Opinión. Lo que el covid se llevó de la liturgia

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Cuando el 11 de marzo de 2020 la OMS declaró oficialmente el brote de coronavirus pandemia global, algo cambió sustancialmente en todos los órdenes de nuestras vidas. La nueva realidad también tuvo efectos perceptibles en la celebración de la Santa Misa.

Como es sabido, la Eucaristía es la celebración litúrgica por excelencia de la Iglesia católica.

Tal y como señala Luis Carreras del Rincón en su magnífico libro La Misa ¿para qué sirve?, “la Eucaristía es fuente y cumbre de la vida cristiana. La Misa nos limpia y purifica, nos hace más saludables espiritualmente, nos proporciona el agua de vida, nos permite vivir de verdad”.

En esta misma dirección, el Concilio Vaticano II manifestó con claridad que para el cristiano participar en la Misa es la cumbre de toda su vida, lo más importante, lo máximo, el no va más. Y es que en palabras de Carreras, “nada hay más relevante, más decisivo en la vida del hombre que poder unir su vida insignificante al Sacrificio salvador de Jesucristo en la Cruz”.

No obstante esta certeza, una vez superados los meses más duros del confinamiento general tras la declaración de pandemia, así como la supresión del culto público durante la Cuaresma, la Semana Santa y la Pascua de Resurrección de 2020, la proclamada “nueva normalidad” ha alterado algunos aspectos relevantes de la Misa que me gustaría comentar brevemente a continuación.

En efecto, una vez restablecido el culto público, el COVID-19 se ha llevado por delante:

-El agua bendita al entrar en la Iglesia.

-Los confesionarios.

-La proximidad entre familiares y amigos que asisten a la Misa.

-La sonrisa de bienvenida del sacerdote celebrante.

-La Palabra de Dios proclamada de viva voz.

-Los cantos de alabanza en directo.

-El lavatorio de manos en la celebración del sacrificio eucarístico.

-El gesto de la paz con la mano o con un beso de ternura.

-El Amén dado al recibir el Cuerpo de Cristo.

-La Comunión recibida en la boca.

-La confianza en Jesús Sacramentado.

A continuación, pretendo desarrollar sintéticamente estos aspectos enunciados ya que pienso que en algunas ocasiones podrían mejorarse con algo de creatividad.

El agua bendita al entrar en la Iglesia

En todas las Iglesias -al menos en España- se eliminó rápidamente el contenido de las pilas de agua bendita. Inmediatamente se pusieron en las entradas a los templos dispensadores de gel hidroalcohólico a disposición de los fieles para su uso sanitario y una hoja de indicaciones a seguir de forma obligatoria.

Estos recipientes de piedra o de otro material noble, generalmente de origen muy antiguo, que están situados a la entrada de las iglesias, contenían habitualmente agua bendecida para que se persignasen los fieles antes de entrar y asistir a Misa o simplemente a rezar ante el Santísimo o a recibir el sacramento del perdón.

Dichas pilas de agua bendita en las parroquias y las aguas benditeras en los conventos han formado parte del mundo cristiano de la gracia durante siglos.

Sin embargo, desde la apertura de los templos tras el primer confinamiento, las pilas de agua bendita fueron totalmente vaciadas y quedaron inutilizadas.

Las explicaciones dadas por los responsables de las diócesis desde el punto de vista estrictamente sanitarias son razonables. Por motivos higiénicos los fieles no debemos sumergir los dedos en ellas como se tenía por costumbre. Sin embargo, nos hemos quedado sin alternativa para este sacramental instituido por la Iglesia, usado con fe y devoción, que purifica al cristiano ante sus faltas veniales.

La constitución Sacrosanctum Concilium (60-61) del Vaticano II elogia los sacramentales que ahora son causa de desaparición. El agua constituida por la bendición del sacerdote o del diácono ”tiene como objetivo principal el glorificar a Dios por sus dones, impetrar sus beneficio y alejar del mundo el poder del maligno” (ib.11).

Santa Teresa de Jesús decía sobre este sacramental que “de ninguna cosa huyen más los demonios, para no tornar, que del agua bendita”.

Por lo tanto, en estos tiempos oscuros en los que se requiere tanto la purificación y sanación simbolizada en el agua, ¿cómo es que no se propone situar dispensadores inteligentes de agua bendita sobre las pilas clásicas?

Si el gel hidroalcohólico que responde a la necesidad de extremar las precauciones sanitarias se puede recibir en las manos con un dispensador, ¿por qué no se puede recibir el agua bendecida mediante un sensor inteligente sin necesidad de mojar la mano en el interior de la pila?

Los confesionarios

Si al entrar en la Iglesia, antes de iniciarse la Misa, queremos confesarnos, nos encontraremos unos carteles en los confesionarios que nos indicarán que el Sacramento del Perdón se realiza en la sacristía o en el despacho parroquial. Los confesionarios tradicionales están “fuera de servicio”.

Es normal, en los antiguos confesionarios no se respeta la distancia de seguridad requerida por las actuales condiciones sanitarias. A pesar del uso obligatorio de la mascarilla, dicha proximidad es un riesgo para el fiel y para el sacerdote que confiesa, sobre todo si es de avanzada edad.

No obstante, la sustitución del confesionario por una estancia distinta debería responder, según mi punto de vista, a determinadas directrices comunes de dignificación del espacio para que no se den situaciones que devalúen dicho sacramento.

Lamentablemente, en algunas ocasiones, el sacerdote recibe al fiel que quiere confesarse tras su mesa de trabajo del despacho parroquial, llena de papeles y de aparatos tecnológicos. Ambos sentados en cada lado de la mesa -respetando la distancia recomendada- como si de una reunión profesional se tratase y, por supuesto, el confesor sin el alba ni la estola. Vestido de calle.

En una ocasión, tuve la desagradable sorpresa de ver cómo el sacerdote que me impartía el sacramento de la reconciliación, en una conocida Iglesia de Barcelona, consultaba sus mensajes en el ordenador mientras escuchaba (o no) mis pecados. Casi estuve tentado de decirle que la próxima vez podíamos hacer lo mismo mediante una video-llamada o cualquier otra plataforma digital. A lo mejor hasta se habría entusiasmado con la idea e iría corriendo a proponérsela al obispo para ser reconocido como un párroco ¡on fire!

Si dentro de la iglesia el sacerdote debía reconocerse como confesor, en las circunstancias actuales, a pesar de no ser obligatorio fuera del templo, estaría bien que los sacerdotes se revistiesen de los ornamentos para administrar el sacramento del perdón, al menos de la estola morada que significa penitencia y esperanza.

La proximidad entre familiares y amigos que asisten a la Misa

En la “nueva normalidad”, al llegar una familia al interior de la Iglesia para asistir a la celebración de la Eucaristía, siguiendo las indicaciones sanitarias obligatorias, deberá ocupar los bancos señalados con unas marcas donde poder sentarse y así mantener la distancia de seguridad. Lo mismo se aplica para un grupo de amigos, unos novios o unos feligreses que comparten cada domingo, en comunidad, la Santa Misa.

La idea de las marcas en los bancos está muy bien. Es eficaz para garantizar el distanciamiento físico y la seguridad sanitaria. No obstante, debemos reflexionar sobre lo que supone esta distancia de seguridad respecto a la percepción del hermanamiento que debería suponer el asistir juntos a la Eucaristía. En ese momento, desde una concepción espiritual, todos somos Cuerpo Místico de Cristo. La Comunión Eucarística es por ello fuente de fraternidad y principio de unidad para que efectivamente, todos seamos uno.

La tarde de la Última Cena, sin duda uno de los momentos más sublimes de la vida de Jesús, junto a aquellos que él mismo había elegido para que fueran sus discípulos, compartió el alimento, explicó el verdadero sentido del amor y se entregó para siempre como ofrenda.

Jesús quiere que la unión íntima que existe entre Él y el Padre se dé también entre sus discípulos.

¿Cómo percibirá un niño o un adolescente esa relación de comunión, en un templo sectorializado que no permite la proximidad física con sus familiares o con sus hermanos de comunidad? Una situación que produce que muchas personas mayores, enfermas o con discapacidad ya no asistan a su parroquia por miedo al contagio y que ven la Misa por televisión o por algún medio digital.

Creo que resulta justo felicitar las iniciativas diocesanas y parroquiales desarrolladas durante el confinamiento estricto utilizando los nuevos medios de comunicación y de evangelización on line, pero, como advierte el Papa Francisco, debemos evitar caer en el riesgo de una fe meramente “virtual”.

Lamentablemente, el Covid-19 ha roto la confianza y la conciencia de que al entrar en una iglesia, realmente entramos en la casa de Dios.

La sonrisa de bienvenida del sacerdote celebrante

Resulta triste no contemplar la sonrisa del sacerdote al iniciar la Misa, después de besar el altar, con la mascarilla tapando su nariz y boca -que en muchas ocasiones llevará puesta durante toda la celebración de la Misa- y al recitar la antífona de entrada: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Respondiendo el resto de fieles, también con la mascarilla puesta: “Amén”.

Y el sacerdote celebrante, que representa a Cristo, continuará con la siguiente frase: ”La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros”, recibiendo la siguiente respuesta por parte de todos los asistentes: “Y con tu espíritu”.

La Palabra de Dios proclamada de viva voz

El Covid-19 también nos ha robado el privilegio de escuchar la Palabra de Dios de forma clara y de viva voz, tanto por parte de los lectores de la Sagrada Escritura como por parte del sacerdote o del diácono en la proclamación del Evangelio.

Con la mascarilla puesta en la mayoría de casos, la expresión oral de los diferentes textos resulta dificultosa y poco clara.

Las personas mayores que muchas veces siguen la voz y las conversaciones a través de los labios y de la expresión del rostro de su interlocutor, tienen, de este modo, mayor dificultad para entender la Palabra de Dios y escuchar las lecturas divinas, para de este modo concebir en sus corazones un afecto suave y vivo a la Sagrada Escritura.

Los cantos de alabanza en directo

Lo mismo sucede con el coro que realiza el servicio litúrgico de alabanza a Dios a través de la música. Dicho grupo de cantores obligatoriamente deben tapar sus bocas con la mascarilla dado el mayor riesgo de contagio según manifiestan las autoridades sanitarias. Por ello, muchas parroquias han sustituido las intervenciones en directo de los coros o grupos de cantores por música grabada.

Si bien en algunas ocasiones la selección y calidad de las canciones o la música grabada supera a las voces que las interpretan en directo, lo preocupante es que en muchos templos la irrupción del miedo al contagio por el coronavirus está impidiendo esa forma de alabar a Dios tan genuina a través de la expresión musical y vocal realizada desde el corazón y no únicamente desde la perfección técnica.

El lavatorio de manos en la celebración del sacrificio eucarístico

En alguna ocasión, he presenciado cómo el sacerdote prescinde del lavatorio de manos, rito vigente en el Novus Ordo de la Misa, rompiendo de este modo una tradición de al menos dieciocho siglos, en la que el celebrante, a un lado del altar, se lavaba las manos con agua diciendo interiormente: Lava me, Domine, ab iniquitate mea, et a peccato meo munda me.

Creo que no ayuda mucho a entender este gesto ritual de purificación del sacerdote antes de la Consagración el hecho de utilizar abundantemente gel hidroalcohólico en ese y en otros momentos de la Misa, y en cambio evitar el lavatorio con agua. Lo uno no debería excluir a lo otro. Purificación del alma y de las manos ungidas del sacerdote y responsabilidad sanitaria, ambas deberían ser y son compatibles.

El gesto de la paz con la mano o con un beso de ternura

Y llegamos al momento de la Misa en el que antes de la “nueva normalidad” impuesta por los gestores públicos de la pandemia, los asistentes, miembros de una misma comunidad cristiana, se daban la mano y se abrazaban como hermanos. Los hijos se besaban con los padres, los abuelos con los nietos, los novios irradiaban amor. Era muy bello ver a todas las personas girándose de un lado hacia el otro y con una sonrisa de felicidad y una mirada de verdadera fraternidad humana, se deseaban la paz.

Sería importante recuperar este gesto de “amistad social” y de “fraternidad” en términos utilizados por el Papa Francisco en su reciente encíclica Fratelli Tutti [Todos hermanos]. Creo que sin contacto físico, tan solo inclinando la cabeza y llevándose la mano al corazón se puede dar la paz a nuestros seres queridos y al resto de los hermanos.

El Amén dado al recibir el Cuerpo de Cristo

Dado que las indicaciones de las autoridades eclesiásticas recomiendan que el sacerdote o laico que administra la Comunión no diga al que recibe la Sagrada Forma las palabras tradicionales “El Cuerpo de Cristo” ni que este responda “Amén”, sería recomendable la fórmula utilizada por algunos sacerdotes en algunas parroquias que fructifican.

Es decir, que antes de impartir la Sagrada Forma con la presencia real de Cristo, el sacerdote proclama las palabras rituales desde el Altar, para que todos los fieles de forma general puedan contestar: “Amén”.

La Comunión recibida en la boca

Tema muy polémico cuando no debería serlo tanto. Satanás está muy contento al dividir a los fieles y a los pastores entorno a la forma más devota de recibir el Cuerpo de Cristo: en la boca, en la mano… o de los dedos del sacerdote a los dedos del fiel utilizando la mano como patena.

A pesar de la pandemia, la Iglesia católica no ha sustituido la instrucción Redemptionis Sacramentum publicada el 25 de marzo de 2004 por la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que establece lo siguiente: «Aunque todo fiel tiene siempre derecho a elegir si desea recibir la Sagrada Comunión en la boca, si el que va a comulgar quiere recibir en la mano el Sacramento, en los lugares donde la Conferencia de Obispos la haya permitido, con la confirmación de la Sede Apostólica, se le debe administrar la sagrada Hostia. Sin embargo, póngase especial cuidado en que el comulgante consuma inmediatamente la Hostia, delante del ministro, y ninguno se aleje teniendo en la mano las especies eucarísticas, Si existe peligro de profanación, no se distribuya a los fieles la Comunión en la mano” (n. 92).

Por lo tanto, las dos fórmulas están permitidas por la Iglesia católica. ¿Por qué entonces en la nueva situación creada por la pandemia y dando preferencia a los motivos sanitarios, se prohíbe en casi todas las parroquias la comunión en la boca y se ha generalizado totalmente la administración de la Sagrada Forma en la mano?

Creo sinceramente que se podría establecer una fila específica para que los que quieran recibir la Comunión en la boca y, si quieren, incluso de rodillas, simplemente poniendo un reclinatorio, lo puedan hacer. Solo requiere que el ministro que la imparta de este modo, voluntariamente,  lo haga específica y únicamente para esa fila.

Pienso que el mejor criterio para elegir la forma de comulgar no es el de “¿Se puede…?”, sino el de “¿Cómo agradaré más al Señor? ¿Cómo le gustará más que le reciba?” Y en conciencia y devotamente, en cualquier caso recibir a Jesús en estado de gracia.

La confianza en Jesús Sacramentado

Sin embargo, de todas las circunstancias enumeradas anteriormente y que el Covid-19 lamentablemente se llevó (veremos si para siempre), la más preocupante es la pérdida de nuestra confianza en Jesús, realmente presente en la Eucaristía. Nuestra sociedad, preocupada en extremo por la salud del cuerpo y por evitar o retrasar la muerte, ha dejado de poner la vida y el alma en manos del Señor.

Recientemente, mi ahijado Miquel Feliu Wennberg, de 18 años, con sarcoma de Ewing diagnosticado hace apenas un año, nos ha dado un ejemplo de confianza en Dios que resulta impresionante para todos aquellos que sienten temor al Covid-19 y a la pandemia global. En su cuenta de Instagram viviendoconewing ha dejado hace unos días este testimonio: ”El fin de semana antes de ingresar en el hospital me fui de retiro. Allí me di cuenta de una cosa y se la pedí a Jesús. Le pedí que me convirtiera en una herramienta para acercar a la gente al Cielo, que me ayudara a dejar las de la tierra y subir con Él a la cruz. Y Dios escuchó mi petición, sonrió y me la regaló. Solo una semana después me diagnosticaban tres tumores en el pulmón. Desde entonces todo ha sido felicidad… Jesús está tocando el corazón de muchísimas personas y les está acercando a su Padre. Y cuando veo eso desde el hospital todo mi dolor y sufrimiento cobra sentido y me hace ser feliz”.

Ojalá con la ayuda de nuestra Madre la Virgen María, el Covid-19 no se lleve de nuestros corazones la confianza plena en Jesús, que tiene un plan para cada uno de nosotros para hacernos auténticamente felices.

Con información de Religión en Libertad/Albert Cortina

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