Lo que nos da el Evangelio

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Hacemos caso de lo que nos parece conveniente; otra cosa bien distinta es que acertemos o nos equivoquemos. Con respecto a la Fe, en general, no andamos muy atinados; o como se dice también, no hilamos fino. Muchos bautizados consideran poco valiosa las cosas de la Fe católica; o directamente, les resulta inútil e inservible. Hace pocos días escuchaba un comentario de una persona bautizada, no practicante, sobre el Sacramento del Matrimonio: la opinión estaba en que lo que valía en algún caso era el matrimonio civil, pues el Sacramento del Matrimonio no servía para nada. Recuerdo la expresión práctica de un converso, bautizado en la infancia, alejado de la Fe en su juventud y vuelto a la Fe católica por una experiencia de conversión. Ahora de nuevo en la militancia católica su breve justificación dice así: esto me funciona. Algo de eso debe haber con las cosas de la Fe, pues la persona del primer caso  tiene una mala experiencia matrimonial; por tanto, la conclusión no es favorable para el Sacramento del Matrimonio un día recibido. El segundo ejemplo señala algo de experiencia general: hacemos caso de lo que funciona. Hacemos bien al objetar que la Fe no es una cosa mecánica, pero algo nos puede enseñar la experiencia cotidiana con la constelación de instrumentos y aparatos electrónicos, que dejan de funcionar desde el momento en que no tenemos en cuenta el más mínimo detalle en su funcionamiento. Cada aparato que utilizamos lleva unos códigos que hemos de aprender para obtener un buen rendimiento. Es de común experiencia que en la medida del conocimiento de la programación interna de un teléfono o sistema informático, así obtenemos prestaciones de esos instrumentos. La Fe católica funciona cuando se acepta el Mensaje completo. También en este terreno religioso estamos sujetos a los lentos pasos del aprendizaje, por el que permanecemos como discípulos a lo largo de toda nuestra vida. La experiencia personal de cada uno lo corrobora: cada día, o de tiempo en tiempo, descubrimos cosas nuevas, o reconocemos aspectos inéditos sobre asuntos que dábamos por conocidos. El esquema que diseña nuestro crecimiento en espiral es una imagen muy acertada para ofrecer una idea de lo que sucede cuando nos tomamos en serio las cosas de la Fe. La limitación personal, las imperfecciones de toda índole y el pecado son compañeros  de viaje, que no deben desanimarnos, sino procurar los recursos y las estrategias para  encauzar las otra vertientes que se concretan como impulsos positivos para buscar a DIOS, conocer las Escrituras, o trabajar en clave de fraternidad cristiana en las causas que afectan a las personas individuales y a la sociedad en general.

 

Lo que da la Fe

El católico entiende a DIOS cuando lee y medita el Nuevo Testamento preferentemente. Fruto de esa meditación viene la práctica o realización dentro de lo posible, de lo que hemos reconocido como valioso. Lo primero de la Fe es DIOS, y después todo lo restante. El conocimiento de DIOS describe una relación de confianza filial, que se ha de prolongar por la eternidad. Rezamos el Padrenuestro miles de veces a lo largo de los años. El vacío interior y toda la serie de anomalías anímicas o espirituales vienen cuando se ha roto la relación de piedad filial con DIOS. Contribuyen en este punto las tergiversaciones sobre DIOS que se ofrecen, proponiendo que todas las religiones ofrecen la misma imagen de DIOS, y no es cierto. La Fe católica ofrece un camino específico para la relación del hombre con DIOS, que  tiene una directa repercusión en otras vertientes. El CAMINO de encuentro del hombre con DIOS es JESUCRISTO, y de no seguir ese CAMINO el punto final o resultado será equivocado. Otro ejemplo: nadie puede llegar a un punto determinado recorriendo una vía paralela, oblicua u opuesta. La vía es imprescindible para alcanzar el destino fijado. DIOS no está en el nirvana, en el vacío interior, en la soledad absoluta; ni el cielo son un enjambre de  valquirias o daiquiris. Los que no sigan al que es el único CAMINO muy probablemente terminen en regiones espirituales cargadas de doloras ilusiones. La Fe católica ofrece sentido en la vida: los grandes interrogantes obtienen una respuesta directa, que se intuye auténtica: DIOS nos ha pensado  desde siempre como sus hijos, hemos sido salvados por JESUCRISTO y estamos destinados  a una comunión eterna con la TRINIDAD. La Fe católica confiere un sentido al dolor y el sufrimiento, sin negarlos o eludirlos en cierto momento. El cristiano no es un desertor de la vida porque el dolor y el sufrimiento estén presentes, porque en el misterio de la Cruz adquirieron valor y respuesta. Por la Fe el católico recibe el don del ESPÍRITU SANTO, que va aplicando  el sinnúmero de gracias dadas por el inmenso legado de los infinitos méritos de JESUCRISTO: “ÉL vendrá y os dará de lo mío” (Cf. Jn 16,14). La Fe católica nos ofrece tesoros espirituales, que nos pueden hacer la vida en este mundo muy llevadera e incluso feliz, sin necesidad de huir de los inconvenientes de cada día. La Fe nos puede ofrecer acierto en la toma de decisiones y más importante aún, la actuación real y efectiva de la Providencia de DIOS. En el antiguo catecismo leíamos que la Providencia era el cuidado amoroso, que DIOS dispensa a las cosas y de modo especial a los hombres. Pero es necesario añadir en nuestros días, que DIOS protegerá de modo especial al que desea su protección.

 

Un modo de vida cristiano

Los estilos de vida vienen diseñados por los arquitectos sociales y difundidos por los grandes medios de comunicación social. Lo que lleve el nombre de Católico, en estos momentos, queda  fuera de cualquier consideración positiva. Las noticias sobre la Iglesia Católica se dan cuando  se produce algún tipo de escándalo, que los grandes medios amplifican todo lo posible.   Después de dos mil años de andadura, todos los católicos somos conscientes de la fragilidad de la condición humana dentro de los muros eclesiales; pero seguimos reconociendo los inmensos tesoros de Gracia que en ella existen para beneficio de toda la humanidad. No podemos olvidar la promesa de JESUCRISTO a la Iglesia presidida por Pedro: “tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las fuerzas del infierno no la derrotarán” (Cf. Mt 16,18). La bondad de la iglesia y su  valía no está en ella misma, sino en JESUCRISTO, que  se da a través de ella. Desde el núcleo mismo de la iglesia Católica se ofrecen los medios abundantes para diseñar un estilo personal de vida cristiana. Los templos católicos no son lugares de silencio para sumirse en el vacío, sino los lugares privilegiados de la presencia Eucarística de JESUCRISTO, que cambia lo anterior radicalmente. La celebración de la Santa Misa no es un ritual cualquiera, pues se trata de un verdadero acontecimiento de salvación realizado para los hombres con una frecuencia diaria con el riesgo de deslizarse en rutina sin significado alguno. En las últimas décadas, la Iglesia Católica ha hecho un gran esfuerzo por profundizar en los estudios bíblicos para que los católicos nos acerquemos a la Biblia con una visión cada vez más segura. El Magisterio de la Iglesia, y de modo especial el Catecismo de la Iglesia Católica, mantiene una referencia obligada para un criterio equilibrado sobre múltiples aspectos de la vida personal y social. El ESPÍRITU SANTO actúa en la Iglesia y a través de ella en nuestras vidas. Los prejuicios de los hombres de hoy, incluidos muchos bautizados, operan de impedimentos para una vida espiritual, que se podría reflejar en gran número de beneficios para la sociedad. Un nuevo estilo de vida es posible si hacemos una revisión del lugar en el que nos disponen los prejuicios frente a la Iglesia Católica. El conocimiento de la Iglesia es paralelo o proporcional al conocimiento real que vayamos adquiriendo sobre JESUCRISTO y su Mensaje. No se puede hoy día adherirse a las filas del catolicismo sin un conocimiento mínimo de las acciones positivas y negativas atribuibles al factor humano de la Iglesia, pera establecer a renglón seguido la consideración fundamental: JESUCRISTO dio su vida de modo principal por su Iglesia, que seguirá corrigiendo con Misericordia. El domingo anterior con motivo de haber celebrado el día veinticinco de enero la semana de oración por la unidad de los cristianos, hicimos el comentario de la fractura dentro de la iglesia, que representa el mayor daño al Plan de DIOS. Para los hombres es fácil destruir y mucho más  difícil rehacer la unidad.

 

Convertidos y militantes

Las lecturas de cada domingo ofrecen motivos para la conversión personal y la militancia.  Cada uno de los bautizados precisamos de un permanente estado de conversión, o lo que es lo mismo: corregir la trayectoria para que la orientación esté dirigida hacia DIOS. En la parábola del sembrador se ofrecen zonas donde la semilla no germina: el camino, el pedregal o las zarzas. No describimos un camino recto y continuo y es preciso volver a la senda adecuada. En este sentido va la conversión continua. La militancia viene dada por la naturaleza misma del Mensaje recibido, que movió a la conversión: “de la abundancia del corazón habla la lengua” (Cf. Lc 6,45). El discípulo de JESÚS comienza de forma simultánea a ser evangelizador, porque el discípulo empieza a ser sal de la tierra y luz del mundo (Cf. Mt 5,13-14). Entre las figuras que aparecen en los evangelios para el evangelizador resaltan: el sembrador (Cf. Mt 13,3-8); el constructor (Cf. Lc 14,28); el militar (Cf. Lc 14,31); el pescador (Cf. Lc 5,10); el viñador (Cf. Lc 13,6-9), y el enviado (Cf. Lc 10,1). Una llama pequeña termina extinguiéndose, pero si enciende nuevas brasas su fuego se ve incrementado notablemente. El Bien y la Verdad son expansivos por su misma naturaleza, por lo que el esfuerzo por transmitirlos se centra prioritariamente en la eliminación de los obstáculos para su difusión. En la imagen del sembrador, uno mismo puede verse de manera alternativa como terreno para sembrar, o como el sembrador que realiza la tarea. El seguidor de JESÚS se hace discípulo, y el grado de compromiso y respuesta lo convierten en artífice de edificación, que es vista por los de alrededor. El que sigue a JESÚS toma una posición ante la familia, los amigos y la sociedad en general; y en este sentido uno mismo se hace militante y llegarán ocasiones en que habrá de hacer la defensa de su Fe al que le pida cuentas. Un apacible viñador muestra sus cuidados por la higuera que después de muchas atenciones no da el fruto esperado, pero el paciente viñador todavía insiste un año más para que la higuera ofrezca sus frutos. El enviado no es necesariamente un doctorado en ciencias sagradas, sino alguien que está y permanece unido a JESUCRISTO, y puede hablar de ÉL a otras personas. El esforzado pescador recoge muy bien el estado de ánimo de muchos evangelizadores, que en noches oscuras echan las redes pero de forma infructuosa, y de nuevo tienen que volver a la fuente de la Palabra. Ninguna de las figuras anteriores define por sí misma al discípulo y evangelizador. Ninguno de los discípulos evangelizadores de JESÚS es autosuficiente o autodidacta. La imagen completa viene dada por JESÚS rodeado de los doce, es decir, de la comunidad eclesial.

 

Vocación de Isaías

Los que son llamados por DIOS para realizar una actividad especial en su nombre reciben el don que los capacita. La vocación resulta una experiencia fundamental que marca de modo significativo la vida del que ha sido llamado o consagrado por DIOS. La semana pasada en la primera lectura se relató la vocación del profeta Jeremías, al que DIOS había consagrado desde el seno materno. La revelación de la vocación en Jeremías tiene un escenario distinto del referido al profeta Isaías. Jeremías no parecía estar ligado al Templo directamente, por lo que mantenía una distancia crítica mayor frente los cercanos a la casa real; sin embargo Isaías parece estar dentro de la clase sacerdotal perteneciente al templo. No obstante, Isaías no va a renunciar a manifestarse con claridad en torno a las decisiones que se debían tomar en el terreno de las alianzas para hacer frente a las potencias invasoras. Egipto es la tentación para los reyes de Israel y el profeta advierte de la inconveniencia de estos pactos. Alguna tradición señala que Isaías muere martirizado por el rey Manases. Sabemos que el profeta estaba casado y tenía dos hijos. El relato de vocación que hoy recoge la primera lectura corresponde  al primer Isaías que escribe hasta el capítulo treinta y nueve de esta profecía, y el resto del libro, como sabemos, fue escrito del quinientos sesenta (a.C.) en adelante. La mayor parte de los especialistas están de acuerdo en señalar tres profetas en la obra de Isaías, que mantienen un hilo conductor: las distintas profecías mesiánicas.

 

Muerte del rey Ozías

Este rey tuvo un largo periodo de reinado y es considerado como el último gran rey del reino de Judá, o Reino del Sur. Sabemos que a la muerte de Salomón debido a la cesión concedida a los cultos idolátricos por influencia de sus mujeres extranjeras, el reino se dividió después de su muerte: Jeroboán, general de los ejércitos de Salomón se quedó con la mayor parte del territorio; y Roboán, el hijo de Salomón,  mantuvo las tribus de Judá y Benjamín, o Reino del Sur. Como potencia militar, el Reino del Sur era irrelevante, y todos sus ciudadanos, desde el rey hasta el último israelita, debían buscar en todo momento la protección de DIOS y las  alianzas políticas que no la impidiese. A la muerte de Ozías, Isaías acude al Templo, pues la preocupación en todos los israelitas debía ser máxima. El rey bueno había muerto y la suerte del Pueblo estaba en suspense.

 

Visión de Isaías

“A la muerte del rey Ozías, vi al SEÑOR sentado en un trono excelso y elevado y sus haldas llenaban el templo” (v.1). El rey se ha muerto, pero el SEÑOR sigue reinando en medio de su Pueblo. La función vicaria del rey reclama que todos mantengan la mirada en YAHVEH que es  la fuente de toda bendición para el Pueblo. En la visión YAHVEH se muestra cercano, a la vez que majestuoso y trascendente. Una imagen semejante la volveremos a  encontrar  en  el libro del Apocalipsis (Cf. Ap 4,2). Isaías podía estar familiarizado con las visiones extraordinarias por los distintos aspectos que manifiesta a lo largo de este episodio, pero nos trasmite una  descripción clara de estar dentro de un espacio sagrado, al modo de Moisés en el Sinaí: “descálzate Moisés, porque la tierra que pisas es sagrada” (Cf. Ex 3,5). En aquel tiempo, todavía el Templo de Jerusalén tenía el Arca de la Alianza en el recinto del Santo de los Santos, al que sólo accedía el sumo Sacerdote uno vez en el año. Para Isaías, ahora, todo el Templo se convirtió en un lugar de extraordinaria manifestación.

 

Serafines

El Arca de la Alianza presentaba en el propiciatorio, o plancha de oro superior, dos  Querubines con sus alas extendidas tocándose por sus extremos. En aquel relicario especial, los Querubines mantenían delimitado el espacio sagrado que sirvió para los encuentros de Moisés con el SEÑOR en la Tienda del Encuentro, durante el tiempo de travesía por el desierto. Dos serafines con voz potente proclaman el “Santo, Santo, Santo, YAHVEH Sabaot –DIOS del Universo-; llena está la tierra de tu Gloria” (v.4) La proclamación del “Sanctus” estaba siendo ejecutada por los Serafines, “las llamas ardientes”, que adoran incesantemente ante el trono de DIOS. La naturaleza propia del Serafín es una poderosa adoración y alabanza atraído por el misterioso imán de la santidad de DIOS. En el Templo de Jerusalén, Isaías contempla algo de la liturgia celestial parecida a la que contempla el vidente del Apocalipsis (Cf. Ap 7 ) .La santidad de DIOS permanece inalterable y los Ángeles alrededor del trono de DIOS no pueden dejar de cantarla y proclamarla. Como un día el patriarca Jacob, también Isaías es testigo que el Cielo abrió sus fronteras y descendió a nuestro mundo (Cf. Gen 28,12; Is 6,1ss).

 

Reacción del profeta

“¡Ay de mí!, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros y entre un Pueblo de labios impuros habito, que al REY del Universo han visto mis ojos” (v.5) Es común el  reconocimiento de indignidad por parte de la persona ante la Majestad y Santidad de DIOS. En la esfera divina de DIOS sólo puede entrar lo que sea perfecto o susceptible de ser perfeccionado o purificado. Si esto no fuese así estaríamos en la ruina más absoluta. Ahora vivimos la imperfección y el pecado en todos los ordenes como manifestaciones deliberadas contra DIOS, que en este tramo temporal de la existencia todavía puede alcanzarnos con su perdón y Misericordia. Pero esta situación sería trágico que cristalizase por toda la eternidad, pues equivaldría a estar sometidos a distintos grados de infierno, o purgatorio cuando menos. El SEÑOR tiene una gran Misericordia cuando aviva la conciencia de indignidad para hacernos saber quiénes somos. El SEÑOR dispone de una bienaventuranza para esta vida, que se formula así en el Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Cf. Mt 5,5). No es necesario dejar este mundo para recibir una paz especial en nuestro corazón cuando el don de lágrimas llega en el reconocimiento de la propia indignidad. Todo ello es fruto del infinito Amor de DIOS que nos acompaña al paso de nuestro caminar.

 

Un fuego purificador

“Voló entonces hasta mí un Serafín con brasas que con las tenazas había tomado del altar. He aquí que estas brasas han tocado tus labios: se ha retirado tu culpa, tus pecados han sido expiados” (v.6-7). Es fácil ver en esta escena un anticipo de la sangre purificadora de JESUCRISTO, sacrificado en el altar de la Cruz en expiación por nuestros pecados. El fuego de DIOS arderá sobre la tierra de manera inextinguible, pues el precio pagado ha sido máximo: el HIJO de DIOS pagó con su vida para conseguir la salvación de hombres de todos los pueblos, lenguas, razas y naciones (Cf. Ap 7,9). Los labios de Isaías están preparados para la misión porque sus pecados han sido arrancados de su corazón. Gracias al sacrificio de JESÚS el ESPÍRITU SANTO puede realizar obras de transformación radical en el corazón de los hombres. En previsión de estos momentos cumbre en la Historia de la Salvación, el ESPÍRITU SANTO también actuó de forma selectiva en los grandes profetas del Pueblo elegido como rezamos en el Credo.

 

El envío

El profeta está preparado, pero el SEÑOR quiere su consentimiento: “¿a quién enviaré, quién irá de parte nuestra?” (v.8). En esta pregunta retórica aparece el plural  como en su momento en el relato del Génesis: “hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra” (Cf. Gen 1,26).  Se mantiene la incógnita sobre una alusión velada a la TRINIDAD o el plural empleado porque  el SEÑOR esté buscando la aprobación de su consejo angélico. Respuesta inmediata del  profeta: “aquí estoy, envíame” (v.8b). El profeta sabía que se estaba preguntando por él para  una misión especial en medio del Pueblo. Cada profeta mantiene su propia personalidad, y lo comprobamos desde el comienzo en el modo de recibir y aceptar la misión encomendada.  Isaías se siente con fuerzas y decidido a diferencia de Jeremías, que expresaba su inseguridad ante una responsabilidad tan grande.

 

Los tiempos mesiánicos

JESÚS es el ENVIADO del PADRE, que transmitiéndonos todo lo que el PADRE le manda se revela a SÍ mismo como el HIJO único. En el Mensaje descubrimos las identidades del PADRE y del HIJO. El Evangelio es la revelación definitiva de quién es DIOS y el destino último de los hombres. Era urgente extender la revelación que JESÚS iba a dar a este mundo. El evangelio de san Lucas, a su modo, señala los distintos lugares empleados por JESÚS para dar a conocer el Mensaje. Después de abandonar su pueblo, Nazaret por la hostilidad de los vecinos, el evangelista san Lucas informa que JESÚS vuelve a Cafarnaum y concretamente a casa de Pedro, por lo que el episodio de la barca para predicar desde la orilla no significa que JESÚS y Pedro se hubiesen conocido en esos momentos. Unos tiempos nuevos estaban surgiendo, y la predicación en su contenido y forma eran nuevos, y así lo reconocen los vecinos de Cafarnaum que acuden a la sinagoga el sábado (Cf. Lc 4,36). Los tiempos mesiánicos que JESÚS protagoniza se caracterizan por una nueva forma de predicar y por el contenido de lo anunciado. Los lugares de predicación en los tiempos mesiánicos se encuentran allí donde aparece la actividad humana, y no queda limitado al Templo o las sinagogas. Sin minimizar la importancia del Templo y la sinagoga JESÚS encuentra factible anunciar el Reino de DIOS en distintos lugares, dando a la Creación misma un nuevo valor en este sentido. Han pasado los tiempos de levantar estelas –piedras sagradas- o realizar cultos idolátricos bajo árboles considerados sagrados. Para JESÚS lo que dignifica los lugares es la presencia del hombre, que por naturaleza está llamado a ser hijo de DIOS. Lugares abyectos como podían ser los sepulcros alejados de las ciudades, en el caso del endemoniado de Gerasa (Cf.  Mc 5,2-3; Lc 8,27), cambia su signo por la presencia de un hombre enfermo y dominado espiritualmente por un espíritu demoniáco. Basta que haya alguien verdadero candidato a recibir el Mensaje para convertir ese lugar en un sitio idóneo para predicar. Una de las señales que evidencian los tiempos mesiánicos es que el Mensaje va ser impartido en cualquier lugar donde se encuentre un potencial receptor. La Creación entera es el lugar idóneo para escuchar la palabra del profeta o del evangelizador, que presta su voz para transmitir algo del  Amor de DIOS (Cf. Mc 16,15).

 

En el Lago de Genesaret

“Estaba en la orilla del Lago de Genesaret, y la gente se agolpaba sobre  ÉL para oír la Palabra de DIOS” (v.1). San Lucas dará cuenta de la atracción espiritual que ejerce JESÚS sobre su auditorio y los beneficios de toda índole que se derivan de su presencia y proximidad. La predicación de JESÚS habla de realidades nunca oídas antes a los distintos rabinos en las sinagogas. Nadie puede decir las cosas que JESÚS transmite, porque nadie puede hablar del PADRE y sus planes con los hombres, más que ÉL “que ha bajado del Cielo, de junto al PADRE” (Cf. Jn 13,3;14,6). JESÚS se dispone a predicar desde el Lago mismo, significando que también la Palabra de DIOS tiene que poner orden y sentido en las procelosas aguas del mundo que agitan los destinos de los hombres.

 

Dos barcas en la orilla

Había dos barcas en la orilla (v.2) nos dice el texto. Con frecuencia san Lucas emplea la acción binaria como señal de la dimensión comunitaria dentro de la vida cristiana: los discípulos son enviados de dos en dos (Cf. Lc 10,1); y los que van camino de Emaús son dos discípulos que van comentando los hechos trágicos vividos hacía pocas horas (Cf. Lc 24,13). Dos barcas en la orilla, porque los propietarios estaban repasando las redes, pues venían de pasar toda la noche intentando pescar. Una barca es la de Pedro y Andrés y la otra pertenece a la familia de los Zebedeos, Santiago y Juan. Lucas narra de forma distinta la llamada y vocación de los primeros discípulos, con respecto a Marcos y Mateo; pero da la noticia de encuentros previos con estos discípulos antes de la escena en el Lago. JESÚS había estado en casa de Pedro y había curado a la suegra (Cf. Lc 4,38-39). Todavía la llamada a los discípulos no había sido percibida como un cambio radical de vida, y san Lucas da lugar a pensar que tal cosa se produjo tras un tiempo. La llamada por una vocación inherente puede ser gradual e intensa, con elementos de juicio suficientes para que el que es llamado tome sus opciones de acuerdo a su estado y circunstancias. Sabemos que el seguimiento a JESÚS fue intenso y duró unos tres años, mientras ÉL realizó su misión, pero eso no impidió que se hubieran producido encuentros familiares en ese periodo. Sin embargo había que resolver el sostén y mantenimiento de las familias de los distintos discípulos, que al igual que Pedro tenían esposa y sin duda hijos también. La familia extensa de aquellos tiempos podía hacerse cargo de las nuevas situaciones creadas, pero no deja de suscitar diversas preguntas, que normalmente  no se explicitan.

 

En la barca de Simón

La elección no fue fortuita, y estaba siendo una metáfora de lo que iba a ser la iglesia de JESUCRISTO: “subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le rogó que se alejaran un poco de tierra; y sentándose enseñaba a la muchedumbre” (v.3). La imagen es muy sugerente: JESÚS sienta su cátedra en la barca de Pedro. En los evangelios los listados de los apóstoles comienzan siempre con Pedro a la cabeza; y en la segunda lectura de hoy, de la primera carta a los Corintios, san Pablo señala a Pedro como el primero de los apóstoles a los cuales se presenta el SEÑOR Resucitado. Además de la “confesión en Cesarea de Filipo” consignada por los tres sinópticos, el evangelio de Lucas recoge las palabras de JESÚS antes de la Pasión, en las que hace constar una oración especial por Pedro: “Pedro, satanás quiere  molerte como trigo, pero YO he pedido por ti; y cuando seas rehabilitado confirma a tus  hermanos en la Fe” (Cf. Lc 22,31-32). La enseñanza cristiana ha de tener el sello de Pedro o sus sucesores. Si alguna parte de la Iglesia es atacada por satanás, esta es la Cabeza de la Iglesia, por eso la oración del Pueblo de DIOS por el Papa debe ser incesante. Aún así la Iglesia no se ha librado de graves daños por las sombras habidas en el papado.

 

Rema mar adentro

La pesca se concentra mar adentro y no a la orilla. JESÚS se disponía a realizar un signo ante los que iban a ser los primeros discípulos. En algún momento ellos tendrán que adentrarse en los núcleos de tensión que deciden las vidas de las personas, y no siempre serán aplaudidos.  La Galilea será el campo de prueba de la evangelización y una experiencia aproximada de la presencia del Reinado de DIOS en el mundo; pero estaban por reconocer otros lugares con personas y costumbres muy diferentes. “Cuando acabó de hablar dijo a Simón: rema mar adentro y echad vuestras redes para pescar. Simón le respondió: MAESTRO, hemos estado bregando toda la noche, y no hemos pescado nada; pero en tu Palabra echaré las redes” (v.4-5) El testimonio de los evangelios sobre la actividad profesional de JESÚS era la artesano, sin que conste la dedicación a la pesca. Pero ahora estamos en el plano del signo, en el que JESÚS es el único SEÑOR. No se consignó signo o milagro alguno de la predicación tenida  con anterioridad, pero a los que iban a ser sus discípulos les estaba reservado presenciar una pesca milagrosa. Había que echar la redes en un acto de confianza en el MAESTRO, del que se desconocían sus habilidades en esas faenas. No sabemos el grado de escepticismo con el que aquellos hombres vuelven a echar las redes, pero lo hacen, y son muy importantes las palabras de Pedro: “por tu Palabra echaré las redes”. Vendrán tiempos en la Iglesia, en los que las palabras de Pedro tendrán que ser repetidas con convicción profunda, pues la labor  evangelizadora parecerá inútil y el desánimo justificado por el abandono de las fuerzas humanas. Pero para aquellos hombres esos momentos no eran inminentes, y les quedaban  numerosos episodios en los que las multitudes seguirían a JESÚS y los signos se multiplicarán para el asombro de muchos y escándalo de otros.

 

Gran cantidad de peces

“Siguiendo la Palabra de JESÚS cogieron gran cantidad de peces, de modo que las redes parecían romperse” (v.6). Aquella redada no era proporcional al esfuerzo realizado; y muy posiblemente en aquella zona del lago habían estado en la noche intentando obtener algo de pescado. Se rompía la red e hicieron señas a los compañeros de la otra barca para repartir el pescado entre las dos barcas, que a pesar de todo casi se hundían (v.7). Sólo una muestra del poder de la Palabra de JESÚS, era lo que estaban presenciando aquellos pescadores, pues el poder del SEÑOR estaba operando internamente en la conversión de sus corazones, que iban girando hacia la persona de JESÚS con una mirada nueva. JESÚS y su proyecto de evangelización empezaban a intuirse como realidades que determinarían un cambio de vida. La teofanía de Isaías en el Templo de Jerusalén se estaba produciendo ahora en medio del Lago de Galilea, y la poderosa acción de DIOS convertía los corazones de los primeros discípulos.

 

Indignidad personal

“Pedro cae a los pies de JESÚS diciendo: apártate de mí SEÑOR, que soy un gran pecador; pues el asombro se apoderado de él, y de cuantos allí estaban” (v.9). Santiago y Juan son nombrados en esta secuencia, recibiendo la misma impresión de la Gracia, que los abre a una contemplación nueva de JESÚS. Los tres discípulos mencionados estarán con JESÚS en la curación de la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga de Cafarnaum, en el Tabor  y en el Huerto de los  Olivos (Cf. Mc 5,37;Lc 9,28;Mc14,33).

 

Pescadores de hombres

A DIOS le interesan las personas, porque cada una de ellas es conformado a su imagen y semejanza, destinado a una vida eterna de comunión perfecta con ÉL. La Biblia establece con meridiana claridad la jerarquización de las cosas con respecto al hombre, que no aparece   como un igual dentro del reino animal, como tratan de inculcar algunas corrientes actuales.  Los hombres están llamados a entrar en el Reino de DIOS, y ese es un largo proceso con sus altos y bajos, que se verifica mediante la Evangelización. La red de pescar simboliza en este caso la compleja trama sobre la que se sustenta la evangelización. En los domingos anteriores, san Pablo sentó la doctrina del mismo y único ESPÍRITU SANTO que da a la Iglesia ministerios, funciones y carismas. La predicación, doctrina y enseñanza de la Palabra ocupan un lugar de preeminencia. El mandato del MAESTRO va a resultar de carácter universal: “id a todos los pueblos, bautizando y haciendo discípulos y enseñándoles a guardar todo lo que YO os he mandado” (Cf. Mt 28,20). La red de la Evangelización se extiende a lo largo de la historia de la humanidad y sus objetivos abarcan todos los ámbitos de la presencia y actividad humana.  Este objetivo universal está lejos, en estos momentos, de ser una realidad.

 

Etapa de discipulado

La condición de discípulos dura toda la vida, pues lo que se ha de aprender del MAESTRO no se agota. Ahora bien, los discípulos de JESÚS fueron designados como Apóstoles en determinado momento, y dentro de esa categoría hubo Doce con un rango especial para evocar al Pueblo de la Alianza. El apóstol es el que tiene experiencia de encuentro con JESÚS resucitado. La institución de los doce se mantuvo hasta la Efusión del ESPÍRITU SANTO en Pentecostés. La elección de Matías vino a cubri el lugar dejado por Judas Iscariote en el grupo inicial elegido por JESÚS (Cf. Hch 1,25-26). Después de Pentecostés el martirio de algún apóstol como fue el caso de Santiago el de Zebedeo (Cf. Hch 12,2) no fue ocupado por ningún otro. Por otra parte, san Pablo o Bernabé reciben categoría de Apóstoles por haber tenido un encuentro personal con JESÚS Resucitado. El seguimiento como discípulos es un camino de transformación en el que al final el que lo ha iniciado se ha hecho pobre y lo ha dejado todo. En realidad, el discípulo se ofrece voluntariamente a un proceso de transformación personal en la que va adquiriendo una nueva personalidad en CRISTO. El versículo once de este texto nos dice que los tres dejándolo todo lo siguieron es una verdad parcial, pues no puede ser de otra  forma. En un primer momento se dejan las cosas y en cierta medida los apegos a las mismas, pero con uno mismo va la mayor posesión: el “yo”. JESÚS dirá que el que quiera ser su discípulo que “se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y lo siga” (Cf. Lc 9,23). Un ”yo” transformado por la Cruz de CRISTO es una tarea larga que pasa por itinerarios no escritos y sólo el SEÑOR conoce.

 

San Pablo, primera carta a los Corintios 15,1-11

El capítulo quince de la  primera carta a los Corintios es uno de los textos claves, que habría de seleccionarse en una recopilación del Nuevo Testamento. La importancia de la Resurrección y las consecuencias para nosotros de la misma están recogidas en este capítulo, que merece una lectura y meditación frecuentes. “Si JESUCRISTO no ha resucitado, y nosotros no resucitamos con ÉL, inútil es nuestra Fe y somos los más desgraciados de los hombres (Cf. 1Cor 15,13-19).

 

La memoria del cristiano

San Pablo no es un visionario fanatizado por sus propias revelaciones. El apóstol da muestras en todo momento de velar por la comunión de Fe sustentada por aquellos que tuvieron la oportunidad de ser testigos directos de lo que JESÚS predicó y enseñó; y de forma especial  del hecho de su Resurrección (Cf. Hch 10,39-41). San Pablo trabaja por extender la Fe apostólica con todos los recursos de la Gracia, siempre arraigado en la Tradición recibida. En este capítulo quince, san Pablo expone de nuevo a los de Corinto, lo que deben mantener  como el núcleo de su Fe. La formulación introductoria de este capítulo recuerda el “Shemá Israel”, que propone el mandamiento del Amor a DIOS “escucha Israel…,guarda en la memoria…, y transmite a tus  hijos” (Cf. Dt 6,4-9). La predicación de san Pablo está en comunión con el recuerdo y trasmisión de los testigos presenciales, independientemente de su experiencia particular con el RESUCITADO camino de Damasco (Cf. Hch 9,1ss). Los de Corinto y el resto de las comunidades deben “recordar el Evangelio predicado” (v.1). La Fe llega de modo ordinario mediante la escucha de la predicación. El predicador es una persona enviada y tocada por la Gracia del ESPÍRITU SANTO para esa misión. La Palabra predicada  mantiene la eficacia y operatividad de lo que dice, porque es una palabra cargada de poder y autoridad (Cf. Hb 4,12). Una Palabra con esas características es merecedora de ser recordada, custodiada y meditada para obtener gracias continuas de su meditación y contemplación. Lo que san Pablo va a recordar es lo esencial del Evangelio cristiano, de tal forma que sin la doctrina de la Resurrección el Evangelio no sería nada. Surge, pues, una equivalencia: JESUCRISTO Resucitado es el Evangelio. Todo lo que podamos creer y la Esperanza que nos  impulsa hacia DIOS tiene sentido real, porque JESUCRISTO ha resucitado. Por tanto, el recuerdo y meditación de este núcleo fundamental debe sostener el edificio de nuestra Fe. El recurso a la memoria va unido para el Apóstol con la conveniencia de la repetición de las  verdades de Fe fundamentales, San Pablo actúa en este caso como lo hace con los de Filipo: “ os vuelvo a escribir sobre estas cosas, porque a mí no me cuesta trabajo, y a vosotros os viene bien que lo haga” (Cf. Flp 3,1). El mismo cuidado y atención presta san Pablo a los de Corinto: “os recuerdo hermanos el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes (v.1). La permanencia o perseverancia no es fácil, pues la condición humana es frágil, caprichosa, vulnerable y voluble. La firme perseverancia es una gracia muy especial, que debe estar alimentada por la acción de gracias, al tiempo que la solicitemos o pidamos incesantemente. Por otros escritos del Apóstol, sabemos  que  aquellas comunidades eran un tanto  inestables y problemáticas.

 

El canon de la Fe

La experiencia religiosa cristiana la establecemos en el plano personal, sin desligarla del marco comunitario o eclesial y tal cosa exige un canon o definición. Nuestro canon de Fe es el “Credo” definido en la Iglesia después de varios siglos. Los católicos al recitar el Credo asumimos los hechos y verdades expresadas en esta composición bien definida. San Pablo propone a los de Corinto una formulación elemental del Credo. La Fe está en el Evangelio y éste tiene un núcleo central que  -dice a los corintios-, “si lo guardáis tal como os lo prediqué, si no habéis creído en vano” (v.2). Todas las comunidades fundadas por el Apóstol eran necesariamente jóvenes, con poco más de diez años cuando se escribe esta carta. Había que conjugar la gran efervescencia espiritual con la madurez de la Fe, y esta cualidad precisa de la prueba de fuego del tiempo. La autenticidad se mide por la perseverancia en el tiempo, y san Pablo lo hace saber: “si el Evangelio lo guardáis tal como os lo prediqué seréis salvados, si no habéis creído en vano” (v. 2). La Fe en JESUCRISTO no está a merced de la opinión personal, incluso las experiencias  espirituales de mayor o menor grado tienen que ser discernidas, pues la propia subjetividad puede convencerse de creencias desviadas. El canon de la Iglesia es un seguro de Fe. El canon es la experiencia de Fe de la Iglesia. Si alguien dijere, “el cuerpo glorioso de JESUCRISTO no es un cuerpo real” estaría en un error importante. Si alguien opinase que en la Presencia Eucarística no está JESUCRISTO glorificado con todo su cuerpo, sangre, alma y divinidad, estaría fuera de la experiencia de Fe de la Iglesia mantenida a lo largo de los siglos. El canon de la Fe nos señala  progreso cierto en el camino cristiano.

 

La tradición

“Os transmití lo que a mi vez recibí” (v.3). Con sencillez el Apóstol ofrece una definición de lo que es la tradición: transmitir lo que se ha recibido como algo válido y fundamental para las generaciones futuras. El adanismo promovido en la actualidad mantiene a las personas en estadios de infantilización y adolescencia. El niño descubre por primera vez el mundo, pero se fía de lo que el mayor le dice, y el adolescente revisa y en muchas ocasiones reniega de lo que el mayor le ha transmitido y pretende que el mundo comience con sus acciones y opiniones. Sin tradiciones con armadura sólida se traiciona la historia y las sociedades se licuan en un magma desestructurado, negándose la continuidad y el progreso real. La tradición cristiana es el modo humano de transmitir la acción de DIOS en la historia de los hombres en virtud de la Encarnación, muerte y Resurrección de JESUCRISTO. La renuncia social en Occidente a la herencia cristiana está suponiendo un altísimo coste social, en el que se ven profundamente alterados los valores que atañen de modo directo a la dignidad humana.

 

La verdad fundamental

“Os transmití lo que a mi vez recibí, que CRISTO murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y Resucitó según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce” (v.4-5). El que muere y es sepultado es CRISTO, y el que resucita es el mismo CRISTO que murió porque al mismo tiempo que DIOS era hombre. La sepultura de JESUCRISTO habla de su verdadera humanidad y simboliza el descenso a la región donde estaban los muertos en el Sheol a la espera de la Redención para ser llevados a las moradas eternas y definitivas adquiridas al precio de la sangre de JESÚS. La tradición apostólica sobre JESÚS para san Pablo lleva a cumplimiento de forma extraordinaria lo que se encuentra contenido en las Escrituras. Es el ESPÍRITU SANTO que de muchas maneras habló anteriormente a los profetas (Cf. Hb 1,1), quien asiste a san Pablo y a todos los cristianos para  descubrir en las Escrituras lo anunciado sobre el MESÍAS. JESUCRISTO cumple de forma extraordinaria lo que los profetas vislumbraron.

 

Una experiencia para la Iglesia

El encuentro con el RESUCITADO se amplió de forma sorprendente desde los primeros  momentos. La referencia de san Pablo a los más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven en el momento (v6) en el que se escribe esta carta, es una muestra para todos los tiempos de la experiencia que los bautizados están llamados tener del RESUCITADO. Con este dato entendemos mejor el empuje inicial del Cristianismo, pues la experiencia de encuentro con el RESUCITADO no es una visión fugaz o un sueño cualquiera. El modo en el que se haya dado el encuentro con JESÚS el resultado es una impresión clara e imborrable, que se convierte en fuente de luz para la persona que la ha vivido. Por otra parte, los quinientos hermanos están representando a la multitud de personas que a lo largo de la historia vienen teniendo  encuentro de distinta índole con JESÚS y mantienen viva la Fe dentro de la iglesia de forma testimonial. Muchas cosas ocurren en las vidas particulares, pero nada es igual desde el momento en el que la persona es consciente de que “JESÚS vive”, el RESUCITADO está entre nosotros.

 

La aparición a todos los Apóstoles

“Se apareció a Santiago, más tarde a todos los Apóstoles; y en último término se apareció también a mí como a un abortivo” (v.8) Santiago, el pariente del SEÑOR, era el que presidía la Iglesia de Jerusalén, y parece que no había seguido a JESÚS en su vida pública. El título de apóstol corresponde a todos aquellos que tras el encuentro con el RESUCITADO son enviados. En este versículo se aprecia la clara diferencia entre los Doce que eran Apóstoles, pero no todos los que ostentaban este título, obviamente, entran en el colegio de los Doce. San Pablo se dispone el último en recibir la Gracia del encuentro con JESÚS y el título de Apóstol, pero sobre este pesa el sentido de indignidad por haber perseguido a los cristianos en un primer momento. Lo cierto es que tras su elección vinieron otros como Timoteo o Tito, discípulos suyos. La Iglesia es Apostólica no sólo porque está sustentada por la Tradición de los Apóstoles –los Doce-, sino porque hace surgir Apóstoles en todos los tiempos, ya que JESÚS está vivo.

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