Sánchez Adalid, párroco y novelista superventas, contra los espadachines descreídos y postmodernos.

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¿A qué se parece el Apocalipsis y el colapso de una civilización? La reciente novela histórica de Jesús Sánchez AdalidLas armas de la luz, nos puede dar una buena aproximación.

En el año 985, el ejército califal de Almanzor devasta y saquea todo el Penedés, Llobregat y Vallés, en Cataluña. Mata a los monjes de Sant Cugat y a las monjas de Sant Pere de les Puelles. Asedia Barcelona arrojando cabezas cortadas sobre sus muros, la toma, la arrasa y se lleva miles de cautivos a Córdoba. Tarragona queda despoblada.

Los diez años siguientes ataca y derrota al reino de León y al de Castilla. En el 997, saquea la remota y sagrada Santiago de Compostela y se lleva las campanas de la catedral a Córdoba. El desánimo entre los cristianos era total. En el 998 derrota y humilla a Navarra y Aragón. Muere por una enfermedad en 1002 sin haber sido nunca vencido en más de 50 campañas. Pero la violencia sigue: su hijo, al año siguiente, arrasa Manresa y destruye más de 30 castillos y poco después, en 1006, devasta el Sobrarbe y Ribagorza. Parecía el final de los reinos y condados cristianos del norte, el peor momento en la Historia de la Iglesia en la península.

Asedio de Barcelona del 985 por Almanzor, ilustrado en revista Desperta Ferro en 2019

Asedio de Barcelona del 985 por Almanzor, ilustrado en revista Desperta Ferro en 2019

Pero la vida y la historia dan vueltas asombrosas. En 1008 muere el hijo de Almanzor, empieza una guerra civil en el Califato. Una de las facciones se alía con 9.000 soldados cristianos de los condados catalanes: en 1010 toman la misma Córdoba. Los cristianos se llevan a Cataluña un enorme botín, con el que se fundarán monasterios, se reconstruirán ciudades y se repoblarán tierras. Los moros se dividen en taifas y los cristianos empiezan a recuperar terreno. Pasan apenas 13 años desde el saqueo de Santiago a la caída de Córdoba.

Esta es la época apasionante que visitamos en Las armas de la luz, de mano de sus protagonistas, de la costa de Tarragona, a las montañas del Pirineo, a la corte califal cordobesa.

Sánchez Adalid posa para el dossier de prensa editorial

Sánchez Adalid vendió más de un 1 millón de ejemplares de El Mozárabe, obra ambientada en la misma época. Fue su primera novela, publicada en 2001. Han pasado veinte años y ha publicado muchas más. En 2007 se supo públicamente que el novelista también era sacerdote y párroco. «Fue en la entrega del Premio Fernando Lara, el premio prestigioso de Planeta», explica el autor a ReL. «Ya se había vendido un millón de ejemplares de El Mozárabe, estábamos en la cena de gala en Sevilla, con el ministro de Cultura y muchas personalidades. Subí a que me entregara el premio Ángeles Caso, la escritora. Y dije que era cura. Y, de hecho, en las fotos se me veía el cuello como si fuera de clérguiman, aunque no lo era».

– ¿Qué ha cambiado en estos 20 años en la novela histórica?

– Ha cambiado el lector y el panorama editorial en España. Hubo un boom, un magma. Antes, digamos que en los 90, casi todo era novela histórica traducida: Mary Renault, Amin Maalouf, Mika Waltari, el bombazo de Noah Jordon, El Abisinio de Rufin… Pero entonces empezó a publicar Pérez Reverte con Alatriste, el primero con gran éxito. Y después yo y muchos más autores españoles.

– Tras dos décadas y muchas novelas ya, ¿qué ha aprendido del oficio?

– Lo difícil no es publicar, sino mantenerse. Para eso hay que hacer literatura. Limitarse a novelar historia no es difícil, sólo necesitas una historia interesante y le pones una trama de amor. Pero hacer literatura implica trabajar más el estilo, la estructura, los personajes Los Novios, de Manzoni, es literatura. Historia de Dos Ciudades, de Dickens, tiene una estructura magnífica, compleja, y el lector no ve esa complejidad, sólo disfruta la novela.

– ¿Las teleseries de historia han cambiado nuestra forma de consumir historia?

– No es sólo la televisión. La historia como evasión, consumo, entretenimiento popular es en realidad muy reciente. Hace dos o tres décadas, lo de visitar castillos en vacaciones era para eruditos, la gente normal consideraba que las vacaciones eran para ir a la playa o pasear por el campo. Ahora todos quieren museos, castillos, centros de interpretación… En Internet hay infinidad de webs de historia. Y hay montones de revistas de historia en los quioscos, y todas se venden.

» Hacer teleseries o películas de historia es difícil, es caro. Hay que evitar caer en ese peplum italiano antiguo que a veces llamaban «cine de disfraces». También en las novelas se puede caer en decorados de cartón piedra, que ves que es decorado falso. Una buena serie o novela de historia ha de dar la sensación de que estás en esa época, que viajas mágicamente al pasado. Mary Renault, una de las primeras novelistas históricas de gran calidad, decía: “escribe como si hubieras estado allí”.

– ¿Tenemos en España un problema con la historia, un problema que no tienen, quizá, franceses, ingleses o italianos?

– Sin duda. Hemos creado una asociación de Escritores con la Historia. Nos gustaría liberar de prejuicios y de situaciones políticamente correctas a la historia de España. Por desgracia, hay quien trata de juzgar cosas de hace mil años como si hubieran pasado ayer. Yo vivo en Mérida, un lugar lleno de historia, construida por los romanos, luego con los suevos, los visigodos, los musulmanes… Hay que entender cada época y lo que aportó cada uno, aunque, por supuesto, yo me quedo con lo que ha aportado la cultura cristiana.

– Quizá a nuestros veinteañeros les cuesta entender cosas muy básicas de la historia, cosas que entiende alguien que haya sido niño de pueblo en los años 70…

– Un señor de pueblo que hoy tenga 90 años ha vivido una juventud muy similar a la de un hombre del siglo XV, en iluminación, transporte, alimentación, ritmo diario… En cambio, le separa un abismo de lo que vive un veinteañero de hoy. Incluso los que somos del siglo XX somos distintos a los nacidos ya en el 2000. La novela histórica intenta recrear eso de forma comprensible y fiel. Un anacronismo que veo en las series de televisión es que es de noche y están todos despiertos y con mucha luz, como si tuvieran luz eléctrica.

»Y hay anacronismos también en lo espiritual. Veo por ahí personajes con espada y psicología de agnóstico postmoderno, descreído, blasfemando contra la Virgen en la España del Siglo de Oro... Eso no es consecuente con lo que sabemos, con lo que vemos al leer cartas o textos de la gente del Siglo de Oro, que podían ser pecadores pero sin duda tenían fe.

Portada de Las Armas de la Luz de Jesús Sánchez Adalid

– Las armas de la luz está ambientada en el año mil, en el choque de la Córdoba califal y los condados catalanes…

– Siempre me pregunté por qué decaen las civilizaciones, qué hace que se hundan reinos e imperios fuertes. A veces hay aceleradores. En el caso del Califato, ves que el Califa Hishem, con su debilidad, y la inercia que deja Almanzor. Pero hace falta algo más, y yo lo veo en el saqueo de Córdoba del año 1010, apenas 7 años después de morir Almanzor. En un par de años, 3 saqueos terribles hacen desaparecer todo el oro de Córdoba. Yo creo que esos 9.000 hombres que descendieron desde Cataluña dieron la puntilla.

– ¿Y qué pasó con ese oro?

– Yo estaba investigando en La Seu d’Urgell y en el museo tenían unos vasos de Córdoba, de oro macizo, repujados, preciosos, del siglo XI. ¡Han sobrevivido mil años! Sin duda los trajeron de aquel saqueo. Yo quise entender a esos hombres. Almanzor los había presionado y humillado, había arrasado Barcelona, se llevó miles de cautivos, arrasó Manresa… Y pocos años después, llega una guerra civil en Al-Ándalus y ellos acuden a guerrear. Ese oro sirvió para repoblar lo despoblado, para construir castillos y monasterios, para ampliar la frontera y hacerla bajar hacia el sur.

Sánchez Adalid con los vasos cordobeses que le asombraron

Sánchez Adalid con los vasos cordobeses que le asombraron en La Seu d’Urgell

– En la novela es importante la figura del abad Oliva…

– Él representa el nacimiento de la Edad Media del siglo XI: el monacato, el derecho, la cultura… Sus treguas de paz lograban frenar las guerras entre nobles. Oliva había sido educado como guerrero, pero se hace monje, luego abad y obispo y se dedica a reconstruir y repoblar. Con Ermesenda de Carcasona será quien logre refundar Manresa. Es un hombre conciliador, sabe que la guerra permanente sólo conduce a perder campos, ganados y hasta la fe. Él posibilitó un primer renacimiento.

» La portada del libro, con las pinturas de la Virgen de Sant Quirze del Pedret, expresa ese mensaje espiritual. Pienso que el monacato de occidente es un legado milagroso y luminoso en la Historia, que aún perdura. Algunas formas de monacato se hunden, otras se reforman. Santa Teresa también inició su obra sobre los escombros de una vida monacal que se había vuelto relajada y comodona.

Pinturas de Sant Quirze del Pedret

Pinturas románicas de Sant Quirze del Pedret que inspiran la portada

– Últimamente, en las novelas y series de fantasía, e incluso de historia, salen muchas mujeres guerreras…

– En esta novela no hay mujeres guerrero porque no existían. Pero sí hay personajes femeninos determinantes. La madre de Oliva, Ermengarda de Vallespir, se quedó sola al frente de su familia porque su padre, Oliva Cabreta, se fue de monje a Montecassino, por una especie de revelación. Las crónicas hablan de ella con admiración. Ermesenda de Carcasona llevó la regencia de Barcelona, que funcionaba como un reino. Y la mujer de Armengol también quedó como regente en Urgel. Son mujeres que estaban allí y dan interés a la novela.

– En la novela hay cristianos cautivos en tierra del Islam, que apostatan o simulan apostatar, es un tema que aparece en varias de sus novelas…

– Siempre me ha preocupado el fanatismo. La primera vez que traté el tema fue ya en Félix de Lusitania, cuando Cipriano de Cartago, en el siglo III, permite a sus feligreses ser cristianos escondidos, con prudencia. También durante la persecución y los martirios a los cristianos mozárabes de Córdoba en el siglo IX los obispos permitían a los cristianos vivir la fe con cuidado y discreción. Es un tema muy difícil. Aún lo vemos hoy con el yihadismo y los territorios bajo el islamismo radical. El martirio es voluntario, es una decisión libre y consecuente del creyente, y tiene un lado sacrificial. No es historia antigua: he conocido cristianos que me contaban como se escondían en la Guerra Civil española. Y se ha dado en los regímenes comunistas de Europa Oriental, de Asia…

– ¿Qué más ha aprendido sobre el arte de contar historias?

– Es difícil meterse en la mente de los personajes. Una novela épica no puede contarse sólo con guerreros, también hay mujeres, niños… A los escritores varones, por ejemplo, les cuesta más meterse dentro de los personajes femeninos. Yo creo que al ganar oficio he ido aprendiendo a crear más personajes distintos. Miguel Delibes era muy bueno en eso, se metía en la mente de niños, padres, viudas…

– ¿Cómo se compagina el escribir con ser párroco?

– A mí me ha ayudado. Llevo veinte años escribiendo, con premios y éxito de ventas, pero no he modificado mi vida. Sigo siendo un sacerdote con parroquia y mis feligreses. Los atiendo y aprendo de ellos. Dejé mi profesión de juez cuando era muy joven para hacerme sacerdote. Todo lo que he ido aprendiendo a partir de mi contacto humano como sacerdote me ha ayudado para escribir. Yo no me he aislado en una torre de marfil con intelectuales y escritores. Mi vida es la de cualquier cura, visitando enfermos, haciendo entierros, con los scouts de la parroquia, las actividades de Semana Santa… Mi parroquia tiene 18.000 habitantes y no tengo coadjutor. Lo que Dios nos pide a cada uno es un misterio. Yo no podía renunciar a mi segunda vocación, la de escribir, que me salía de dentro. Constato que seguir tratando a la gente ha enriquecido mis libros. Miro estos veinte años pasados con bastante asombro. Incluso ahora: Las armas de la luz está entre los 10 libros más vendidos en España estos días, y casi sin publicidad.

– Hay gente cristiana que dice que hoy la Iglesia está peor que nunca y que quizá se acerca el fin del mundo, pero la Historia ha visto muchos giros…

– A mí me gustan los temas de fin de época. Por ejemplo, cuando Roma cayó en manos de los bárbaros, hubo cristianos romanos que apostataron. Acusaban al cristianismo de ser incapaz de defender al Imperio ante la barbarie. Pero San Agustín les respondió: si creéis que la Iglesia va a triunfar con las armas de los hombres, estáis equivocados. La Iglesia se purificará y creará algo nuevo. Agustín lo explica en La Ciudad de Dios. Y el hecho es que los bárbaros se cristianizaron y asumieron el derecho y la civilización cristiana. En el siglo XX también Stalin y Hitler intentaron eliminar el cristianismo, y aquí seguimos. Vivimos hoy una época que tiene sus retos, pero todo nos purifica para ser más santos. Siempre digo que, en realidad, los hombres no controlamos tantas cosas como creemos.

Pablo J. Ginés/ReL.

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