La Eucaristía era el «Paraíso en la tierra» de santa Gertrudis Comensoli (1847-1903), fundadora del Instituto de las Religiosas Sacramentinas, nacido precisamente por su amor a Jesús y consagrado a la adoración perpetua del Santísimo Sacramento
La Eucaristía era el «Paraíso en la tierra» de santa Gertrudis Comensoli (1847-1903), fundadora del Instituto de las Religiosas Sacramentinas, nacido precisamente por su amor a Jesús y consagrado a la adoración perpetua del Santísimo Sacramento. Adorar a Dios en su Presencia eucarística era la fuente de la caridad y objeto constante de sus meditaciones, a menudo dirigidas a los misterios del Rosario: «En la gruta de Belén tuvo inicio la primera adoración. La Santísima Virgen María y san José se postraron por primera vez ante la Santísima Humanidad del Verbo Encarnado».
Quinta de diez hijos, siete de los cuales murieron en tierna edad, nació en Bienno, un pequeño municipio de la provincia de Brescia. Sus padres la bautizaron el mismo día que nació con el nombre de Catalina. Como escribió en su diario, a los cinco años Jesús infundió en su corazón «un gran deseo de amarlo y me iba preparando a lo que tenía que hacer para complacerle y ser toda suya».
La pequeña se recogía en oración, meditaba sobre el sacrificio de Cristo («pienso», respondía a quien le preguntaba qué estaba haciendo) y el sentido del pecado, del que ella, tan íntimamente unida a Dios, comprendía todo su horror. Cuando tenía siete años su madre le dijo que había llegado el momento de confesarse por primera vez. «Me quedé atónita y respondí que me confesaba desde hacía tiempo cada sábado» y, si conseguía que no la vieran, «incluso más a menudo, pues no quiero que mi alma esté llena de pecados». Un año antes, ardiendo de deseo de acercarse al Santísimo Sacramento, se había levantado al amanecer y fue a una iglesia cercana donde «el sacerdote me dio la Comunión; nadie me vio. No puedo describir ese momento…». Esa misma mañana de esa Primera Comunión secreta hizo voto de virginidad a Jesús.
La idea de que Dios estuviera solo en el tabernáculo tantas horas, sin nadie que le hiciera compañía, se convirtió al cabo de poco tiempo en su impulso misionero: «Jesús, amarte y hacer que te amen» era la base de su fe, que intentaba transmitir a sus amigas. Una etapa fundamental de su vida fue su entrada, a los veinte años, en la Ursulinas seculares de la Orden de Santa Ángela Merici. Primero fue maestra del grupo de novicias y después, tras la enfermedad de su padre y las dificultades económicas de su familia, trabajó como sirvienta en una casa. Siguieron otras experiencias en ciudades de Lombardía, donde pudo mostrar todas sus virtudes como educadora, hasta que en Bérgamo conoció a don Francesco Spinelli, hoy santo, que la apoyó en la fundación de la congregación de las Religiosas Sacramentinas en 1882. Dos años antes había conseguido hablar con León XIII, que le había sugerido que uniera la educación de las jóvenes obreras con el objetivo principal de la adoración eucarística.
No faltaron adversidades en los primeros años de vida de la congregación, como una grave inestabilidad económica que puso en peligro su existencia. Pero la santa, que en el ínterin había asumido el nombre religioso de Gertrudis, se abandonó de nuevo al Señor: «Tu voluntad, no la mía; no me busco a mí, no, sino la pura gloria de mi Dios». La congregación se recuperó y en el 1900 llegó el decreto pontificio de alabanza, seguido seis años más tarde por su aprobación definitiva. Fue como una resurrección después de la cruz que, junto al amor por la Eucaristía, es el centro de sus escritos. Se trata de textos de gran riqueza, que narran sus experiencias místicas y esclarecedoras sobre el valor del sufrimiento ofrecido a Dios, la necesidad de hacer referencia a él para superar todas las pruebas, grandes y pequeñas, incluidas las tentaciones contra la fe y contra la virtud. Escribió: «Quiero ser santa, ser una fiel imagen del Crucifijo, mi Bien».
Por ERMES DOVICO.
ROMA, Italia.
18 de febrero de 2022.
ñanuovabq.