Cuando Juan Sánchez Galera y Pedro Fernández Barbadillo, autores del Manual para españoles sin complejos (Edaf), hicieron una recopilación bibliográfica sobre la Inquisición española como parte de la investigación de su libro, se encontraron con un hecho anecdótico si se quiere, pero significativo.
A saber: muchas de esas obras reproducían en lugar preferente, incluso en la cubierta, un célebre óleo sobre tabla de Pedro de Berruguete pintado entre 1491 y 1499 y titulado Auto de Fe presidido por Santo Domingo de Guzmán, que se conserva en el Museo Nacional del Prado de Madrid.
Pero el fundador de la Orden de Predicadores, aunque era español, actuó como inquisidor en Francia y casi tres siglos antes de la fundación de la Inquisición española en 1478. La cual, por su parte, no se dirigió contra los albigenses, como hizo el santo dominico, pues dicha herejía ya prácticamente no existía de forma organizada en el siglo XV.
Esta «dicotomía» entre la realidad histórica y lo que subliminalmente se le presenta al lector es muy propia de la mentalidad adicta a la leyenda negra. Citemos un ejemplo similar, aún más notable: hace no muchos años, una exposición contaba la historia de Sor Teresa Chikaba (1676-1748), joven princesa africana negra que fue traída como esclava a España, fue religiosa y murió en olor de santidad sin que conste que fuese maltratada nunca. Sin embargo, para resaltar su condición originaria, acompañaban a la muestra numerosas ilustraciones inglesas monstrando la galería de los horrores del traslado y maltrato inglés a sus esclavos un siglo después de la muerte de la monja. Para el visitante resultaba subliminalmente asimilada a España esa crueldad .
Contra esa obsesión nacional por el auto-fustigamiento, con razón o sin ella, se alzan Galera y Barbadillo al abordar los elementos fundamentales de la leyenda negra antiespañola, que en su opinión es indisociable de la que padece también la Iglesia: «El odio a España no puede entenderse sin el odio a la Iglesia«, dicen, y la «brutal campaña de desprestigio» contra ésta que nace tras la Revolución Francesa no hace sino continuar la que se había iniciado contra aquélla durante la Reforma protestante.
«La leyenda negra de la Iglesia y la leyenda negra de España no son dos fenómenos paralelos, son simplemente el mismo fenómeno –el odio a la religión católica– pero visto desde dos perspectivas diferentes», sostienen los autores del Manual para españoles sin complejos. La primera busca un desprestigio teórico del catolicismo enfrentándolo a la ciencia, y la segunda su desprestigio concreto denigrando su «aplicación práctica en la Historia».
En el ‘Manual para españoles sin complejos‘, Juan Sánchez Galera y Pedro Fernández Barbadillo abordan tres grandes episodios históricos: la expulsión de los judíos, la Inquisición y la conquista y evangelización de América. También examinan en un capítulo final la dinámica de los nacionalismos en España, y en otro exponen decenas de hechos notables y aportaciones a la Humanidad de la que han sido responsables los españoles a lo largo de los siglos.
Una pieza fundamental de la leyenda negra es la que hace referencia a la Inquisición, la cual sufre una mala fama que es injusta al menos por cuatro motivos: fue la última, fue la que causó menos muertos, fue la más benigna y fue la única sujeta al principio de legalidad.
1. La última
Si en 1478 los Reyes Católicos solicitaron del Papa Sixto IV el establecimiento en España de la Santa Inquisición, es porque se trataba de un tribunal ya conocido y probado en otros países y para otras herejías. Isabel y Fernando tenían un problema social, el de las falsas conversiones, y pidieron los instrumentos que la Iglesia ofrecía para resolverlo.
Pese al tono tremendista que la palabra «inquisición» ha adquirido merced a la propaganda contraria, no significa más que «investigación«, y era un órgano judicial con una jurisdicción sobre asuntos religiosos como hoy existen tribunales sobre asuntos civiles, administrativos, penales, laborales, etc.
La religión formaba parte esencial de la sociedad al mismo nivel que cualesquiera otros ámbitos, y dicho tribunal tenía como misión, explican Galera y Barbadillo, «defender aquello en lo que todo el mundo creía«. No era un instrumento «al servicio de la religión», sino «al servicio de la dimensión social de la religión», y por eso existió cuando las costuras de la sociedad se vieron gravemente afectadas, ya fuese por la crisis albigense en el siglo XIII, por la crisis judaizante en el siglo XV o por la crisis protestante en el siglo XVI.
El libro se presentó el 24 de febrero en el Congreso de los Diputados.
Pero antes de que existiese en España, había nacido en 1220 en Sicilia, en dependencia directa de Roma, y ya como directamente romana en 1223, todo ello a instancia del emperador Federico II de Hohenstaufen para doblegar el movimiento albigense.
Este tipo de tribunal eclesiástico prolongó su existencia en toda la Cristiandad. Si al principio había actuado en Italia y Francia, con el tiempo lo hizo también en Inglaterra, siendo uno de sus procesos más notorios y lamentables el que llevó a la hoguera en 1431 a la joven Santa Juana de Arco.
Los Reyes Católicos no pidieron, pues, nada nuevo. Pero, lo que no destaca por nuevo, ¿destacó tal vez por peor?
2. La que causó menos muertos
El contexto en el que actúa la Inquisición es el de una gran agitación en Europa, en una época en la cual la religión es el elemento de integración social más importante y crucial para la estabilidad política. Por ese motivo, todos los países establecieron instrumentos de represión religiosa y se enfrentaron en el campo de batalla por ese motivo, sobre todo a partir de la rebelión de Lutero de su enfeudamiento a los príncipes alemanes.
La actividad de la Inquisición hay que medirla pues en el contexto en el que actuó, donde resulta ser la más moderada en términos de víctimas. Se calcula en torno a 4000 personas las condenadas a muerte tras la sentencia del tribunal durante los 350 años en los que estuvo vigente hasta su supresión definitiva en 1834. La mitad de ellas habrían tenido lugar en sus primeros años, y no todas las sentencias se llevaron a efecto, pues muchas eran sustituidas por penas menores si había arrepentimiento del acusado.
Como punto de comparación, Barbadillo y Galera recuerdan que los anglicanos desataron en Inglaterra una persecución contra los católicos con más de doscientos mil muertos, y en ese orden de magnitud están el número de los que fueron víctimas los católicos en el centro de Europa o el número de brujas quemadas en el norte del continente.
3. La más benigna
Es un hecho histórico conocido que había delincuentes comunes que al ser detenidos alegaban delitos contra la fe para ser juzgados por la Inquisición y no por los tribunales ordinarios. Contra lo que establece la Leyenda Negra, «la tortura y la pena capital eran medios frecuentes en los procesos civiles contra criminales ordinarios, mientras que resultaron excepcionales en los tribunales de la Inquisición«, relatan los autores.
La idea de un recurso habitual a los tormentos es falsa. Solo se acudía a ella en casos de especial gravedad, y -algo nada habitual en procesos penales normales, en España o fuera de ella- en presencia de un médico que debía advertir del riesgo de «muerte o lesiones irreparables». De hecho, la Inquisición «no contaba con funcionarios propios que realizara la labor de torturadores, por lo que era necesario contratar a profesionales del tormento de los tribunales civiles».
Las quemas de condenados eran en su mayoría «en efigie«, es decir, ardía un monigote de trapo madera simbólicamente. Cuando se aplicó la pena de muerte, en la inmensa mayoría de los casos se hizo con los métodos entonces corrientes (sobre todo, el garrote vil), no quemando vivo al reo. El auto de fe con mayor número de ejecuciones fue en 1680 y de los 61 condenados a la hoguera, 34 lo fueron en efigie.
4. La única sometida al principo de legalidad
Es este punto el que realmente marca una diferencia cualitativa, y no solo cuantitativa, en favor de la Inquisición española frente a realidades similares de su tiempo. Que es lo que realmente hay que calibrar. No se trata de comparar la Inquisición con los tribunales actuales, sino con los tribunales de su tiempo, pues la leyenda negra contra el Santo Oficio parte de la base de que sale perdiendo en esa comparación.
Y, sin embargo, es justo al revés. La mayor parte de la represión religiosa en Inglaterra, Alemania o Francia fue el resultado de la voluntad arbitraria de sus instancias políticas. «La represión protestante dependía en cada momento del albedrío del soberano de turno y sus macabros caprichos», mientras que «la Inquisición española se funda y desarrolla bajo el principio de legalidad«.
Esto es, sus tribunales tenían su origen en decretos dictados por el gobierno, con una demarcación geográfica, un sistema de procedimiento y unas competencias definidos. Solo actuaban contra delitos tipificados y ofrecían al acusado garantías procesales efectivas.
Según los autores, que son ambos doctores en Derecho, esta forma de actuar de la Inquisición «constituye su característica más genuina», pues estuvo sujeta «a principios jurídicos revolucionarios para aquel entonces, como los de legalidad, igualdad y procedimiento«.
Además, la cultura española era entonces «enormemente legalista y formalista«, lo que implica la proliferación de archivos históricos. Paradójicamente, esta búsqueda de transparencia ha perjudicado a la larga a la Inquisición, al constar las actas de sus procesos, inexistentes en el caso de las matanzas perpetradas por los países fautores de la Leyenda Negra.
En cualquier caso, esos archivos hacen también posible mostrar la verdad desnuda de esta institución, tal alejada como demuestra este libro de la caricatura denigratoria formulada por sus enemigos.
Pedro Fernánez Barbadillo (izquierda de la foto) y Juan Sánchez Galera, en el acto de presentación del ‘Manual para españoles sin complejos’.
Por CARMELO LÓPEZ ARIAS.
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