La Divina Voluntad

Ezequiel 18,25-28 | Salmo 24 | Filipenses 2,1-11 | Mateo 21,28-32

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Creados a imagen y semejanza de DIOS (Cf. Gen 1,26-27), los hombres estamos dotados de inteligencia para conocer y discernir; y por otra parte, tenemos capacidad para optar o tomar decisiones inteligentes, sabias, que tiendan a los resultados mejores. No obstante vivimos en medio de una complejidad de causas que hace de nuestra existencia algo arriesgado y la incertidumbre se hace presente. En determinada lectura de las cosas es posible la apariencia del azar, porque las causas profundas no son visibles, y el establecimiento de las circunstancias escapa al control de las mentes más capaces y las voluntades probadamente eficaces. Lo que está ante nuestros ojos como algo fortuito, obedece a planes que superan la comprensión humana. Decía el profeta Isaías la semana pasada: “como dista el Cielo de la tierra, así distan mis pensamientos de los vuestros” (Cf. Is 55,9). Lejos de entristecernos esta desemejanza, al mismo tiempo que mantenemos una analogía de la inteligencia y voluntad divina, nos tiene que afirmar en la convicción de haber sido dotados para el encuentro con DIOS en la visión y el pleno conocimiento por nuestra parte. Pero antes de conocer con exactitud al Dueño de la Viña tendremos que trabajar en ella durante un tiempo como vimos también la semana anterior. De nuevo el evangelio de este domingo trae a nuestra contemplación la imagen de la Viña, a la que dos hijos son requeridos para ir a trabajar en ella, y muestran actitudes diferentes. La “Viña del SEÑOR” es una imagen que viene de los Salmos y de modo especial del profeta Isaías (Cf. Is 5,1ss). ”La Viña” a la que el padre encarga del cuidado a sus hijos, es la imagen del Reino de los Cielos que DIOS quiere que aparezca en este mundo. Como en el principio nos relata el Génesis, el hombre tiene parte activa en la aparición de algo nuevo y distinto de lo que antes estaba dado. Dice el Génesis: “el día en el que hizo el SEÑOR YAHVEH la tierra y los cielos, no había aún ningún arbusto del campo, y ninguna hierba del campo había germinado todavía, pues YAHVEH DIOS no había hecho llover sobre la tierra ni había hombre que labrar el suelo” (Cf. Gen 2,5). El diseño estaba hecho, el sitio estaba preparado, pero la vida aparece con vigor cuando el hombre está presente y trabaja la tierra. Pero todavía el texto sagrado muestra un estadio superior en el que aparece el protagonismo del hombre dentro de los planes de DIOS. Cuando el hombre está creado, DIOS le ofrece un lugar paradisíaco para vivir (Cf. Gen 2,8). DIOS puso al hombre en el jardín del Edén para que lo labrase y cuidase (Cf. Gen 2,15). DIOS cuenta siempre con el hombre para trabajar en su obra. El hombre no es creador, pero colabora con DIOS en la transformación de la obra de DIOS. Los Cielos, la tierra, el trabajo del hombre y el Plan de DIOS están relacionados, porque el SEÑOR es un DIOS de pactos, que obedecen a la “ciencia del SEÑOR como las aguas cubren el mar” ( Cf. Is 11,9). El primer pacto recogido en la Biblia es crucial: “DIOS impuso al hombre este mandamiento, de cualquier árbol del jardín puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él morirás sin remedio” (Cf. Gen 2,17). El hombre tiene a su disposición otros árboles para su alimento físico y espiritual, que están provistos de la ciencia de DIOS exclusivamente y no le van a dañar; pero el de “la ciencia del bien y del mal” provocará la muerte sin remedio, porque el mal provoca sufrimiento, dolor y muerte. El hombre no aceptó la divina advertencia y el mal se fue propagando, difundiendo muerte y dolor. No hace falta argumentar sobre esta espiral que se observa al echar una mirada a nuestro alrededor. La envidia mentirosa sigue rampando, haciéndose con nuevas víctimas. No existe otro antídoto frente al poder difusor del mal que la Verdad de DIOS, que sigue actualizando su Pacto.

La Divina Ciencia

DIOS no juega a los dados con la vida del hombre, y todo se desenvuelve dentro de su Providencia. Rezamos en  el Padrenuestro: “hágase tu voluntad en la tierra como en Cielo” (Cf. Mt 6,10). La Divina Voluntad la encontramos manifestada en las obras que salen de las manos de DIOS nuestro CREADOR y SALVADOR. La Divina voluntad da razón de ser a la Divina Inteligencia: “¿quién es capaz de comprender la mente del SEÑOR? (Cf Is 40,13; 1Cor 2,16). Aún así, como reconoce san Pablo, estamos en condiciones de emprender el camino de los buscadores, que intentan comprender la ciencia de DIOS. DIOS tiene que venir en nuestra ayuda para iluminar las inteligencias y descubrir así el Plan establecido desde antiguo, desde todos los siglos: “recapitular en CRISTO todas las cosas, las que hay en los cielos y en la tierra” (Cf. Ef 1,10). La ciencia que el cristiano ha de procurar es aquella que encuentra en CRISTO la síntesis de todo (Cf. Col 2,3), como nos dice san Pablo. La Divina Voluntad quiere en primer lugar que aceptemos al VERBO, su HIJO JESUCRISTO, como el alfa y la omega -principio y fin- de todo (Cf. Ap 1.8) No es fácil hacerse en un primer momento con algo de lo revelado en el prólogo del evangelio de san Juan (Cf. Jn 1,1ss), pero nos va en ello la vida espiritual, porque del otro lado están las ciencias esotéricas, que nutren de falsedad y muerte la inquietud de espíritus que buscan espiritualidad, pero se alejan de la VERDAD. Ciertos niveles de una falsa ciencia esotérica siguen las vías de la divulgación masiva y entrañan algunos compromisos o pactos con el autor de esa falsa ciencia esotérica. No olvidemos que en el Padrenuestro recitado por un número de cristianos varias veces al día, pedimos “líbranos del Malo”, porque ese maléfico personaje es una realidad perversa y pervertidora. El Pacto con DIOS conduce a su conocimiento y a la ciencia con la que ÉL ha diseñado lo que nos rodea. Dice JESUS: “lo que os digo en la privacidad de la casa, proclamadlo desde las azoteas, pues no hay nada oculto que no llegue a saberse” (Cf. Mt 10,26). DIOS nos crea como seres dispuestos para el encuentro, como insiste el pensador español, Alfonso López Quintás. El encuentro con DIOS, con las otras personas y con el mundo, estableciendo en cada uno de los casos los ámbitos, o campos de juego, para la relación. La creación de distintos ámbitos de relación multiplica exponencialmente las posibilidades de una persona, haciéndole entender que su autorrealización no está en un endiosamiento personal, sino en la relación fraterna, que el Amor de DIOS preside en la relación con ÉL, con los prójimos y con la Creación, que se revela entonces como una manifestación del poder de DIOS. La falsa ciencia esotérica vacía al individuo de forma progresiva hasta sumirlo en el tedio y el aburrimiento, porque la Paz del SEÑOR está ausente sin posibilidad de retorno, mientras persista en el desvarío de ese camino. La relación es el modo de estar las cosas en la obra creada por DIOS. Existe el aire que respiramos, porque distintos elementos gaseosos están en la proporción y relación adecuadas. Lo mismo decimos de los líquidos y de los elementos sólidos. Damos el gran salto a los vivientes, y observamos que la vida en cualquiera de los niveles exige la relación conveniente de sus elementos, desde los más simples a los que son muy complejos. La complejidad de una sencilla célula es abrumadora cuando se la observa en sus proporciones microscópicas; pero sorprende también la coexistencia de órganos tan dispares como el ojo, o el oído con el hígado o el sistema venoso. La buena relación de unos órganos con otros permite la vida biológica, y una notoria alteración de las funciones de un órgano o sistema produce el fallo general del organismo. Si la complejidad de la relación es patente a simple viste, mucho más se dará en el campo religioso, en el que se desenvuelve nuestra relación con DIOS. ÉL no quiere que entremos en los laberintos espirituales, en los que podríamos caer si pretendiésemos conocer los entresijos de su Plan, y para ahorrarnos cavilaciones imposibles en nuestro estado de vida, todo nos lo ha revelado en su HIJO JESUCRISTO. Él se convierte para nosotros en la fuente del conocimiento que DIOS está dispuesto a dar a cada uno en particular. Aquél árbol del Paraíso, que atraía por la ciencia que prometía, se ha cambiado por el Árbol de la Cruz como fuente segura de la ciencia espiritual por la que accedemos con seguridad a la Divina Voluntad. Después de su encuentro en el camino de Damasco, san Pablo siguió el camino de la vía sacra para caminar con seguridad por la ciencia de DIOS “la necedad de la Cruz que DIOS ofrece, es más sabia que la sabiduría de los sabios griegos. Y la impotencia de la Cruz es una señal mucho más poderosa que todas las señales exigidas por los rabinos” (Cf. 1Cor 1,25).

Planes pastorales

Cualquier ministro ordenado acompañado de fieles cristianos quiere acertar en el diseño de una propuesta pastoral. Las cosas no parecen fáciles y las recetas se vuelven inoportunas. Pero algo nos dice la Escritura y la experiencia de la Iglesia a la hora de echar a caminar. La adoración debe estar en el inicio de todo. Los proyectos evangelizadores tienen necesariamente su parte humana, que debe estar desprovista de todas las ocurrencias personales posibles. Algo habrá que preguntar al SEÑOR que suele contestar mediante signos o señales, aunque nadie puede descartar otras formas. Pero si se va a trabajar en su “viña” habrá que saber algo de lo que ÉL quiere hacer en esa “viña”. Ya sabemos, la viña es la Iglesia en su conjunto, la Diócesis, las parroquias y cada uno de los segmentos pastorales en los que discurre la actividad evangelizadora dentro de las mismas. La horizontalidad fraterna y cristiana es imprescindible, pero ha de estar permanentemente alimentada por una verdadera corriente del ESPÍRITU SANTO. El proyecto pastoral debe tener vías abiertas de encuentro con el SEÑOR mediante distintas modalidades de oración. Otro objetivo indeclinable es la interiorización de la Palabra de DIOS. Son muchas las lecturas complementarias de carácter espiritual, que ayudan sin duda en el camino cristiano, pero con esas lecturas solamente no se “construye sobre roca” (Cf. Mt 7,24). Es en la Sagrada Escritura donde tenemos que buscar en primer término la Ciencia de DIOS. En los tiempos que corren se necesitan respuestas más que explicaciones; y la Palabra es un filón permanente de respuestas a condición de buscarlas con paciencia. Lo anterior no desaconseja acudir a una persona que ofrezca confianza, pero precisamente dentro del cauce de la Escritura y el Magisterio de la Iglesia. La Palabra revelada tiene un valor en sí misma, porque fija lo que DIOS nos quiere comunicar. La fijación de la revelación en la Escritura no impide la comunicación interior de las verdades que en ese momento se está dispuesto a recibir. Una familia que se reúna un día a la semana para compartir la Palabra de DIOS atraerá sobre sí numerosas bendiciones: “compartían con alegría el pan por las casas” (Cf. Hch 2,46). No sólo el Pan eucaristizado -la EUCARISTÍA-, sino también el Pan de la Palabra. Cada una de las etapas de la vida debe aparecer como objetivo pastoral. Los niños y adolescentes se llevan la mayor parte del esfuerzo catequético, pero también es un campo a tener en cuenta las siguientes etapas del ciclo vital: -juventud- preparación al matrimonio-, adultos y mayores. Los medios de comunicación de masas y las redes sociales, reclaman a todos todo el tiempo, y su poder de influencia es más que notable. En otros tiempos el ambiente acompañaba a la persona y lo mantenía en una clave cristiana hasta los últimos instantes de su vida. Hoy las cosas han cambiado, el ambiente religioso está casi desaparecido y los mensajes son disuasorios de modo explícito o indirectamente. Los mayores hoy necesitan una atención pastoral especial, pues la última etapa de la vida puede ser una Gracia muy decisiva en el tramo final en Caridad hacia el encuentro con el SEÑOR: “a nadie le debáis nada más que amor” (Cf. Rm 13,8).

El profeta Ezequiel

Unos versículos del capítulo dieciocho vienen a dar contenido a la primera lectura de este domingo. La doctrina contenida en el libro del Deuteronomio es actualizada por el profeta Ezequiel para reconducir al Pueblo exiliado en Babilonia. Aún en el destierro, DIOS sigue manteniendo su Pacto de Amor por Israel. Las infidelidades del pueblo no son capaces de romper los compromisos que DIOS mismo adquirió con Israel; pero ÉL no va a suplantar la responsabilidad personal de cada uno. DIOS ayuda a tomar las decisiones responsables y correctas, pero nunca va a eximir de la respuesta personal, que se debe dar aquí y ahora. Recordamos ese pasaje crucial del Deuteronomio: “pongo ante ti la vida y el bien; la muerte y el mal. Elige el bien y vivirás, elige el mal y morirás” (Cf. Dt 30,19). Después de la primera elección sobre el árbol de la ciencia del bien y del mal, el hombre está obligado a realizar opciones entre uno y otro con frecuencia. A menudo, el bien y el mal están muy próximos y hay que optar por el mal menor. Muy pocas personas habrán podido librarse de las adherencias del camino. No obstante, en la conciencia personal deben estar claros los principios que establecen lo bueno y lo malo. Es buena la caridad y es mala la avaricia; es buena la propiedad privada, pero es mala la usura, sin embargo puede darse que para mantener la propiedad haya que recurrir al préstamo de un usurero. Los casos prácticos se pueden multiplicar extraordinariamente. YAHVEH formula a través del profeta Ezequiel una dolida interrogación retórica: “descargaos de todos los crímenes que habéis cometido contra MÍ, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo, ¿por qué habéis de morir casa de Israel? YO no me complazco en la muerte de nadie, sea quien fuere, convertios y vivid” (Cf. Ez 18,31-32). El profeta deja muy claro que las desgracias sobrevenidas al Pueblo son responsabilidad exclusiva de todos ellos y cada uno en particular. YAHVEH en todo caso viene a infundir una palabra de Esperanza en medio de la desgracia para rehacer en lo posible aquella situación. Estos acontecimientos históricos elevados a categoría de Escritura quedan para nosotros como lecciones permanentes del Amor Providencial de DIOS, que no abandona al hombre, incluso en las situaciones más dolorosas y extremas. Pocas cosas más graves que perderlo todo, dejar atrás tierras y la propia patria, para terminar lejos en otro lugar como esclavo. La desposesión de bienes, familia y patria es una muerte continuada, de la que se podrá salir con una fuerza interior añadida proveniente de DIOS. Ezequiel dice que DIOS no se complace con la muerte de nadie, pero el hombre puede acarrear la muerte con su modo de actuar.

Protesta contra DIOS

“Vosotros decís: no es justo el proceder del SEÑOR. Escuchad, Casa de Israel, ¿no es justo mi proceder?, ¿no es más bien vuestro proceder el que no es justo?” (v.25) La miopía o ceguera espiritual que padecemos los hombres es notable, y buscamos cualquier subterfugio para no ver la propia culpa. En el Génesis Adán echa la culpa de lo sucedido a Eva con una expresión que indirectamente hace culpable al mismo DIOS: “la mujer que TÚ me diste me dio del fruto y comí” (Cf. Gen 3,12). El problema se le imputa a DIOS mismo que falló en el diseño de la mujer. La cosa siguió su curso y esa desgracia la seguimos viviendo y practicando: hacemos a DIOS culpable de los propios males, que tienen un origen distinto de DIOS mismo. Un buen número de agnósticos y en menor número de ateos se mantienen en su desconfianza y negación de DIOS por la incomprensión del mal que padecemos los hombres en particular y la humanidad en su conjunto. No se trata de decir, que los creyentes somos más listos; tan sólo nos queda contemplar el misterio del Mal mirando a JESUCRISTO crucificado. La respuesta que proviene de ahí no es racional, sino en la Fe, y cuando esa respuesta se recibe no va contra la razón, sino que aparece una racionalidad nueva que acepta el Designio Divino: DIOS mismo asume en JESUCRISTO todo el mal de los hombres para ofrecernos una vida nueva, a condición de aceptar el hecho. JESUCRISTO en la cruz no acusa al hombre de haberle dado muerte, tampoco podemos pensar que a JESÚS le gustase morir crucificado, o instigase al hombre a martirizarlo y crucificarlo. Sin la contemplación de la Cruz, nos quedaremos en la misma situación de los judíos en el destierro haciendo culpable a DIOS de nuestros males.

Las acciones tiene consecuencias

“Si el justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere, a causa del mal que ha cometido. Si el malvado se aparta del mal que ha cometido para practicar el derecho y la justicia conservará su vida, abriendo los ojos y se ha apartado de todos los crímenes que había cometido, vivirá sin duda, no morirá” (v.26-28). No nos salvan las acciones, pero nos predisponen a recibir de DIOS la Salvación. Nuestras acciones tienen consecuencias inevitablemente para bien o para mal. Una voluntad débil, que mantiene por otra parte una inteligencia clara de lo que está bien o lo que está mal es perfectamente recuperable. Alguien que termina llamando bien al mal, y mal al bien presenta alguna dificultad mayor para aceptar a JESUCRISTO y acoger la Salvación. El profeta Ezequiel nos dispone a considerar situaciones inquietantes, porque la experiencia acumulada a lo largo de los años debiera ser un activo a favor. Alguien camino décadas de su vida haciendo el bien y en la Fe de JESUCRISTO, y se vuelve moderno en los últimos años de su vida, dando por buenos los criterios y prácticas de los mal llamados progresistas: el enfriamiento en la Fe es inevitable, pues hay posiciones que no pueden alterar los principios. Claro está el verdadero progreso está en el bien y la verdad, y por eso nos debemos cuidar en los últimos años del paso por este mundo controvertido, pues vamos certificando lo que hicimos, pensamos y decimos. El malo que se convierte se hace testigo del camino equivocado que había llevado hasta ese momento. El justo que se tuerce en los últimos años de su vida, puede estar diciendo que se arrepiente del bien realizado y de volver a empezar optaría por otra conducta bien distinta. Esta última postura es trágica, pero en grados diferentes se está dando. Cuántos abuelos dan consejos y emiten juicios del todo disparatados, porque ellos no se han quedado atrás, aunque hayan cumplido una retahíla de años. No obstante, a pesar de lo torpe, estúpido o idiota de la inteligencia personal que se inclina al mal, hemos de pensar con san Pablo que el SEÑOR está por encima de nuestra propia conciencia (Cf. 1Cor 4,3-4); por lo que conviene no emitir juicio sobre la Salvación final de una persona que por nuestra condición humana presentamos múltiples deficiencias. El SEÑOR intentará mostrarnos todo el bien al que hemos estado llamados y tenemos las puertas abiertas de su Divina Misericordia si la queremos aceptar. El profeta lo transmite: DIOS no quiere la muerte -eterna- de nadie.

JESÚS en Jerusalén

La parábola de “Los dos hermanos” que recoge el evangelio de la Misa de hoy viene a dar contestación a los saduceos y fariseos sobre la autoridad con la que actúa JESÚS. En el capítulo veintiuno, san Mateo, relata la entrada en Jerusalén y la expulsión de los mercaderes del Templo (Cf. Mt 21,1-13). Aquello inquietó de forma especial a las autoridades religiosas. San Mateo señala que JESÚS realiza curaciones en el recinto del Templo (Cf Mt 21,14). Ciegos y cojos fueron curados cuando esas minusvalías físicas volvían a la persona totalmente dependiente. La ceguera se presentaba incurable y la vista recuperada, sólo podía atribuirse a un milagro. La ceguera es una metáfora de la muerte espiritual. En el evangelio de san Juan, los que están en el duelo acompañando a las hermanas de Lázaro comentan: “uno que ha abierto los ojos a un ciego de nacimiento, ¿no puede devolver la vida a éste?” (Cf. Jn 11,37). La gran polémica desatada por la curación de aquel ciego de nacimiento (Cf. Jn 9) da idea de la importancia del signo, que alcanza categoría de signo mesiánico: “el ESPÍRITU del SEÑOR está sobre  MÍ, porque ÉL me ha ungido, y me ha enviado a abrir los ojos a los ciegos” (Cf. Lc 4,18). Al final de la parábola de los trabajadores contratados para trabajar en la viña se dice: ¿ vas a tener tú mal ojo, porque YO SOY BUENO? (Cf. MT 20,15). El ojo bueno es el de “corazón limpio” (Cf. Mt 5,8); quien mantiene su corazón dentro de las buenas intenciones, “porque del corazón del hombre pueden salir también los buenos propósitos, no solo los malos” (Cf. Mc 7,21-23). En realidad el texto de Marcos señala que el corazón también genera malos propósitos. La curación de los ciegos en el Templo de Jerusalén es una señal especial, que podía sembrar de turbación a sus autoridades, pues se estaban encontrando con el MESÍAS, o con el predicador de Galilea, al que venían siguiendo desde el comienzo pero a distancia. Ahora lo tenían en frente y con un cierto número de seguidores. La misma acción por la que JESÚS expulsa a los vendedores del Templo tenía una lectura mesiánica, que creaba más inquietud en aquellas autoridades religiosas. El MESÍAS no dejaba de tener unas prerrogativas religiosas, aunque se le esperase como libertador del yugo político del Imperio Romano. Aquellas autoridades religiosas se van a dirigir a JESÚS para indagar sobre la autoridad moral, que lo llevaba a comportarse de aquella forma, aunque la intención de la pregunta no era la de obrar en consecuencia de la información recibida, sino que la pregunta estaba formulada en sentido descalificatorio: “¿con qué autoridad haces TÚ estas cosas?” (Cf. Mt 21,23). JESÚS les va a responder con dos parábolas: la parábola de “Los dos hijos” y la parábola de “Los viñadores homicidas”. En este domingo consideramos la primera: “Los dos hermanos”.

Instalados en la mentira

Los sacerdotes, escribas y fariseos reunidos en el Sanedrín o senado de religiosos principales, van a dar muerte a JESÚS, pero esos acontecimientos los veremos dentro de unos meses, ahora la liturgia nos trae los episodios que cobran actualidad en nuestro acontecer, y al mismo tiempo recorren la vida del HIJO de DIOS entre nosotros. La aproximación y distancia de las personas y personajes con respecto a JESÚS nos alecciona y ayuda a dar razón de nuestra Fe. Los que interpelan a JESÚS sobre su autoridad son cínicos hipócritas, que no desean en absoluto conocer la verdadera autoridad con la que JESÚS procede. No era verdadera la espera del MESÍAS que aquellos decían mantener de cara al Pueblo, más bien se servían de la Esperanza del Pueblo religioso para mantenerse en un nivel social y religioso de privilegio. JESÚS no entra de forma directa en la pregunta inquisitorial que le plantean y les formula otra, a la que ellos deben responder primero: “el bautismo de Juan,, ¿de dónde era, del Cielo o de los hombres? Ellos discurrían entre sí, si decimos del Cielo, nos dirá: entonces, por qué no le creísteis? Si decimos de los hombres, tenemos miedo a la gente, pues todos tienen a Juan por profeta. Respondieron a JESÚS: no sabemos. ÉL respondió así mismo: tampoco YO os digo con que autoridad hago esto” (v.25-27).

Paciencia de JESÚS

En aquel alarde de doblez por parte de los principales del Templo tuvieron que venir a la mente de JESÚS las palabras del profeta Jeremías: “nada más enfermo y falso que el corazón del hombre” (Cf. Jr 17,9); y en vez de darlos por perdidos e insalvables, JESÚS les ofrece una contestación en doble partida por medio de dos parábolas, para que las meditasen y la luz pudiera entrar en sus corazones, y así sanarlos y salvarlos. Tremendo, rozando lo pavoroso lo que JESÚS contempla del corazón humano y siempre reacciona con infinita paciencia, que sólo puede provenir de una fuente muy superior a las solas fuerzas humanas. Hay que disponer de un temple especial para permanecer comprensivo y con capacidad de reacción misericordiosa frente a unas personas que están dispuestas a destrozarte y eliminarte. Habían transcurrido unos tres años de aquella situación parecida vivida en Nazaret donde se había criado: los de su pueblo estaban dispuestos a despeñarlo, pero ÉL se abrió paso entre ellos y se alejaba (Cf. Lc 4,28-30). Ahora JESÚS hará frente sin violencia alguna, a los que tenían datos suficientes para reconocer en ÉL al MESÍAS, pero eso no va a suceder. Es cierto que la mesianidad de JESÚS rompe las previsiones mismas de las Escrituras, porque el que se encarna es la Segunda Persona de la Santísima TRINIDAD. Una cosa así no cabía en los moldes de la mentalidad religiosa del Antiguo Testamento. Pero los signos y las palabras de JESÚS fueron lo suficientemente extraordinarias para abrir un proceso no de condena, sino de indagación y reconocimiento, a lo que hubiera ayudado la acción de la Gracia, lo mismo que a Pedro y otros que descubrieron en JESÚS su verdadera identidad, porque el PADRE de los Cielos se lo reveló (Cf. Mt 16,17). Nuestro destino como humanidad habría sido muy distinto, si las cosas se hubieran desarrollado en el segundo sentido.

Primera parábola

“¿Qué os parece? Un padre tenía dos hijos, llegándose al primero le dijo: hijo, vete hoy a trabajar en la viña. Respondió: no quiero, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo le dijo lo mismo. Él le respondió: voy señor, pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre? Le dicen: el primero” (v.28-31a) A pesar de una diligencia defectuosa en el cumplimiento de la voluntad del padre, JESÚS da por buena la respuesta de aquellos. La negativa inicial es vencida después de una serie de causas o consideraciones, que no se especifican en la parábola. Este primer hijo representa al grupo de los conversos que después de una vida licenciosa y al margen de los Mandamientos, vuelve al camino de la virtud,  el trabajo por la causa de DIOS, teniendo en cuenta lo bueno y verdadero, que hay a su alrededor. Este primer hijo simboliza también al gran grupo de personas creyentes en JESUCRISTO, gentiles o judíos, que en fase posterior llegan a la Fe. El segundo hijo representa al judío que crece conociendo las Escrituras, las Promesas y está en condiciones de acceder al  Mensaje del Reino, pero llegado a este punto se niega a participar en las labores propias del mismo, pues para ello hay que aceptar el Mensaje de JESÚS. Este segundo hijo representa a todo el Pueblo judío que se queda enfrascado en los moldes de su religión y se niega a aceptar que JESÚS sea el MESÍAS previsto en las Escrituras.

Juan Bautista

El Bautista tuvo palabras similares a las de JESÚS hacia los saduceos y los fariseos, que se acercaban al Jordán donde Juan bautizaba: “raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, frutos de conversión, y no creáis que basta decir en vuestro interior, tenemos por padre a Abraham, porque os digo que puede dar DIOS de estas piedras hijos a Abraham” (Cf. Mt 3,9). Juan Bautista fue calificado por JESÚS como “el más grande entre los nacidos de mujer” (Cf. Lc 7,28). Vivió en primera persona la manifestación trinitaria en el Jordán cuando JESÚS se acercó a recibir el bautismo. Esta experiencia religiosa manifiesta que Juan Bautista poseía una vida espiritual muy especial. En este texto, Juan Bautista está dotado por el SEÑOR para leer las conciencias: “no digáis en vuestro interior, tenemos por padre a Abraham”. JESÚS no los desenmascara de la misma forma que Juan a los saduceos y los fariseos, pero pone delante de su conciencia de nuevo su propia situación espiritual. Juan lo había hecho con cierta dureza y los calificó de raza de víboras con todo el sentido peyorativo que estos reptiles provocan en el imaginario religioso. La serpiente es el símbolo de Satanás. Las palabras de Juan Bautista estaban dichas todavía en tiempo de advertencia para dar lugar a la conversión. Tal cosa no sucedió, y un tiempo más tarde el encuentro con JESÚS no produjo para ellos los frutos de Gracia que serían deseables y esperados. Pero JESÚS, todavía, les ofrece una nueva oportunidad apelando a sus conciencias. Ahora era el propio MESÍAS al que estaban negando, el que les ofrecía de nuevo la conversión.

Los pecadores pasan por delante

“En verdad os digo, que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de DIOS.; porque vino Juan a vosotros por camino de Justicia y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en él, y vosotros ni viéndolo os arrepentisteis para creer en él” (v.31-32). Tres grandes pecados capitales aparecen reflejados en estos versículos: la soberbia de los saduceos y los fariseos; la avaricia de los publicanos, y la lujuria de las prostitutas. El pecado capital más difícil de resolver es la soberbia, y las muestras son numerosas a lo largo de la Escritura.  El endurecimiento de corazón del soberbio es muy difícil de cortar, pues el soberbio se alimenta de su propia soberbia que es un endiosamiento del ego. La avaricia depende de factores externos y parece más fácil de cortar cuando se cobra por circunstancias una distancia de las cosas. La lujuria depende de diversos factores: instintivos, biológicos, afectivos. La felicidad que promete con facilidad se ve frustrada una y otra vez, y siendo una tendencia muy poderosa, sin embargo puede ser abandonada cuando la persona encuentra la fuente del verdadero Amor. Un pecado capital que sobresale se convierte en pasión dominante, que actúa de eje vertebrador de otros vicios o defectos, que no son resueltos hasta que se identifica y controla por Gracia dicha pasión dominante. La ira y la soberbia unidas se retroalimentan y dan como resultado un psicópata, que se tiene a sí mismo  como centro del mundo. JESÚS en el Templo se encuentra con personajes nada recomendables como enemigos. Los vendedores expulsados eran pobres vasallos de los que ostentaban la dirección religiosa del Templo. JESÚS al llegar al Templo se va a enfrentar con el núcleo duro de la principal institución religiosa. JESÚS tenia que llegar al Templo, porque las Escrituras tenían que cumplirse: el lugar propio de la Gloria de DIOS era el Templo y el MESÍAS representaba su máxima presencia. La falta de conversión de los que regían los destinos religiosos de Israel provocará que JESÚS sea expulsado del Templo y de la Ciudad de Jerusalén. JESÚS va a morir en la Cruz, pero DIOS lo resucitará y le concederá el Nombre sobre todo nombre; de modo que al Nombre de JESÚS toda rodilla se doble en el Cielo, en la tierra y en los abismos; y toda lengua proclame: ¡JESUCRISTO es SEÑOR! (Cf.  Flp 2,9-11).

San Pablo, carta a los Filipenses 2,1-11

Las comunidades de Filipos no representaban para san Pablo motivo de preocupación especial, aunque no dejó de exhortarlos a permanecer en la fidelidad a CRISTO. Los cristianos eran minoría y el proselitismo, en todo caso, tenía que partir del ejemplo personal y la vida de las comunidades. La evangelización no se podía detener, aunque el Apóstol se encontraba encarcelado. La vida cristiana de cada fiel y la expansión de la Iglesia se realizaba teniendo como eje central a JESUCRISTO. Esta carta nos transmite uno de los textos más importantes sobre la naturaleza de JESUCRISTO, por lo que su importancia es capital.

Una palabra sacralizada

“Os conjuro en virtud de toda exhortación en CRISTO” (v.1a). En los tiempos en que la escritura estaba poco difundida, porque pocas personas manejaban bien el testimonio y la trasmisión escrita, se valora mejor la importancia que tenía la palabra dada. Los que acumulamos algunas décadas fuimos testigos de intercambios económicos importantes donde el compromiso establecido era simplemente verbal, sin documento firmado alguno. El que rompía una palabra dada perdía toda la confianza y la vida se le complicaba. La palabra de san Pablo a sus comunidades han quedado por escrito en buena medida con la dificultad que suponía hacerlo. Al comienzo de este capítulo el Apóstol pone todo el énfasis posible en la importancia y gravedad de lo que va a decir, y los cristianos de Filipos tienen que tomar muy buena cuenta de ello. La exhortación siguiente la envuelve san Pablo en la protección de lo sagrado: “yo os conjuro”. Viene a decir: “lo que yo os digo ahora, habréis de aceptarlo y cumplirlo bajo juramento”, por el que ponéis a DIOS por testigo de vuestro compromiso. El pronunciamiento siguiente es inapelable y su cumplimiento inexcusable. La exhortación del Apóstol pertenece al Juicio de DIOS, que exige toda adhesión. Los versículos siguientes son de carácter moral, espiritual y doctrinal, y el Apóstol pretende resaltar su importancia decisiva. La doctrina cristológica no se entiende, si no va acompañada de una vida espiritual y una conducta. Seguir a CRISTO se convierte en un estilo de vida.

Caridad fraterna

“Os conjuro en virtud de persuasión de Amor, de toda comunión en el ESPÍRITU, de toda entrañable compasión” (v.1b). De distintas formas, san Pablo confirma la doctrina de san Juan, en su primera carta: “DIOS es AMOR” (Cf.  1Jn 4,8); y la persuasión a los de Filipos por una vida digna del Evangelio no se limita movido por una árida voluntad. La vida cristiana o el seguimiento de JESUCRISTO debe discurrir por la vía de la “persuasión en el Amor”, la “comunión fraterna entre los hermanos y la compasión para los más necesitados. Este nuevo estilo de vida de los cristianos es posible cuando el ESPÍRITU SANTO no encuentra trabas en la comunidad cristiana.

La alegría del Apóstol

“Colmad mi alegría con un mismo sentir, con un mismo Amor, un mismo ESPÍRITU, unos mismos sentimientos” (v.2). No todas las comunidades fundadas por el Apóstol presentaban un cuadro semejante. Las divisiones en otros lugares aparecieron pronto y tal estado de cosas rompe el ideal evangélico. La exhortación del Apóstol fue bien acogida porque los de Filipos iban en la línea señalada. No obstante, tampoco aquellos estaban al margen de las acciones insidiosas del tentador, que procura el fracaso de cualquier intento de hacer presente el Reino de DIOS impulsado directamente por el ESPÍRITU SANTO. El tentador conoce la fragilidad de la condición humana y tiene preparados los distintos venenos con  los que puede contaminar la vida de los hombres.

Prevención

“Nada hagáis por vanagloria ni rivalidad, sino con humildad, considerando cada uno a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés, sino el de los demás” (v.3-4). La rivalidad está muy próxima a la envidia, que es muy querida por el tentador. La vanagloria viene de la mano de la soberbia y aún disimulada sobresale, alimenta el ego, desplaza a los más cercanos hasta excluirlos. Un poco de rivalidad y vanagloria, si se deja fermentar, basta para crear un gran malestar en la comunidad, y el tentador sabe cómo hacerlo, porque lleva mucho tiempo ensayando en ocasiones con mucho éxito. El antídoto para lo anterior es la humildad, que para todos es una conquista, y en ocasiones pasa por la humillación para conseguirla en algún grado. A nadie nos gusta entrar en fase de perdedor, aunque sea por un tiempo.

Los sentimientos de CRISTO

“Tened entre vosotros los mismos sentimientos que CRISTO” (v.5). Esta afirmación de san Pablo en un primer momento puede causar desaliento o motivación. Los sentimientos de JESÚS de Nazaret están bien expuestos en las “Bienaventuranzas”, pero hacernos con ellas, una por una, se prevé un trabajo duro y largo con una previsión de éxito un tanto incierto. La cosa cambia cuando consideramos que el trabajo ya está hecho según dice el Apóstol en la carta a los Gálatas: “estoy crucificado con CRISTO y ya no soy yo el que vive, sino que es CRISTO el que vive en mí” (Cf. Gal 2,20). El horizonte todavía no está del todo despejado para nosotros, pues la condición previa para que CRISTO more en el creyente es la de estar “crucificado con ÉL”. Puede ser que no haya alternativa, según aquellas palabras de JESÚS: “esforzaos por entrar por la puerta estrecha; porque ancho es el camino y amplia la puerta, que conducen a la perdición” (Cf. Mt 7,13). Puede que nos sirva para animarnos, que aún en el camino ancho y la puerta amplia también hay dolor, sufrimiento y muerte, sin Esperanza y con un destino final muy incierto.

El CRISTO es DIOS

“CRISTO, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a DIOS” (v.6). San Pablo emplea en este caso el término CRISTO lo mismo que Juan el término VERBO en su Prólogo (Cf. Jn 1,1). Oficialmente la Iglesia proclama que JESÚS es el CRISTO y el SEÑOR el día de  Pentecostés (Cf. Hch 2,36); porque sólo se puede decir que JESÚS es el CRISTO y el SEÑOR si se está movido por el ESPÍRITU SANTO (Cf. 1Cor 12,3). En esta premisa inicial, san Pablo da por hecho que la Segunda Persona de la TRINIDAD ha unido plenamente la condición humana tomada en JESÚS de Nazaret, que es el CRISTO -UNGIDO-. Tenemos, pues, perfectamente identificado a JESÚS en quien creemos y a al que seguimos: JESÚS de Nazaret no es un hombre normal y corriente, aunque su porte sea ese y se haya sometido a las limitaciones de una humanidad frágil y mortal, sin que le afectase el pecado personal, que daría al traste con la Redención.

Abajamiento

“Se despojó de SÍ mismo, haciéndose semejante a los hombres, y apareciendo en su porte como hombre” (v.7). Nos asomamos al gran misterio del abajamiento o reducción de la Gloria de la Segunda Persona de la TRINIDAD para unirse a la humanidad de JESÚS de Nazaret, estableciendo dos naturalezas en una misma persona. JESÚS de Nazaret, sin dejar de ser hombre no se pertenece a SÍ mismo, sino que en su porte humano es uno de la TRINIDAD. El misterio de DIOS se amplía con la Encarnación, pero en el plano de la teología aporta una visión nueva a la Presencia de DIOS en su propia Creación, y la forma de resolver el destino eterno de los hombres, que encontramos en JESÚS al verdadero SALVADOR.

El SIERVO de YAHVEH

“Se humilló a SÍ mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de Cruz” (v.8). La obediencia del HIJO al PADRE no es servilismo alguno, sino la perfecta relación de AMOR. La comunión entre el PADRE y el HIJO no ofrece fisura alguna y su obediencia tampoco. JESÚS nos transmite esta verdad en la oración del Padrenuestro para que a lo largo de nuestra vida en la tierra la repitamos miles de veces con el objeto de perfeccionarnos también en la obediencia al PADRE que en su AMOR nos ha creado y redimido. La voluntad del PADRE con respecto a su HIJO es que a través de ÉL una cantidad incontable de hermanos o hijos suyos lleguemos a la gloria. JESÚS el INOCENTE paga la factura de nuestros pecados, que ninguno podríamos resolver por nuestra cuenta. “DIOS quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (Cf. Ez  18,23;1Tm 2,4).

Exaltación

“Por eso DIOS le concedió el Nombre, que está sobre todo Nombre; de modo que al Nombre de JESÚS toda rodilla se doble, en el Cielo, en la tierra, en los abismos; y toda lengua proclame: JESUCRISTO es SEÑOR para Gloria de DIOS PADRE” (v.7-11) JESÚS muere mostrando a los hombres todo el AMOR del PADRE que envío a su HIJO con ese objetivo principal: “tanto amó DIOS al mundo, que entregó a su HIJO único no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por ÉL” (Cf. Jn 3,16;13,16). La perfecta obediencia del HIJO al PADRE le abrió el camino a la Resurrección y con ÉL también nosotros. Exaltado, el HIJO vuelve de forma nueva al estado inicial de Gloria con el PADRE -a su derecha- y con ÉL también nosotros. En adoración, doblando nuestra rodilla, reconocemos que JESUCRISTO es SEÑOR. El mismo que esta en los Cielos está en la EUCARISTÍA, y ante ÉL se dobla la rodilla del creyente.

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