Probó con estoicos, aristotélicos, platonistas y se quedó con Cristo: un filósofo…que terminó en santo. San Justino, en lenguaje actual.

ACN
ACN
El católico medio conoce a Jesús por los Evangelios, y a los apóstoles y sus viajes y predicaciones por la tradición. La mayoría de los católicos saben, por ejemplo, que Pedro y Pablo murieron mártires en Roma: no es algo que se lea en la Biblia, pero los cristianos lo han recordado y hasta lo han visto en películas de romanos, como «Quo Vadis».
Pero ¿y la siguiente generación cristiana? El siglo II, que fue en el que de verdad el cristianismo se consolidó en todo el Imperio Romano aprovechando una época de paz, comercio y transporte eficaz, y frecuente debate intelectual, es poco conocido por el cristiano de a pie.

Para acercarnos a esa época, la editorial Ciudad Nueva publica la serie divulgativa «Conocer el Siglo II», con cuatro libros centrados en cuatro cristianos clave y su contexto: San Ignacio en Antioquía, San Justino en Roma, San Ireneo en Lyon y San Clemente en Alejandría.

Un viaje ameno y completo al siglo II

San Justino: intelectual cristiano en Roma, es una obra amena, que se lee con agilidad e interés, pero muy completa, con todas las notas necesarias y la bibliografía recomendada para completar información. El autor, Fernando Rivas Rebaque, licenciado en Filología Clásica y en Sagrada Escritura, profesor de Patrología y Griego en la Pontificia de Comillas, en un experto en el cristianismo antiguo y su contexto.

Portada de San Justino intelectual cristiano en Roma

Aquí opta por un recurso literario no muy distinto al que vemos en novelas históricas como «Félix de Lusitania», o «La Luz de Oriente», de Jesús Sánchez Adalid: narrar en primera persona, como si hablase el propio San Justino, su formación como niño de clase acomodada de provincias, su búsqueda filosófica, su conversión al cristianismo, sus debates filosóficos, los temas que trató… La descripción de su martirio, denunciado por un filósofo pagano hostil, la recoge de las Actas reales del proceso, narradas por un ficticio discípulo.

A continuación, el autor recoge las ideas de Justino en formato de diálogos y debates, en lenguaje moderno y comprensible, de estilo elevado pero «limpiándolo» de la retórica antigua que cansaría al lector actual.

Un estilo «peleón»: el que gustaba en la época

Justino usa el estilo llamado «agónico», de ‘agón’, lucha, que hoy nos parece pendenciero y poco conciliador, poco fraterno, pero entonces era el apreciado por la sociedad y el que se esperaba de quienes, como Justino, se ponían el manto de filósofo y salían a debatir a las termas con los amigos del debate intelectual.

Justino, pagano converso al cristianismo, que había explorado antes las doctrinas de los estoicos, las aristotélicas y las platónicas, que había admirado a Sócrates y que se sintió atraído al cristianismo por la alegría y entereza de los mártires, no tan distinta a la de Sócrates, empezó su carrera como filósofo cristiano hacia el año 150 d.C. (cuando casi no los había, él marcó la senda) escribiendo «apologías» que respondiesen a las acusaciones de los intelectuales paganos y las autoridades civiles contra los cristianos.

Lo que criticaban los paganos a los cristianos

Las acusaciones de los paganos eran básicamente de cuatro tipos:

– Que el cristianismo era una recopilación de lo peor del judaísmo, ya de por sí una religión polémica

– Que el cristianismo era nuevo (es decir, sin «pedigrí» ni tradición), era superstición (hace que los hombres vivan con miedo a cosas sobrenaturales), era maléfico (con brujerías y adivinaciones, con orgías y canibalismo) y que era desmesurado en sus exigencias morales y religiosas.

– Que tiene creencias irracionales y además, con orgullo, se muestra como la única verdad

– Que subvierte el orden social, al negar a los dioses paganos y al limitar la autoridad política, de los padres y de los maridos

Justino supo responder con bastante éxito y elegancia a estas acusaciones: buena parte eran bulos; otra parte, la de las exigencias morales, no estaban tan lejos del deseo de virtud de las distintas escuelas filosóficas aceptadas.

A la acusación de ser algo «nuevo», respondía que Moisés y su ley son más antiguos que Platón y sus enseñanzas. También planteó que Cristo es el Logos del que hablan los filósofos, y que los hombres han sido creados según ese Logos, idea que aún hoy sigue vigente y evocadora.

Otras veces, Justino prefería contraatacar, acusando a los cultos paganos o algunas costumbres antiguas de «engaños de los demonios a los hombres».

Debatir con el mundo judío

Más adelante Justino se encontró debatiendo con el mundo judío. Para este debate no estaba tan bien preparado. No conocía la Biblia en hebreo, solo la Biblia griega llamada «de los Setenta» (el número de sabios que, según la leyenda, la tradujeron del hebreo al griego coincidiendo milagrosamente), aunque se esforzó por conocerla mejor y buscar algún punto mínimo en común.

En sus debates como el mundo judío (que los historiadores y teólogos judíos modernos han analizado y desmenuzado) se nota que improvisaba algunas respuestas y que no dominaba el tipo de argumentación escriturística que los judíos habrían apreciado más. Cuando le faltaba dominio bíblico, acudía de nuevo a sus técnicas de retórica grecorromana y a algunas condenas fáciles y gratuitas.

Contra los herejes, mano dura

Su tercer ambiente de debate fue contra los herejes, o falsos cristianos. Contra estos usaba el lenguaje más duro, les acusaba una y otra vez de estar manipulados por demonios, o de servirles con agrado,y no se esforzaba tanto en dar argumentaciones. La palabra «hereje», que hasta entonces había significado algo más neutral, como «facción» o «corriente», desde Justino pasa a tener un sentido absolutamente negativo.

Rivas Rebaque señala, como detalle, que Justino acusa a los herejes de seguir a Simón el Mago, personaje de Hechos de los Apóstoles, como un dios y de haberle dedicado una estatua en Roma, pero que esta estatua fue hallada en 1575, efectivamente con la inscripción «Semoni Sanc[t]o Deo», pero se refiere al dios latino de los juramentos, Semo, no a Simón el Mago.

Un intelectual orgánico, pero no a sueldo

Rivas Rebaque explica que Justino fue un verdadero intelectual, y bastante abierto en el debate con los filósofos, pero en el fondo era «un intelectual orgánico al servicio de la comunidad cristiana, donde encontró su auténtica patria, a la que defendía». Lo hacía con sincera convicción en una época de intelectuales a sueldo en salones de ricos.
También fue muy valiente al defender, como filósofo, que Dios era un ser personal y providente, y no una mera fuerza impersonal como promulgaba el consenso culto de la época. Por otra parte, era curioso que a veces insistiera en la libertad y responsabilidad del ser humano, pero que luego recurriese con frecuencia a decir que los hombres o los pueblos eran manipulados y controlados por demonios.
Por último, hay que tener en cuenta que la cruz seguía aplicándose y aterrando y escandalizando en el siglo II. ¿Podía ser Dios alguien que muere en la cruz, signo de criminalidad y derrota total? Muchos tenían tentación (como luego en el Islam) de decir que Cristo no murió de verdad, o que no era de verdad Cristo, o que el que moría en cruz no era de verdad el Hijo de Dios, o que sucedió sólo a nivel gnóstico/espiritual/simbólico/aparente, etc… Pero Justino siempre defendió la realidad física, material, de Cristo y de su cruz, y finalmente lo hizo muriendo mártir con sus discípulos.
La combinación de filósofo converso, apologista, orador y escritor, polemista y mártir, hacen de Justino una figura única. Su presencia con argumentos y convicciones en un ambiente pagano hostil, ante una élite intelectual y política a la que reta, lo hacen muy actual en nuestra época, no menos pagana. Ahora, con este libro de estilo divulgativo, cercano y apasionante, podemos conocerlo a él y su época muy de cerca.

Pablo J. Ginés/ReL

 

Comparte:
By ACN
Follow:
La nueva forma de informar lo que acontece en la Iglesia Católica en México y el mundo.