugar las personas que están bautizadas y cultivan de modo adecuado esta fuente de espiritualidad, las personas consagradas -obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos-; los espacios sagrados como templos o lugares de oración o celebración, en los que se reciben los Sacramentos dispuestos en la Iglesia. La santificación del Nombre de DIOS es vital para nuestra vida en todos los órdenes. Esta petición pertenece al segundo precepto del Decálogo, y ahora en nuestros tiempos pasa por la eficacia del Nombre de JESUCRISTO.

El Reino que viene

“Venga a nosotros tu Reino”, porque es siempre un Don que ha de ser enviado y recibido con agradecimiento. Los espacios y ámbitos sagrados están dispuestos para influenciar santamente todas las actividades. En el mundo nos tenemos que santificar, porque es el campo de pruebas para ejercitarnos en toda clase de virtudes. Los diseños científicos, sociales, económicos, humanísticos , filosóficos o ideológicos, en la medida que se alejan de los planes de DIOS, se vuelven contra el hombre mismo que los diseña. Es verdad que la inmensa mayoría sigue los dictados de las élites. Ciertamente la mayoría no tenemos capacidad de decisión ni operativa para salir de los imperativos económicos, políticos y sociales. Las alertas pueden saltar, no obstante, cuando vemos un claro retroceso de los verdaderos valores o principios innegociables: la vida del hombre, la familia y la capacidad de los padres para educar a sus hijos. Las intervenciones y planificaciones dispuestas por las élites sociales y políticas nada tienen que ver con el bien del hombre y los planes de DIOS para nuestro mundo.

¡Hágase!

“Hágase tu Voluntad en la tierra como en el Cielo”, pues de esta forma los hombres nos ponemos en sintonía no sólo con el PADRE, sino con todos los Ángeles y Bienaventurados, que realizan por AMOR la Voluntad del PADRE. La autonomía moral del hombre frente a DIOS es un acto de soberbia, que puede llegar a las cotas más altas, en razón del conocimiento personal. Veamos un hecho conocido. En el año setenta y cuatro de la centuria pasada, un alto dignatario político propone a la nación hegemónica mundial, que si quiere mantener su dominio mundial tiene que promover el crecimiento cero de la población mundial. Bajo esa condición los distintos países productores de materias primas estarían lo suficientemente debilitados para ofrecer resistencia a la hora de ser privados de las mismas. El crecimiento cero de la población mundial se consigue impidiendo que nazcan seres humanos y matando todos los posibles de los existentes. Establecidos los consensos o permisos políticos y sociales para que no nazcan seres humanos, el resto de valores quedarán seriamente afectados y la resistencia a velar por la propia patria, grupo social, familia o existencia personal, quedarán a cero. Este plan se viene reeditando hasta este momento, y la pendiente del empobrecimiento es un hecho, lo mismo que el aumento de la ausencia de nacimientos. El evangelio del cuarto domingo de Pascua nos avisaba del asalariado -el que está a sueldo-, a ese no le preocupan las ovejas y permite que el lobo, robe, mate y destruya (Cf. Jn 10,10-14). Para realizar la Voluntad de DIOS se requiere por nuestra parte un rearme ético o moral según los principios evangélicos. Esta tercera petición del Padrenuestro compromete a tomar partido de forma activa por la causa de DIOS en nuestro mundo: “no todo el que dice, SEÑOR, SEÑOR, entrará en el Reino de los Cielos; sino el que cumple la Voluntad de mi PADRE, que está en los Cielos” (Cf. Mt  7,21). Esta cita se encuentra hacia el final del sermón de la Montaña, en el que JESÚS como Nuevo Moisés establece las cláusulas del Nuevo Pacto de la Alianza que hace posible el Reino de DIOS en medio de nosotros. Así la Divina Voluntad se cumple, porque el envío del HIJO a este mundo es debidamente acogido por los hombres. Lo que el PADRE quiere es que “creamos -aceptemos- al HIJO que ÉL ha enviado” (Cf. Jn 6,29). DIOS quiere un hombre transformado por la Palabra y la Presencia de su HIJO. DIOS quiere un mundo que tenga presente el Evangelio en el fundamento de todas sus iniciativas. La Divina Voluntad del PADRE se define exactamente en el Mensaje que JESÚS nos ha dejado. Cumpliendo las antiguas promesas, el ESPÍRITU SANTO viene en nuestra ayuda para llevarnos a la Verdad completa de las cosas (Cf. Jn 14,26).

En los inicios de la evangelización

El capítulo diez de los Hechos de los Apóstoles narra la conversión del centurión Cornelio con todos los de su casa, y se da inicio así oficialmente a la evangelización de los gentiles. Queda constancia ante la máxima representación de la Iglesia, Pedro, que “DIOS no hace acepción de personas; y en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato” (v. 34-35). El Evangelio está destinado a todos los hombres de todos los tiempos, porque el sacrificio redentor de JESÚS es para todos, y es lo que nos reafirman las Escrituras. El Nuevo Testamento recoge especialmente la predicación de tres apóstoles: san Juan, san Pablo y san Pedro. Es importante la carta de Santiago y el breve escrito de san Judas. La carta a los Hebreos resalta con énfasis el Sacerdocio de CRISTO, que es al mismo tiempo ofrenda propiciatoria por todos los hombres, y no sólo por algunos. Nadie está excluido de la Salvación, porque esa es la Voluntad de DIOS.

Antecedentes de Cornelio

Pedro recibe informes favorables del Centurión Cornelio: “el Centurión Cornelio es un hombre justo y temeroso de DIOS, reconocido como tal por el testimonio de la nación judía, ha recibido el aviso de un Ángel de hacerte venir a su casa y de escucharlo” (v.22). Los avales del Centurión Cornelio difícilmente pueden mejorarse: los propios judíos pueden dar razón de la bondad y rectitud de aquel extranjero, y por si fuera poco el Cielo también se manifiesta a su favor. En distintos lugares, los Ángeles aparecen colaborando con los evangelizadores para llevar el Mensaje a las gentes. Los primeros capítulos del libro de los Hechos narran distintos episodios, en los que los Ángeles toman partido y de modo especial en relación con Pedro. Esta relación debe entenderse en sentido amplio para toda la Iglesia, que encuentra en Pedro el primero dentro del grupo apostólico. Toda la Iglesia debe considerar la colaboración de los Santos Ángeles en todas sus iniciativas, pues a ellos también les importa e incumbe la marcha de la Iglesia en este mundo como declara la carta a los colosenses: “ÉL es la Cabeza de todo Principado y de toda Potestad” (Cf. Col 2,10). La misma carta a los Colosenses nos dice que “todo queda pacificado y reconciliado, lo que hay en los Cielos y en la tierra, por la sangre de su Cruz” (Cf. Col 1,20). Para los Ángeles también es un misterio el abajamiento del SEÑOR que termina en la Cruz; y desde entonces de forma especial “los Ángeles estarán en nuestro camino para ayudarnos a heredar la Salvación” (Cf. Hb 1,14).

Un gran acontecimiento

Cornelio prepara la llegada de san Pedro en compañía de su familia y algunos amigos cercanos: ”Cornelio estaba esperando a Pedro y sus acompañantes. En casa de Cornelio estaban reunidos sus parientes y amigos íntimos” (v.24). La Fe del centurión Cornelio era conocida por su familia y los amigos próximos, que después de escuchar a san Pedro recibirán también el don del ESPÍRITU SANTO (v.44). Esto nos indica que los presentes tenían conocimiento de las obras y predicación de JESÚS. Para el centurión romano, la actividad misionera de JESÚS en su momento no pudo pasar desapercibida. El eco de las predicaciones y palabras de JESÚS fueron las catequesis preparatorias que allanaron el camino a la conversión. Aquel romano se levantó del panteón politeísta y empezó a dar culto al verdadero DIOS con oraciones y limosnas que fueron escuchadas por el SEÑOR. Cornelio como centurión tenía un cierto rango social y un prestigio, que favoreció la trasmisión de la Fe a otras personas, que en ese momento lo estaban acompañando.

Enseñanza práctica

Los discípulos de JESÚS lo siguieron durante tres años: escucharon sus enseñanzas, les instruyó en privado, vieron las señales que acompañaban la predicación y se mantuvieron muy cerca de ÉL con una estrecha convivencia. Pero no todo estaba aprendido por parte de aquellos seguidores, ni JESÚS pretendió agotar la enseñanza en el corto intervalo de tres años. San Pedro, que aparece nombrado el primero en todas las listas de los Apóstoles, reconoce que estaba recibiendo una enseñanza de máxima importancia: “verdaderamente comprendo que el SEÑOR no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato” (v. 34b-35) Se estaba abriendo el debate dentro de la Iglesia madre de Jerusalén sobre la admisión de los gentiles a la Fe en JESUCRISTO. La cosa iba a llevar su tiempo, y por el camino se producirían tensiones internas en las comunidades. El modo de admitir a los gentiles daría lugar al Concilio de Jerusalén, en el que se darán unas pautas, que facilitará la entrada a todos aquellos llamados por el SEÑOR.

Efecto de la predicación

“Estaba Pedro diciendo estas cosas, cuando el ESPÍRITU SANTO cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra” (v. 44). La primera lectura de este domingo extrae unos versículos del capítulo diez y omite el contenido de la Predicación ofrecida por Pedro. Sabemos que el texto sagrado recoge las líneas de fuerza de la predicación, y éstas son esenciales para determinar qué es lo que hace efectiva la predicación, para que el ESPÍRITU SANTO esté dispuesto a manifestarse en el auditorio congregado. No sólo hay que fijar las verdades a predicar, sino ordenarlas en un discurso ungido y coherente. Tiene que verse implicado el que predica en la propia predicación. En cierta medida el predicador tiene que aparecer como testigo fiable en un grado suficiente. Un predicador no es un reproductor al modo de un dispositivo sonoro. Pedro había hecho mención a la predicación de JESÚS en Galilea y propuesto con claridad el kerigma: la muerte y Resurrección de JESÚS para el perdón de los pecados. La victoria de JESÚS en la Resurrección valida la predicación, y de la Resurrección él y sus compañeros son testigos que comieron y compartieron mesa con ÉL después de su muerte. JESÚS está vivo y en su Nombre se predica el perdón de los pecados. Por la predicación, el ESPÍRITU SANTO entra en cada uno de los presentes con el mismo ímpetu que lo hizo en Pentecostés, y ese nuevo acontecimiento sorprende a Pedro, a sus acompañantes y a los receptores de aquella acción extraordinaria. Esto que nos cuenta el libro de Hechos debiera servir para evaluar las homilías de los predicadores. Si homilía tras homilía no pasa nada en los que allí están, supuestamente bien dispuestos, entonces hay que revisar cómo se está procediendo. Cuidado con las homilías de ocho o diez minutos, que probablemente baste con uno o dos minutos. Si el predicador no encuentra el nervio del discurso puede terminar cuanto antes; pero si nota que el argumento es coherente, responde al Mensaje encerrado en las lecturas y siente la unción del ESPÍRITU SANTO, entonces los presentes no le dirán que su homilía ha sido larga, sino que les ha llegado al corazón y al entendimiento. Lo aburrido es no decir nada.

Sorpresa de los creyentes viejos

“Los fieles circuncisos, que habían venido con Pedro quedaron atónitos al ver que el don del ESPÍRITU SANTO había sido derramado también sobre los gentiles” (v.45). La marca en la carne de la circuncisión representaba para el fiel judío la obligación de aceptar toda la Ley y cumplirla. La circuncisión se exigía como un signo físico de pertenencia al Pueblo elegido, pues los incircuncisos no podían comer la Pascua o participar de los ritos propios del Templo. En el estado de cosas de la Nueva Alianza, la circuncisión no tiene relevancia alguna, aunque este asunto va a necesitar más testimonios, debates y exposiciones repetidas de los hechos acaecidos en medio de los gentiles, aún después de haberse celebrado el Concilio de Jerusalén donde se trató el asunto con cierto detalle. El ESPÍRITU SANTO no avalará nada que esté en contra de los principios evangélicos, la sana doctrina, la autoridad legítima de la Iglesia o aquellas manifestaciones religiosas acreditadas dentro de la tradición de la Iglesia; pero tenemos católicos en la actualidad que no admiten verdaderas manifestaciones del ESPÍRITU SANTO, que dan como fruto la conversión, la consolación espiritual, la sanación interior y la perseverancia en la Fe. Para algunos el ESPÍRITU SANTO sólo entiende el latín cuando en Pentecostés “cada uno comprendía las maravillas de DIOS, que los Apóstoles proclamaban, en su propia lengua” (Cf. Hch 2,8-10) La capacidad de sorpresa en los creyentes viejos es también una gracia del ESPÍRITU SANTO. Decía JESÚS: “si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Cf. Mt 18,3). Cuando una persona con años de trayectoria religiosa, habituada al recogimiento inexpresivo, un día descubre la alabanza expresiva y gestual, y se deja llevar por ella es que esta en la corriente del ESPÍRITU SANTO para aceptar algo que pertenece al legado vivo de la Revelación. El resultado interior para esa persona sorprendida por la alabanza de las maravillas del SEÑOR es la paz y la alegría interior; y eso no es una pose externa. A los que estaban en casa de Cornelio “les oían hablar en lenguas y glorificar a DIOS” (v. 46). El don de lenguas es un modo de oración en el que las palabras dejan su lugar a una expresión preconceptual similar a un tarareo, como dice san Agustín, que puede estar apoyado en una entonación musical espontánea. Si la línea musical fuese acompañada de conceptos o palabras inteligibles, entonces estaríamos ante un canto inspirado. En la oración en lenguas -glosolalia- ora nuestro espíritu y sus efectos son la paz y la alegría interior; pero nuestra mente no se beneficia de enseñanza alguna. Sobre este asunto, san Pablo trata con cierta extensión en el capítulo catorce de la primera carta a los Corintios. Es lógico que después de escuchar la predicación de san Pedro, que traía la Salvación a todos los de aquella familia y amigos reunidos, prorrumpieran en alabanzas glorificando al SEÑOR por su gran Misericordia. Aquellos daban muestras fehacientes de valorar lo que estaban recibiendo. Vemos normal que las cosas del mundo nos alegren y arranquen una sonrisa, pero no así con lo que nos viene de DIOS. Deberíamos buscar las formas que nos permitan alegrarnos con DIOS.

El Bautismo

San Pedro plantea una pregunta retórica, que parece dirigida a los que habían ido con él desde Joppe: “¿a caso se puede negar el agua del Bautismo a estos que han recibido el ESPÍRITU SANTO como nosotros? (v. 47) A partir de aquel momento la casa de Cornelio se convertía en verdadera Iglesia de carácter doméstico. El Sacramento del Bautismo representa la puerta de entrada en el grupo de los creyentes, o Iglesia del SEÑOR. No viene mal examinar los tiempos en los que el ESPÍRITU SANTO interviene. La eficacia de los Sacramentos, y de modo especial el Bautismo, no tenemos duda que está en la intervención del ESPÍRITU SANTO; pero aquí nos muestra cómo aparece en la preparación creando las mejores condiciones mediante las gracias que se van concediendo. La glosolalia y la profecía son percibidas como signos de una presencia muy especial del ESPÍRITU SANTO en el corazón de los reunidos. El carácter indeleble del Sacramento del Bautismo representa la marca espiritual, que acompaña al hombre. Pedro a instancias de Cornelio y su familia prolongará su estancia unos días, llevando a cabo el mandato de JESÚS: “enseñándoles a guardar todo lo que YO os he mandado” (Cf. Mt  28,19). El ESPÍRITU SANTO incluye de por vida a todos los bautizados: “el ESPÍRITU vendrá, os recordará lo que os he dicho y conducirá a la Verdad completa” (Cf. Jn 14,26).

En el Nombre de JESUCRISTO

“Pedro mandó que fueran bautizados en el Nombre de JESUCRISTO; entonces le pidieron que se quedara algunos días” (v.48). Podemos considerar a los acompañantes de Pedro como verdaderos diáconos, al estilo de Felipe que después de instruir al etíope, ministro eunuco de Candaces lo bautizó (Cf. Hch 8,36-38). Pedro manda que sean bautizados los allí reunidos, dando al acto un sentido eclesial. La TRINIDAD llega a nuestros corazones por medio de JESUCRISTO, que nos hace partícipes de la Nueva Humanidad. Grandes acontecimientos sucedieron en aquella casa convertida ahora en Iglesia o congregación de cristianos. Algunas pautas para el futuro tendría que aportar el magisterio de Pedro a los recién iniciados. En la medida de lo posible también la casa de Cornelio con sus integrantes necesitaba de los cuatro pilares de la vida cristiana: “la enseñanza de los Apóstoles, la Fracción del Pan; la comunión y las oraciones” (Cf. Hch 2,42).

Amados por DIOS

Continuamos este domingo meditando el capítulo quince del evangelio de san Juan. La Nueva Vida del hombre y del mundo está en JESUCRISTO: ÉL es la Vid verdadera. DIOS nos ha puesto en la existencia por puro Amor, sin que nosotros le podamos aportar o añadir nada a lo que ÉL es. El desbordamiento de su Amor nos lo manifiesta en el envío de su HIJO, que viene a salvarnos, y la aplicación en cada persona por parte del ESPÍRITU SANTO, de lo que JESÚS adquirió para todos nosotros. La fuente de la Nueva Vida se encuentra en la TRINIDAD, que se ha acercado a nosotros de forma totalmente inesperada, misteriosa y sobrecogedora cuando se contempla el abajamiento del HIJO, que trae el encargo de revelarnos ese AMOR incondicional. Nos dice JESÚS: “como el PADRE me amó, YO también os he amado a vosotros. Permaneced en MÍ” (v.9). Todo el AMOR que tiene el PADRE se lo entrega al HIJO; y lo mismo hace el HIJO con respecto al PADRE. JESÚS nos revela que este AMOR eterno es el ESPÍRITU SANTO que procede de ambos y los tres forman una perfecta unidad del todo misteriosa, que será objeto de experiencia continua para siempre por nuestra parte. Esta es la Vida Eterna: un continuo estado de contemplación de DIOS que es AMOR (Cf. 1Jn 4,8). JESÚS trata de persuadirnos a “permanecer” en su Presencia, fieles a su Mensaje fortaleciéndonos en toda clase de pruebas.

Algunos mandamientos

“Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi Amor como YO he guardado los mandamientos de mi PADRE y permanezco en su AMOR” (v.10). La carta a los Hebreos señala que el HIJO cuando entra en el mundo lo hace en la misma clave que reza el Salmo treinta y nueve: “los sacrificios y holocaustos no te han satisfecho; y TÚ, oh DIOS, me has preparado un cuerpo, y aquí estoy para hacer tu voluntad” (Cf. Slm 40,7-9; Hb 10,5ss). JESÚS se mantiene en el anonimato de la vida oculta, hasta que recibe la moción del momento para realizar la misión. La misión de JESÚS es expiatoria en la línea del siervo de YAHVEH. Entendemos que los tiempos dedicados por JESÚS a la oración y diálogo con el PADRE, están destinados a mantenerse dentro de los pasos que el PADRE le va marcando. JESÚS no tiene necesidad de recordar los Diez Mandamientos, porque en ÉL no pesa la concupiscencia, pero su humanidad tiene que renovarse en el AMOR del PADRE. Según la Oración Sacerdotal (Cf. Jn 17) los discípulos que lo siguen son aquellos dados por el PADRE, por los que pide para que sean preservados del mal que hay en el mundo. También los grandes signos están bajo la obediencia al PADRE, como es el caso de la revivificación de Lázaro (Cf. Jn 11,40-44). JESÚS hace y dice lo que ve hacer al PADRE, y lo que dice también está bajo su Divina Voluntad (Cf. Jn 5,17-30). Nuestro campo para cumplir los mandamientos es de otro rango. Para nosotros JESUCRISTO en su humanidad es la meta que estamos llamados a alcanzar. Recibimos el ESPÍRITU SANTO y gracias a ÉL se nos hacen llevaderos los preceptos dados por JESÚS: “mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Cf. Mt 11,30). Ahora bien, sin la asistencia del ESPÍRITU SANTO nuestra humanidad no llega a soportar ni el yugo ni la carga del Evangelio.

La alegría del discípulo

“Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea colmado” (v.11). San Pablo nos da algunos de los frutos que produce el AMOR de DIOS en nosotros; y entre ellos están, la alegría, la paz, la mansedumbre, la fortaleza, la bondad o el dominio de uno mismo (Cf. Gal 5,22-23). El discípulo es objetivo principal de la misión de JESÚS. La Redención de los hombres equivale a crear un gran número de seguidores. JESÚS va delante como el BUEN PASTOR; nos alimenta como el PAN de VIDA -EUCARISTÍA-, o la Vid verdadera. ÉL es el Camino, la Verdad y la Vida. En todo momento ÉL busca la centralidad en la vida de cada hombre y de la sociedad en su conjunto, pues ÉL es el horizonte de la condición humana. La alegría es el resultado de la salud y de la paz interior que nos hace felices, incluso en medio de las dificultades. La alegría es de DIOS y JESÚS nos la da.

Amor al hermano

“Este es el mandamiento mío, que os améis los unos a los otros como YO os he amado” (v.12). El don de la alegría destierra la envidia, los celos, la rivalidad, el enfrentamiento o el odio. Un ánimo sombrío, enfadado o pesaroso vive presa de enemigos imaginarios en la mayoría de los casos. Todo ello impide el Amor al hermano. No se trata de tener con todas las personas la misma proximidad, pero sí es obligado el tono afable, compasivo y misericordioso; porque esto que nos pide JESÚS lo hace posible con el don de su ESPÍRITU SANTO en nuestros corazones. JESÚS nos pide algo para lo que previamente nos da la capacidad. Si ÉL nos pide amarnos de la misma forma que ÉL nos ama se debe a que su ESPÍRITU SANTO también habita en nuestros corazones. No son nuestros sentimientos o intereses los que entran en juego, sino el buen hacer de la Caridad.

La entrega

“Nadie tiene mayor Amor que aquel que da la vida por sus amigos” (v.13). JESÚS supera su propio mandato, pues ÉL dio su vida también por los enemigos. Pensando en nosotros ya está bien si damos o sacrificamos lo que somos y tenemos por los que queremos según los lazos familiares o de amistad. Dar la vida se traduce en servicio al que está más cerca. La imagen que ofrece JESÚS lavando los pies a los discípulos (Cf. Jn 13,4-5) es la propia del servicio a los hermanos. En la convivencia tenemos la oportunidad de dar la vida paso a paso durante el tiempo que DIOS disponga. Estas palabras de JESÚS no son un brindis al sol, sino un criterio de vida, que de llevarlo a cabo llevará a la santidad a quien lo practique.

En una misma voluntad

“Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que YO os mando” (v.14) Los lazos de amistad se forjan comúnmente en razón de la simpatía, los sentimientos, la subjetividad del “me cae bien”, o la mirada del provecho personal. JESÚS establece un baremo de objetividad al centrar la cosa en la voluntad. Vendría a decir: si queréis lo que YO quiero, sois mis amigos. Tenemos que concederle a ÉL que fije las líneas maestras de su voluntad: ÉL es el que manda, porque sabe lo que necesitamos, conviene y está de acuerdo con nuestro destino. ÉL es el Camino, la Verdad y la Vida (Cf. Jn 14,6). JESÚS manda porque está cargado de autoridad moral y espiritual. La prudencia aconseja aceptar absolutamente su liderazgo. Pero, sobre todo, ÉL es la PALABRA única que el PADRE tiene para los hombres.

JESÚS nos trata como amigos

“No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo. A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi PADRE os lo he dado a conocer” (v.15). Aquellos discípulos llegaron a ser amigos de JESÚS, porque recibieron de buen grado las palabras que el PADRE les tenía destinadas y las aceptaron como norma de vida. La amistad está situada aquí en el plano de la comunicación interpersonal. Lo que el PADRE quiere lo recibe JESÚS para dárselo a los discípulos. Este es también nuestro caso con la condición de volver la mirada hacia el SEÑOR que nos habla en su Palabra y los distintos ámbitos de encuentro: la oración, la liturgia, la Escritura, y los diferentes acontecimientos de modo especial aquellos en los que se manifiesta la acción de DIOS.

Elegidos

“No me habéis elegido vosotros a MÍ, sino que YO os he elegido a vosotros” (v.16) El HIJO llama a los que el PADRE tiene destinado a tal efecto. Los amigos de JESÚS son llamados, porque el PADRE los ha elegido. Por razón de la evangelización establecemos distintos grados en la elección y la misión; pero también los gentiles estamos llamados y elegidos para constituirnos en santidad, hijos de DIOS, renovándonos en su Amor (Cf. Ef 1,1-5). JESÚS tiene el control de las distintas situaciones a las que  se va a enfrentar, sin que vaya a intervenir para modificarlas. Los discípulos siguieron a JESÚS y le preguntaron, “MAESTRO, ¿dónde vives?” (Cf. Jn 1,38). La decisión personal no se escapa al Plan de DIOS, que siempre encuentra una puerta para entrar, o una vía para hacerse el encontradizo.

Enviados

“Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca” (v.16b). Aquel río del Paraíso surtía de agua a los cuatro ríos que lo delimitaban: Pisón, que rodea el país de Javilá; el segundo río se llama Guijón y es el que rodea el país de Cus; el tercer río es el Tigris y rodea el país de Asur; y el cuarto río es el Eufrates (Cf. Gen 2,10-14). Los que se acercan a JESÚS participarán de ríos de agua viva, que manarán de sus entrañas (Cf. Jn 7,38). Los cuatro ríos del Paraíso simbolizan los límites del mundo y el orden que DIOS crea para que el hombre esté en el entorno idóneo. Ahora la Vida Nueva de la Vid verdadera se extenderá por el mundo por medio de los discípulos, que participan de la nueva savia que transforma el mundo. El Evangelio no es una doctrina más o una información de cosas espirituales, sino una fuerza transformadora, que hace del mundo un lugar para DIOS: “el VERBO se hizo carne y acampó entre nosotros” (Cf. Jn 1,14). Hasta los confines de la tierra, el Evangelio ha de ser llevado por los discípulos de JESÚS. Miles de millones de personas todavía no han reconocido a JESÚS como su Salvador.

El Poder de la oración

“De tal modo que todo lo que pidáis al PADRE en mi Nombre os lo conceda” (v.16c). En el Nombre de JESÚS satanás tiene que dejar libre al poseído; en el Nombre de JESÚS el tullido recobra la salud; en el Nombre de JESÚS los pecados son perdonados; en el Nombre de JESÚS el ESPÍRITU SANTO unge a los nuevos bautizados; en el Nombre de JESÚS encomendamos todas nuestras peticiones y oraciones en la liturgia oficial. En el Nombre de JESÚS se nos conceden todas las gracias necesarias para el crecimiento espiritual. El Nombre de JESÚS es poderoso ante el PADRE, porque es el de su HIJO amado en quien ÉL ha puesto todas sus complacencias (Cf. Mt 3,17;17,5). Por la predicación del Nombre de JESUCRISTO la Iglesia garantiza su permanencia en el mundo y las fuerzas infernales no la derrotarán (Cf. Mt 16,18).

El vínculo de la unidad

“Lo que os mando es que os améis los unos a los otros” (v.17). Entre los discípulos se debe proceder superando las formas básicas de la ética, del comportamiento cívico o de la cortesía, siendo todo ello importante y necesario. El amor mutuo contribuirá a favorecer el crecimiento de cada uno con respecto al prójimo para acercarse al conocimiento de JESÚS y el perfeccionamiento en CRISTO. San Juan nos dirá que DIOS es AMOR y el que ama ha nacido de DIOS y conoce a DIOS (Cf. 1Jn 4,7).

San Juan, primera carta 4,7-10

San Juan señala a lo largo de este escrito inspirado algunas verdades, que debemos mantener como consideraciones previas al tema que nos ocupa. Afirma san Juan: “a DIOS nadie lo ha visto jamás” (v.20); pero DIOS se ha acercado a los hombres en su HIJO JESUCRISTO. Quien niegue esta revelación de DIOS es un “anticristo” (v.3). Gracias a la manifestación del HIJO conocemos a DIOS y permanecemos en ÉL. Para permanecer en el Amor y conocimiento de DIOS hemos de realizar o establecer un discernimiento continuo y determinar si los espíritus que nos rodean viene de DIOS o del anticristo (v.1-3). Son oportunas estas consideraciones previas cuando se pretende abordar algo tan fundamental como el Amor de DIOS. Cantamos al amor, nos inspiramos en él, se utiliza este término para hablar de algunos modos de relaciones personales y es posible acabar en un grado de confusión, en el que no se perciba de qué se trata cuando nos estamos refiriendo al amor. San Juan hace una afirmación categórica y dice que “DIOS es AMOR” (v.8b). El PADRE es Amor que entrega incondicionalmente al HIJO: “HIJO mío eres TÚ, hoy te he engendrado” (Cf. Slm 2,7). El HIJO está junto al PADRE, vuelto hacia ÉL en correspondencia eterna a su Amor (Cf. Jn1,1). JESÚS revela que procedente del PADRE y del HIJO está desde siempre el ESPÍRITU SANTO, que da consistencia eterna a la paternidad y a la filiación creando una perfecta unidad: “el PADRE y YO somos una sola cosa” (Cf. Jn 10,30). De este Misterio de Amor viven los Ángeles y todos los Bienaventurados. Esta es la fuente última de todo bien, don y virtud. La Creación y todo lo que somos vive de la fuente inagotable de la TRINIDAD. La Fe ahorra a la razón largos caminos que acaban en los principios dados por la Revelación. Cualquier área de la vida personal o social que se establezca en una rabiosa autonomía cercena la vida del propio hombre. Los versículos de la segunda lectura de este domingo son eminentemente prácticos.

El Amor es de DIOS

“Queridos: amémonos unos a otros, porque el Amor es de DIOS; y todo el que ama ha nacido de DIOS y conoce a DIOS” (v.7) San Juan saca el Amor del campo de la estricta subjetividad, lo mismo que hace el “Shemá” cuando establece el imperativo de amar a DIOS con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas (Cf. Dt 6,4-5). El verdadero Amor tiene en exclusiva su fuente en DIOS. Si el amor trae una procedencia distinta es un sucedáneo en el mejor de los casos, o directamente un veneno, que la serpiente siempre sirve con presteza. No se contradice san Juan cuando señala, que aquel que ama conoce a DIOS, aunque afirme que “nadie ha visto a DIOS”. Los grados de conocimiento y visión en el campo de la Fe son numerosos y variados. La Fe propiamente entraña un inicio en la visión, que un día se dará plenamente. El ejemplo del ciego es socorrido pero ilustra la cosa. Un ciego de nacimiento nunca va a establecer un criterio diáfano sobre los colores, pero puede establecer una relación a cerca de los mismos si el color se asocia a una textura. El blanco asociado a una superficie lisa, el azul a una superficie de puntos, el rojo a una superficie de gránulos, y dentro de estos estableciendo distintos tamaños para los colores restantes. De esta forma el ciego puede conjugar el vestido sin haber visto color alguno, pero sabe que existen y el mundo externo aparece policrómico. La Historia de la Salvación, que no se disocia de la historia de la humanidad,  pone a las claras que el hombre por sí mismo no es capaz del amor perfecto al semejante, que entraña la veracidad y la justicia en todas su relaciones. Sin el Amor de DIOS en el corazón, el hombre se ve incapacitado para la compasión, el servicio desinteresado o el sacrificio personal por el semejante y mucho menos el perdón al enemigo. Sin el Amor de DIOS en el corazón, el hombre tiende a la soberbia, la prepotencia, la envidia insidiosa, los celos patológicos, la violencia gratuita, el egolatrismo y todas las variedades de egocentrismo. Sin el Amor de DIOS en el corazón desaparece el dominio de uno mismo para dar paso a las manifestaciones lujuriosas sin más límite que el agotamiento. Las páginas pornográficas tienen que endurecer sus escenas para mantener la adicción, que va en aumento. Sin DIOS el hombre no tiene horizontes. Sin el Amor de DIOS la convivencia se hace inviable.

DIOS es AMOR

“Quien no ama no ha conocido a DIOS, porque DIOS es AMOR” (v.8). En el corazón del hombre tienen que permanecer las primicias o las arras del ESPÍRITU SANTO (Cf. Rm 8,23-25). Algo genuino de DIOS permanece en nosotros y se constituye en prueba fehaciente de su existencia. Discernimiento y conciencia se alían para crecer en el Amor a DIOS y a los hermanos. DIOS es AMOR, y lo tendremos siempre que lo invocamos (Cf. Slm 145,18). “Pedid y se os dará; llamad y se os abrirá; buscad y encontraréis…, cuanto más el PADRE dará el ESPÍRITU SANTO a los que se lo pidan” (Cf. Lc 11,1ss).

Por medio del HIJO

“En esto se manifestó el Amor que DIOS nos tiene, en que DIOS envió al mundo a su HIJO único para que vivamos por medio de ÉL” (v.9). DIOS no sólo creó el mundo, sino que lo amó, y demostró su Amor infinito, enviando a su HIJO al mundo por ÉL creado, para ser redimido: “DIOS no ha mandado a su HIJO al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por ÉL” (Cf. Jn 3,17). La redención resuelve el gravísimo obstáculo del pecado del hombre, y ofrece todos los remedios necesarios para recibir los dones de DIOS. Por JESÚS  todos recibimos “gracia tras gracia” (Cf. Jn 1,16). Es posible que los cristianos, especialmente los católicos, no valoremos los beneficios de los Sacramentos de la Iglesia, por medio de los cuales la Vida Divina nos renueva incesantemente si queremos. La oración en sus diversas  formas, la lectura y meditación de las Escrituras o la práctica de las virtudes y Obras de Misericordia, son medios y gracias dadas, por las que nos llegan la vida y el Amor de DIOS. No nos agotamos al dar, y nos hacemos estériles cuando dejamos de compartir.

El perdón de los pecados

“En esto consiste el Amor: no en que nosotros hayamos amado a DIOS, sino en que ÉL nos amó y envió a su HIJO como propiciación por nuestros pecados” (v.10). DIOS nos ama a pesar de nuestros pecados, que se traducen en rebeldía, ausencia de santidad, desconfianza y poca fiabilidad. Coincide este versículo con lo que dice san Pablo: ”DIOS nos amó cuando estábamos instalados en el pecado. Es posible que alguien muera por un justo, pero por alguien inicuo…” (Cf. Rm 5,7). La prueba  irrevocable del Amor de DIOS hacia los hombres está en el envío y entrega de su propio HIJO dado como “propiciación por nuestros pecados”. Es decir, JESÚS pagó por nuestros pecados, y el PADRE aceptó lo presentado y nos fue propicio a todos nosotros. Al PADRE le ha parecido suficiente la Cruz del HIJO por todos nosotros, que muere perdonándonos. Este Amor sacrificado el PADRE quiere que sea recordado por nuestra parte con agradecimiento sin reticencias. Ninguno de nosotros podremos acercarnos a la presencia del PADRE diciendo: “perdóname porque yo soy bueno”. El PADRE espera oír que nos admita por la sangre o el sacrificio en la Cruz de su HIJO JESÚS.

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