La feminización de la sociedad y de la iglesia, repercute negativamente en la transmisión de la fe. ¿Acaso la Iglesia ya no es un lugar para hombres?.

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Es un hecho frecuente y extendido que, en Occidente, los jóvenes católicos, una vez que se libran de la influencia directa de sus padres, dejan la Iglesia. Aunque las parroquias pongan todos sus esfuerzos en la catequesis, y la Iglesia despliegue una impresionante labor a través de la escuela católica, los jóvenes se van de la Iglesia, y quedan en ella sólo los ancianos. Obviamente, hay excepciones, aunque éste es el panorama general. ¿Por qué? ¿Qué está fallando?

Un pensador y escritor católico norteamericano, Eric Sammons, ha tratado de afrontar este problema desde un punto de vista distinto al habitual.

Seguramente muchos proyectos de catequesis y pastoral juvenil, observa Sammons, están bien hechos y se mueven por las mejores intenciones. No faltan buenos proyectos y buenos líderes católicos, pero el resultado es que los jóvenes dejan de ir a misa, y su vida de fe termina en la mayoría de los casos en una vía muerta. Entonces, en vez de concentrarse en proyectos y actividades para niños y jóvenes, ¿no sería mejor mirar a otro lado, especialmente a las familias?

Las estadísticas -siempre según Sammons- revelan que hay una conexión directa entre la vida de fe en familia y el compromiso religioso de los hijos. Cuando los padres asisten regularmente a misa y alimentan su vida de fe con la oración y los sacramentos, hay muchas más posibilidades de que los hijos, a pesar de las crisis inevitables, vuelvan a identificarse con la fe que han vivido desde pequeños. Por otra parte, los datos nos dicen que sólo el 2% de los chicos cuyos padres no practica la fe terminarán practicando la fe.

Aunque también en este caso pueda haber excepciones, la relación directa entre la vida de fe de los padres y la de los hijos no sorprende. Las encuestas, sin embargo, nos dicen más: que, en este proceso de transmisión de la fe en la familia, es particularmente importante el rol de los padres; hay una conexión directa entre la práctica religiosa del varón de la casa y la vida de fe de los hijos.

Dicho de modo simple: si el padre no va a la iglesia, solo un niño de cada cincuenta frecuenta la iglesia y los sacramentos, independientemente de lo profundas que sean las creencias y las prácticas de las madres y esposas. Si, en cambio, el padre va con regularidad a misa, independientemente de la vida de fe de la madre, un porcentaje muy significativo de los hijos tendrá a su vez una vida de fe. El dato es sorprendente y hace pensar: la feminización de la sociedad y de la iglesia (o más bien la crisis de masculinidad en la sociedad y la Iglesia) está teniendo repercusiones directas y negativas en la transmisión de la fe y en el avance de la secularización.

Las estadísticas, sobre todo en un campo tan delicado, hay que tomarlas siempre con cautela, pero parece claro que el rol del padre en la vida de fe de los hijos es mucho más importante de lo que pensábamos. Son ellos, los padres, los que tienen, más que ningún otro, un impacto decisivo en las elecciones de los hijos en el ámbito religioso. En consecuencia, observa Sammons, los proyectos pastorales deberían concentrarse precisamente en la vida de fe de los varones y en especial, de los padres de familia, aunque sabemos muy bien que no sucede esto, sino todo lo contrario.

Leyendo la Biblia nos damos cuenta de que Dios, cuando interpela a un grupo de personas, elige a menudo un mediador (pensemos en AbrahamMoisésDavid…) cuya tarea es influenciar y guiar al grupo. En algunas épocas de la vida de la Iglesia, la evangelización siguió también este patrón, tratando de convertir al jefe de la tribu o líder del pueblo. Esta es también, de algún modo, la intuición de las parroquias: al frente de cada una de ellas está el sacerdote, que no es un simple funcionario de lo sagrado, sino un padre para sus feligreses. Este debería ser, señala Sammons, el modelo a seguir por la Iglesia: el padre puede ser considerado el mediador, el sacerdote de la Iglesia doméstica que es la familia. Por lo tanto, si quisiéramos asegurar la vida de fe de los hijos, desde un punto de vista tanto sociológico como teológico, deberíamos de concentrar nuestros esfuerzos pastorales en el padre, en los varones. ¿Pero cómo?

Espontáneamente pensamos en las iniciativas de formación y de catequesis, pero, tal y como señala Sammons, parece difícil que dichos encuentros puedan tener éxito o efectos significativos y duraderos. Estos encuentros pueden quizá sostener a los hombres que ya tienen la fe, pero difícilmente contribuirán a hacer atractiva la religión a los que estén más alejados. Si quisieran atraer y mantener la atención de los padres, escribe Sammons, las parroquias deberían pensar algo más específico.

La primera cosa que se podría hacer, dice Sammons – al que no le faltan en su artículo expresiones provocadoras-, es desmantelar la atmósfera actual que caracteriza la mayor parte de las parroquias, es decir, una atmósfera demasiado feminizada. “Cuando entramos en una típica parroquia católica postconciliar, todo, desde la arquitectura a la música, de los carteles a las homilías, parece pensado para las mujeres de una cierta edad, pero ¿qué hombre en su sano juicio puede sentirse atraído por todo eso, si no posee ya una fe robusta, una fe que le permite ir más allá de lo que ve y siente?”

En efecto, la mayoría de los servicios parroquiales, desde los cantos a la catequesis, pasando por la decoración, las lecturas, los ministros de la eucaristía o la caridad, está gestionado casi exclusivamente por las mujeres, y es inevitable que tengan una impronta femenina y que los hombres experimenten ante ello una cierta distancia y malestar. Por tanto, ¿qué podríamos hacer para aumentar un poco, digámoslo así, la tasa de virilidad de nuestras parroquias?

Pensando en un hipotético párroco, Sammons ofrece algunas propuestas, que citamos textualmente. Sujétense fuerte al asiento:

1. Volver a celebrar ad orientem: los hombres prefieren seguir a un líder en la batalla antes que sentarse alrededor de una mesa para charlar. Cuando un sacerdote guía a su pueblo en la adoración, no sólo en el espíritu sino también con la orientación de su cuerpo, está desafiando a los hombres a que le sigan, y a los hombres les encantan los retos.

2. Asegúrate de que haya sólo hombres sobre el altar. En muchas parroquias, durante la misa, hay solo un hombre sobre el altar, ¡el sacerdote! Todas las demás son presencias femeninas, incluidas las monaguillas. Recuerda: las mujeres siguen a los hombres, pero lo contrario no funciona. Los hombres no son por naturaleza propensos a seguir a las mujeres. A la mayor parte de los hombres, la visión de grupos de mujeres sobre el altar envía un mensaje poco agradable y afeminado.

3. En la iglesia, mantén el silencio antes y después de la misa. Los hombres prefieren una liturgia seria y solemne. Entrar en una iglesia llena de conversaciones envía un mensaje negativo. Si un hombre va a misa, no está buscando un club social o una charla de café. A la puerta de la iglesia debería de haber personas que invitasen educadamente a todos a hacer silencio y dejar de hablar.

4. Utiliza himnos y cantos tradicionales, no la música pop y sentimental, de escasa calidad, de los años sesenta. Los hombres prefieren escuchar canciones hermosas, que les ayuden a alcanzar alturas mayores, no las diversas variantes de kumbayá.

5. Instituir grupos masculinos que se concentren en actividades concretas y prácticas. La mayor parte de los hombres no quiere sentarse en un grupo y compartir sus sentimientos en relación a un texto bíblico. Quieren en cambio hacer cosas prácticas, como trabajar en un comedor social o hacer labores de jardinería o construcción en la parroquia.

6. Invítales al sacrificio: los hombres no quieren solo oír cosas agradables y placenteras, quieren que alguien les rete, les haga pensar y superarse, y les invite a profundizar la fe a través de compromisos prácticos y concretos. Por tanto, invítales a hacer verdaderos sacrificios, como el ayuno de los viernes o las duchas frías en reparación por los pecados y por la salvación de las almas.

7. Di las cosas tal y como son, sin tapujos. Deja de enmascarar las palabras. Oponte al secularismo anticatólico que domina nuestra cultura, y afronta directamente la crisis en la Iglesia. Fingir que no hay una corrupción ampliamente extendida en los máximos niveles de la Iglesia te hace solo parecer un cómplice cobarde, no un valiente discípulo de Cristo al que los hombres estarían dispuestos a seguir.

Aquí terminan los consejos de Sammons, que, como podemos ver, son bastante explícitos, políticamente incorrectos y seguramente discutibles. Admito que, cuando los leí, me arrancaron una sonrisa. El tono, como hemos dicho, es provocador y exagerado, pero, con permiso de las santas mujeres que llevan toda su vida al servicio de nuestras parroquias, hay provocaciones que conviene escuchar y tener en cuenta, si queremos que la fe sobreviva a esta generación.

 

Misa: momento de la consagración.

por Julio J. Gómez Otero.

 

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