La semana que concluye tuvo una noticia que causó escándalo e indignación. Una pareja, ambos jóvenes mayores de edad, se deshicieron de un bebé echándolo a la basura como si se tratara de un montón de desperdicios. Las cámaras de seguridad en Tultitlán fueron mudos testigos de cómo un sujeto, ahora aprehendido, abandona a un bebé prisionero en una bolsa de plástico. Poco a poco, se dan a conocer más hechos que revelan las decisiones de los padres quienes muestran el más abominable de los desprecios hacia su hijo: Su aventura debería concluir en el abandono y muerte de un ser humano indefenso, fruto del más abyecto delirio de que la sexualidad libre podría resolverse con una acción criminal sin consecuencias.
Pero Lucio y Diana son hijos de una sociedad que ha despreciado la vida y esto escala a niveles preocupantes, especialmente en los sectores más vulnerables. Carentes de adecuada información y apoyos, la liberalización de la sexualidad entre los jóvenes proyecta una emancipación demasiado precoz con consecuencias desastrosas. No sólo lo anterior, asistimos también a una desatada y condenable cadena de abusos sexuales contra niñas y adolescentes.
Los hechos no son nuevos, exhiben que tampoco hemos aprendido ni ofrecido soluciones pertinentes para acabar con esta situación. Basta con teclear en cualquier buscador para identificar otros hechos similares a los cometidos por Lucio y Diana. Bebés abandonados, hijos no deseados, abortos consumados, todos acabando en tiraderos y basureros. El análisis es obligado y la reflexión debe ser serena, pero implacable. ¿Por qué hemos llegado a estos niveles? No sólo eso, el sistema político y social ha desatado la permisividad para invitar a todos a realizar acciones que parecen no tener consecuencias y, si las hay, se recurre el crimen para resolver el error. ¿No es el aborto ese hecho disfrazado de bondadosa solución a los problemas?
Sin embargo, hablamos ahora de que la vida se pone a la balanza. Aunque, según las declaraciones, Diana intentó abortar, la gravedad del asunto es que una pareja, que se supone madura en edad, pero no en razón, tomaron una vida para ponerla en una bolsa y dejarla en la calle. Esa es la desafortunada realidad.
La joven pareja está en la cárcel, pero su delito no será grave y pronto podrían llevar un proceso en libertad. Su castigo será sólo el del escándalo en redes y medios, pero sin consecuencia punitiva alguna. No habrá tentativa de infanticidio o de homicidio, sólo “abandono de menor”, para esos jóvenes, la recompensa de que sus acciones no serán castigadas con severidad y sí con tímida permisividad. Al final sólo hay un “culpable” que crecerá en medio del desprecio. Llegó al mundo para afrontar el horror y errores de sus padres. Un niño que en lugar de un hogar tuvo un basurero por cuna y aposento. Para la sociedad, un escándalo; para los padres, un castigo sin severidad, pero para el niño, la primera muestra de que su vida podría ser perfectamente prescindible porque vino al mundo en una sociedad cuya cultura es el desprecio, especialmente de los más débiles. Que puede llevar la vida… a la basura.