En estos días el progresismo abortista argentino, encabezado por el gobierno nacional, ha vuelto a dar muestras de la esquizofrenia e hipocresía que lo caracteriza cada vez más. Ahora insiste oficialmente en enviar al Parlamento argentino su proyecto de legalización del aborto, presentando mentirosamente la legalización del asesinato prenatal como supuesto “derecho de la mujer” -que en realidad no existe en ningún tratado internacional que lo reconozca como tal.
Como es habitual en estos casos, el texto hablaría de “interrupción legal del embarazo”, como si usar eufemismos modificaría la realidad que es indiscutible: un embarazo se interrumpe cuando se mata al ser humano presente en el seno materno. Porque se olvida que en esencia el aborto es en esencia un asesinato perpetrado contra un ser humano indefenso. En este sentido, su pretendida legalización no es otra cosa que la legalización de la pena de muerte para las personas que son totalmente indefensas y absolutamente inocentes, ya que no han cometido ningún delito”.
¿Qué tipo de sociedad humana pretenden edificar los partidarios del genocidio prenatal, si aplicar la pena de muerte a seres humanos inocentes e indefensos es la piedra basal de su existencia? En realidad, se trata de un retorno a los períodos precavernícolas más oscuros de la prehistoria humana.
Pero después de 7 meses de confinamiento social para “enfrentar la pandemia”, esta iniciativa muestra que los impulsores del proyecto o sufren de esquizofrenia o de hipocresía a la enésima potencia. Porque durante todo este período el lema oficialista fue el de “salvar la vida de los argentinos”, hasta pagando el precio de frenar durante meses la economía nacional, olvidando o ignorando que la economía real es lo que permite vivir a las comunidades humanas. Pero paradójicamente, ahora se pretende legalizar la eliminación a gusto y placer de quien lo quiera, consagrando así la violencia como principio y pretendiendo edificar la vida social sobre la base de sangre inocente derramada sin piedad alguna.
La esquizofrenia y la hipocresía están así a la vista: por un lado se vocifera la defensa de la vida, pero por otro lado y al mismo tiempo se pretende instaurar el asesinato de inocentes e indefensos como derecho: “Defendamos la vida a cualquier costo”, incluso sembrando pobreza y miseria; pero al mismo tiempo “matemos a voluntad” a los que no queremos aceptar ni recibir. La contradicción absoluta.
Pero esta actitud totalmente contradictoria no deja de mostrar también la cobardía de la que hacen gala los voceros del aborto. Porque en todo este período de confinamiento los pro-aborto se quedaron tranquilos en sus domicilios y se cuidaron de exteriorizar públicamente su postura, porque estaba en peligro su vida si salían: podían enfermarse del coronavirus. Pródigos y generosos para poner a otros en manos de la muerte, se mostraron avaros y reacios para la muerte propia. Fue así que el 28 de setiembre ppdo., el grupo promotor de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito decidió reiterar su deseo de que el gobierno argentino impulsara legislativamente el proyecto para su legalización. Lo hizo a través de una “marcha virtual”, para evitar que los manifestantes se contagien y, eventualmente, puedan morir, mostrando a la clara que son valientes para hacer matar a otros, pero son cobardes cuando la muerte les puede salir al paso y hacerlos desaparecer para siempre.
En esta semana el gobierno argentino anunció oficialmente que el tan ansiado proyecto de legalización del asesinato prenatal va a ser enviado al Parlamento nacional, para discutir en trámite express su aprobación. Pero un acontecimiento inesperado ha vuelto a poner en evidencia la cobardía de los impulsores oficiales del proyecto, empezando por el mismo presidente.
Un ministro del gobierno -el señor Gustavo Beliz- contrajo el coronavirus en estos días, y acto seguido el presidente Alberto Fernández -al haber estado en contacto cercano con él en las últimas semanas- se aisló preventivamente hasta estar seguro de su estado de salud. De este modo mostró que es muy valiente para impulsar la muerte ajena, pero cuando se trata de la muerte propia se “autoacuarteló”. Quiere la muerte ajena, pero no la propia. Es progresista el primer mandatario, pero no es tonto.
Quizás, aunque es difícil, el presidente podrá reflexionar y darse cuenta que ningún ser humano desea para sí la muerte, sin motivo alguno. Como es un ser adulto, o parece serlo, se dará cuenta que el mismo sentimiento de autosubsistencia lo tienen también los seres humanos a los que él pretende dotarlos del “privilegio” de ser asesinados sin posibilidad de defenderse, posibilidad de la que él goza.
Pero por suerte ha quedado a la vista que el progresismo abortista es un combo, compuesto de sed de sangre, esquizofrenia y cobardía. Sólo dotado de estas tres “virtudes” se puede ser partidario del asesinato prenatal y su legalización.