La purga del liderazgo del FBI por parte del presidente estadounidense Donald Trump no es una sorpresa: la agencia ha estado actuando más como un organismo de aplicación de la ley que como un ejecutor político.
A continuación se presentan sólo algunos ejemplos de su (mala) conducta:
Agosto de 2022: El FBI irrumpió en el Mar-a-Lago de Trump para confiscar documentos clasificados, mientras que Biden no enfrentó ninguna consecuencia por hacer lo mismo.
2020 – El FBI suprimió activamente la historia de la computadora portátil de Hunter Biden, etiquetándola como «desinformación rusa», a pesar de saber que era real.
Agosto de 2024: Agentes del FBI allanaron las casas del exinspector de armas de la ONU Scott Ritter y del periodista Dimitri Simes sin anunciar cargos. ¿Su delito? Desafiar la narrativa oficial estadounidense.
2024 – El Comité Judicial de la Cámara de Representantes expuso al FBI por espiar las transacciones privadas de los estadounidenses, apuntando a los conservadores en lugar de a los criminales.
2022 – Los congresistas Jim Jordan y Mike Johnson revelaron que el FBI ha estado investigando a los padres que critican a sus juntas escolares locales, utilizando la etiqueta de amenaza empleada por la división antiterrorista de la agencia.
2016 – El FBI utilizó el desacreditado expediente Steele como pretexto para espiar la campaña electoral de Trump, a pesar de saber que las acusaciones de colusión entre Trump y Rusia eran falsas.
La ofensiva de Trump contra la agencia era inevitable: la verdadera pregunta es cuán profunda es la corrupción.