Sobre el hombre cavernicola

Tomás I. González Pondal
Tomás I. González Pondal

Desde luego y no lo discutiré (pienso que nadie sensato lo haría), que bien puede ser identificado con un cavernícola poco inteligente quien trata a otro de cavernícola sin dar el más mínimo fundamento de la imputación que se le hace. Esta clase de descalificación tan en boga en nuestros días, habla a las claras de cortedad intelectual y nos sitúa ante un grave problema: el de la pérdida gradual del ejercicio intelectivo serio y honesto.

Aparece ogaño un pensamiento vanguardista, en donde quien no se enrola ante los nuevos postulados que se van mentando y que se quieren aplicar, queda sin más ubicado entre aquellos pertenecientes a los identificados como hombres de las cavernas.

Es extraño que seguidores de los postulados roussonianos critiquen al hombre cavernícola, en tanto su maestro hablaba del buen salvaje, en consideración elogiosa al hombre primitivo. En esta simple dicotomía encontrada u opuesta, en donde se advierten los extremos excesivos (el brutal e ignorante y el manso y capaz), queda la sana postura intermedia que enseña que en todas las épocas existieron hombres sabios e ignorantes, malvados y benévolos.

Se lo identifica al hombre cavernícola con ciertas pinturas rupestres que solía dejar en la caverna, y también con el garrote, signo de su supuesta agresividad. En tanto lo primero parece una evidencia y lo segundo una mera suposición como queda dicho, me pregunto si está bien llamar hombres desarrollados, del primer mundo, a aquellos que, por ejemplo, ocupando altísimos cargos, no temen en arrasar con miles de vidas tan solo para obtener petróleo, y, en este caso, la agresividad no es una suposición sino una terrible evidencia. No habrá caverna sino mansión; no habrá dibujo rupestre sino cuadros de Van Gogh, no habrá garrote sino bombas, pero: ¿quién es menos inteligente que quien?

Ya en otra oportunidad he probado cómo, uno de los literatos famosos del momento, a saber, Mario Vargas Llosa, trató de cavernicolas a los que se oponían al aborto. En aquel artículo expuse: «El novelista sostuvo: ‘Habrá parlamentarios más civilizados que esos, que representan una derecha cavernaria. Ésa no es una derecha liberal, que cómo no va a admitir el aborto. Es una absoluta necesidad si se cree en los derechos de las mujeres, que decidan si quieren tener niños o no’. La barbarie del pensamiento de Vargas Llosa llega a llamar civilizado a quien vota a favor del destroce de un pequeño. Ni los legisladores que votan en favor de cualquier tipo de aborto, ni los escritores que como el mencionado se creen civilizados apoyando asesinatos, son en modo alguno civilizados. Don Mario es de la clase de falsificador que sin documentos que prueben el crimen supone mal del hombre antiguo; pero con documentos que prueban aberraciones supone bien de tribus indígenas. En otras palabras –y admitiendo tan solo de momento la existencia de un hombre que haya vivido en una caverna-, sin pruebas acusa al cavernícola de torpe, pero con pruebas de prácticas antropofágicas perpetradas por varios indígenas habla de “culturas originarias”. Vargas Llosa es de los pocos que tienen el don de penetrar en lo que llaman prehistoria; ver los hechos del hombre en el tiempo y registrarlos fuera de la historia. Es realmente una genialidad comprobar cómo los mismos argumentos usados para denigrar al hombre antiguo, son los que hablan muy bien del hombre antiguo y muy mal de modernos como el escritor. Si los congresistas chilenos que defendieron la vida son unos cavernícolas, entonces los cavernícolas con quienes se los compara eran personas con corazón noble que amaban la vida y la respetaban, lejos de la imagen deforme que se nos presenta de ellos. Si Vargas Llosa se detuviera tan solo unos minutos a reflexionar sobre los disparates que ha aseverado, lograría dar con una realidad sorprendente: y es que de haber existido el hombre de la caverna, hubiera usado su garrote para defender la vida de sus hijos contra los malhechores. Es el hombre moderno el que utiliza la succión y la pinza para destrozar al hijo. Claro, tal vez esto sea un garrotazo muy fuerte para el «Nobel» peruano. Algo parecido expuse hace tiempo en el diario «Uno» de la Provincia de Mendoza (exactamente el 8 de diciembre de 2015), cuando se atacó a un médico sirviéndose del mismo tópico denigratorio usado por el afamado autor. Dije en esa oportunidad: ‘Si, tal como algunos pretenden, el prestigioso doctor Abel Albino es un cavernícola por estar a favor de la vida, entonces la lógica nos ha de llevar a concluir de manera irrefutable que aquel personaje de la antigüedad no era un salvaje, un inhumano, un ser que mataba a sus semejantes, sino que, por el contrario, alguien que bregaba por la vida. Pretendiendo hacer quedar como un ser retrógrado a quien defiende la ley natural y la ley divina tildándolo de hombre de las cavernas, terminan elogiando al hombre antiguo, y probando sin quererlo, que gozaba de salud mental y de bondad en su corazón. Vienen igualmente a desmentir su antojadiza invención de que aquellos seres eran más bien dados a la brutalidad, y se adjudican (sin verlo) de forma superlativamente obtusa, el calificativo de «brutales» en tiempos modernos, por venir a defender vivamente, por ejemplo, la licitud de matar indefensos niños’.»

El descalificativo que venimos criticando no es más que una figura retórica perteneciente al repertorio de ciertos sofismas, mediante el cual, de manera engañosa, se pretende movilizar los ánimos contra aquel al cual se lo trata despectivamente.

Pienso que si un “cavernícola” viviera en la época actual, se reiría de esos sujetos que tienden a evocarlos para representar la ignorancia y la agresividad, y dibujaría en un mural a personas que hacen de su pluma el garrote de la estupidez, inmortalizando así al característico hombre de la contradicción, de la incoherencia y de la sinrazón manifiesta.

SOBRE EL HOMBRE CAVERNICOLA

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