La paz es un valor de tal importancia que debe ser publicado en alta voz, “este valor responde a las esperanzas y aspiraciones de todos los pueblos y de todas las naciones”, de los jóvenes y de los ancianos, de todos los hombres y mujeres, y de forma especial, de los líderes y gobernantes del mundo.
Al reflexionar por la paz del mundo, creo que cualquier problema debe ser afrontado con toda honestidad y con un agudo sentido de responsabilidad ante sí y ante todas las naciones de la Tierra. Existe una sola paz independiente de las costumbres, creencias, filosofía política y del sistema económico. Todos estamos llamados a contribuir a la construcción de una paz fundada en la justicia social, la dignidad y derechos de cada persona.
La tarea no es fácil, requiere de una apertura extrema, a considerar que todos estamos estrechamente relacionados, hoy más que nunca, como ciudadanos de un mismo planeta. Por ello, la solidaridad y la cooperación deben ser imperativos éticos para todos los hombres y mujeres, reitero, de forma especial para los líderes y gobernantes.
El interés egoísta en el contexto de los grupos políticos, ideológicos y económicos opuestos entre sí, concentrados en sus ambiciones de poder, se han olvidado del bien común de los pueblos y naciones que formamos como una familia humana. Todo esto ha dado como resultado una paz precaria en donde se expone la miseria y la muerte de muchos. En esta situación, quien más sufre es siempre el débil, el pobre y el desprotegido; los ejemplos son muy numerosos hoy en día. Los países que por sus diferencias de antaño se destacan son Israel, Palestina, Ucrania y Rusia. La paz se encuentra en gran peligro, aunque no puede reducirse a la ausencia de conflicto armado, pues yo la concibo como la tranquilidad y la plenitud del orden; la paz se pierde cuando el uso de la fuerza produce amargos frutos de odio y de división.
¿Cómo superar la situación presente? tenemos que ir más allá de un arreglo, un acuerdo entre las diferencias y conflictos; los temas en común son la pauta a seguir para la apertura al diálogo. En efecto, un sano acuerdo sugiere no imponer desde arriba o desde fuera. Es urgente respetar las raíces más profundas de cada parte. Sé que pido mucho, pero la paz exige eso y más, reclama una renovación del corazón de los líderes y los habitantes. El camino de la concordia exige una conversión profunda que se debe emprender si realmente se busca una paz duradera.
Esto implica un nuevo tipo de relaciones basado en la solidaridad y el diálogo, sin hacer de lado la justicia social por encima del bien particular de una nación. Es necesario considerar el “bien común de la familia de las naciones”, todo esto es y debe ser tomado en cuenta para respetar al ser humano, sus culturas, para valorar lo bueno de los demás y juntos construir una estructura que asegure la solidaridad y el diálogo. El hombre ansía la paz desde lo más profundo de su ser, pero a veces ignora la naturaleza del bien que tan ansiosamente anhela, y los caminos que sigue no son siempre los caminos de Dios.