La misa tradicional era el alma de la Iglesia y, renegando de ella, queda gravemente herida en su alma; Juan Manuel de Prada

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Se cumplen cincuenta años de un acontecimiento que el ‘catolicismo pompier’ prefiere sepultar, para que sus errores clamorososque están destrozando a la Iglesiapasen inadvertidos a los fieles despistados.

En 1971, consternados por la penosa reforma litúrgica vaticanosegundona, un grupo de más de cincuenta escritores y artistas de primerísimo nivel suplicaron mediante carta a Pablo VI que la Iglesia evitara la desaparición de la misa tridentina, en beneficio de las pachangas guitarreras. Entre los peticionarios hallamos al católico progresista Graham Greene y al católico tradicional Evelyn Waugh; pero junto a ellos, otros grandes escritores del ámbito anglosajón, desde Robert Graves a W. H. Auden, desde Iris Murdoch a Agatha Christie. Del ámbito francés firmaron aquella carta, entre otros, Robert Bresson, François Mauriac y Jacques Maritain. Desde Italia se sumaron las firmas egregias de Giorgio de Chirico, Eugenio Montale y Salvatore Quasimodo. Del ámbito hispánico, la representación es más exigua, aunque no menos impactante: Salvador de Madariaga, María Zambrano, Andrés Segovia y Jorge Luis Borges.

En la carta leemos, entre otras afirmaciones: «En la civilización materialista y tecnocrática de hoy, con su creciente amenaza para el espíritu en su expresión creativa original -la palabra-, parece especialmente inhumano privar al hombre de formas verbales que han alcanzado su más excelsa manifestación. Los firmantes de este pedido […] quieren llamar la atención de la Santa Sede sobre la apabullante responsabilidad en la que incurriría en la historia del espíritu humano si se negara a permitir la subsistencia de la Misa Tradicional». Cuentan que Pablo VI, impresionado por la talla de los peticionarios, accedió a preservarla en algunas iglesias de Inglaterra, aunque el taimado monseñor Bugnini -encargado de la demolición litúrgica- exigió que no se diera publicidad al permiso. La misa tradicional, aunque relegada a la clandestinidad, fue entonces indultada gracias a aquella carta (que pasaría a denominarse «el indulto de Agatha Christie»). Así permanecería hasta que Benedicto XVI facilitase -tampoco demasiado- su celebración; ahora un capricho o desvarío porteño ha devuelto groseramente la misa tradicional a las catacumbas. El despotismo oriental con que se ha perpetrado esta barbarie será para siempre execrado en la historia del espíritu humano.

Medio siglo después de aquella carta, escritores y artistas contemplan con indiferencia o jocoso desdén las mutilaciones que una Iglesia decrépita se autoinflige. Y es que la liturgia es la ‘forma’ de la Iglesia, el principio vivificante del culto debido a Dios, que es su ‘materia’. La misa tradicional era el alma de la Iglesia; y, renegando de ella, la Iglesia se queda gravemente herida en su alma, despreciada por los artistas, cada vez más patéticamente deseosa de complacer al mundo, a solas con sus mazorrales pachangas guitarreras. No se reniega del sello de Dios impunemente.

 

JUAN MANUEL DE PRADA.

ABC.

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