Ahora que tanto hablan algunos de que «todas las religiones son iguales» y pretenden quitar la primacía de ser «la verdadera» a la católica…
La Hermana Gloria Cecilia Narváez, religiosa de las Franciscanas de María Inmaculada y confesora de la fe católica, que fue secuestrada durante casi 5 años en Malí, ha concedido una entrevista a Ayuda a la Iglesia Necesitada en su convento de Pasto, Colombia
La hermana Gloria recibe a ACN en el convento en Pasto, Colombia, su región natal, donde llegó a finales de noviembre para encontrarse con su familia y terminar su recuperación. Enseguida nos cuenta sobre su mayor pasión: la misión en África. «Las Franciscanas de María Inmaculada llevan más de 25 años en Malí. Una de nuestras principales preocupaciones es la promoción de las mujeres, haciendo especial énfasis en la alfabetización, pues en este país la educación es prácticamente inexistente para ellas». Asimismo, les instruyen en oficios básicos de agricultura y costura, de tal modo que poco a poco fortalezcan su independencia y sean autónomas para sostenerse.
La religiosa colombiana recuerda que consiguieron el apoyo de profesionales de salud para que instruyeran a madres y padres en el cuidado del embarazo. Este trabajo impactó tanto a los varones «que venían incluso a pedirnos ayuda para que les enseñáramos algunas labores domésticas, de tal modo que pudieran ejercer el cuidado de sus hijos pequeños si las mujeres llegaran a faltar».
En Malí y otros países africanos es frecuente la muerte por parto o apenas unos pocos días después. «Los padres nos encargaban el cuidado de los bebés; lo hacíamos con mucho gusto, pero comprometíamos a los padres a estar pendientes de los niños e ir a visitarlos con frecuencia y compartir tiempo con ellos», dice la misionera colombiana. Se generaba un vínculo de responsabilidad compartida, gracias a la labor de las religiosas.
Cariño sin reloj
En la cultura maliense no hay prisas, no se mira el reloj, y las Franciscanas de María Inmaculada lo asimilaron perfectamente, entregando toda su disposición y su tiempo para atender a las personas y conversar con ellas. Las recibían a cualquier hora del día o de la noche, las escuchaban, trataban de ayudarlas con sus problemas, les enseñaban a lidiar con las dolencias menores de los niños. Incluso programaban tardes con muestras de teatro, canto y danzas, a las que también asistían algunos jefes musulmanes de las aldeas. En Malí, cerca del 90 % de la población es musulmana. La hermana Gloria vivía en el norte de esta nación. «No había portones cerrados, ni muros», dice la hermana Gloria. Las familias las recibían en sus casas y compartían su comida con ellas. Por ejemplo, en el cierre del Ramadán eran invitadas a celebrar en sus casas y había siempre un trato muy cercano, recuerda en la conversación con ACN.
«Calla, para que Dios te defienda»
En medio de su largo cautiverio, padeciendo severos maltratos, tuvo tiempo para reflexionar sobre muchas cosas, su condición religiosa, su trabajo como misionera, y pudo comprender su secuestro como una verdadera oportunidad. «Es una oportunidad que Dios me da para ver mi vida, cómo ha sido mi respuesta a Él… una suerte de éxodo».
En ese éxodo, también la acompañó el ejemplo de San Francisco con la oración de la paz, la perfecta alegría, la bendición a todos; incluso cuando la maltrataban recordaba al santo: «considera esto como una gracia».
Cada nuevo día era una oportunidad más para dar gracias a Dios por la vida, en medio de tantas dificultades y peligros. «Cómo no alabarte, bendecirte y darte gracias, Dios mío, porque me has llenado de paz ante los insultos y los maltratos». Agradecía cada pequeña cosa, por ínfima que pareciera, cuenta durante la entrevista con ACN.
Frente a los padecimientos, muchas veces recordaba las enseñanzas de la fundadora de su orden, la Beata Caridad Brader: «calla, para que Dios te defienda», y de su madre, Rosa Argoty: «siempre serena, Gloria, siempre serena». Es tan fuerte el legado familiar en ella, que otra de las palabras de su madre que utilizaba durante su secuestro para conservar la serenidad era: «si alguien es fósforo, usted no sea candela», frase que repetía como un sencillo homenaje a su madre, quien falleció el año pasado.
Incluso en momentos en los que la golpeaban sin ninguna razón o por estar haciendo sus oraciones, se decía a sí misma: «Dios mío, es duro estar encadenada y recibir golpes, pero vivo este momento como Tú me lo presentas… Y a pesar de todo, yo no quisiera que a ninguno de estos señores (sus captores) les hicieran daño».
En alguna ocasión, sintió la necesidad de retirarse un poco del campamento en el cual estaba secuestrada para alabar al Todopoderoso en voz alta. Así lo hizo, recitando algunos de los salmos, además de algunas oraciones de san Francisco.
Al darse cuenta, uno de los jefes de la escuadra que la cuidaba se molestó y la regresó al lugar golpeándole e insultando tanto a ella como a Dios: ‘a ver si ese tal Dios te saca de aquí’. A la hermana Gloria se le quiebra la voz al recordarlo: «me lo dijo con palabras muy fuertes, muy feas… Se me estremecía el alma de lo que esta persona decía; los otros guardias se burlaban a carcajadas con estos insultos. Me acerqué y le dije con seriedad: mire, jefe, por favor, más respeto para con nuestro Dios; Él es el Creador y de verdad a mí me duele mucho que usted hable de Él de esa manera». Entonces, los captores se quedaron mirando entre ellos, como tocados por la fuerza de este reclamo sencillo, pero lleno de fuerza, y uno de ellos dijo: «Tiene razón, no sigas hablando así de su Dios», y se callaron.
Hubo al menos cinco momentos en los que la religiosa está segura de la intervención concreta de Dios o de la santísima Virgen protegiéndola. Como cuando una gran víbora rodeó varias veces el lugar donde dormía sin acercarse a ella o cuando un guardia muy grande y fornido se interpuso repentinamente ante otro que estaba a punto de cortarle las venas.
Libertad religiosa en clave de fe
Compartió cautiverio con una musulmana y una protestante. En su trabajo como misionera, la hermana Gloria ha vivido la tolerancia y el respeto a los otros, teniendo claro que esto ha sido esencial en el resultado de su labor: «Si respetamos la libertad del otro de vivir su religión, así podremos recibir ese mismo respeto».
Sin embargo, ese respeto no fue lo que ella recibió durante su secuestro. Su cautiverio fue ocasión para defender su fe con entereza, cuenta a ACN. «Me pedían repetir frases de oraciones musulmanas, vestir prendas al estilo del islam, pero siempre hice saber que había nacido en la fe católica, que en esa religión había crecido y que por nada cambiaría esto, incluso si me costaba la vida», como varias veces estuvo a punto de ocurrir.
«Más que con palabras, tenemos que defender la fe con el testimonio de vida. Estamos llamados a ser testimonio de nuestra fe». En este sentido, recuerda que recientemente, un sacerdote maliense le dijo que gracias a su ejemplo la fe de su comunidad aumentó y se fortaleció.
Como si el cariño de muchos hubiera quedado en pausa durante cuatro años y ocho meses, ahora la hermana Gloria recibe afecto por donde quiera que va, en un gesto de ternura de Dios a través de la gente. Camina por los pasillos del convento, que la vio formarse como religiosa en Colombia, y siente que ese amor que recibe de las personas es fundamental en la recuperación progresiva de su paz interior. Con el testimonio contundente de su fe, hace un llamado «a ser constantes, seguir orando, no cansarse».
Finalmente, esta religiosa de voz serena y mirada tranquila no duda un instante en decir que volvería cuanto antes a misionar, «a África o a donde Dios quiera». Porque cree que ellas están llamadas a dar respuesta a todas las necesidades de los hermanos que más sufren y «hacer de sus comunidades un pedacito de cielo», como insistía su fundadora, la Beata Caridad.