Sólo adorarás a Dios

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Desde que éramos niños y nos llevaban al Catecismo, con mucha frecuencia nuestro catequista nos hablaba de quién es Dios y nos daba lecciones hermosas de la creación del mundo y la de nosotros, seres humanos. Seguramente para muchos de nosotros fue muy importante la intervención de mamá y papá porque ellos también nos explicaban a su manera y con su experiencia, quién es Dios para ellos y cómo necesario confiar plenamente en Él y no en otras cosas ajenas a Él.

Los conocimientos que vamos adquiriendo nos hacen comprender que sólo a Dios es a quien debemos adorar. San Mateo, en el Evangelio nos presenta este episodio tan sencillo y tan profundo:

“En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?” Él le dijo: “”Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.” Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas”.

Hoy quiero centrar esta Editorial en lo que significa honrar a dioses distintos del Único Señor, Dios verdadero.

“No habrá para ti otros dioses delante de mí”: El primer mandamiento prohíbe honrar a dioses distintos del Único Señor que se ha revelado a su pueblo. Proscribe la superstición y la irreligión. La superstición representa en cierta manera una perversión, por exceso, de la religión. La irreligión es un vicio opuesto por defecto a la virtud de la religión.

La superstición: Es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que impone. Puede afectar también al culto que damos al verdadero Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo, mágica a ciertas prácticas…

La idolatría: El primer mandamiento condena el politeísmo (creer en varios dioses). Esto exige sólo creer en el Único Dios verdadero. Y no venerar otras divinidades. La Escritura recuerda constantemente este rechazo de los “ídolos […] oro y plata, obra de las manos de los hombres”, que “tienen boca y no hablan, ojos y no ven”. Estos ídolos vanos hacen vano al que les da culto: “Como ellos serán los que los hacen, cuantos en ellos ponen su confianza” (Sal 115, 4-5.8; cf. Is 44, 9-20; Jr 10, 1-16; Dn 14, 1-30; Ba 6; Sb 13, 1-15,19). Dios, por el contrario, es el “Dios vivo” (Jos 3, 10; Sal 42, 3, etc.), que da vida e interviene en la historia. La idolatría es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Se puede tratar de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. “No podéis servir a Dios y al dinero”, dice Jesús (Mt 6, 24).

La idolatría es una perversión del sentido religioso innato en el hombre. El idólatra es el que “aplica a cualquier cosa, en lugar de a Dios, la indestructible noción de Dios” (Orígenes, Contra Celsum, 2, 40).

Adivinación y magia: Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa consiste en entregarse con confianza en las manos de la providencia en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al respecto.

Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone “desvelan” el porvenir (cf Dt 18, 10; Jr 29, 8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a “mediums” encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos.

Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo —aunque sea para procurar la salud—, son gravemente contrarias a la virtud de la religión.

La Sagrada Escritura, los Padres de la Iglesia y la Tradición nos enseña que estas prácticas son dignas de condenación. Dios tiene la última palabra en la vida del ser humano y Jesús venció al demonio. Como católicos, jamás debemos recurrir a supuestas “experiencias espirituales” fuera de Dios. Estamos llamados a seguir el camino de Jesús que rechaza todo pecado, pero que busca y ama al pecador para reconciliarlo.

Jesús nos llama a una vida nueva, a liberarnos del pecado. Y un reto grande que Él nos ha dejado es experimentar su amor que es más grande y más fuerte que la maldición de todos los hechiceros y brujos y que la misma muerte. Católico sé coherente, adora al único Dios verdadero.

Con información de Gaudiu/Editorial

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