Este domingo, escucharemos el pasaje de las bienaventuranzas según la versión del evangelista san Lucas (Lc 6, 17,20-26) donde se habla de realidades que no han perdido actualidad y que contienen mucha enseñanza para cada uno de nosotros.
Las bienaventuranzas son un género literario de felicitación o alabanza que se origina en el Antiguo Testamento. Bienaventurado, significa “qué dichoso”.
Las enseñanzas que se derivan del pasaje evangélico de San Lucas aparecen ciertamente como parte del ideal cristiano. Las bienaventuranzas son portadoras de esperanza y de compromiso ya que nos enseñan que las situaciones que contradicen el plan de Dios (pobreza, tener hambre, llorar, ser perseguido) pueden y deben cambiar.
Se necesita dejarse guiar por los criterios del evangelio. Hoy más que nunca se necesita dar testimonio de nuestra fe comprometida. Hoy más que nunca se requiere construir familias que vivamos los valores de las bienaventuranzas.
Las bienaventuranzas son una promesa que viene ofrecida por Dios por medio de Cristo para todos aquellos que escuchan su palabra y la ponen en práctica.
El evangelio nos muestra en este domingo que quien está más dispuesto a acoger este mensaje de vida, es la gente que tiene menos seguridades, es decir, todos aquellos que no ponen su confianza ni en sí mismos ni en las cosas terrenales.
Las bienaventuranzas llevan a su pleno cumplimiento el mensaje del profeta Jeremías que se escucha también en la primera lectura de la liturgia dominical, que dice: “Bendito el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza. Será como un árbol plantado junto al agua, que hunde en la corriente sus raíces… sus hojas se conservarán siempre verdes, en año de sequía no se marchitará ni dejará de dar fruto”. Y Por otra parte también pone de manifiesto la conducta contraria “Maldito el hombre que confía en el hombre, que en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón.
A las cuatro bienaventuranzas, el evangelista San Lucas agrega otras cuatro malaventuranzas. Mediante estas, no se pretende excluir a nadie, sino poner en alerta a la persona. Como el hecho de hacer de las riquezas un absoluto y adoptar una posición de cerrazón, negándose a ver los valores superiores. Una persona que absolutiza los bienes de este mundo arriesga de excluirse del reino de los cielos.
La palabra de Dios siempre nos invitará a poner nuestra confianza en Dios y a trabajar en el proyecto de vida que él nos propone. Dios nos ofrece muchos medios para alcanzar la salvación; de ahí que no debemos distraernos dando el corazón a las cosas pasajeras, éstas nos deben ayudar para alcanzar los bienes eternos. Debemos disfrutar con libertad de todo lo que Dios pone en nuestras manos, sin idolatrar nada ni a nadie.