Sociedad de San Pablo en México se reconfigura, Provincia absorbe a la de Estados Unidos

Guillermo Gazanini Espinoza
Guillermo Gazanini Espinoza

Ha sorprendido a los paulinos de México el anuncio de la reconfiguración estructural de la provincia México-Cuba. Ahora, el gobierno general desaparece la región de Estados Unidos para ser absorbida por la primera, un movimiento que da cuenta de la situación de los paulinos a nivel norteamericano y de su difícil situación pastoral, vocacional y de carisma.

El 7 de marzo, el decreto firmado por Domenico Soliman, moderador supremo, “después de haber analizado la situación de la provincia México-Cuba y de la región Estados Unidos” el consejo general dio un voto afirmativo para unir a las dos circunscripciones en una sola provincia denominada México-Cuba, Estados Unidos, de nueva creación.

La decisión podría considerarse un movimiento estratégico para revitalizar la frágil situación de la provincia y de la cada vez más débil acción de los paulinos de Estados Unidos marcada por un proceso de envejecimiento. Con aproximadamente 20 miembros en ese país, la otrora y boyante Sociedad de San Pablo sobrevive de sus librerías sin mayores alternativas pastorales, lo que le ha metido en una delicada cuestión: Renovarse o morir.

Con la creación de la nueva provincia, los Paulinos de México, con alrededor de sesenta religiosos y cuya veta fuerte son las ciudades de México y Guadalajara, tienen enfrente la renovación de su gobierno provincial por elecciones que se darían en mayo próximo. Su principal acción, como la de sus hermanos de Estados Unidos, está en el rubro editorial, pero su vida sufre la esclerosis que, desde dentro, le carcome y prácticamente inutilizado las actividades propias que fueron ideal del fundador, Santiago Alberione. El menguante gobierno provincial estuvo bajo la encomienda del gris y tibio Oliverio Mondragón Martínez y otros paulinos muy cercanos a él: Enrique Vázquez Bautista, director general del grupo San Pablo y Carlos Barrada Sabugo, director de formación de la Sociedad.

Los paulinos llegaron a México en 1947, se asentaron gracias a la audacia del padre Hugo Zecchin por encomienda del padre Alberione. Según los ideales publicados en su sitio web, la obra paulina “comenzó a crecer como un árbol frondoso, en personas y en obras”. Así fue. Su poder se concentró en las comunicaciones y la construcción de sus grandes seminarios y casas de formación demuestran que, en un tiempo, sus vocaciones garantizaron un futuro holgado y prometedor. La casa de los paulinos en avenida Taxqueña es muestra de ese esplendor que ahora está subyugado por múltiples causas, entre ellos, la del escándalo.

​En meses pasados, los paulinos de México fueron sacudidos por el caso de abuso sexual perpetrado por el defenestrado Juan Huerta Ibarra, expaulino y sacerdote del cual no se conoce su ubicación o paradero, escándalo que agravó la salud de la Sociedad tocada ya por la sangría vocacional, el envejecimiento de su clero, las deserciones sacerdotales y la pérdida de la brújula sobre su carisma y ejercicio apostólico.

La provincia de México ahora asume este reto que sería como una “misión de rescate”; no obstante, la Sociedad en este país ahora recorre un duro camino. La anexión del territorio de Estados Unidos pone a los pocos paulinos en activo en un punto que debería emular al de sus hermanos en otras provincias con más estabilidad como las de Sudamérica, sin embargo, hay algo más profundo que es clave en este análisis de una congregación que lucha por sobrevivir. Esos son sus dirigentes.

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