El tirano caraqueño Nicolás Maduro tiene cuenta oficial en Twitter. También en Facebook. El dictador cubano Miguel Díaz-Canel también está presente en ambas redes sociales. No sólo ellos. Raúl Castro, hermano del dictador, tres cuartos de lo mismo. El canal de noticias de Kim Jong Un, el dictador norcoreano, dedicado a vomitar propaganda y, por qué no decir, odio hacia EEUU mantiene activa su cuenta tuitera con más de 350.000 seguidores. Y así podríamos continuar para exponer otros ejemplos de incitadores del odio, la división y el enfrentamiento que conservan cuentas oficiales en las redes sociales.
Son los casos de Arnaldo Otegi, Carles Puigdemont o cualquiera de los golpistas catalanes de 2017 o filoetarras que a día de hoy siguen sin condenar ninguno del millar de asesinatos de ETA. Ellos son sólo una muestra de la excrecencia ideológica y totalitaria que habita en las redes sociales que, aunque uno no comparta con ellos ni siquiera una letra de su programa ideológico, su derecho a la libertad ideológica y de expresión les ampara.
Pero la libertad de expresión parece ser que es sólo para algunos. A Donald Trump, el presidente de los EEUU, le han vetado en Twitter; y en Facebook sine die. Se le considera un peligro público por incitar al odio e instigar a la violencia, sobre todo desde el asalto al Capitolio del pasado 6 de enero. Ese fue el desencadenante último, pero hacía ya tiempo que las dos grandes corporaciones tecnológicas iban detrás del líder republicano. A Trump se le vetó hace tiempo por llamar “terroristas” a los marxistas de Antifa y Black Lives Matter. Biden hizo lo propio esta semana y llamó “terroristas” a los asaltantes de Capitolio, pero su tuit no fue censurado. YouTube advirtió también hace un mes que aquellos creadores de contenido que subieran videos para hablar de las supuestas irregularidades en las elecciones del pasado 3 de noviembre en EEUU podrían correr el riesgo de ver sus cuentas cerradas. En el caso de Trump todos sus tuits relacionados con los resultados electorales del 3 de noviembre venían con la coletilla de la red social que restaba credibilidad a sus palabras.
No es necesario que abiertamente uno tenga que decir lo que piensa del asalto al Capitolio porque el respeto constitucional es un supuesto tatuado en la concepción política de las relaciones humanas. Pero me hubiera gustado ver que todos aquellos que han vomitado odio hacia la torpeza de las palabras de Trump del pasado día 6 de enero, hubieran estado a la misma altura para abordar el golpismo catalán de Puigdemont y sus matones. No lo digo por los sectarios de la caverna de la izquierda que no lo hicieron, sino por las redes sociales que como Twitter y Facebook alentaron la farsa del ‘procés’ y no bloquearon a Puigdemont por un segundo. Al presidente de los EEUU no se le pasó por la cabeza celebrar unas elecciones paralelas fraudulentas, al estilo de las del 1-O y presentarse como el gran líder espiritual de los estadounidenses, como sí que hicieron Junqueras, Puigdemont y otros muchos.
El asalto al Capitolio fue una realidad porque, entre otros factores, los manifestantes encontraron grandes facilidades para penetrar en él. Una vez dentro no sabían qué hacer. Sólo hubo momentos para los selfies, el gamberrismo y el grotesco reality-show que todos presenciamos en directo. Cualquiera podría imaginar que ocurriría si los radicales de izquierda que quieren demoler nuestro sistema constitucional, encontrasen una puerta abierta para penetrar físicamente en nuestras instituciones. La diferencia entre España y EEUU es que nuestro país es un país tan acostumbrado desde hace dos siglos a los pronunciamientos y levantamientos que suele haber más antidisturbios que manifestantes en muchas concentraciones.
La actual situación que las redes sociales han provocado es preocupante. Se han erigido como los grandes árbitros y jueces de nuestro derecho a la libertad de expresión en un momento donde buena parte de la conversación política transcurre en Internet. El horizonte no es menos alarmante porque desde la izquierda política se quieren imponer más limitaciones a los derechos de los individuos en Internet, como es el Ministerio de la Verdad de Sánchez e Iglesias. El cinismo de las redes sociales aterroriza: combaten a quienes dicen que pisotean la democracia empleando las armas más antidemocráticas que existen, la censura y la prohibición.
Con información de OK diario/Jorge Mestre