Los nuevos supremacismos homosexual, negro y feminista -todos de izquierda radical-, son la alfombra roja para la llegada del supremacismo comunista chino, que de la mano del gobierno woke de Joe Biden y Kamala Harris, socavan a América dejándola vulnerable ante la influencia del Imperio Rojo.
Los nuevos supremacismos son socialistas. Son las más recientes y eficaces estrategias de la izquierda internacional para devorar las estructuras, instituciones e ideología que representan las columnas de Occidente: la cristiandad, la familia, la Patria, la libertad de expresión y los derechos humanos.
La izquierda internacional está dominada y apadrinada por la nueva hegemonía geopolítica de China, que lucha a través del poder suave (Joseph Nye) para extender su brazo, adentrándose en las venas de Estados Unidos, América Latina -y el resto del mundo.
El Gran Dragón Rojo posee una vasta experiencia en aplicación de métodos de dominación a través del biopoder (Michel Foucault) y del psicopoder (Byung-Chul Han), como los que ha implementado desde hace décadas en sus políticas públicas.
Por ejemplificar, la inaceptable imposición estatal de tener un solo hijo —vigente hasta 2015—, la incitación al aborto, y la velada posibilidad de escoger el sexo del bebé -que derivó en el nacimiento 30 millones de varones, ya que las niñas habrían sido abortadas masivamente-.
Sobra recordar que en China no existen los derechos humanos. No hay libertad de expresión, ni las mismas redes sociales que en el resto del mundo, ni se tolera a los disidentes del comunismo, ni hay pluralidad de partidos políticos. Sólo hay un partido, el que está en el poder, y es comunista. Ese es el esquema chino. ¿A quién en su sano juicio podría gustarle importar esto a nuestro continente?
Para llegar a este nivel asfixiante de control estatal sobre el individuo, China echó mano de varias estrategias. Una de ellas fue la llamada revolución cultural de Mao Zedong, que implementó medidas draconianas basadas en el fanatismo de jóvenes a sueldo en la Guardia Roja, que emprendieron una persecución política contra todo el que no comulgara con el dictatorial y castrante comunismo chino.
Esto podía incluir a sus propios padres, sometidos a esa gran “limpieza ideológica”. Resultado: cerca de 4 millones de muertos, 40 millones de desplazados.
Fue una gran cacería de brujas monumental al pensamiento distinto. Esa infame purga se dio en el terreno cultural, por lo que debe asumirse como una vertiente de combate que hoy se aplica como poder suave.
Y es ese mismo poder suave, no militar sino cultural, el que hoy tiene fragmentado a Estados Unidos en una lucha de los wokes contra los patriotas. ¿Quién se beneficia de esta polarización? China, por supuesto.
El Partido Comunista Chino (PCCh) no puede sino ver con muy buenos ojos la nefasta revolución progresista, un movimiento similar a la revolución cultural maoísta, expresado claramente en la muerte civil, y en la cultura de la cancelación de quien piensa diferente. Y ya sabemos en qué podría derivar todo esto si los patriotas se quedan con los brazos cruzados.
Para la revolución cultural china maoísta que inicia en 1966 y culmina en 1976, había 5 categorías de personas a las que había que perseguir y destruir, por ser enemigas: los terratenientes, los campesinos ricos, los contrarrevolucionarios, las “malas influencias, y los Derechistas. Hoy los progresistas que bien podemos considerar neo-maoístas, tienen una lista similar para etiquetar a quienes hacer la guerra: El derechista, el patriota, el hombre y la mujer blancos, el heterosexual, y el religioso.
Los nuevos supremacismos son parte de la cultura progresista, del movimiento woke, por lo que deben ser contextualizados en su dimensión económica como grandes negocios para diversas industrias. Y que al mismo tiempo que se fortalecen con las jugosas ganancias millonarias, cumplen con la función de enfrentar a la ciudadanía según su preferencia sexual, raza, o sexo.
El debilitamiento de las estructuras sociales y de las instituciones en EE. UU. supone una revolución wokecon estrategia marxista y táctica de Gramsci. De Marx porque incita al odio y la división, pero ya no sólo por clase social, sino por otras categorías, culturales. En ello va la carga de Gramsci.
El supremacismo negro usa la narrativa de que todo afrodescendiente es una víctima que hoy merece privilegios por compensación, no por sus acciones, y que todo blanco es un opresor, también con independencia de sus actos, sólo por su raza.
Además, este supremacismo es por supuesto racista en la medida en que coloca como centro de toda política pública a los afro-americanos, como beneficiarios, y del debate en la opinión pública, como héroes cuyas vidas importan más que las de cualquier otra raza. Si esto no se da en esos términos, los que esos activistas desean, la supuesta opresión continúa.
El supremacismo homosexual sirve para minar los cimientos de la familia natural. Enfrenta a homosexuales contra heterosexuales, en una lógica según la cual los primeros ya han sido liberados de la opresión «heteropatriarcal», y pueden vivir su libertad.
La dictadura woke pareciera sugerir que ser homosexual es algo intrínsecamente muy positivo para el desarrollo del bien común.
El supremacismo feminista radical confronta a mujeres contra hombres, y busca destruir también la religiosidad por ser supuesta responsable de la opresión femenina, y a la familia natural, por ser la jaula donde la mujer es una esclava.
Deducciones delirantes que generan hoy mujeres solas, acaso con cierta solvencia económica, pero incapaces de relacionarse de forma sana con los varones, a quienes ven como responsables de todos los males del mundo.
Ante el incremento de la propaganda de estos supremacismos, encuestas muestran que los votantes demócratas se han movido entre 10 y 35 puntos a la izquierda en temas como aborto, y migrantes, en los más recientes lustros. Los republicanos se han movido sólo un poco a la derecha.
Biden ha sustituido el viejo liberalismo por la cultura woke planteada como política pública transversal en las ramas de la ideología de género y la identidad racial, es decir, el supremacismo negro, gay-trans, y feminista.
Esto ha generado que se acentúe el Blexit, y el Latinexit, el fin de la simpatía de millones de afrodescendientes y de latinos por el Partido Demócrata, por la institucionalización de los radicalismos.
La mayoría de los latinos somos de cuna católica, o cristiana, por lo que la extrema izquierda que hoy protege Biden y su partido causan pánico o franca repulsión. Si los latinos han migrado a EE. UU. en mucho es porque en sus países se impuso el socialismo y vienen huyendo de sus miserias. No quieren saber nada de ese régimen que empobrece, pero tampoco de sus recientes adiciones y diversificaciones ideológicas, como lo son estos nuevos supremacismos y sus venenosas narrativas para dividir a la población, auspiciar el odio entre ciudadanos y buscar un control político y beneficios electoreros.
Un intelectual a quien respeto, y con quien he conversado sobre los puentes que unen al movimiento woke con Mao y su revolución cultural, me pregunta dónde quedó la vieja animadversión entre patriotas del movimiento MAGA y los titiriteros del llamado “Nuevo Orden Mundial”, a quienes supuestamente se les hacía responsables de haber financiado a todo la diversidad progresista.
La agenda Bildelberg, Soros, entre otros, dónde quedarían en tu análisis, me pregunta. Pero no veo contradicción alguna, le respondo. Esos globalistas efectivamente han financiado una agenda para el así llamado Nuevo Orden Mundial.
Es decir, para imponer un gobierno global, una moneda, una “religión” o culto, y diluir las fronteras, socavar la moral y controlar a las naciones a través de organismos internacionales que ya existen. (Y que claramente ostentan esas banderas, como la ONU, que usa arcoíris de la “diversidad sexual”, en sus redes sociales, por sólo poner un ejemplo).
Mi respuesta es que tales globalistas trabajaron sin desearlo para el Partido Comunista de China, para el Imperio Rojo que les está ganando visiblemente la carrera hacia la hegemonía mundial.
Esos conocidos globalistas usaron las diversas caras del progresismo como frentes de lucha para imponer su sistema, pero no les dio tiempo de alcanzar plenamente sus metas y hoy China se ve beneficiada por el trabajo de demolición de las columnas que sostienen a Occidente, que hicieron estos ambiciosos dueños del dinero a escala mundial, en connivencia con Wall Street, la mainstream media, Hollywood, el Big Tech, el Big Pharma, el Partido Demócrata, miles de ONG como Planned Parenthood, y políticos e intelectuales a sueldo.
Dicho de otra manera, “nadie sabe para quién trabaja”. Pero los globalistas occidentales, por poderosos que son, no pueden vencer a China, sólo le alfombraron el camino y son cómplices junto con Biden del declive económico y de la locura progresista que afecta hoy a Estados Unidos.
A decir verdad, sólo si MAGA regresa al poder en EU, ahora para “salvar a América”, Occidente tendrá una última oportunidad de dar la batalla contra los tontos útiles neo-maoístas woke que quieren arrodillar a un gran país, y desean verlo arder, sólo por su grave resentimiento psico-social.
Por: Raúl Tortolero / PanamPost