Sequía cardenalicia

Guillermo Gazanini Espinoza
Guillermo Gazanini Espinoza

Un consistorio está a la puerta. El 6 de octubre, Francisco anunció la creación de 22 nuevos cardenales, perfiles que, de alguna forma, son el reflejo de lo que desea. Ellos tendrán decisiones que darán a la Iglesia al próximo sucesor de Pedro.

De esa lista, destacan los arzobispos sudamericanos Jaime Spengler (64), arzobispo de Porto Alegre, Fernando Chomali (67) de Santiago de Chile, Luis Gerardo Cabrera (69) de Guayaquil, Vicente Bokalic (72) de Santiago de Estero y primado de Argentina y Carlos Castillo (74) de Lima y primado de Perú.

México quedó excluido de esa lista. Las últimas designaciones cardenalicias han obedecido a reconocimientos a manera de recompensa para algunos prelados por sus méritos en trabajos pastorales específicos, su impecable trayectoria eclesiástica o por el respaldo papal ante situaciones difíciles de las periferias.

Uno de esos fue el emérito de Morelia, Alberto Suárez Inda, a quien le cayó el capelo  en 2015, un año después de haber cumplido los 75 años. Memorable fue la solicitud del mismo Francisco al pedir a Suárez Inda  “que aguantara” en el pastoreo de la arquidiócesis. En noviembre de 2016 se retiró sucediéndole Carlos Garfias Merlos. Esa región, bastión del catolicismo mexicano, nunca había tenido un cardenal y aunque el reconocimiento recayó en Suárez por pastorear “una región tan caliente”, las implicaciones del nombramiento también habrían sido un apuntalamiento de la labor que soportó  Miguel Patiño, el obispo de tierra caliente, Apatzingán, quien denunció “la maquinaria asesina” del crimen que destruía a las comunidades de Michoacán.

Otro capelo meritorio fue el del desaparecido arzobispo Sergio Obeso Rivera. Su ministerio episcopal fue de grandes claves en la historia de México. Tres veces presidente de los obispos fue uno de los promotores del nuevo orden constitucional y jurídico de las iglesias y el Estado promulgado en 1992. Dejó el gobierno pastoral de la arquidiócesis de Xalapa en 2007 y, en el retiro, el Papa le concedió el capelo en 2018. Fue llamado a la presencia del Padre en agosto de 2019.

Felipe Arizmendi, emérito de San Cristóbal de Las Casas, recibió el cardenalato en noviembre de 2020. Esto significó un reconocimiento a su labor pastoral especialmente cuando el Papa constató la realidad de las comunidades de San Cristóbal en febrero de 2016. Arizmendi supo de su nombramiento por las noticias según afirmó en una de sus reflexiones semanales: “Abrí la página del Vaticano y comprobé que yo estaba entre los elegidos. Fue una sorpresa, porque no se me había avisado previamente. Lo primero que hice fue decirle a Dios: ¿Por qué yo”. Hoy, el prelado vive en el retiro en el Estado de México y comparte sus reflexiones semanales, entre los que trata temas políticos y sociales, con un importante número de seguidores.

Otro emérito es el arzobispo Norberto Rivera Carrera. Con 82 años, su retiro no implica que haya dejado el acompañamiento pastoral. Es frecuente que don Norberto reciba invitaciones a celebraciones patronales y de confirmaciones. Muchos atestiguan su buena forma y vigor, además de su disposición para demostrar que su condición de emérito no es obstáculo para ser sacerdote y pastor.

Juan Sandoval Íñiguez, de 91 años, vive en un retiro más pausado, pero no menos polémico. Sus opiniones en redes sociales han cimbrado al sistema político electoral. Por sus declaraciones, los tribunales invalidaron en 2021 las elecciones de san Pedro Tlaquepaque, municipio donde radica. El emérito de Guadalajara ha descollado por defender la doctrina tradicional de la Iglesia, grupos asumidos como conservadores se han valido de la fuerza moral del cardenal Sandoval para ponerlo de lado de su causa contra el llamado progresismo y el sinodalismo que ha desatado no pocas controversias y polarizaciones ad intra ecclesiae. Como se aprecia, la cosecha de purpurados influyentes al innercircle  papal es más bien hacia los “premios y reconocimientos” que de decisiva preponderancia.

México tiene más cardenales eméritos que activos, entre estos últimos, el arzobispo de Guadalajara, José Francisco Robles, arquidiócesis que se consolida como iglesia que abarca la totalidad de la urbe tapatía, de los principales polos de desarrollo en el occidente del país y epicentro de la política.

El otro es el primado de México, Carlos Aguiar, arzobispo de una iglesia que fue desmembrada no sólo en territorio, también en peso y preponderancia, inclusive en cuestiones pastorales y de fe que serán clave para el futuro de la Iglesia del país.

José Francisco Robles Ortega, refrendado en el arzobispado de Guadalajara después de haber llegado a la edad de renuncia canónica en marzo pasado; en últimas fechas, destaca por su intervención en temas sociales como asumir personalmente la causa de los miles de desaparecidos en Jalisco.

Activo en redes sociales, Robles no está ausente de sus obligaciones pastorales, la reciente romería en honor a la Virgen de Zapopan, el 12 de octubre, comprueba la vitalidad de la Iglesia tapatía, mas de dos millones y medio de fieles, además de otros hechos destacados como la creación de nuevas frecuencias de radio para evangelizar, influir en grupos empresariales, empujar el envidiable crecimiento de vocaciones sacerdotales y de ordenaciones, las últimas en mayo con 32 neopresbíteros y 12 diáconos transitorios.  El purpurado es el único cardenal mexicano en activo con experiencia en un cónclave y podría estar, con derecho a voto, en un encierro de cardenales por segunda ocasión. Recibió el capelo en 2007 de manos de Benedicto XVI.

Diametralmente distinto es Carlos Aguiar Retes. El capelo le cayó en 2016 en el último tramo de su gobierno pastoral en la arquidiócesis de Tlalnepantla, fruto de su carrera burocrática más que pastoral.

Desde su llegada al arzobispado de México en 2018, su gestión ha sido gris y opaca, acompañado de la crítica del presbiterio de la arquidiócesis de México que reclama la ausencia casi perpetua del arzobispo quien ahora está en el Sínodo.

Convencido del proyecto sinodal, Aguiar pretende encabezar una renovación sinodal que, más que convencer, no termina de estructurar favoreciendo más la pastoral de las ocurrencias y caprichos análogos al cambio de época. Sin lugar a duda, en los cinco años de gobierno pastoral del nayarita, la descristianización de la Ciudad de México, en lo que le toca, avanza descomunalmente. Las vocaciones están al punto de la crisis si no es que ya en la terrible agonía y los cuadros de agentes laicos han quedado anquilosados bajo el perfumado barniz de la inclusión favoreciendo a los amigos de sus colaboradores cercanos a quienes apuntan escándalos que los ponen en una réproba calidad moral.

Aguiar no se baja de su caballo. Presume siempre una cercanía íntima con el Papa. Quienes lo conocen saben de sus aspiraciones y sueños para ocupar un cargo vaticano ante la inminente edad del retiro que llegará en enero de 2025.

Este es el estado de cosas del selecto club de purpurados mexicanos, pero el panorama no queda ahí. El último cardenal mexicano, Arizmendi, fue favorecido en 2020. Cuatro años de sequía que ponen a la Iglesia de México como débil y trémula observadora en un eventual Cónclave. Aunque los obispos siempre afirman humildad y de no aspirar a cargos superiores y actuar siempre por voluntad de Dios, la realidad es que hay perfiles que se quedaron en la carrera. Esos son los arzobispos de sedes “tradicionalmente” cardenalicias.

La pregunta prevalece ¿Por qué Francisco no ha favorecido a México? En esas decisiones pesan los adjetivos de “internacionalización” y “periferias”. Francisco ha creado 163 cardenales, la mayoría en esa sintonía sinodal. Algunos, por otro lado, critican que el Papa haya favorecido a clérigos leales y no disidentes, legitimando un nocivo clericalismo papólatra, el arzobispo Aguiar, por ejemplo, es de esos últimos.,

No obstante, a la sequía también abona el “consuelo de la chichi de la abuela” como dijo un difunto canónigo: Seis cardenales eméritos sin voto en el cónclave simbolizan un recuerdo de las antiguas predilecciones a este país; sin embargo, la Iglesia de México tiene acentuadas periferias que hoy se deben remarcar ante un clima político que incita a la polarización y donde la Iglesia se ha ofrecido para mediar y conciliar.

Quizá en ese aspecto, el ánimo papal de nuevos cardenales no coincida con esta realidad de México, pero un purpurado representa un valor inmenso que pone a la Iglesia como interlocutora indiscutible de pesos y contrapesos. ¿Hay perfiles en México que cumplan con esto y porten la “birreta roja como un signo de la dignidad de cardenalato, significando su disposición para actuar con valentía, incluso hasta el derramamiento de su sangre, por el incremento de la fe cristiana, por la paz y la tranquilidad del pueblo de Dios y para la libertad y el crecimiento de la Santa Iglesia Romana?”, sin duda los hay y están en el campo de batalla, pero a diferencia de Juan Pablo II o Benedicto XVI, la mirada del Papa no está puesta en México como baluarte y, por el contrario, la tiene en otras cosas…  en las que, como dice nuestro vecino Specola en Infovaticana, hoy urge “una palabra fuerte y clara -ciertamente incómoda y contraria a la corriente- que anime y ayude a llevar a cabo el plan de Dios”.

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