Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único

- I V º Domingo de Cuaresma -

Canónigo Juan de Dios Olvera Delgadillo
Canónigo Juan de Dios Olvera Delgadillo

Del santo Evangelio según san Juan: 3, 14 – 21

            En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.

            Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.

            La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

Palabra del Señor.        R. Gloria a ti, Señor Jesús.

COMENTARIO:

  1.  El tiempo “vuela”, y se nos escapa. Estamos recorriendo espiritualmente el tiempo de Cuaresma, y vale la pena considerar si lo estamos aprovechando, pues es un tiempo que se nos otorga para procurar nuestra salvación, para pensar en lo más importante en nuestra vida que es precisamente nuestra salvación eterna. El tiempo de Cuaresma es un tiempo de salvación, por ello no lo debemos desperdiciar, sino aprovechar, inspirados en la Palabra de Dios, para realizar obras de penitencia, de conversión, de caridad, de compartir con el prójimo para agradar a Dios nuestro Padre.
  2. La Cuaresma es también un tiempo para reconciliarnos con Dios, recordemos que es un tiempo propicio para cumplir el mandamiento de la Iglesia de confesarnos al menos una vez al año. Pidamos a Dios que su palabra nos vaya predisponiendo en nuestro corazón, y nos decidamos a buscar el gran sacramento de la reconciliación, de la confesión.
  3. Meditemos pues en el evangelio de este domingo: “En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna : Cuando una plaga de serpientes atacó en el desierto al Pueblo de Israel, Dios ordenó a Moisés que hiciera la imagen de una serpiente en bronce, y que esa imagen fuera vista por los israelitas cuando fueran atacados por las serpientes, y al ver el signo que Dios mandó hacer, ellos se salvaban de la muerte (cf. Núm 21, 6-9). Así se comprenden las palabras de Cristo, que proféticamente se refiere a cuando él ofrezca su vida en la Cruz (y sea levantado, crucificado, a la vista de todos), será signo de salvación universal, pues por la cruz seremos todos salvados, y todo el que crea en Cristo tendrá la vida eterna. Nosotros como San Pablo, deberíamos decir jamás me gloriaré a no ser en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo (Gál 6,14).
  4. Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna: Esta frase la deberíamos de aprender de memoria, y repetirla como una oración, como una meditación. Son palabras muy profundas que nos dan cuenta del infinito e incondicional amor que nos tiene Dios, al grado de darnos a su Hijo único para que nos salvemos y tengamos vida eterna. Nunca acabaremos  de dimensionar el amor exquisito y paternal que nos tiene Dios. La medida de cuánto nos ama el Padre, es lo que ha dado ya por nuestra salvación: a su Santísimo Hijo, su vida, su sangre, todo él para ofrecernos la salvación eterna a toda la humanidad.
  5. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él: Clarísima la verdad y el amor de Dios. Dios no quiere nuestra condenación, él vino al mundo y padeció y murió para nuestra salvación, y vino para ofrecernos la salvación a cada uno de nosotros, con un amor personalizado: “…me amó y se entregó por mí” (Gál 2,20).
  6. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios: abrir el corazón en la fe hace la diferencia. Si alguien, habiendo visto las maravillas de Dios, se rehusa a creer, ya está condenado pues rechaza a Aquel que nos fue enviado para nuestra salvación. Rechaza a la salvación en persona.
  7. La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas: Teniendo frente a nosotros a Cristo, “…luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero (cf. palabras que recitamos en el Credo), aquel que es la luz del mundo (Jn 8, 12), y que ilumina a todo hombre (Jn 1,9), no nos es lícito rechazar la verdad y la salvación. Si lo hacemos optamos y preferimos las tinieblas, y rechazamos al que es la verdad y la vida en persona.
  8. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran: Una norma común: el que obra mal prefiere las tinieblas, pero no sabe que esa zona de aparente confort lo llevará a su perdición eterna, pues el que que rechaza a Cristo, rechaza al que es la luz y la salvación.
  9. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios: el que se acerca a Dios, se asemeja a él, y entonces goza en la búsqueda sincera del bien y de la verdad; al acercarse a Dios nos acercamos a la verdad pura, a la bondad infinita, y la gracia de Dios nos indica que todo bien y toda verdad se encuentran en Cristo Señor, verdadero Dios y verdadero hombre.
  10. Que la Virgen Santísima de Guadalupe, interceda por nosotros para que sepamos buscar al “verdadero Dios por quien se vive”, pues su Hijo nos ha amado incondicionalmente, y sólo él es “camino” para llegar al Padre celestial (cf. Jn 14,6).
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