Para celebrar el tiempo de Adviento y Navidad seguimos el calendario gregoriano dado por la Escuela de Salamanca (1578), en el pontificado de Gregorio XIII. Este calendario sustituyó al calendario juliano dado por Julio César (46 a.C). El calendario gregoriano fue aceptado por todo el Imperio Español, Francia y la mayor parte de los países. Inglaterra lo adoptó más tarde (1752). Esta nueva medición del tiempo diario, mensual y anual fue un paso importante dentro de la globalización que se estaba viviendo. Fue un cambio de época que dio un impulso decidido a la Cristiandad. Estaban surgiendo unos tiempos nuevos, que no estuvieron exentos de dificultades, pero los nuevos territorios descubiertos crearon motivos claros que pusieron en marcha ideales de evangelización como no se han vuelto a producir hasta el presente. La pregunta de Felipe II cuando los españoles se encuentran con las Islas Filipinas y se lo comunican al rey, fue: ¿hay almas?” Los descubridores de las tierras americanas y asiáticas probablemente no eran santos, pero tenían convicciones cristianas profundamente arraigadas, que imprimieron a sus acciones una eficacia extraordinaria. En el advenimiento de aquellos nuevos tiempos no faltó el auxilio directo del Cielo y la aparición de la VIRGEN al indio Juan Diego (1531) que puso a la evangelización en su dirección imparable. Los descubridores y conquistadores no eran perfectos, pero los resultados positivos superan de largo todas las deficiencias. También las órdenes religiosas se beneficiaron, espiritualmente hablando, del nuevo campo evangelizador. Franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas, estuvieron en la vanguardia de la trasmisión del Evangelio. Se equivoca quien afirma que la Fe fue impuesta por las bayonetas, los arcabuces o las flechas; sencillamente, porque el exiguo número de españoles para el descubrimiento fue obvio, teniendo en cuenta la extensión del territorio y el número de los aborígenes. La Cristiandad vivió tiempos de arraigo y profunda transformación en los corazones de las personas, al tiempo que se fueron transformando las instituciones y las estructuras sociales. Para el orbe cristiano, en aquellos tiempos, el mundo pertenecía a JESUCRISTO y el Papa era su representante a todos los efectos, por tanto podía disponer beneficios a los reyes temporales según conviniese a la causa de la evangelización. Coincidieron en el tiempo Isabel la Católica y Alejandro VI -Rodrigo Borgia-, que era español; y esta última circunstancia seguro que pesó a la hora de favorecer moralmente los derechos españoles de descubrimiento y conquista. Pronto vendría la fractura protestante en Europa y la Cristiandad en los territorios americanos y asiáticos vendría a representar la vigencia universal de la Iglesia Católica. Aquellos fueron auténticos nuevos tiempos para la Cristiandad, para la Iglesia Católica como institución y para España a los dos lados del océano. España empezaba en los Pirineos y se expandía desde la Alta California a la Tierra del Fuego; desde los Pirineos hasta la última de las Islas Filipinas. La Cristiandad dio a la Hispanidad su verdadero carácter, imposible de repetir por otras potencias, por eso España no depredó territorios y sometió colonias, sino que estableció provincias en forma de virreinatos. La ruina de los países americanos y asiáticos tiene nombre y apellidos, y dio comienzo cuando la envidia anglosajona enzarzó a las élites crioyas en guerras civiles contra sus propios hermanos de raza, lengua y religión. De la prosperidad cuando eran Cristiandad o Imperio Español se pasó a la deuda impagable de unos poderes financieros que los han mantenido en la absoluta dependencia. En el presente transito que nos dispone para una nueva época, conviene que nos detengamos para rehacer la fortaleza que existe en los lazos comunes de cultura, lengua y religión. La Cristiandad en América concretó un verdadero Adviento porque en el Nombre de JESUCRISTO se consolidaron muchas esperanzas.
Año litúrgico
Después del domingo treinta y cuatro que se hace coincidir con la fiesta de CRISTO REY del Universo, damos inicio al nuevo Año Litúrgico, que en este caso corresponde al ciclo “C”, con la lectura del evangelio de san Lucas. Cada evangelista ofrece una vertiente de la revelación sobre el misterio de JESUCRISTO. La Revelación es una entrega que DIOS hace de SÍ mismo a nuestro conocimiento y vida espiritual. DIOS es siempre mucho más grande que nuestras categorías para entender o expresar, pero con la Revelación se realiza el hecho extraordinario de conceptuar para el entendimiento humano el misterio de DIOS que es AMOR (Cf. 1Jn 4,7). Cuando sumamos varias décadas como peregrinos o itinerantes por este mundo, podría pensarse que cada Año Litúrgico es una repetición del anterior, pero tal cosa necesita alguna reflexión. No sólo este ciclo varía con respecto al anterior por las lecturas propuestas para las celebraciones, sino que la Gracia que deriva de la acción de DIOS es siempre nueva y nuestras necesidades también adquieren rasgos nuevos. En alguna ocasión, JESÚS utilizó la imagen de la fuente y del agua para significar la novedad permanente de la Gracia: “todo aquel que beba del Agua que YO le dé se convertirá en él en una fuente que salta hasta la Vida Eterna” (Cf. Jn 4,14). La sed que tenemos en un momento dado no es la del día anterior, o la del mes pasado, sino la de ese momento que demanda ser atendida. El agua de la que disponemos para calmar la sed es de la misma naturaleza que la del día anterior, pero no es la misma, y así sucede con la Gracia que DIOS nos dispensa. Volvemos la mirada hacia el nacimiento de JESÚS todos los años, pero siempre resulta una novedad, si el Amor preside la contemplación. Cada instante que nos brinda el ESPÍRITU SANTO resulta una experiencia de vida nueva. Recorremos con el mismo Santo Rosario las cincuenta avemarías, pero serán siempre nuevas para el espíritu renovado en esa oración. Ahora entramos de nuevo por la puerta del Adviento y volvemos a templar nuestro espíritu con las miradas esperanzadas de los profetas y en especial de Isaías. “La Esperanza no defrauda, dice san Pablo, porque el Amor de DIOS fue derramado en nuestros corazones por el ESPÍRITU SANTO que nos ha sido dado” (Cf. Rm 5,5). En la Liturgia, DIOS nace y crece con nosotros y se cumple la Palabra que lo identifica como EMMANUEL, DIOS-con-nosotros. La sensación que podamos tener de la lejanía de DIOS cuando tal cosa persiste en el tiempo, es una disfunción espiritual achacable a la propia actitud personal. En cada paso del Año Litúrgico, DIOS camina con todos y cada uno de sus hijos, toma en serio nuestras circunstancias, comparte los dolores y sufrimientos, y nos recuerda de forma única que muere por todos y cada uno. La Liturgia no está vacía y se alimenta de la acción del ESPÍRITU SANTO que levanta la mirada del creyente participante en ella para entrar en la conciencia de una “Esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los Cielos para vosotros” (Cf. 1Pe 1,4). Lo que alimentamos con la acción litúrgica, que opera mediante el ESPÍRITU SANTO, es la certeza de las realidades últimas, que nos esperan en el Cielo, aunque nos den las señales, aquí y ahora, de su autenticidad. No es una ilusión la Presencia de JESÚS en la EUCARISTÍA; tampoco es sugestión la Paz renovada en la que nuestra vida continúa después de haber participado en la Liturgia. La fortaleza interior y protección espiritual frente a influencias espirituales muy lesivas es un hecho que podemos observar, a poco que apliquemos un cierto discernimiento. Ahora en el tiempo de Adviento actualizamos la mirada, pues “por la entrañable Misericordia de nuestro DIOS nos visitará el SOL que nace de lo ALTO, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la Paz” (Cf. Lc 1,78-79). El anciano sacerdote Zacarías, padre de Juan Bautista, compendia en su oración o cántico, la vivencia esperanzada de todos los profetas anteriores. Aquellos esperaban al MESÍAS, porque la sed religiosa era profunda y sentían que algo fundamental faltaba en cada uno particularmente, en el Pueblo y el mundo en general. Lo mismo nos puede suceder hoy: un corazón tocado por el ESPÍRITU SANTO mantiene una sed insaciable de DIOS, y siente que el mundo precisa de una profunda renovación espiritual. La genuina mirada hacia el SOL que nace de lo ALTO la tiene la santísima VIRGEN MARÍA, que lo reconoce en su seno. ELLA sabe del tiempo en que ese hecho esencial para la humanidad va a tener lugar. No se debieran silenciar las profecías marianas que nos avisan del SOL que nace de lo ALTO para nuestra época.
El tiempo de Jeremías
A los profetas Jeremías, Baruc y Ezequiel, les toca vivir, probablemente, los sucesos más dramáticos del Pueblo elegido desde que se establecieron en el territorio de Israel. Una palabra del propio Jeremías nos da idea del momento: “Así dice YAHVEH: he aquí, que YO pongo esta ciudad en manos de los caldeos y en manos de Nabuconodosor, rey de Babilonia, que la tomarán; y entrarán los caldeos que atacan esta ciudad y le prenderán fuego, incendiándola junto con las casas, en cuyos terrados se incensaba a Baal, y se derramaban libaciones a otros dioses para provocarme. Porque los hijos de Israel y de Judá solo han hecho lo malo antes mis ojos desde su juventud; ciertamente los hijos de Israel no han hecho más que provocarme con sus actuaciones” (Cf. Jr 32,28-30). Los oráculos de queja por parte de YAHVE al profeta Jeremías son reiterados, hasta el punto de oscurecer en una gran noche espiritual el alma del profeta (Cf. Jr 20,14-18); pero también hay lugar, pasada la tormenta, para la Esperanza mesiánica. En la cita anterior se menciona la tragedia: Jerusalén junto con el Templo serán destruidos, los principales irán deportados o esclavizados a Babilonia; y la mayoría no volverán. El rey Sedecías morirá a manos de los invasores, que actúan como el instrumento de YAHVEH para erradicar el gran pecado de la idolatría. La vulneración del primer precepto del Decálogo había llegado a normalizarse en el propio ámbito doméstico: en las azoteas de las casas se ofrecía incienso a los baales. Baal significa “señor”, y aquellos israelitas habían sustituido el señorío de YAHVEH por el señorío de los ídolos, a los que ofrecían culto, incienso y libaciones. La predicación del profeta no fue escuchada, ni tuvo continuidad la reforma religiosa procurada por el rey Josías, que vino precisamente a eliminar las desviaciones hacia los baales. La contumacia de los israelitas volvía a ser un hecho doloroso, que iba a traer grandes desgracias. La relación es fácil de entender: el culto a YAHVEH protege al Pueblo elegido de todos los enemigos, males, enfermedades e infortunios; el abandono del culto a YAHVEH anula su protección y el Pueblo elegido queda abocado a su propia decisión. En cualquier época, el ídolo es una fuerza espiritual maléfica. No existen ídolos benignos, positivos o favorecedores de algún bien. Todo culto idolátrico en el grado en que éste se realice, entraña un perjuicio espiritual, que se percibe más pronto que tarde. El libro del Deuteronomio, en todo su recorrido, advierte sobre las consecuencias destructivas de la idolatría, y lo hace con una insistencia que puede resultar innecesaria a primera vista. Jeremías se hace eco de este libro sagrado e insiste en la restauración del único culto a YAHVEH. No tiene éxito el profeta, en el corto plazo, y eso no le impide levantar la mirada hacia los tiempos mesiánicos que vendrán. Nuestro tiempo presente ofrece ciertas similitudes con aquel de Jeremías. El oráculo anterior predicado o proclamado por Jeremías es válido para una clave de interpretación del momento presente.
Promesa
”Dice YAHVEH: días vienen, en que confirmaré la buena Palabra que dije a la casa de Israel y a la Casa de Judá” (Cf. Jr 33,14). La promesa del SEÑOR viene de lejos y ÉL procurará su cumplimiento no por los méritos de los hombres, sino por su misma palabra, que se lleva a término dada su condición misericordiosa. Unos versículos más arriba dice Jeremías como oráculo del SEÑOR: “los curaré y daré una corona de paz y seguridad. Haré retornar a los cautivos de Judá y reedificaré como en el pasado; y los purificaré de toda culpa que cometieron contra Mí y perdonaré todas las culpas con que me fueron rebeldes. Jerusalén será para MÍ un nombre evocador de alegría. Todas las naciones de la tierra que oirán todo el bien que voy a hacerles se asustarán de tanta bondad y de tanta paz que voy a concederle” (Cf. 33,8-10). DIOS piensa en cumplir su promesa a pesar de los obstáculos puestos por la insensatez de los hombres. Las promesas de DIOS no dependen de las decisiones de los hombres, aunque tengamos un cierto margen para acelerar o retrasar su cumplimiento. La actuación humana no es en modo alguno un absoluto. La inmutabilidad de las promesas y el cumplimiento de las mismas le pertenece al SEÑOR.
El JUSTO es la Promesa
”En aquellos días haré brotar de la estirpe de David un Germen Justo, que practicará el derecho y la justicia en la tierra” (v.15). Las genealogías incluidas por san Mateo y san Lucas en sus relatos evangélicos, tienen sus diferencias, pero mantienen el carácter davídico del MESSÍAS, que surgirá en “aquellos días”. Para la Biblia son las personas las que definen los tiempos, por tanto es la aparición del MESÍAS el que da a su tiempo por su manifestación el carácter de plenitud. Con la revelación del MESÍAS las Escrituras han cumplido con su objetivo. Con la llegada del MESÍAS es dado a los hombres el orden moral y religioso que DIOS tenía previsto, pues ese descendiente de David trae el verdadero derecho y la justicia que DIOS quiere. En tiempos de JESÚS siguen vigentes las teocracias. No se podía entender un rey o emperador sin un consejo, un senado y una constelación de divinidades necesarias para regular el orden social y favorecer al ejército en sus batallas. A las divinidades también se las lleva al campo de batalla por medio de augures y adivinos. El MESÍAS anunciado por los profetas bíblicos estará totalmente alejado de esas concepciones como bien sabemos. Será el MESÍAS pacífico que pretenderá transformar “las espadas en arados y las lanzas en podaderas” (Cf. Is 2,4). Sus armas serán exclusivamente espirituales con el fin de arrancar a los hombres “el corazón de piedra y devolverles un corazón de carne” (Cf. Ez 36,26). El MESÍAS promoverá la acción de la Gracia en unos corazones que deseen seguir el modelo dado en el Sermón de la Montaña (Cf. Mt 5,6 y 7), y de modo especial en las ocho bienaventuranzas. El MESÍAS propondrá el nuevo modelo de vida para transformar este mundo en el Reino de DIOS. El MESÍAS tendrá un modo extraño de implantar la Justicia Divina, pues se expondrá personalmente a ella de forma expiatoria por todos los hombres, y desde entonces sólo es justo el que por ÉL es justificado. El MESÍAS anunciado por los profetas ya ha venido, pero misteriosamente sigue llegando y sus seguidores decimos que ha de llegar con una plena manifestación en su Segunda Venida para cerrar la historia del hombre en este mundo e inaugurar unos Nuevos Cielos y una Nueva Tierra de carácter estrictamente espiritual.
Seguridad en el SEÑOR
”En aquellos días estará a salvo Judá, y Jerusalén vivirá seguro y así se la llamará YAHVEH-Justicia-nuestra” (v.16). A pesar de la mayor catástrofe vivida por los israelitas desde que habían tomado posesión de la tierra de Canán, el profeta Jeremías todavía propone palabras de consuelo y esperanza, pues DIOS fiel a sus promesas, quiere restablecer la marcha del Pueblo elegido, aunque de momento la fase es de exilio y deportación. Permanecerán entre cincuenta y setenta años en medio de gentes con ciertas diferencias, siendo la más importante el dominio de los conquistadores sobre los conquistados o esclavizados. Se mantiene una cierta vitalidad religiosa, pues se abre una fase de profunda reflexión para hacer examen de conciencia y las razones de aquel desastre nacional. Parece que surgen en esa época las sinagogas como lugares de oración y lectura de las Escrituras, para dar contenido a las enseñanzas que debían preservar de influencias extrañas, pues habían sido las negligencias en ese sentido, las principales causantes de su exilio. En Babilonia ya no había Templo, ni ofrendas y sacrificios. Sólo quedaba la vía de la ofrenda espiritual realizada por un corazón arrepentido. Jeremías que eludió el destierro, yendo con el grupo que emigró a Egipto, tiene palabras de consuelo para el Pueblo elegido a pesar de todo, previendo el tiempo del retorno. El propio Jeremías les escribe a los judíos exiliados para que no se hagan ilusiones de un retorno inmediato, por lo que deben trabajar allí, formar familias en su nuevo destino y tratar de estabilizar su vida en todos los aspectos. El retorno se producirá pero no será inmediato. Cuando eso suceda, entonces “Jerusalén estará segura y se la llamará YAHVEH-Justicia-nuestra”. El profeta recoge la siguiente palabra del SEÑOR: “haré retornar a los cautivos de Judá y a los cautivos de Israel, y los reedificaré como en el pasado. Los purificaré de toda culpa que cometieron contra MÍ y les perdonaré todas las culpas que cometieron contra MÍ y me fueron rebeldes. Jerusalén será para MÍ un nombre evocador de alegría. Las naciones de la tierra se estremecerán de tanta paz y bondad como voy a concederle” (v.7-9).
La alegría de la espera
La espera de la Segunda Venida del SEÑOR propuesta en el tiempo de Adviento tiene su fondo en la genuina alegría cristiana. Nuestra Salvación tiene su realización plena en la Segunda Venida del SEÑOR con la que se cierra la historia de los hombres y el proceso de Revelación, que concluyó su primera entrega con la Resurrección del SEÑOR, pero con la promesa de volver. Mientras tanto cada generación tiene la oportunidad de vivir la alegría transfiguradora de la espera, que se transforma en Esperanza, porque el objeto de la misma es el SEÑOR: ”la Salvación está dispuesta a ser revelada en el último momento, por lo que rebosáis de alegría, aunque sea preciso seáis afligidos por diversas pruebas, a fin de que la Caridad probada de vuestra Fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, gloria y honor en la Revelación de JESUCRISTO, a quien amáis sin haberlo visto y en quien creéis aunque de momento no lo veáis; rebosando de alegría inefable y gloriosa, alcanzando la meta de vuestra Fe: la Salvación de las almas” (Cf. 1Pe 1,5-9). Aquellos cristianos, a los que iba dirigida esta carta de san Pedro llevaban una trayectoria teológica en el propio sentido del término, pues cifraban su acontecer diario en la consecución de una plenitud cristiana de la existencia que se concreta en la Segunda Venida del SEÑOR. Con respecto a nosotros, aquellos cristianos tuvieron una facilidad mayor para imprimir una intensidad especial a sus vidas en orden a la Fe, por el convencimiento de la inminencia de los acontecimientos. Era más fácil animarse comunitariamente en el fervor de una alegría espiritual ante la cercanísima llegada del SEÑOR. No se equivocaban, en parte, porque el paso particular por este mundo es siempre breve aunque se vivan noventa años o algunos más. También los fallecidos, que están en la contemplación bienaventurada verán completada esta condición en la gran transformación de la Segunda Venida del SEÑOR. Por tanto, este acontecimiento final no es ajeno al “hoy” de cada generación y ofrece nueva importancia al modo permanente de estar el SEÑOR todos los días hasta el fin del mundo (Cf. Mt 28,20). La profunda alegría del tiempo de Adviento tiene en cuenta la victoria de JESÚS con su Resurrección, que, lejos de dejarnos solos, permanece en medio de su Iglesia y del mundo. En cada tiempo de Adviento levantamos nuestra mirada al SEÑOR que viene, y con ello damos cabida a la renovación de su nacimiento, que al contemplarlo vuelve a cobrar realidad espiritual en nuestro corazón.
El tiempo de los gentiles
“Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas; y en la tierra angustia de las gentes perplejas por el estruendo del mar y de las olas” (Cf. Lc 21,25). En los primeros versículos de la Biblia se describe la situación del hombre en buena vecindad con toda la Creación, pues éste recibe el encargo de llenar la tierra, conocerla y dominarla o someterla (Cf. Gen 1,27). Para llevar ese objetivo a término, la especie humana debe crecer y hacerse numerosa, pues de lo contrario los animales salvajes y las especies asilvestradas dominarán y harán inhóspita la Tierra. Le pareció al hombre que esa empresa podía realizarla él solo, y tal cosa no ha sido posible. A duras penas el hombre controla algo de la Creación, pero fuerzas cósmicas como el sol, la luna o las estrellas le resulta imposible dominar. DIOS da un encargo y lo necesario para llevarlo a término, pero el rango del cometido excede las propias fuerzas, por lo que el hombre debió entender en todo momento que sólo al lado del CREADOR puede vivir en equilibrio con lo que ÉL ha puesto a su disposición. Sólo la Divina Providencia nos puede proporcionar la permanencia en este planeta, independientemente de la capacidad autodestructiva que ahora mismo posee la humanidad por el mal uso de la energía atómica. El desorden moral y espiritual altera también el equilibrio entre los hombres y la Creación dada. El verdadero problema no está en el cambio climático de carácter antropogénico, que en realidad no existe; lo verdaderamente grave es la estupidez humana que niega a DIOS el protagonismo en la vida particular, política y social, con la promulgación de leyes que van directamente contra la naturaleza misma del hombre. En un cosmos que aparece casi vacío, el hombre tiene escasa o nula capacidad de control sobre los distintos astros que nos pueden afectar. No tenemos capacidad para determinar o controlar una tormenta solar, que podría acabar con todos los satélites artificiales, que ahora nos permiten las comunicaciones a todos los órdenes. Un suceso de esa índole y nos devolvería al instante a cientos o miles de años atrás. Aparecemos en todo este escenario como aprendices de brujo, o niños osados, que juegan con factores de riesgo del todo extraordinarios. Sólo DIOS tiene poder para mantener el equilibrio en la Creación por ÉL diseñada.
Angustia de las gentes
“En la tierra, angustia de las gentes perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror por las cosas que vendrán sobre el mundo, porque las fuerzas del cielo serán sacudidas” (v.25b-26). Nos dice el versículo “que las fuerzas del Cielo serán sacudidas”, se pueden reconocer a los Ángeles del rango de las Dominaciones, Potestades y Principados (Cf. Col 1,16), con capacidad de acción en las leyes que rigen los movimientos de los astros. Los Ángeles además de su protagonismo especial en la Liturgia Celestial, debemos pensar que jueguen un papel importante en el buen funcionamiento del cosmos. De forma especial en el libro del Apocalipsis se da a los Ángeles una intervención relacionada con las manifestaciones cósmicas que marcarán las señales de la Presencia del SEÑOR o de su Segunda Venida. Si el eje de la tierra es alterado, también violentamente se moverán las aguas de los mares sumergiendo territorios y haciendo emerger otros. Tales sucesos no dejan indiferente a nadie, pues bien sabemos que en un instante se pueden perder todos los bienes materiales incluso la propia vida en este mundo. Una vez más diremos que las profecías bíblicas, que avisan de grandes catástrofes, pueden ser modificadas por la conversión de los hombres, dando a DIOS su puesto en la obra por ÉL creada.
Nuevo tiempo
“Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran Poder y Gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrar ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación” (v.27-28). Es propio de DIOS establecer pactos con los hombres, crear oportunidades y ofrecer tareas. DIOS interviene cuando el hombre está en vías de destruirse y lo lleva a condiciones mejores para que siga su camino. La aparición del Hijo del hombre tendremos que entenderla como el propio san Lucas nos refiere en capítulos anteriores: “la venida del Hijo del hombre será como el relámpago que cruza de un extremo a otro del firmamento” (Cf. Lc 17,24). JESÚS responde así a la pregunta de unos fariseos inquietos también por el modo en el que se iba a manifestar. Podrían referirse estos acontecimientos al punto final de la historia, pero sirven para indicar también el final de una época, que se entiende como fase intermedia en el intervalo de tiempo que abarca desde la Resurrección del SEÑOR hasta la Segunda Venida. Tras la purificación de la etapa anterior es previsible una nueva época en la que se hayan corregido las desviaciones anteriores para dar paso a un tiempo de clara autenticidad evangélica, que haga válida en al vida del género humano la costosa Redención de JESÚS. No es normal, que en los planes legislativos de las naciones se promueva con deliberación el “antidecálogo” o un conjunto de disposiciones en oposición total a la Ley natural. No es cabal que haya programas mundiales destinados a la alteración de la naturaleza humana diseñada por las manos de DIOS. El tiempo presente de Adviento se adecua al momento histórico que nos lleva ahora. Digo que nos lleva, porque los ciudadanos normales estamos inmersos en el gran cúmulo de influencias que otros diseñan. Con todo es posible “levantar la mirada” y dirigir una plegaria al SEÑOR, que siempre nos escucha. Estamos en un momento propicio para adorar al SEÑOR allí donde nos encontremos. La Escritura, y de modo especial el Nuevo Testamento, sigue teniendo una palabra de consuelo para fortalecer los ánimos. El rayo iluminador de todas las conciencias puede venir como ladrón en la noche y el que soporte su presencia se mantendrá en pie para entrar en la nueva etapa de la historia, que será mucho mejor que la presente.
Ejercicio de la virtud
“Guardaos para que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y venga de improviso aquel Día sobre vosotros, como un lazo, porque vendrá sobre todos los que haya en la faz de la tierra” (v.34-35). Del libertinaje, la embriaguez o aturdimiento y el agobio, nos puede librar el ejercicio de la virtud. Las preocupaciones diarias no pueden llegar al punto de impedir un tiempo para dedicarlo a DIOS. Los acontecimientos no pueden ahogar la conciencia de la propia condición de hijos de DIOS. Dice san Pedro en su segunda carta: “añadir a la Fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la tenacidad, a la tenacidad el amor filial, al amor filial la Caridad” (Cf. 2Pe 1,5-7). Se sale del libertinaje o del aturdimiento -embriaguez- cuando implantamos un programa de vida realizable. Dice san Pablo que “nada nos podrá separar del Amor de CRISTO” (Cf. Rm 8,31-39); pero debemos añadir, que nuestra decisión lo puede rechazar.
La oración
“Estad en vela, orad en todo tiempo, para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está por venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre” (v.36). Para estar en vela debemos contar con una voluntad robustecida por la virtud. Las virtudes son verdaderas fuerzas arraigadas en el alma que nos llevan a la acción virtuosa y al mismo tiempo protegen como armadura espiritual. Las virtudes tienen el doble carácter del don y el ejercicio, de forma especial las virtudes que denominamos teologales, porque nos unen a DIOS: Fe, Esperanza y Caridad. También estas virtudes teologales recibidas por vez primera en el Bautismo tienen que ejercitarse con acciones concretas, en las que resalta la voluntad: quiero adherirme -creer-, quiero esperar o permanecer, y quiero servir y dar de lo que soy y tengo. El siervo fiel y prudente repasa al final de la jornada cómo ha ido la administración, por si el dueño llega en cualquiera de las vigilias de la noche (Cf. Lc 12,37-38). “Orad en todo tiempo”, porque el SEÑOR busca el encuentro con cada uno de sus hijos y desea el diálogo que procura la oración. Como en otros lugares del Nuevo Testamento, la oración pasa de ser una expresión formulada a convertirse en la conciencia permanente de la Presencia de DIOS. El SEÑOR quiere que se le abra la puerta a penas el llegue y llame (Cf. Lc 12,35-38). Al estar en vela por el ejercicio de la virtud y el mantenimiento del deseo de encuentro con el SEÑOR por medio de la oración nos hace vivir en cualquier etapa de la historia una verdadera tensión espiritual hacia la Segunda Venida del SEÑOR. Así no se dan diferencias sustanciales entre unos tiempos y otros, pues en cada uno de ellos se requiere vivir a la espera del SEÑOR. La muerte es el rasero que nos iguala a todos los hombres a la hora de presentarnos ante el SEÑOR. El juicio particular tras la muerte decide nuestro destino para la otra vida. Este versículo refiere a su modo el buen resultado del juicio particular: resistir, o permanecer en pie ante la presencia judicial del Hijo del hombre. Si nos hemos mantenido en vela y establecido una relación de confianza con el SALVADOR, no hay lugar para el temor o la preocupación, pues vamos a ser mirados o juzgados por el que conoce nuestra vida en sus detalles más insignificantes y empleará todos los recursos de la Divina Misericordia para examinarnos.
San Pablo, primera carta a los Tesalonicenses 3,12-4,2
San Pablo en sus cartas no se recata de expresar los nobles y profundos sentimientos, que nacen de la recepción del Evangelio por parte de aquellos a los que va dirigido, y en este caso lo dice de la acogida por los de Tesalónica: “¿Cómo podremos dar gracias a DIOS por vosotros, por tanta alegría como gozamos delante de DIOS por causa vuestra? (Cf. 1Tes 3,9). Una de las notas propias de la Caridad, que el propio san Pablo le atribuye, es la alegría por el triunfo de la Verdad (Cf. 1Cor 13,6). Los de Tesalónica estaban sumergidos en la idolatría, pero ante la predicación del Evangelio por Pablo y sus colaboradores dejaron radicalmente el culto a los ídolos. La alegría es notable ante el hecho de la perseverancia en el camino del Evangelio predicado: “otros cuentan como os convertisteis a DIOS abandonando los ídolos para servir a DIOS vivo y verdadero” (Cf. 1Tes 1,9). La predicación del Evangelio entre los de Tesalónica se llevó a cabo no sólo con palabras, sino con Poder y con el ESPÍRITU SANTO, con plena persuasión” (Cf. 1Tes 1,5), pero aún así nunca había que dar la batalla por ganada, pues la recaída en la idolatría se podía producir en caso de no perseverar en las bases espirituales, que habían sido puestas. San Pablo no pierde ocasión para recordar y advertir de la venida del SEÑOR (Cf. 1Tes 1,10), por lo que hemos de estar bien dispuestos para el encuentro con ÉL.
Amor fraterno
”Que el SEÑOR os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros y para con todos, como es nuestro amor para con vosotros” (v.12). El Amor fraterno es el ceñidor de la unidad que llega a su perfeccionamiento (Cf. Col 3,12-17). Todos los dones espirituales y celestiales dados a los de Tesalónica se fortalecerán en la medida del Amor a DIOS y a los hermanos, pues cada uno de los dones es a su vez una manifestación del AMOR de JESUCRISTO a su Iglesia. En ellos actúa con propiedad el ESPÍRITU SANTO, pero aún así deben recordar el ejemplo de Pablo y sus compañeros para cada uno de ellos a la hora de corresponder con un Amor mutuo.
Santos por el Amor
“Sobreabundar en el Amor para consolidar los corazones con santidad irreprochable ante DIOS nuestro PADRE, en la venida de nuestro SEÑOR JESUCRISTO, con todos sus Santos” (v.13). La perfección cristiana no es un narcisismo espiritual que busca la perfección al margen de la comunión con los hermanos, el encuentro y la relación fraterna. Es imposible la santidad, sin el Amor fraterno como manifestación inmediata del Amor a DIOS. El Amor del RESUCITADO a los hombres queda establecido por su entrega total en la Cruz, y por ella piensa atraer a todos hacia ÉL (Cf. Jn12,32). Podría pensarse que la Segunda Venida del SEÑOR tendrá lugar cuando en esta tierra haya el Amor suficiente del RESUCITADO que lo atraiga hacia los hombres y se haya completado el número de los redimidos (Cf. Ap 7,9ss). La sala del banquete celestial tiene que completarse (Cf. Lc 14,23); y estarán todos los inscritos en el Libro de la Vida (Cf. Lc 10,17-24; Ap 20,15).
Agradar a DIOS
“Hermanos, os rogamos y exhortamos a que viváis como conviene para agradar a DIOS, según aprendisteis de nosotros, para que progreséis más. Sabéis las instrucciones que os dimos de parte del SEÑOR JESÚS” (v.1-2). Leyendo entre líneas se puede decir que mediante profecía, palabra de conocimiento y de sabiduría, san Pablo y sus colaboradores dejaron instrucciones y doctrina para aquella comunidad. Se pone en activo un modo extraordinario de evangelizar y dirigir la Palabra viva del MAESTRO, que sigue estando en medio de los suyos: “YO estaré con vosotros hasta el fin del mundo” (Cf. Mt 28,20). No era necesario volver a especificar las instrucciones dadas, pues habían quedado en el corazón de aquellos cristianos. Por otra parte, la finalidad era el crecimiento continuo de la Gracia, pues deben seguir progresando en el inagotable AMOR de DIOS.