A los cuarenta días del nacimiento del primer hijo varón, la madre habría de realizar el rito de su purificación, y la ofrenda o rescate del hijo nacido. La Liturgia no sigue con precisión el orden cronológico de los acontecimientos, que forman parte de la Historia de la Salvación. Lo que interesa actualizar es la acción y eficacia espiritual de lo celebrado en orden a la recepción de los dones y gracias, que contribuyen a nuestra salvación. Cuarenta días después de la Navidad, o nacimiento de JESÚS, celebramos su Presentación en el Templo de Jerusalén para realizar los ritos prescritos por la Ley. Todo primogénito varón habría de ser presentado al SEÑOR, recordando en cada uno de ellos que Israel es el primogénito entre todos los pueblos. La Biblia resalta de múltiples formas que todas las manifestaciones de vida en las distintas criaturas es obra y creación de DIOS. Los primogénitos de los animales que sirven al hombre de alimento o para su trabajo, como el buey, la cabra, la oveja. El buey que era necesario para los trabajos agrícolas podía ser rescatado y reemplazado en el sacrificio por una oveja. El macho cabrío o la oveja en su condición de primogénitos cabía reemplazarlos por una tórtola o paloma. Israel, el primogénito, fue un día rescatado de la esclavitud egipcia y cada rescate realizado en el Templo, mediante el culto sacrificial, recuerda de forma viva la liberación del Pueblo elegido y el propio rescate y redención. Toda vida humana liberada por el SEÑOR es luz en el mundo. Seguimos celebrando que el HIJO de DIOS se hizo uno de nosotros, y la Liturgia de este domingo prolonga la Navidad, en cuanto vamos asistiendo al cumplimiento de las obligaciones religiosas establecidas para los primeros días de vida del primogénito los ritos de purificación reglamentados. Hemos terminado la Navidad con la fiesta del Bautismo del SEÑOR, y el domingo anterior asistimos con JESÚS a la sinagoga de su pueblo, Nazaret, donde escuchamos la profecía de Isaías, que marcó las líneas generales, según Isaías, para la misión pendiente de JESUS.
Recordamos el propio Bautismo
“A los ocho días como estaba mandado circuncidaron al NIÑO y le pusieron por Nombre JESÚS” (Cf. Lc 2,21). Los padres de JESÚS cumplieron todo lo que la Ley ordenaba, pues EL “nació bajo la Ley para rescatar a todos los podían estar bajo la Ley, y llevarnos así hacer hijos de adopción” (Cf. Gal 4,4-5). Una vez rescatados por JESÚS, los que hemos sido bautizados por el ESPÍRITU SANTO somos los verdaderos circuncidados (Cf Rm 2,25ss). Hemos sido destinados por DIOS a participar de la herencia del Pueblo Santo en la LUZ (Cf. Col 1,12). El Sacramento del Bautismo es el modo con el que DIOS nos une al HIJO y hace partícipes de la herencia del Pueblo Santo en la LUZ. Las velas encendidas en esta fiesta de la Candelaria, nos recuerda y actualiza la Fe recibida, que proviene como don muy especial de DIOS que en SÍ mismo es LUZ, y en ÉL no ha sombra de tiniebla alguna (Cf. Jn 1,5-7). La LUZ con la que DIOS se revela y JESÚS se define, “YO soy la LUZ” (Cf. Jn 8,12) no se refiere al campo de las energías, sino a la manifestación y revelación de la Vida. En la Biblia no encontramos espiritualidades que encaminen por vías de iluminaciones esotéricas, sino que las sendas van por el ancho campo de la existencia, para la que es necesario obtener toda la fortaleza suficiente. El hombre devoto de la Biblia sabe que no puede ver ni oír directamente a DIOS sin antes morir (Cf. Ex 20,18-26; 33,19-23; Dt 18,16). El rostro de DIOS y su Palabra vienen por JESÚS, que revela el rostro del PADRE (Cf. Jn 14,9) y nos transmite lo que el PADRE quiere que seamos. Los primeros versículos del Prólogo en el evangelio de san Juan, tiene un peso o densidad propio, y dice: “en ÉL estaba la Vida, y la Vida es la Luz de los hombres” (Cf. Jn 1,4). El VERBO de DIOS que extiende su tienda entre nosotros (Cf. Jn 1,14). La existencia del VERBO, hecho hombre y viviendo entre nosotros es la LUZ que viene a este mundo para ser vista por los hombres. El Sacramento del Bautismo que recibimos los cristianos es una gracia especial para empezar un camino de discípulos en torno a JESÚS, que dura toda la vida. El cristiano no es un iniciático luminado, poseedor de un conocimiento reservado a una élite. La iluminación de los cristianos consiste en permanecer fieles al servicio del SEÑOR con las lámparas encendidas de la Fe y la Caridad.
El tiempo de Malaquías
Se considera que Malaquías realiza su ministerio en la segunda mitad del siglo quinto (a.C.), entre los años cuatrocientos cincuenta y cuatrocientos. Habían pasado dos generaciones aproximadamente desde el comienzo de la repatriación. El destierro en Babilonia concluyó cuando Ciro de Persia conquista Babilonia. Bajo su orden y tutela los judíos vuelven a su tierra con la disposición de Ciro para reconstruir el Templo e iniciar una nueva etapa en todos los órdenes. Los judíos retornados no fueron bien recibidos por los que después de ellos habían ocupado parte de sus tierras. Allí estaban samaritanos, moabitas, filisteos y jebuseos, con costumbres de vida y religión diferentes a los judíos. Con anterioridad al profeta Malaquías, el escriba y sacerdote Esdras habían prohibido los matrimonios mixtos entre judíos y los allí asentados para evitar el incumplimiento de la Ley y la idolatría. El gobernador Nehemías y el sacerdote Esdras fueron firmes en la disposición anterior, pero no se logró evitar el decaimiento religioso, que se encontró el profeta Malaquías. El Templo había sido reconstruido, lo que constituía un factor de primer orden en la vida religiosa de los judíos, pues había un lugar inequívoco donde realizar los sacrificios y ofrendas, el cumplimiento de votos y un lugar para la celebración de las grandes fiestas religiosas. El Templo levantado no tenía el esplendor del primero que había sido construido por Salomón; además en el Santo de los Santos no estaba el Arca de la Alianza. Aquella pérdida no era menor, pues en el propiciatorio del Arca de la Alianza Moisés hablaba cara a cara con YAHVEH en otro tiempo (Cf. Ex 33,11). El Arca de la Alianza recogía también en su interior las dos tablas de piedra en las que estaban grabadas las Diez Palabras, y también contenía la vara de Aarón a través de la que YAHVEH manifestó los grandes signos de poder frente al obstinado Faraón egipcio, y después en el desierto cuando Moisés obtuvo agua de la roca para dar de beber a todos por el desierto (Cf. Ex 17,1-7). El profeta Malaquías interpreta y responde a las gentes de su tiempo con un mensaje de exhortación, habla del futuro Día de YAHVEH y señala el tiempo en el que Elías volverá a reestablecer los lazos entre los padres y los hijos (Cf. Mlp 3,23-24).
El Templo del Mensajero
“He aquí, que YO envío a mi Mensajero delante de MÍ a allanar el camino; y en seguida vendrá a su Templo el SEÑOR a quien vosotros buscáis, y el Ángel de la Alianza, que vosotros deseáis, he aquí que viene, dice YAHVEH Sabaot” (Cf. Mlq 3,1). Resulta que Malaquías es el último de los profetas dentro de los reconocidos en la Biblia. Después de la profecía de Malaquías hay que esperar al ministerio de Juan Bautista, que se hace eco de algunas expresiones dadas en esta profecía de Malaquías como la acción de la “lejía de lavandero y el fuego de fundidor en el Día de YAHVEH” (Cf. Mlq 3,2; Mt 3,2-3) El SEÑOR envía a sus profetas con la misión permanente de preparar los caminos a su venida, porque la revelación en cierto sentido no cesa: “el SEÑOR es el que es, el que era y el que viene” (Cf. Ap 1,8). El Templo es el recinto donde se ubica la santa Presencia del SEÑOR. De otra forma se puede decir, que allí donde el SEÑOR está emerge el Templo, por eso JESÚS dirá con toda propiedad: “destruid este Templo y YO en tres días lo levantaré” (Cf. Jn 2,19). Previamente, el Mensajero deberá manifestarse preparando el camino al SEÑOR (Cf. Is 40,3; Mlq 3,1). Son los profetas en general, el propio Malaquías y Juan Bautista que se pueden ver aludidos en estas palabras. La manifestación del SEÑOR en su templo va precedida de una labor profética que propicia la acogida de los corazones bien dispuestos.
El Día del SEÑOR
“¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién se tendrá en pie cuando aparezca? Porque es ÉL como fuego de fundidor o lejía de lavandero” (v.8). La fidelidad a la Ley por parte de los creyentes, en tiempos del profeta, había disminuido con respecto a los años inmediatos del retorno. Tal cosa se observa en distintos periodos de la historia: después de una gran calamidad o tribulación, como ocurre con una gran guerra, las iglesias se vuelven a llenar, pues se busca la paz interior dada por la práctica religiosa. Transcurrido un tiempo el recuerdo de las cosas pierde sus matices y las costumbres se paganizan. Esto último le estaba sucediendo al Pueblo elegido, pues un buen número de los que habían protagonizado la repatriación ya no vivían. Pese a todo el SEÑOR hará valer su Presencia en su Día, que tiene dos efectos simultáneos: por un lado manifiesta su Justicia restableciendo el orden de las cosas; y por otro establece una profunda renovación por su Amor Misericordioso. No basta la restauración por el pecado, que devuelva al estado anterior, se necesita también la transformación que ofrezca nuevos resultados. La lejía de lavandero sugiere la acción purificadora, pero es el fuego del Amor de DIOS el que hace renacer a una nueva condición. El profeta Malaquías mantiene un interrogante en el ambiente: ¿quién está dispuesto a presentarse ante el SEÑOR? ¿Quién desea ser examinado por el juicio amoroso de DIOS? El interrogante es válido para todos los tiempos, pues resulta una gracia verdaderamente aceptar este juicio sin condiciones por nuestra parte. La intención inicial es la huida, como Adán que se esconde al oír los pasos del SEÑOR por el Jardín del Edén (Cf. Gen 3,10). El hombre le dice a DIOS: “oí el ruido de pasos por el Jardín, tuve miedo porque estaba desnudo y me escondí”. La presencia amable de DIOS se empieza a percibir como ruido que molesta; la mirada de DIOS se rehúye por autopercibirse desnudo y sin protección; y el miedo sustituye la confianza anterior basada en el encuentro cordial. El pecado en cualquiera de sus formas opera unos cambios interiores verdaderamente caóticos. A duras penas la Ley de Moisés como pedagogo podía encauzar a los mejor dispuestos hacia la Gracia dada por JESUCRISTO. Pero todavía la historia del Pueblo elegido pasará por periodos de prueba y purificación.
El juicio
“Se sentará para fundir y purgar. Purificará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata, y serán para YAHVEH los que presentan la oblación en justicia” (v.3). El SEÑOR vendrá y se sentará como juez para juzgar en primer lugar a los sacerdotes. La decadencia de la función sacerdotal ponía en riesgo la salud religiosa del Pueblo. Los primeros en ser purificados como el oro y la plata serán los hijos de Leví, que tenían dedicación preferente a las cosas del Templo. Ellos participaban de forma activa en todas las ofrendas sacrificiales, siendo los sacrificadores expertos de los animales que se ofrecían. A nosotros estas prácticas concretas nos quedan muy lejos, porque aquellas formas religiosas eran figura de las realidades presentes instituidas por el SEÑOR que nos bautiza, perdona o alimenta mediante la EUCARISTÍA. Quedaron en la memoria las malas prácticas en el ejercicio del sacerdocio de los hijos de Elí, (Cf. 1Sm 2,12), y por su comportamiento fueron castigados. Muchos años después el profeta Malaquías vuelve a recordar la responsabilidad de los levitas en el ejercicio de su ministerio como lo había hecho el profeta Jeremías antes del destierro a Babilonia. Cuatrocientos años después de Malaquías, Juan el Bautista tendrá palabras muy duras hacia los fariseos y los saduceos, que representaban la autoridad religiosa en tiempos de JESÚS. Antes de trasladar el caso a la autoridad civil, los sumos sacerdotes habían condenado a muerte a JESÚS. También, en este caso, JESÚS siendo el Juez enviado, asume los pecados de aquellos sacerdotes y muere perdonándolos. Los nuevos sacerdotes presentarán al SEÑOR la ofrenda en santidad y justicia, pero estos no serán los que obstinadamente desearon permanecer en la cerrazón de sus falsas seguridades. Con JESÚS las ofrendas son totalmente nuevas, lo mismo que aquellos que las presentan.
Ofrenda agradable al SEÑOR
“Entonces será agradable al SEÑOR la ofrenda de Judá y Jerusalén como en los días de antaño, como en los años antiguos” (v.4). Un nuevo sacerdocio, una nueva ofrenda y el Nuevo Templo, están en el futuro previsto por el profeta Malaquías. Los profetas como Oseas lo expresaron con precisión: “misericordia quiero y no sacrificios; conocimiento de DIOS más que holocaustos” (Cf. Os 6,6-7). El camino para llegar a descubrir la verdadera ofrenda o el auténtico holocausto, será lento. La ofrenda perfecta sólo la podrá presentar el mismo ENVIADO de DIOS, JESUCRISTO, que se da a SÍ mismo, perdonando incondicionalmente. JESÚS es el Sumo y Eterno SACERDOTE, y en unión con ÉL todos los sacerdotes pueden presentar una ofrenda sin mancha e incorruptible, porque esos sacerdotes presentan de forma incesante al mismo JESUCRISTO.
Lo Nuevo no prescinde de lo antiguo
“YO me acercaré a vosotros y seré un testigo expeditivo contra los hechiceros y los adúlteros, contra los que juran con mentira; contra los que oprimen al jornalero, a la viuda y al huérfano; contra los que hacen agravio al forastero, sin tener ningún temor de MÍ, dice YAHVEH Sabaot” (v.5). Según la condición del juez así será el juicio establecido. Quien juzga es YAHVEH Sabaot, o el SEÑOR del Universo; por tanto el Juicio será universal y todos los hombres tendremos que comparecer. DIOS aparece en determinado momento como Juez que discierne y dicta sentencia. En otro momento DIOS puede ejercer de Abogado defensor que presenta atenuantes y argumentos a favor. En este caso, el SEÑOR se reviste de Testigo insobornable que tendrá en cuenta sólo la verdad de las cosas. El daño infringido al prójimo, y de forma especial a los más vulnerables, será tenido muy en cuenta, lo mismo que relata san Mateo en el pasaje del Juicio de las Naciones (Cf. Mt 25,31ss). El Día del SEÑOR es un tiempo de Gracia para el que vive con actitud de arrepentimiento, practica la Misericordia con el hermano y espera la MISERICORDIA de DIOS. En el Día del SEÑOR, los vivos y los muertos oirán la voz del HIJO de DIOS (Cf. Jn 5,28-29).
La pertenencia al SEÑOR
San Lucas en su evangelio se encarga de aportar datos concretos de la religiosidad de JESÚS e inicialmente de la Familia de Nazaret. A los ocho días de haber nacido, JESÚS fue circuncidado y se le puso el Nombre mandado por el Ángel antes de ser concebido en el seno de la MADRE (Cf. Lc 2,21). La señal en la carne de la circuncisión corresponde a la señal invisible del Bautismo. La circuncisión liga a la Ley; sin embargo el Sacramento del Bautismo depende de la Gracia en todo su recorrido, y la Gracia nos viene por JESUCRISTO (Cf. Jn 1,16). Sometiéndose a la Ley, JESÚS nos rescató de sus prescripciones: “para ser libres nos libertó CRISTO… Si os dejáis circuncidar CRISTO no os aprovechará nada… Todo hombre que se circuncida queda obligado a practicar toda la Ley…, y habéis roto con CRISTO los que buscáis la justicia en la Ley” (Cf. Gal 5,1-4). Sólo CRISTO podía resolver desde dentro las limitaciones propias de la Ley y abrir para todos los hombres el acceso a las fuentes del Amor de DIOS. Las escenas dadas en el evangelio de este domingo abundan en el abajamiento del HIJO de DIOS para acercarse sin apariencias a la verdadera realidad humana. De la humillación del SEÑOR viene nuestra vida en Gracia que iniciamos con el Sacramento del Bautismo.
Purificación y presentación
“Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a JESÚS a Jerusalén para presentarlo al SEÑOR” (Cf. Lc 2,22). Durante cuarenta días la mujer no podía participar en el culto del Templo si el hijo nacido era varón, y el doble en caso de haber tenido una niña. Después de circuncidar al NIÑO debía ser presentado en el Templo: “como está escrito en la Ley del SEÑOR, todo varón primogénito será consagrado al SEÑOR” (v.3). Las primicias de todo aquello con lo que el hombre es agraciado debe retornar al SEÑOR. La consagración que incluye un gesto de acción de gracias por parte del hombre, en realidad proporciona una bendición especial por parte de DIOS que acepta como consagrado al primogénito ofrecido. Lo que es ofrecido o consagrado al SEÑOR es bendecido de modo sobre abundante. Todos nosotros somos bendecidos sin medida cuando estamos unidos a CRISTO, que es el Primogénito y principal consagrado de todos. Nosotros somos presentados ante DIOS por medio de JESUCRISTO el PRIMOGÉNITO y quedamos purificados por su sangre redentora. La sangre de los animales, corderos, tórtolas o pichones, anunciaban la eficacia del sacrificio de JESÚS por todos nosotros. Está bien celebrada en este día la fiesta de la Luz -candelas- y de la presentación: “en el VERBO estaba la Vida y la Vida es la Luz de los hombres” (Cf. Jn 1,4). La Vida de JESÚS o su sangre nos toca, revitaliza y purifica en todos los sacramentos y en la totalidad de la acción de la Gracia por ÉL dispensada.
El anciano Simeón
“Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el ESPÍRITU SANTO. Le había sido revelado por el ESPÍRITU SANTO, que no vería la muerte antes de haber visto al CRISTO del SEÑOR” (v.25-26). Simeón con el paso de los años había cumplido los objetivos a los que una persona religiosa podría aspirar: hombre justo, piadoso, lleno de la esperanza que asistía a todo buen judío que anhelaba el esplendor de su Pueblo elegido -la consolación de Israel-, y hombre que mantenía una familiaridad con el ESPÍRITU SANTO, aunque no lo pudiese distinguir como tal, pues será una revelación algo posterior a la experiencia religiosa de este anciano. El anciano Simeón se sentía cerca de DIOS, y albergaba la certeza “que no vería la muerte antes de ver al CRISTO de DIOS. El CRISTO -UNGIDO o MESÍAS- era quien traía la consolación a Israel. La Paz mesiánica superaba cualquier estado de vida anterior, pues DIOS iba a bendecir de modo especial al Pueblo elegido y al mundo en general por medio de su CRISTO.
Movido por el ESPÍRITU SANTO
“Movido por el ESPÍRITU SANTO el anciano Simeón vino al Templo, y cuando los padres introdujeron al NIÑO JESÚS para cumplir lo que la Ley decía sobre ÉL, lo tomó en brazos y bendijo a DIOS diciendo…(Cf. Lc 2,27-28). Sin que perteneciera a la clase sacerdotal, Simeón habría podido ejercer la función de escriba con un amplio y profundo conocimiento de las Escrituras como refleja el “nunc dimittis” que reza mientras mantiene al NIÑO en sus brazos. Otros podían haber sido beneficiados con una gracia similar a la de Simeón, pero tendrían que haber realizado un camino de preparación semejante al de este anciano piadoso, justo y conocedor de las Escrituras. El anciano Simeón pertenece al grupo de creyentes que tuvieron la mirada espiritual para ver en JESÚS al MESÍAS que daría cumplimiento a todas las promesas recogidas en la Revelación. El anciano Simeón es un modelo de búsqueda de DIOS, resaltando que tal cosa no se da por terminada en todo el tiempo que estemos en el mundo presente. Hay que ser verdaderamente pobre de espíritu para ser movido por el ESPÍRITU SANTO.
Simeón bendice a DIOS
“Ahora, SEÑOR, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu SALVADOR, a quien has presentado ante todos los pueblos; Luz para alumbrar a las naciones y Gloria de tu Pueblo, Israel” (v.29). DIOS da cumplimiento a la aspiración de Simeón, que se cumple llegada la ancianidad: ver al SALVADOR. En la sinagoga de Nazaret, JESÚS al iniciar su misión dirá, entre otras cosas, que viene a dar la vista a los ciegos (Cf. Lc 4,18-22). Representándonos a todos los hombres, el mendigo ciego, Bartimeo, pide a JESÚS: “SEÑOR que vea” (Cf. Lc 18,41). Simeón es un hombre justo, de recta intención y reconoce en el NIÑO traído por sus padres, al SALVADOR esperado. Por sus conocimientos de la Escritura sabe que el NIÑO aquel “es poco que sea Alianza sólo del Pueblo elegido; pues DIOS lo hará Luz de las naciones para que su Salvación llegue a toda la tierra en todo tiempo (Cf. Is 42,1-8). Simeón permanece seguro en el cumplimiento de la promesa por parte de DIOS. El creyente progresa en la Fe, en la medida que se fía de DIOS y sus promesas.
El asombro de MARÍA y José
“MARÍA y José estaban admirados de lo que se decía de ÉL. Simeón los bendijo, y dijo a MARÍA su madre: este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción; y a ti una espada te traspasará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones” (v.32-35). También MARÍA y José viven en medio del mundo “la comunión de los santos”. El anciano Simeón y Ana de Fanuel, que aparece en los versículos siguientes, constituyen algunos de los que componen el pequeño grupo de los “pequeños para DIOS”. En ellos el SEÑOR pone palabras inspiradas y proféticas, que son anticipadoras de acontecimientos y reveladoras, hasta donde es posible, de los importantes misterios relacionados con la Salvación. Simeón ya empieza a mencionar de forma un tanto velada a la Cruz en el horizonte. Este NIÑO es la Luz de las naciones, para ser elevado sobre la tierra (Cf. Jn 12,32), humillado y escarnecido, atraerá a todos hacia ÉL. Pasarán más de treinta años y aquel NIÑO llevado por sus padres para cumplir con todo lo que manda la Ley va a ser ajusticiado por los defensores oficiales de esa misma Ley, siendo ÉL inocente de todos los cargos presentados. Las palabras de Simeón son proféticas porque nacen del Misterio de DIOS, que se revela a través suyo. En ese tiempo el Corazón de MARÍA será el altar donde se ofrezca al PADRE el HIJO de ambos que muere en la Cruz perdonándonos. La espada que atraviesa el costado de JESÚS para certificar su muerte es visible. La espada de dolor espiritual de MARÍA al pie de la Cruz es invisible pero real. El anciano Simeón da muestras de haber realizado la lectura correcta de los textos referidos al Siervo de YAHVEH y no se le oculta la maternidad de MARÍA, que le confiere una especial relación con su HIJO. Nadie más santa que MARÍA después de su propio HIJO, pero también ELLA pasará por noches oscuras donde la Fe será la única lámpara. También en estos relatos de la infancia se ofrece un anticipo, en el episodio de la permanencia en Jerusalén cuando JESÚS tenía doce años, y durante tres días lo estuvieron buscando (Cf. Lc 2,42-46).
Ana de Fanuel
Tres versículos dedica san Lucas a Ana de Fanuel, de la que no volveremos a saber, lo mismo que del anciano Simeón. Sobre el servicio de las mujeres en el Templo de Jerusalén está abierta la investigación, pues la situación de la mujer no era tan marginal como en ocasiones se plantea. Ana de Fanuel, de ochenta y cuatro años, viuda y relacionada con el Templo, es muy compatible con los participantes del evangelio de san Lucas. A los siete años de casarse quedó viuda, y permaneció dedicada a las cosas del Templo, sirviendo con ayunos y oraciones. En aquellos años la súplica ardiente giraba alrededor de la llegada del MESÍAS. Ana de Fanuel se había acreditado como profetisa, y en ese momento anunciaba a todos la presencia del MESÍAS en aquel NIÑO. El anciano Simeón y Ana de Fanuel están diciendo que la ancianidad es una etapa imprescindible de la vida para ofrecer a la sociedad la Sabiduría más valiosa. El testimonio de aquellos dos ancianos no hubiera sido posible treinta años antes de la misma forma. Los testimonios de los dos ancianos son verdaderos faros de luz para iluminar las mentes y los corazones. Cada época debe procurar y cuidar con esmero a sus ancianos sabios, que son luz para las generaciones jóvenes.
Carta a los Hebreos 2,14-18
La Divina Providencia se plasma en la Escritura para ser leída especialmente. La carta a los Hebreos ahonda en la condición sacerdotal de JESÚS como ningún otro libro de la Biblia. JESÚS es víctima y Sumo Sacerdote para siempre. Su ofrecimiento realizado una sola vez no cesa de actualizarse y en ÉL encontraremos la PUERTA (Cf. Jn 10,9), y debemos subrayar que JESUCRISTO es la única puerta de acceso a DIOS. El HIJO es enviado a los hombres y no a los Ángeles (Cf. Hb 2,16). Para hacerse uno de nosotros, el HIJO hubo de pasar por la vía estrecha del dolor y sufrimiento, cosa que aceptó con total obediencia y humildad. La Redención fue posible por aquella disposición de ánimo que cumplió en todo momento la voluntad del PADRE. Al restablecer la obediencia originaria por Amor al PADRE y a los hombres, la Redención adquirió eficacia eterna: para siempre somos salvados por el HIJO y “donde abundó el pecado sobre abundó la Gracia” (Cf. Rm 5,20), como nos dice san Pablo.
Semejante a nosotros
“Igual que los hijos participan de la sangre y de la carne, así participó ÉL de las mismas para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertar a los que por temor a la muerte estaban de por vida sometidos a esclavitud” (v.14-15). Sólo DIOS podía vencer desde dentro a la muerte, haciéndose débil hasta que la misma muerte pareció aniquilarlo. La perfección espiritual y moral de JESÚS no era compatible con la muerte en último término y en ese punto el diablo fue sorprendido al no poder asimilar al que parecía haber vencido. La Cruz es el gran signo de contradicción que superó en todo la ciencia de satanás. En los exorcismos se muestra que el espíritu satánico es vencido por el signo de la Cruz evidenciado de muchas formas por el exorcista. La victoria es de JESÚS, que acepto la vía del dolor, el sufrimiento y la muerte, por Amor al PADRE y a los hombres.
La Redención se realiza en el género humano
“Ciertamente no se ocupa de los Ángeles, sino de la descendencia de Abraham, por eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos para ser misericordioso y Sumo Sacerdote en orden a expiar los pecados del pueblo” (v.16-17). La Redención es para los hombres en principio, que fueron arrastrados al pecado por la insidia de satanás. Pero los resultados de la Redención beneficiaron también a los Ángeles fieles, en cuanto que los Nuevos Cielos son posibles gracias a la Paz establecida por la sangre de JESUCRISTO (Cf. Col 1,20). El infierno para satanás se acentuó con la Redención, porque disminuyeron considerablemente las posibilidades de pervertir y destruir a los hombres. El HIJO hecho hombre adquirió la capacidad de expiar los pecados del Pueblo, como dice el texto de Isaías: “ÉL cargó con nuestros pecados, eran nuestras rebeliones las que ÉL soportaba, sus heridas nos han curado” (Cf. Is 53,4-5).
Probado en el tiempo
“Habiendo sido probado en el sufrimiento y puede ayudar a los que se ven probados” (v.18). Sólo DIOS que es eterno conoce el auténtico valor del tiempo en el que transcurre nuestra existencia. También el HIJO tuvo que venir a este mundo para redimirnos y pasar por la sucesión de momentos, que en bastantes ocasiones supusieron otras tantas de riesgo y tentación como muestran los evangelios. También JESÚS debió recitar en distintas ocasiones el Salmo veinte dos: “… aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque TÚ vas conmigo” (Cf. Slm 22,4). A los que vienen a proponerle una trampa dialéctica, un argumento capcioso y acusarlo con sus propias palabras, les dice: “¿por qué me tentáis? (Cf. Mt 22,18). En otro lugar, JESÚS muestra abiertamente su cansancio por soportar las malas intenciones: “¿hasta cuándo tendré que soportaros?” (Cf. Mt 17,17).