No entiendo esta decisión de Roma: el adiós del obispo Munilla, nombrado por Benedicto XVl

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La noticia de esta semana, al menos en España, ha sido, sin duda, la salida de José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, de su diócesis natal, tras más de una década al frente de la misma.

Munilla es, sin ningún género de dudas, el prelado español más mediático, moviéndose como pez en el agua en las redes sociales y los medios de comunicación, donde miríadas de fieles conforman una enorme diócesis digital, si me permiten la expresión, que superan con creces los que realmente estaban a su cargo en la diócesis vasca.

El Papa ha decidido que su tiempo en San Sebastián ha llegado a su fin, y le ha nombrado obispo de Orihuela-Alicante, para regocijo de una gran parte de los fieles de la diócesis levantina.

La cuestión es: ¿por qué? Sé perfectamente que en la práctica no es así, pero el cambiar a un obispo de su diócesis ―como a un sacerdote de su parroquia― debería ser algo excepcional; insisto, no soy un ingenuo y soy consciente de los innumerables cambios que se dan en el ‘cursus honorum’ de la vida de un prelado, y como se utiliza a las pequeñas diócesis como campo de pruebas para acceder a otras más ‘jugosas’; y creo que esto no debería ser así.

Dicho esto, en el caso de Munilla, ¿por qué sacarle de San Sebastián? Benedicto XVI nombró, en su día, dos pastores de seguridad doctrinal y pastoral para Bilbao y San Sebastián―el mentado Munilla y Mario Iceta, hoy arzobispo de Burgos― tratando de detener la deriva progresista-nacionalista y la decadencia de estas dos diócesis vascas, otrora bastiones del catolicismo patrio.

Ahora se les ha alejado a los dos del País Vasco: ¿por qué? Viendo la reacción, sobre todo en el caso de Munilla, de los sectores progresistas, la sensación es inquietante. Han celebrado por todo lo alto la salida del prelado, al que han intentado hacer la vida imposible desde que puso un pie en la Catedral del Buen Pastor, corazón de la diócesis donostiarra. Le han vilipendiado, denostado y difamado; y ahora, tristemente, parece que saborean el haberse cobrado a su presa.

Podría decirse: su salida es un paso necesario en el ascenso de su carrera, haciendo referencia a ese ascenso en el escalafón eclesial del que he hablado antes -y del que no soy muy partidario; pero seamos sinceros: no es el caso. Con todo el respeto que se merece la diócesis de Orihuela-Alicante, y a pesar de contar con más fieles que la de San Sebastián, eclesialmente no tiene más peso. Y lo que es peor: estás quitando un dique de contención en la diócesis vasca y entregándola ―ojalá me equivoque y nombren un buen sucesor― a los sectores que le han hecho la vida imposible.

No entiendo esta decisión de Roma, y me inquieta, pero sólo me queda desearle suerte a monseñor Munilla y dar la enhorabuena a los fieles de su nueva diócesis: os lleváis un buen obispo.

 

Por Fernando Beltrán.

Infovaticana.

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