La primera lectura de este domingo nos trae el Decálogo a un primer plano. A la mentalidad actual le cesta mucho admitir que la conducta del hombre ha de sustentarse en principios fijos, que como tales son inamovibles. Nadie en sus sano juicio va a vivir a una casa carente de cimentación, o se monta en un coche con tres ruedas o dos. No se entiende el vuelo del avión, sin contar con la ley de la gravedad; o por mucho que alguien se empeñe sobrevive media hora debajo del agua, sin proveerse del oxígeno necesario. Los imperativos físicos o biológicos son discutidos por personas ajenas a la realidad, pero estos principios llegan a imponerse de forma tozuda. Superado un cierto nivel de ruido el oído y el cerebro se resienten, deterioran y enferman. Un cierto producto químico tomado en una dosis excesiva produce una intoxicación o incluso la muerte, porque los niveles de aceptación de dicho elemento tiene un límite impuesto por la condición biológica. Estas cosas que vienen dadas por la observación más elemental y el sentido común, hoy resultan extrañas y revolucionarias en algunos sectores de la sociedad, que intentan imponer el pensamiento único, en el que la rareza o la extravagancia, en muchas ocasiones, tiene que ser admitida porque al discrepante se le puede acusar de intolerante. Al que se atreve a realizar un análisis o discernimiento basado en principios no sólo no es escuchado, sino que empieza a ser excluido. Los distintos principios expuestos en el Decálogo están en relación íntima, de tal forma que la negación continuada de alguno de ellos hace que se resienta todo el edificio ético y espiritual de la persona. En el Decálogo, ética y espiritualidad están del todo relacionadas y necesitadas. La espiritualidad aparece como la dimensión vertical del comportamiento humano, que tiene en cuenta a DIOS como eje central de la existencia. La ética afecta al orden fáctico, pues la actuación humana se mantiene en un contexto familiar y social, que precisa de pautas de comportamiento bien definidas. El Decálogo evidencia lo que está inscrito en la conciencia del hombre, para que éste no sienta la perplejidad que la propia debilidad de la conciencia puede originar. El Decálogo, que asiste a todo hombre que viene a este mundo coincidente con la luz del VERBO que ilumina a todo hombre (Cf. Jn 1,9), se puede eclipsar por la propia debilidad, negligencia en la conducta o por el pecado que niega a DIOS su protagonismo en la historia personal, familiar y social. La responsabilidad hacia DIOS no se verifica si no hay una responsabilidad hacia el prójimo. San Juan en su primera carta lo dice así: “no se puede amar a DIOS a quien no se ve, si no amas a tu hermano a quien ves” (Cf. 1Jn 4,20) Utilizamos el término “responder” porque la mirada hacia DIOS o la consideración de su existencia y Providencia es un modo de respuesta por nuestra parte. Dialogamos con todo lo que nos rodea en distintos lenguajes, y preferentemente con nuestros semejantes. Las respuestas ofrecidas construyen fraternidad cuando están presididas por la Caridad. El Decálogo en breves palabras nos trae a la memoria lo que DIOS quiere y nosotros necesitamos: velar por la familia y respetar a los padre; no matar y favorecer todo lo que contribuya a la vida de los hombres; complementar el mandato en el origen de “creced y multiplicaos” (Cf. Gen 1,28), con el otro también en el origen de “seréis una sola carne” (Cf. Gen 2,24).No se puede robar, porque la propiedad privada es tan sagrada como lo fue la parcela de paraíso para los primeros padres: sin propiedad privada no hay libertad. De forma positiva, cada uno debe poner de su parte en el cumplimiento de los derechos sociales, que establecen relaciones equitativas, redistributivas y para algunos de carácter restaurativo, cuando las circunstancias de la vida hayan sumido a la persona en el fracaso y la desestructuración personal. Los dos últimos preceptos que enunciamos en nuestro Decálogo están compendiados en la décima palabra recogido por el libro del Éxodo, y eleva la obligación de velar por el precepto al plano de la subjetividad humana sintetizado en un solo concepto: no codiciarás. La codicia es el deseo morboso de lo ajeno. La fuerza interior del deseo cuartea el corazón y corrompe las intenciones, y funciona como el gatillo dispuesto a disparar la bala, que tiene a su víctima en el punto de mira. La codicia está íntimamente ligada a la envidia, cuyos resultados nefastos son recogidos en los primeros capítulos de la Escritura. “Por envidia de Satanás, entró el pecado en el mundo” (Cf. Sb 1,24); y por envidia, Caín mató a Abel su hermano (Cf. Gen 4,8).
Las Diez Palabras de DIOS
Para visibilizar la inmutabilidad de la Ley Natural, Moisés bajó con la Diez Palabras escritas por DIOS en tablas de piedra; pero su lugar propio de inscripción es el corazón de los hombres. El Pueblo elegido es de DIOS cuando las Diez Palabras hayan recreado la creación original. De nuevo DIOS pone en marcha un proceso de revelación para llevar a su Pueblo a grandes designios. Entre luces y sombras el núcleo de la Ley formado por las Diez Palabras tiene que ser llevado a plenitud por JESUCRISTO (Cf. Mt 5,17). Las Diez Palabras son Básicas, pero no resultan fáciles de realizar, de lo contrario la Historia de la Salvación discurriría sin tantos sobresaltos y reveses. No se llega a la “plenitud de los tiempos” (Cf. Mc 1,14) con una regularidad y armonía como si de una perfecta sinfonía se tratase. Nada de eso ocurrió, y la acción de DIOS se fue abriendo paso en medio de grandes incumplimientos humanos. De momento seguimos una decadencia similar y “un pequeño resto” va manteniendo la antorcha de la acción de DIOS. Pocos son hoy los que se atreven a levantar la voz a favor de las Diez Palabras de DIOS como expresión genuina de la Ley Natural. La renuncia a estas Diez Palabras como la pauta de nuestra vida ética y espiritual, sería como renunciar al aire que respiramos para mantenernos con vida.
Gran revelación
En todo el Antiguo Testamento no encontramos otra página que supere a la portentosa revelación de DIOS para entregar al Pueblo las Diez Palabras. Se crea un ambiente singular alrededor de la montaña santa, y DIOS se manifiesta en el fuego y la tormenta con sonido de trompetas (Cf. Ex 19,18-19).
“YO, YAHVEH, soy tu DIOS, que te saqué del país de Egipto, de la casa de servidumbre” (v.2). La Providencia divina y el cuidado especial de DIOS hacia el Pueblo quedó de manifiesto con la liberación de las garras del Faraón. Poderes que parecían inexpugnables se desvanecieron ante el poder de YAHVEH, y para dar comienzo a las Diez Palabras, DIOS vuelve a presentarse haciendo recordatorio de su poder. El monoteísmo del Pueblo no podía coexistir con creencias paralelas en otros dioses, y a estos últimos debía renunciar absolutamente, pues DIOS había mostrado con largueza, que su poder superaba a cualquier otra deidad egipcia que pudiera existir. No sólo YAHVEH salva a su Pueblo de los egipcios, sino de los dioses de los egipcios, que eran considerados como los protectores de aquel pueblo opresor. Por tanto, esta tarjeta de presentación por parte de YAHVEH no es de orden menor, sino que es necesaria para fijar en los corazones de los israelitas la primacía del poder de YAHVEH, y unido a ese poder máximo están todos los cuidados providenciales que YAHVEH les dispensabas. Un dios manifestaba su autenticidad según la protección que procuraba. La fe arcaica de los israelitas no resulta tan distinta de la de muchos cristianos actuales. La consideración del Amor de DIOS como manifestación suprema de su Providencia hacia el Pueblo es un nivel superior que deberá esperar algún tiempo para fijarse como eje central de la espiritualidad israelita. En los primeros estadios de la revelación, DIOS es DIOS por el poder manifestado en sus gestas a favor del Pueblo,; y esto se reeditará en distintas ocasiones caminando por el desierto.
La objeción del ateo para aceptar a DIOS se puede formular así: si DIOS existe debe ser todopoderoso, luego si se da tanto mal y sufrimiento en el mundo es porque, DIOS no puede evitarlo; y un DIOS que sea impotente no es DIOS. La aparente debilidad de DIOS sólo se resuelve en la lógica de la Cruz de JESUCRISTO, pero eso viene más adelante.
No es en absoluto desdeñable aplicar el texto anterior al poder liberador de DIOS que opera en cada paso de la conversión personal. Durante el paso por este mundo, vamos saliendo de Egipto, que simboliza un mundo de pecado, porque el pecado no está aislado, sino que está prendido de una trama que debe ser debilitada una y otra vez, hasta que desaparezca cuando DIOS quiera, porque ÉL es el LIBERADOR.
Primera Palabra
“No habrá para ti otros dioses delante de MÍ. No te harás escultura ni imagen de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque YO, YAHVEH, tu DIOS soy un DIOS celoso, que castigo hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, pero tengo misericordia por mil generaciones para los que me aman y guardan mis mandamientos” (v.3-6). Esta Primera Palabra del Decálogo debemos ponerla en paralelo con el Shemá, o Mandamiento Principal, que recoge el libro del Deuteronomio (Cf. Dt 6,4-9). Una larga trayectoria comienza a describirse en la Historia de la Salvación desde la formulación primera en el Sinaí hasta la establecida por su relectura en el siglo seis (a.C.) en el libro del Deuteronomio. Una pregunta que debe estar presente, sin intentar responder en un primer momento es la siguiente: ¿es posible para el hombre una relación con DIOS despojado de cualquier elemento simbólico, rito o liturgia?
¿Cuál es la finalidad de DIOS con esta Primera Palabra? Eso queda bien reflejado en su propio contenido: desvincular a los israelitas de los dioses egipcios y de cualquier atisbo de politeísmo, pues las consecuencias serían ruinosas para ellos. No perdamos de vista el enunciado principal: “no habrá para ti otros dioses delante de MÍ”. Lo esencial es que el israelita no anteponga otras deidades a su único DIOS, independientemente de la representación en imágenes, pues esos otros dioses pueden estar anidando en el corazón del israelita y suplantarían, por ello, el único lugar debido a YAHVEH. Las esculturas de cualquier criatura tomada por deidad da la imagen del ídolo, que viene a cerrar el paso del hombre hacia DIOS. En este caso nos encontramos ante un fondo espiritual de negación que tiene un trasfondo satánico o diabólico, de ahí la prohibición tan enérgica de esta primera palabra dada en el Sinaí como Ley inmutable. El cumplimiento del resto de los mandamientos no se realiza, si éste no se ejecuta de forma escrupulosa. La consideración de DIOS como el único DIOS conduce a la adoración, y deja al mundo creado por ÉL como el escenario propio del hombre, que debe aparecer como reflejo de su infinita Providencia. Todo lo creado tiene una cierta autonomía, por lo que el hombre puede utilizar cualquier otra criatura para su sustento, hábitat y protección. La Creación material en ninguna de sus manifestaciones es DIOS, aunque operen en la vida del hombre como dones divinos, por los que el hombre tiene que dar gracias y alabar a YAHVEH. Ciertas formas de ecologismo y animalismo actuales anteponen al hombre a distintos seres de la Creación, devolviéndonos aun politeísmos de nuevo cuño. Para algunos animalistas y ecologistas, el hombre es el que sobra del planeta, y en su lugar deben ser articulados nuevos derechos en la protección de especies animales y plantas.
Este relato del Decálogo sugiere a los grupos cristianos nacidos en la Reforma de Lutero, en el siglo dieciséis, la prohibición tajante de las imágenes. Hay que decir de entrada, que el mandamiento leído despacio no es tan radical como los luteranos y los evangélicos lo plantean en sus diversas ramas. El mismo libro del Éxodo recoge la imagen de los Querubines presidiendo el Arca de la Alianza (Cf. Ex 25,18-22). Así mismo, los Querubines, que representan una de las jerarquías angélicas, adornan el cortinaje de la Tienda del Encuentro por el desierto, y del Templo de Jerusalén. Por tanto no todas las imágenes religiosas están prohibidas. Por otro lado, el mandamiento prescribe que el hombre no se haga imágenes de YAHVEH, pero la cosa cambia cuando es DIOS mismo el que se hace hombre, y su presencia humana es imagen del DIOS invisible (Cf. Col 1,15). La imagen reincorporada en el Cristianismo al culto divino no es politeísmo ni adoración de ídolos, aunque los hermanos de otras iglesias cristianas sigan empeñándos en afirmarlo. Ni los católicos, ni los ortodoxos, ni cualquiera otros cristianos de las iglesias orientales, adoramos a las imágenes, pues las entendemos en la misma categoría del símbolo religioso.
DIOS es fiel
“YO SOY un DIOS celoso, que castiga la culpa de los padres en los hijos hasta la tercera o cuarta generación. Pero tengo Misericordia por mil generaciones para los que cumplen y guardan mi Alianza” (v.6). El celo de DIOS nos sugiere la predilección apasionada de DIOS por su Pueblo. Estos tientes antropomórficos muestran que DIOS no es indiferente o distante a la realidad humana. El DIOS de la Biblia, absolutamente trascendente, sin embargo entra en el orden mismo de los acontecimientos que incumben y afectan al hombre. Las decisiones de cada uno son importantes, y DIOS las valora con una respuesta inmediata de ayuda o reprobación. Desgraciado del hombre, que en su contumacia en el mal no percibe la corrección divina. La Misericordia de DIOS favorece una vida de pacífica normalidad para el hombre justo, que ve prolongarse sus días en la Presencia de DIOS. La fidelidad del hombre devoto al Pacto con DIOS irradia beneficios innumerables para todos los hombres, pues DIOS favorece por “mil generaciones” a los que cumplen con las Palabras de su Alianza. La paz trae infinitamente más beneficios que la guerra, aunque esta última llene de riquezas materiales sólo a unos pocos, que ven su propia vida abocada desesperadamente a la muerte. Esto último vale para las guerras de diseño, que se provocan en la actualidad, y nada tienen que ver con los criterios de una guerra justa o en legítima defensa cuando algún otro pueblo o potencia pretende una invasión.
Segunda Palabra del Decálogo
Esta Palabra tiene algunos matices que se derivan de su misma formulación: “no tomarás el Nombre de DIOS en falso”, o “no tomarás el nombre de DIOS en vano”; o “no harás inútil el Nombre de DIOS”. El juramento es aquella afirmación o testimonio ante algún tribunal humano, en el que ponemos a DIOS por testigo de lo que decimos. JESÚS dice que no juremos en ningún lugar o circunstancia, pero esta Palabra de JESÚS no se viene cumpliendo, y permanecemos en la antigua costumbre. Ante un juicio civil de carácter penal o procedimiento eclesial puede utilizarse el juramento, que avala la palabra dada como si se estuviera ante el tribunal de DIOS. La falsedad de un proceder de este tipo es punible y DIOS lo reprueba por instrumentalizar su Nombre para enmascarar una villanía. Pero existen otras formas aparentemente menos agresivas de utilizar mal el Nombre de DIOS: la primera consiste en manipular o desdecir su propia Palabra revelada; y la otra forma proviene de la misma indiferencia ante la revelación de DIOS. Este último caso viene a coincidir con la actitud displicente del hombre moderno: si DIOS existe allá ÉL, y si no existe, no me importa en absoluto. Estamos ante la postura cínica que denominamos agnóstica, que niega cualquier forma de acceso a DIOS a través de la razón. Podría concluir el agnóstico: la teodicea ha muerto, y no es posible saber si DIOS existe o no existe. Alguna corriente idealista dentro del campo filosófico se ha encargado hace tiempo de sembrar las bases para este tipo de posturas intelectuales, negando a la razón o inteligencia humana, algo que martillea el sentido común. Un policía o investigador encuentra un cadáver con un balazo o varios, y deduce que se ha producido un asesinato, por lo que existe un asesino. Vemos un edificio levantado, y deducimos que alguien ha sido el arquitecto, y han intervenido distintas categorías de obreros en su construcción. Escuchamos una obra musical e inmediatamente podemos preguntar por su autor. Vamos a un museo, y a nadie se le ocurre pensar que los cuadros aparecieron allí sin referencia alguna a sus respectivos autores. Y, así, podríamos hacer una lista muy larga de la deducción racional legítima de la razón. Pero curiosamente cuando algunos de los muy inteligentes se asoman a este inmenso universo con unas complejidades extraordinarias y unos enigmas sobrecogedores, ante los que no se encuentra explicación racional, estos muy inteligentes son incapaces de admitir que una inteligencia muy superior e increada ha tenido que diseñar, crear y sostener con orden y finalidad todo lo existente. O la materia en sí misma es DIOS, cosa no apreciable, o DIOS como Creador existe. Esta sencilla disyuntiva puede resultar pueril a los muy inteligentes, pero ellos no aportan nada mejor.
La fiesta religiosa
“DIOS bendijo el día del sábado y lo hizo sagrado” (v11). Todas las cosas creadas son una bendición de DIOS para el hombre, pero en el día del sábado, DIOS no realizó cosa alguna con objeto de significar, que el don de ese día era DIOS mismo, por lo que el hombre debía descansar de cualquier otra actividad para recibir de modo especial la Presencia de su CREADOR y SEÑOR. En este día el hombre debe contemplar toda la Creación con profundo agradecimiento, restablecer sus fuerzas entrando en el descanso religioso y forjar unas nuevas relaciones humanas con todos aquellos que lo rodean, incluso los sirvientes, o los extranjeros, que también se abstendrán de trabajo alguno (v.10).
“En seis días hizo YAHVEH el Cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen,; y el séptimo día descansó y lo hizo sagrado” (v.11). Todo lo creado tiene un orden y una finalidad, que alcanza su sentido último en el descanso del SEÑOR. El hombre tiene por delante la tarea de colaborar con DIOS en el crecimiento de la armonía de todas las cosas y la realización del fin último para el que cada criatura fue pensada y creada por DIOS. En este sentido debe el hombre entender los mandatos iniciales de “creced y multiplicaos, poblad y dominad la tierra” (Cf. Gen 1,28) El hombre como alta representación en este mundo de la “imagen y semejanza de DIOS” (Cf. Gen 1,27), le corresponde visibilizar la adoración y la alabanza de toda la Creación hacia su CREADOR (Cf. Slm 8; Slm 148; Dn 3 57,90)
Sólo el hombre es capaz de vivir la fiesta y experimentar la alegría profunda, porque participa de la “imagen y semejanza” con DIOS. La fiesta de adoración y alabanza es la más alta manifestación del Amor de DIOS. La alegría viene del Amor mismo, que se revela como su única fuente. Satanás no siente alegría nunca y se duele de la alegría experimentada por el hombre, incluso cuando éste obra el mal. Cuando tristemente se conocen los testimonios de personas satanizadas, es decir radicalizadas en el mal al prójimo, se comenta de ellas que no sienten placer alguno cuando ejecutan las acciones de máximo terror: han perdido cualquier forma de empatía con sus semejantes.
Alejar a las personas del descanso dominical en nuestro caso es lo mismo que ir privando del mismo descanso espiritual, que viene del Cielo para reconfortar en los duros trabajos de la vida. Un pequeño toque del descanso de DIOS en el alma restaura las fuerzas desgastadas por la fatiga acumulada de la semana. La fatiga acumulada va produciendo cansancio por el hecho mismo de vivir, y sumerge a las personas en paisajes grises de tonalidades cada vez más oscuras. Llegados a cierto nivel la parálisis espiritual se apodera de las almas para hacerles creer que no existe otra cosa distinta de la pesada rutina y la falta de LUZ.
La Pascua de los judíos, (Jn 2, 13-25)
El Nuevo Pacto realizado por DIOS con el hombre está sellado con la sangre de su propio HIJO, JESUCRISTO. La Pascua judía es la figura de la verdadera Pascua, en la que DIOS pasará haciendo Justicia entre los hombres. En la “Boda de Caná”, JESÚS era el Novio que se estaba desposando con la humanidad, porque estaba comenzando el tiempo de su “Hora”. Así el evangelio de san Juan entroniza a JESÚS en la misión de revelar el Plan de Salvación previsto por DIOS para el hombre desde toda la eternidad. Este pasaje de la expulsión de los vendedores del Templo significa, en el evangelio de san Juan, que los tiempos mesiánicos han llegado, y el sentido mismo del Templo tiene que girar hacia la manifestación del MESÍAS. Pero aquel lugar de culto tenía necesidad de purificación y transformación. La casa de oración por excelencia se había convertido en un emporio de carácter comercial, que beneficiaba a la casta sacerdotal principalmente.
El templo
El Templo de Jerusalén ocupaba varias hectáreas, siendo la zona más amplia el atrio, que ocupaba entre diez y doce hectáreas, unos ciento veinte mil metros cuadrados; por tanto, una porción de terreno muy aceptable previendo la confluencia de judíos devotos en las grandes celebraciones de modo especial en la fiesta de la Pascua. En esas fechas, Jerusalén multiplicaba por diez su población, y se estima que la ciudad congregaba entre doscientas mil y doscientas cincuenta mil personas, que buscaban alojamiento también en las aldeas de alrededor. Por tanto, el Templo suponía el motor económico de la ciudad y los pueblos de alrededor, pues durante el año a un ritmo inferior se mantenía una notable actividad gracias a los sacrificios y ofrendas en el Templo.
Parece ser que la visión del Templo desde una cierta distancia antes de llegar a la ciudad, ofrecía una estampa espectacular, pues resaltaban sus fachadas blancas, que imitaban el mármol, con las líneas y cúpula dorada. La impresión en el devoto israelita lo conmovía con el sentimiento religioso más sincero, y bien podía recitar cualquiera de los Salmos de peregrinación, como por ejemplo: “vamos a la casa del SEÑOR, ya están nuestros pies pisando tus umbrales, Jerusalén (…)” (Cf. Slm 121). La ciudad santa, con su gran Templo evocaba las grandes profecías del Antiguo Testamento, pues los judíos eran conscientes de poseer la mayor obra arquitectónica de su tiempo, procurada en su última fase por Herodes el Grande. El gran Templo contribuía a alimentar el ambiente apocalíptico que se respiraba en aquellos años, en los que JESÚS inicia y desarrolla su misión.
Una acción profética y de ruptura
La expulsión de los vendedores del Templo por parte de JESÚS tiene una lectura profética, pero añade un carácter de ruptura con todo el sistema religioso anterior basado en las ofrendas de los frutos de la tierra y en los sacrificios de animales. Para cualquier judío era normal y admisible encontrar todo aquel panorama de vendedores de palomas, pichones, tórtolas y corderos. El caso de los bueyes, sólo mencionado por san Juan, podía llamar un poco la atención, pues parece que aquellos animales dispuestos para el sacrificio se ofrecían al otro lado del torrente Cedrón cerca de Getsemaní, pero una disputa entre el Sumo Sacerdote y el Sanedrín originó que también los bueyes estuvieran en los atrios del Templo. Otros personajes son los cambistas, que ofrecían moneda de curso legal para el Templo, que exigía la ausencia de efigies del emperador, pues el único SEÑOR del Templo era YAHVEH. Las distintas monedas traídas por los judíos eran cambiadas por equivalencia en siglos de plata con el correspondiente margen de ganancia para el cambista.
En la expulsión de los vendedores y cambistas no se dice que participen los discípulos en momento alguno: sólo JESÚS toma la iniciativa de llamar la atención sobre las prácticas que se estaban realizando: “no hagáis de la casa de mi PADRE una casa de mercado” (v.16). En san Lucas la denuncia es más amplia y precisa: “la casa de mi PADRE es casa de oración, y vosotros la habéis convertido en cueva de bandidos” (Cf. Lc 19,46). Había que devolver al israelita al verdadero culto, que no pasaba estrictamente por los sacrificios de animales; pues así lo declaran los profetas: “no tengo necesidad de carne de animales, ni de su sangre; y si tuviera necesidad no te lo diría Israel, pues todas las fieras del campo son mías. Lo que YO quiero es un corazón misericordioso, que atienda al pobre y al necesitado”. Desde la denuncia de los antiguos profetas habían pasado varios siglos, pero las costumbres religiosas no habían variado. Incluso el intervalo de tiempo de cincuenta años para unos y setenta para otros por el destierro en Babilonia no fueron motivo suficiente para alcanzar la conciencia del culto espiritual. Ahora, JESÚS con ese acto enérgico con el que llama la atención de todos pretende inaugurar un nuevo tiempo y va al corazón del sistema institucional de la religión judía, de la que ÉL es el más legítimo exponente. La expulsión de los mercaderes del Templo en el evangelio de Juan equivale a la proclamación inicial del programa evangélico en Marcos: “se ha cumplido el tiempo, está cerca el Reino de DIOS.; convertíos y creed en el Evangelio” (Cf. Mc 1,14)
El Nuevo Santuario
“Destruid este Templo, y YO en tres días lo levantaré” (v.19). San Juan va entreverando aspectos concretos alusivos a la materialidad del Templo con las respuestas de otro nivel que aporta JESÚS. La preocupación de los judíos es la materialidad del Templo, y la de JESÚS es la manifestación de los planes de DIOS. Son dos líneas de argumentación que en algunos puntos se tocan a modo de quiasmas de unión, pero que los interlocutores de JESÚS no perciben. En tres días, JESÚS levantaría un Nuevo templo, con una Nueva Fe y un Nuevo Camino hacia DIOS, y lo anterior se quedaría en la sombra como símbolo o anuncio de la nueva realidad religiosa. No era del todo cierto, el Templo de Jerusalén se mantuvo en reconstrucción hasta el tiempo de su demolición por los romanos en el año setenta. A JESÚS los judíos le piden una señal para obrar de aquella forma totalmente intrusiva para ellos y la respuesta de JESÚS es desconcertante, pues sólo los discípulos la entenderán cuando el propio JESÚS resucite. Sin duda alguna para los discípulos iniciales, aquel episodio de la expulsión de los mercaderes y el diálogo entre JESÚS y las autoridades judías resultó enigmático y un motivo para realizar un profundo acto de Fe en el MAESTRO que días antes había protagonizado un sorprendente milagro, cuyo significado religioso trascendía con mucho el hecho de resolver una imprevisión de avituallamiento. Lo de menos era que los recientes esposos se hubieron quedado sin vino en la celebración de su boda, lo importante resultaba que con la acción de JESÚS comenzaba un Nuevo Tiempo de Salvación. Ahora el Vino Nuevo empezaba a dar Vida al mundo. Algo especial tuvieron que ver los discípulos en aquel acto profético de su MAESTRO, aunque los pudiera dejar estupefactos, paralizados y sin argumentos cabales para encajar los hechos. La perplejidad de los apóstoles, mucho más que posible, no es una cuestión menor a tener en cuenta por los seguidores de cualquier época, pues a cada cual le tocará vivir procesos similares. La conducta de JESÚS es la conducta misteriosa de DIOS en la vida de los cristianos.
La visión del MAESTRO
El evangelista san Juan se encarga de disponer los acontecimientos en la lógica del MAESTRO, que no es exactamente la del común observador. Los motivos reales que tuvo JESÚS para obrar como lo hizo, en el caso de los vendedores en el Templo, pertenece al misterio del MAESTRO, que no siempre va a ser entendido por sus discípulos, y constituirá un motivo para el ejercicio de la Fe: no entiendo muy bien lo que haces, pero creo en ti, SEÑOR. JESÚS prosigue en la línea de reafirmar la Fe de los discípulos, y abre el campo de su Mensaje a las personas congregadas en la Ciudad Santa con motivo de la fiesta de Pascua, pues realizó en aquellos días, y entre los congregados muchos milagros (v.23). Nicodemo perteneciente al Sanedrín dará cuenta en el siguiente capítulo del eco de estos signos y milagros: “nadie puede hacer las señales que TÚ realizas, si DIOS no está con él” (Cf. Jn 3,2). Pero de momento, san Juan aclara que JESÚS no actúa en la inconsciencia, sino que conoce el corazón de los hombres, y no necesita que nadie le diga lo que anida en el corazón de cada hombre (v. 24). Este último extremo es de vital importancia en muchos sentidos, pero en el evangelio de san Juan cobra un especial significado al comienzo del Evangelio, pues da a entender con claridad, que JESÚS carga y asume el mundo interior del ser humano con sus luces y sombras. La desconfianza de JESÚS sobre las intenciones profundas del hombre tiene que ver con el mal que anida en nosotros, que JESÚS contempla y acepta tomarlo sobre SÍ mismo. El valor expiatorio del bautismo de JESÚS en el Jordán encuentra en este punto el contenido objetivo de la expiación. JESÚS no vive por este mundo sin tocar lo tenebroso del espíritu humano, sino que es plenamente consciente de los movimientos internos que el Maligno realiza en el corazón de los hombres.
San Pablo, 1Corintios 1, 22-25
La experiencia de san Pablo en el Areópago ateniense (Cf. Hch 17,22-24) lo había desengañado: el Evangelio povoca una postura cínica de escepticismo por parte de los que se creen sabios e inteligentes con la ciencia de este mundo. De hecho no hay registro alguno de una vuelta del apóstol por la capital griega. La experiencia evangelizadora en Atenas seguro que le indujo a una meditación profunda para averiguar las causas de aquel vacío recibido como respuesta a la palabra anunciada. De hecho san Pablo muestra en ese momento una erudición, que nunca más volverá a esgrimir con un discurso que argumenta desde la Creación hasta la Resurrección de JESUCRISTO de entre los muertos. A los corintios les dice: “ha querido DIOS salvar a sus fieles por medio de la necedad de la predicación” (v.21). Los rasgos esenciales de la predicación son tres: la acción del ESPÍRITU SANTO, el anuncio kerigmático mediante la palabra del predicador y los signos que acompañan a la propia predicación. En realidad nada distinto de la metodología utilizada por el mismo JESÚS de Nazaret. En el “aquí y ahora” de la predicación tiene lugar un acto salvador por parte de DIOS: “esta Escritura que acabáis de oír, se cumple hoy” (Cf. Lc 4,21). El texto podría apurar más y decir: “esta Escritura que acabáis de oír se cumple en este instante que os hablo”. Así de resolutivo se plantea el acontecimiento de la Salvación mediante la predicación. DIOS actúa así para demostrar a los sabios, que mediante su sabiduría carecen de argumentos para penetrar las misteriosas regiones de su infinita bondad. La vía para recibir el Evangelio es la Fe.
“Mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría; nosotros predicamos a un CRISTO crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles” (v.22-23). No hemos avanzado gran cosa en estos planteamientos, pues lo dicho aquí por el apóstol es una clave para la predicación y evangelización de todos los tiempos. Los discursos sobre DIOS o cualquier aspecto doctrinal tiene su lugar, pero como desarrollo de la persona que se ha convertido después de una experiencia de conversión kerigmática. La acción del ESPÍRITU SANTO a través del anuncio proclamado por el predicador entra en el corazón del oyente, que ve tocado su interior por la acción de AQUEL que se le está anunciando. Esta experiencia de conversión con ciertos parecidos a la de san Pablo camino de Damasco, es necesaria para construir el edificio cristiano. El fracaso de nuestras catequesis parroquiales y de la evangelización en general está en este punto: se intenta construir en un interior que no se ha convertido a JESUCRISTO porque la Gracia del Kerigma no ha transformado ese corazón. Esto así expuesto es necedad para los listos de este mundo y un escándalo para los judíos que no admiten al CRUCIFICADO, JESÚS de Nazaret, como el MESÍAS anunciado por DIOS. Esto último sucedía en tiempos de san Pablo y sigue aconteciendo.
“Para los llamados, lo mismo griegos que judíos, reciben a un CRISTO que es fuerza de DIOS y sabiduría de DIOS” (v.24). Vienen bien en este punto una vez más las palabras de JESÚS: “te doy gracias PADRE, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Gracias PADRE, porque así te ha parecido bien” ( Cf. Mt 11,25,26). Y sigue san Mateo diciendo: “nadie conoce Al HIJO más que el PADRE, y nadie conoce al PADRE más que el HIJO, y aquel a quien el HIJO se lo quiera revelar” (Cf. Mt 11,27). Por tanto en la predicación se va a revelar con la intensidad adecuada para cada persona el mismo misterio de la TRINIDAD reservado a los sencillos, pues el cambio profundo en la conversión es una vuelta misteriosa a la casa del PADRE desde las regiones profundas del corazón humano. Aquí se ponen los cimientos del edificio cristiano; y de no ser así, toda la doctrina corre pareja a un saber superficial pronto a desvanecerse por falta de raíces. Hay que disponerse a los pies de la Cruz para iniciarse poco a poco en el conocimiento de las cosas de DIOS. En época de fuertes tensiones como la nuestra no vendrá nada mal saber dónde encontrar algunas de las respuestas, que vamos a necesitar para transitar por los distintos acontecimientos.
“Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres; y la debilidad divina es más fuerte que la fuerza de los hombres” (v.25) DIOS no ha querido salir de su acción misericordiosa en el encuentro con el hombre, a través de su HIJO, y el resultado fue un despojamiento absoluto hasta quedar clavado en la Cruz. La Redención quedó realizada, porque la MISERICORDIA permaneció inalterable. Pero el rostro de la MISERICORDIA aparece para nosotros débil y desvalido, y envuelto en una imagen inexplicable. No sabemos lo que pudo ser el pecado original, pero ni punto de comparación con la culpabilidad sobre el hombre por la muerte en Cruz de JESUCRISTO. Allí en el Paraíso se trataba de decidir sobre un conocimiento; pero en este caso el asunto versa sobre la muere del que pasó sólo haciendo el bien investido de una condición espiritual apreciable por todos como algo extraordinario. DIOS contuvo su omnipotencia contemplando a su propio HIJO en la Cruz gracias a su infinita Misericordia.