Y no, no les voy a hablar de otros belenes, no, sino del Belén, así con mayúsculas. ¡Pero Dios mío (nunca mejor dicho) ¿quién ha permitido semejante bodrio? ¿Lo sabe San Francisco de Asís?
Por muy bien intencionado que se sea, por muy pro-vaticano que se quiera uno expresar, el belén del Vaticano no tiene defensa posible.
El belén, el pesebre, el nacimiento, tantas formas de llamarlo, nace, por encima de todo, con una intención muy clara: suscitar devoción. El belén del Vaticano no suscita devoción. Puede llamar a la broma, a la carcajada, a la pena, a la frustración, a algunos, -no seré yo, no creo que valga la pena- incluso al escándalo, llama sobre todo a la sensación de estar haciendo el ridículo… pero a la devoción, lo que se dice a la devoción, no… a la devoción no llama.
Si alguien piensa que gestos así pueden atraer a personas alejadas de Dios, a mí personalmente me queda la impresión de que más bien puede alejar de la Iglesia a determinado tipo de creyentes –probablemente más numerosos de lo que alguno quiera creer- y tengo claro que, desde luego, no va a ayudar a nadie que, estando alejado, haya iniciado el camino del encuentro. Se me antoja que alguno incluso pudiera pensárselo dos veces y dar marcha atrás.
La Iglesia ha sido uno de los grandes promotores de la belleza. El arte, las artes están todas en deuda impagable con la Iglesia. ¡Qué tiempos aquellos en que Julio II encargaba a Miguel Angel la Capilla Sixtina, ¿verdad?! Quizás sea así porque la Iglesia cree en el Hombre y en sus capacidades, pero lo es, desde luego, porque el de la belleza es uno de los caminos más transitados por quienes quieren llegar a Dios. El belén del Vaticano no es bello, ergo…
No hay mérito, no hay excelencia, no hay esfuerzo, no hay trabajo, no hay talento, no hay dedicación, no hay investigación… no hay nada de todo el esfuerzo que nos reclama la Iglesia en nuestro camino a Dios en el belén del Vaticano. Han puesto un astronauta, pero podían haber puesto un traficante… Y no habría faltado alguien para argumentar que «todos somos hijos del Señor».
Si una vez terminadas las navidades fuera trasladado a una zapatería o a un taller de maniquíes puede que tenga incluso más significado o utilidad que en la Plaza de San Pedro, porque nada en el belén del Vaticano, nada, permite ver ni a San José, ni a la Virgen María, ni al niño Jesús, ni a los pastores, ni a las ovejas, ni a los Reyes Magos, ni a ninguno de los entrañables personajes que componen un belén, a no ser Herodes… ¿Y saben qué? que ni siquiera.
Con las figuras impagables que han de existir en los almacenes vaticanos y que nadie conoce… Gracias a Dios y por fortuna, todavía nos quedan parroquitas en Madrid, en Roma, en cientos de pequeñas ciudades y pueblecitos de España y del mundo donde ver un belén… Mire Vd., a lo mejor sí sirve para eso el nacimiento del Vaticano, y nos acercamos a nuestra parroquia para ver por fin un buen belén.
Me pregunto con tristeza por cuántos filtros ha tenido que pasar la decisión para que hoy podamos contemplar en la Plaza de San Pedro algo que no pasa de parecer un conjunto de muñecos que alguien ha dejado amontonados ahí hasta que pase el camión de la basura.
Lo siento, me tengo que expresar así… severo patinazo del Vaticano. Ahora bien, las cosas como son… ¡quien ha dicho que el Espíritu Santo inspire también a los que ponen el belén!
Y con esta noticia, me despido por hoy no sin desearles como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
Con información de Religion en Libertad