Para acercarnos a esa época, la editorial Ciudad Nueva publica la serie divulgativa «Conocer el Siglo II», con cuatro libros centrados en cuatro cristianos clave y su contexto: San Ignacio en Antioquía, San Justino en Roma, San Ireneo en Lyon y San Clemente en Alejandría.
Un viaje ameno y completo al siglo II
San Justino: intelectual cristiano en Roma, es una obra amena, que se lee con agilidad e interés, pero muy completa, con todas las notas necesarias y la bibliografía recomendada para completar información. El autor, Fernando Rivas Rebaque, licenciado en Filología Clásica y en Sagrada Escritura, profesor de Patrología y Griego en la Pontificia de Comillas, en un experto en el cristianismo antiguo y su contexto.
A continuación, el autor recoge las ideas de Justino en formato de diálogos y debates, en lenguaje moderno y comprensible, de estilo elevado pero «limpiándolo» de la retórica antigua que cansaría al lector actual.
Un estilo «peleón»: el que gustaba en la época
Justino usa el estilo llamado «agónico», de ‘agón’, lucha, que hoy nos parece pendenciero y poco conciliador, poco fraterno, pero entonces era el apreciado por la sociedad y el que se esperaba de quienes, como Justino, se ponían el manto de filósofo y salían a debatir a las termas con los amigos del debate intelectual.
Justino, pagano converso al cristianismo, que había explorado antes las doctrinas de los estoicos, las aristotélicas y las platónicas, que había admirado a Sócrates y que se sintió atraído al cristianismo por la alegría y entereza de los mártires, no tan distinta a la de Sócrates, empezó su carrera como filósofo cristiano hacia el año 150 d.C. (cuando casi no los había, él marcó la senda) escribiendo «apologías» que respondiesen a las acusaciones de los intelectuales paganos y las autoridades civiles contra los cristianos.
Lo que criticaban los paganos a los cristianos
Las acusaciones de los paganos eran básicamente de cuatro tipos:
– Que el cristianismo era una recopilación de lo peor del judaísmo, ya de por sí una religión polémica
– Que el cristianismo era nuevo (es decir, sin «pedigrí» ni tradición), era superstición (hace que los hombres vivan con miedo a cosas sobrenaturales), era maléfico (con brujerías y adivinaciones, con orgías y canibalismo) y que era desmesurado en sus exigencias morales y religiosas.
– Que tiene creencias irracionales y además, con orgullo, se muestra como la única verdad
– Que subvierte el orden social, al negar a los dioses paganos y al limitar la autoridad política, de los padres y de los maridos
Justino supo responder con bastante éxito y elegancia a estas acusaciones: buena parte eran bulos; otra parte, la de las exigencias morales, no estaban tan lejos del deseo de virtud de las distintas escuelas filosóficas aceptadas.
A la acusación de ser algo «nuevo», respondía que Moisés y su ley son más antiguos que Platón y sus enseñanzas. También planteó que Cristo es el Logos del que hablan los filósofos, y que los hombres han sido creados según ese Logos, idea que aún hoy sigue vigente y evocadora.
Otras veces, Justino prefería contraatacar, acusando a los cultos paganos o algunas costumbres antiguas de «engaños de los demonios a los hombres».
Debatir con el mundo judío
Más adelante Justino se encontró debatiendo con el mundo judío. Para este debate no estaba tan bien preparado. No conocía la Biblia en hebreo, solo la Biblia griega llamada «de los Setenta» (el número de sabios que, según la leyenda, la tradujeron del hebreo al griego coincidiendo milagrosamente), aunque se esforzó por conocerla mejor y buscar algún punto mínimo en común.
En sus debates como el mundo judío (que los historiadores y teólogos judíos modernos han analizado y desmenuzado) se nota que improvisaba algunas respuestas y que no dominaba el tipo de argumentación escriturística que los judíos habrían apreciado más. Cuando le faltaba dominio bíblico, acudía de nuevo a sus técnicas de retórica grecorromana y a algunas condenas fáciles y gratuitas.
Contra los herejes, mano dura
Su tercer ambiente de debate fue contra los herejes, o falsos cristianos. Contra estos usaba el lenguaje más duro, les acusaba una y otra vez de estar manipulados por demonios, o de servirles con agrado,y no se esforzaba tanto en dar argumentaciones. La palabra «hereje», que hasta entonces había significado algo más neutral, como «facción» o «corriente», desde Justino pasa a tener un sentido absolutamente negativo.
Rivas Rebaque señala, como detalle, que Justino acusa a los herejes de seguir a Simón el Mago, personaje de Hechos de los Apóstoles, como un dios y de haberle dedicado una estatua en Roma, pero que esta estatua fue hallada en 1575, efectivamente con la inscripción «Semoni Sanc[t]o Deo», pero se refiere al dios latino de los juramentos, Semo, no a Simón el Mago.
Un intelectual orgánico, pero no a sueldo
Pablo J. Ginés/ReL