Salud del Papa, ¿batalla definitiva?

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Tras varias jornadas con mensajes difusos sobre la quebrada salud del Papa Francisco y un posible final de su pontificado, se ha entablado asimismo la añeja batalla (¿la definitiva?) sobre la cabeza del Papa Francisco y, más particularmente, sobre su colon, sometido a severa cirugía a comienzos del pasado julio. La batalla, como luego veremos, ha colocado de nuevo a la trinchera progresista frente a la tradicionalista: la primera denuncia que algunas fuentes “tradi” insisten en que Francisco afronta el debilitamiento final de su pontificado precisamente porque Dios le está retirando el suficiente vigor del que dispuso hasta el presente, con una especie de mala salud de hierro, aunque a veces tocada por la ciática, el pulmón, etcétera.

Pero, antes de pasar a las interpretaciones, veamos los hechos. Hace aproximadamente 15 días que este “A divinis” supo, mediante fuente fiable, que en el Vaticano circulaban tres informaciones. A) Que el objeto de la cirugía papal no habían sido unos divertículos, sino la retirada de un tumor de consideración que implicaría después quimio y radioterapia en un paciente de 84 años que sería examinado de nuevo a finales de septiembre o comienzos de octubre. En suma, pronóstico delicado. B) Que, por precaución, la agenda del Papa permanecería congelada para no provocar inquietud. C) Y que, también precautoriamente, oficiales del Vaticano –los operarios de base– comenzaban a desarrollar tareas compatibles, como diría un forense, con una situación de precónclave.

Pese a la tentación de publicar estos datos de uno u otro modo, cierta providencia divina aconsejó la espera. Como asegura cierto aforismo romano, “incluso tres días después de su muerte, el Papa goza de una excelente salud”.

A lo largo de estas dos semanas, informaciones de bajo perfil insistían en que o bien el Papa gozaba de una recuperación positiva, o bien se estaba planteado una retirada al cabo de unos pocos meses. Incluso algún blog indicó que Francisco ya bromeaba con que “eso lo tendrá que tratar usted en primavera con el próximo Papa”.
En cualquier caso, dos informaciones de mayor perfil a comienzos de esta semana han agitado el asunto.

En el “Huffington Post” de Italia, la periodista Maria Antonietta Calabrò señalaba este lunes que Francisco prepara para fechas no lejanas “una Constitución Apostólica que regule la renuncia de un Papa y su estatuto tras la retirada”. Sobre esta información cabe destacar que, al margen de la supuesta situación de Francisco, es necesario que el Vaticano establezca criterios sobre el concepto, rigurosamente novedoso desde hace ocho años, de “Papa emérito”. Y no digamos si el caso fuese el de dos “Papas eméritos”.

Y la otra información del pasado lunes procedía del “Libero Quotidiano”, donde el vaticanista Antonio Socci veía “al Papa, próximo a su retirada, no por edad, sino por salud”, al tiempo que indicaba cómo “en el Vaticano soplan vientos de cónclave”.

Pespunteando estos adelantos, en diversos blogs se han podido leer consideraciones como la del historiador de la Iglesia Christopher Bellitto, de la Universidad Kean de Nueva Jersey, que afirmaba: “No puedo imaginar que Francisco renuncie mientras Benedicto siga vivo”. En otra vertiente del caso, una canonista, Geraldina Boni, publicaba una propuesta sobre “la Sede Romana totalmente impedida y la renuncia del Papa, una legislación que ahora parece urgente e inaplazable”.

Pero falta aquí el contrapunto de todo ello en la línea de confrontación que antes anunciábamos. El portal progresista argentino “Valores religiosos” (que nació con la publicación de un suplemento mensual en el diario “Clarín” en la época de Bergoglio como cardenal de Buenas Aires) apuntaba a una “evidente operación de sectores ultraconservadores” la referida noticia de que el Papa estuviera considerando renunciar por problemas de salud.

El portal hace referencia a “fuentes que frecuentan cotidianamente al Pontífice y que afirman que está recuperado en un 90 por ciento de la operación por divertículos en el colon a la que fue sometido el pasado 4 de julio”. Añade que “Francisco va retomando el ritmo de su actividad habitual e incluso ya almuerza y cena otra vez en el comedor de la residencia de Santa Marta, donde vive, y no en su habitación”. “Valores religiosos” resalta que “sigue en pie su programada visita a Hungría y Eslovaquia, prevista entre el 12 y el 15 de septiembre”, y denuncia finalmente que, “para las fuentes consultadas, todas estas especulaciones provienen de sectores tradicionalistas que no lo quieren nada a Francisco”.

No quedaría este repaso completo si no citáramos al santón de todo el género vaticanista y convertido radicalmente desde el minuto dos al antifrancisquismo, Sandro Magister, quien titulaba su artículo del 13 de julio “Cónclave a la vista, todos se distancian de Francisco”. Pese a la densidad del título, Magister no se refiere en absoluto a la salud del Papa, sino que examina posibles sucesores de Bergoglio. Según el vaticanista, a Francisco le gustarían el cardenal filipino Luis Antonio Gokim Tagle o el alemán Reinhard Marx (añadimos aquí que en este último caso los “tradis” y la conservación experimentarían auténticas embolias emocionales).

Pero Magister señala también a los alineados de menor intensidad con Bergoglio, concretamente al cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, o al húngaro Péter Erdô, arzobispo de Esztergom y Budapest. Según el vaticanista italiano, Erdô presenta un balanceado y moderado perfil, aunque un pelín inclinado a la conservación. El último nombre que indica Magister es el del cardenal Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia y cofundador, con Andrea Riccardi, de la Comunidad de Sant’Egidio.

Las quinielas posbergoglianas llevan circulando desde hace un par de años, es decir, cuando su salud no presentaba alarmas apreciables. Ahora, no podemos afirmar que la salud del Papa se vaya a convertir en la madre de todas las batallas, pero sí tenemos claro que, aunque un papa siga gozando de buena salud después de muerto, poco o nada influirá en el conclave que elige a su sucesor.

 

DEGOLLARANTE.

A divinis.

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