Palabras del Para sbra la Fe, que merecern precisión

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En el Viaje Apostólico reciente del papa Francisco a Chipre y Grecia (2-6 diciembre 2021), tuvo en Atenas un Encuentro con los Jóvenes, que se celebró en  la Escuela San Dionisio, de las Hermanas Ursulinas de Marusi (6 diciembre). Por parte de los jóvenes intervinieron el responsable griego de la pastoral juvenil, una joven  filipina, otra griega y un joven sirio. Vatican.va nos da completo informe de las palabras del Papa, al parecer escritas, que responden a las cuestiones que le habían presentado los jóvenes intervinientes aludidos. Comentaré sólo unas palabras de la primera de las contestaciones del Papa, que me han llamado la atención –y a otros también–.

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«Katerinanos has hablado de tus recurrentes dudas de fe. Quisiera decirte a ti y a todos ustedes, no tengan miedo de las dudas, porque no son faltas de fe. No tengan miedo de las dudas; al contrario, las dudas son “vitaminas de la fe”, ayudan a robustecerla, a hacerla más fuerte, es decir, más consciente, la hacen crecer, la hacen más libre y más madura. La hacen más disponible a ponerse en camino, a seguir adelante cada día con humildad» […].

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Dice el Papa en su discurso grandes verdades sobre el amor que Dios nos tiene y sobre su voluntad de perdonar. Algunas frases quedan imprecisas, por ejemplo: «Dios perdona siempre»

Siempre que el pecador no persista voluntariamente en su pecado, y recibiendo de Dios la gracia del arrepentimiento, se abra al don del perdón divino. Pero fácilmente el oyente o lector sabe cómo habría que completar la frase para evitar equívocos. No problem. Está hablando el Papa en una reunión con jóvenes, y les comunica unas verdades muy grandes en un género literario predominantemente emotivo, sin mayores pretensiones conceptuales, y menos aún magisteriales. Y para bien interpretarlas es preciso no exigirle que su exposición tenga una exactitud teológica absoluta.

Sin embargo, el tema de las «dudas en la fe» es tan  grave, que para evitar interpretaciones contrarias a la doctrina de la Iglesia, se hace conveniente y necesario recordar la fe católica, que me limitaré a afirmar con dos grandes documentos, muy cuidadosamente expresados.

1. El Concilio Vaticano I (XX ecuménico), IIIª Sesión, Constitución dogmática «Dei Filius» sobre la fe católica (24-04-1870) afirma con  fuerza de dogma (cito siguiendo el Denzinger-Hünermann, edición bilingüe,  Herder, 1999):

Nº 3014 – «… los que han recibido la fe bajo el magisterio de la Iglesia no pueden jamás tener causa justa de cambiar o poner en duda esa misma fe (can. 6)… “mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos” [Heb 10,23]»

Nº 3036canon 6º – «Si alguno dijere que es igual la condición de los fieles y la de aquéllos que todavía no han llegado a la única fe verdadera, de suerte que los católicos pueden tener causa justa de poner en duda, suspendido el asentimiento, la fe que hayan recibido bajo el magisterio de la Iglesia, hasta que terminen  la demostración científica de la credibilidad y verdad de su fe, sea anatema».

2. Catecismo de la Iglesia Católica (edición de 1997)

Nº 2088 – «El primer mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con prudencia y vigilancia nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella. Hay diversas maneras de pecar contra la fe»:

«La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer. La duda involuntaria designa la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la fe o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de ésta. Si la duda se fomenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu».

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Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento entende la sagrada Escritura como «Palabra de Dios».

«El Hijo de Dios vino y nos dio inteligencia para que conozcamos al que es Verdadero, y nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Él es el Verdadero Dios y la vida eterna» (1Jn 5,20). Y tiene la fe aquél que reconoce en la Biblia, y en la Iglesia, que la profesa y comunica, una palabra divina, sobrehumana.

«Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe» (2Tim 1,12). La fe está fundada sobre la roca de Cristo, «en quien no hubo pecado y en cuya boca no se halló engaño» (1P 2,20). «Se maravillaban de su doctrina, pues la enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mc 1,22). Nuestro Señor Jesucristo manda a los Apóstoles a predicar el Evangelio, y enseñar su doctrina a todas las naciones de la tierra: «Yo estaré con vosotros siempre» (Mt 28,19-20). Es, pues, la Iglesia la que comunica a la humanidad verdades reveladas que acogemos como «Palabra del Señor».

«El que os oye a vosotros, me oye a mí» (Lc 10,16). Afirma el Vaticano II que en la glorificación de Dios y la salvación de los hombres, obra inmensa, «Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia» (Sacrsanctum Concilium 7). En el Credo profesamos nuestra fe «en la Iglesia», porque tenemos fe «en Jesucristo». La autoridad de la Iglesia es la autoridad de su Cabeza, Jesucristo, que por ella concede la Revelación a la humanidad. Nunca, pues, podemos lícitamente poner en duda ni siquiera «una» verdad de fe que la Iglesia nos comunica con la autoridad de Cristo como dogma revelado. Aunque nos resulte incomprensible. Nos fiamos del Maestro, del Esposo de la Iglesia. Y le pedimos al Espíritu Santo, «el Espíritu de la verdad» (Jn 16,13), que nos  libre de las tinieblas del error –hoy tan extendidas por el Maligno– y nos guarde en el esplendor de la verdad.

Por último. No confundamos la ignorancia con la duda. Una cosa es afirmar en la fe el qué (p. ej., que Cristo está realmente presente en la Eucaristía), y otra cosa es ignorar el cómo (lo ignoramos: permanece en el misterio, mysterium fidei). Pero la fe afirma el qué, no el cómo. Eso sí, los teólogos, los grandes y santos Doctores de la Iglesia, con el auxilio del Espíritu Santo, mediante la ratio fide illustrata, tratan de explicar hasta donde es posible los misterios de la fe: Trinidad, Encarnación, Eucaristía, Inhabitación, etc. en una tarea que es admirable, porque fundamentan siempre su labor en Biblia, Tradición y Magisterio apostólico (Vat.II, Dei Verbum 10).

San Pablo apóstol de Jesucristo el Verdadero, muere en paz, poco después de declararle a su discípulo Timoteo: «he combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he mantenido la fe» (2Tim 4,7).

Por José María Iraburu, sacerdote.

InfoCatólica.

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