En los primeros tiempos del Cristianismo, los candidatos al Sacramento del Bautismo recibían en los cuarenta días previos a la Pascua una catequesis intensiva en los contenidos y misterios de la Fe. La máxima de JESÚS se ha cumplido siempre y el Cristianismo nunca fue una religión esotérica, pero daba a conocer sus contenidos de forma gradual, pues “no se puede echar a los perros lo que es santo, ni las perlas a los cerdos” (Cf. Mt 7,6). Por otra parte, JESÚS consideró siempre las distintas disposiciones internas de sus receptores, fueran sus propios discípulos o las multitudes en general: “a vosotros se os da a conocer los misterios del Reino, pero a los demás el Mensaje está dispuesto en parábolas” (Cf. Mt 13,10-11)La parábola encierra un conocimiento y sabiduría, que va destilando en la medida del calor que emane del corazón del creyente. Los discípulos tampoco recibieron el contenido doctrinal y de revelación en un día, porque tal cosa es imposible; y siguieron el lento proceso que cualquier persona describe en el camino del discipulado o iniciación: “me quedan muchas cosas por deciros, pero ahora no podéis con ellas” (Cf. Jn 16,12). El tiempo del ESPÍRITU SANTO abre para el creyente una etapa que abarca todos los días de su vida, enhebrando las lecciones con los acontecimientos diarios y elevando a categoría los acontecimientos que marcan los hitos fundamentales del camino cristiano. No entramos ahora en la discusión de la edad más conveniente para la recepción del Sacramento del Bautismo, pero cuando tenemos que hacer referencia al proceso catecumenal damos por entendido que el candidato es un adulto. Para la etapa final del proceso catecumenal se reservaba la entrega del “Credo” y del “Padrenuestro”.; y esa recta final cuya meta es el Bautismo en la noche de la Vigilia Pascual era vivida con una especial intensidad.
La Iniciación Cristiana
La reforma litúrgica debida al Concilio Vaticano II dio como uno de sus frutos el rescate para nuestros tiempos del proceso catecumenal para acceder a los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Los candidatos adultos durante todo el tiempo del proceso catecumenal, asisten a la Santa Misa en la parte comprendida por la Liturgia de la Palabra, que una vez terminada da por concluida la presencia de los catecúmenos en la misma. Los candidatos están recibiendo catequesis, y la Liturgia de la Palabra es una forma solemne de celebrarla, pues el contenido específico del aprendizaje debe obtenerse de la catequesis en sí misma. Por tanto, los catecúmenos no conocen el “Credo” ni el “Padrenuestro”; y es, ahora, en su última Cuaresma antes del Bautismo cuando se les va a hacer entrega de estas dos piezas doctrinales, que asientan todo el edificio cristiano. Ahora la comunidad cumple aquellas palabras de JESÚS: “lo que os digo al oído, proclamadlo desde las azoteas; y lo que os digo en la noche, proclamadlo a pleno día” (Cf. Mt 10,27). No estamos dentro de una secta secreta, sino ante una religión que valora lo que tiene y lo ofrece con “temor y temblor” (Cf. 1Cor 2,3); O dicho con otras palabras: con la prudencia del buen pedagogo. Los verdaderos tesoros de la Iglesia no están en sus museos, construcciones espectaculares o bienes raíces: los tesoros de la iglesia están en las verdades que es capaz de custodiar y transmitir. El núcleo de las verdades entregadas a la Iglesia está en el “Credo” y el “Padrenuestro”. Muchos padres ya no recuerdan el Padrenuestro y del Credo no son capaces de articular dos verdades seguidas, de ahí que la pastoral de la Cuaresma mejoraría al insistir con énfasis en la renovación del Credo y del Padrenuestro para todos los que un día fuimos bautizados.
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El DIOS cristiano
El cristiano cree lo que reza, y ora a quien cree. Este movimiento reversible de ida y vuelta realiza el crecimiento espiritual del creyente. Se entiende cada vez mejor lo que se cree cuando es motivo para la oración; y ésta se vuelve más consciente en la medida de la contemplación del MISTERIO declarado en el Credo. Rezamos con el Padrenuestro, porque nos dirigimos con una conciencia creciente al PADRE, y estamos unidos a JESUCRISTO, en el Amor del ESPÍRITU SANTO. La raíz trinitaria de nuestra Fe la actualizamos en el corazón de nuestra conciencia cuando rezamos el Padrenuestro con la paz interior que ofrece haber cerrado la puerta a otros reclamos como dice JESÚS: “cuando vayas a orar, entra en tu aposento y cierra la puerta; y ora a tu PADRE, que está en lo secreto” (Cf. Mt 6,6). El Padrenuestro no dice nada, si no se le concede la importancia debida. El Padrenuestro no es una oración cualquiera, es la oración.
Conversión unilateral
Un buen número de nuestros buenos sacerdotes se empeñan en no ver más que una parte del contenido de la conversión, y se esfuerzan con denuedo por inculcar en sus fieles la necesidad y urgencia de una buena confesión. Encomiable esfuerzo, pero insuficiente mientras el penitente no rehaga la imagen amable de DIOS. La conversión es un giro de la vida hacia DIOS, que nos espera y ama entrañablemente, al que es necesario descubrir en cada recodo del camino, porque ÉL así lo quiere.
Entonces aparecerán de forma natural los impedimentos que obstaculizan la búsqueda y el encuentro. Mejores resultados daría la pastoral, si los esfuerzos fueran dirigidos a profundizar en el contenido del Credo, para rehabilitar en el corazón la imagen de DIOS, que los salteadores de caminos tratan de distorsionar e incluso robar. Es necesario convertir al Padrenuestro en un itinerario de oración, o en una verdadera escuela de oración; porque el diálogo con DIOS se aprende en la misma línea que apunta el sabio: “venid y os instruiré en el temor del SEÑOR” (Cf. Sb 1,27; Salmo 34,11). Es necedad prescindir del aprendizaje en la oración, cuando todos hemos tenido necesidad de aquella instrucción materna o paterna, que hoy de forma artificial denominamos despertar religioso. Somos especialistas en crear nombres rimbombantes que se quedan vacíos de contenido, porque el verdadero despertar religioso está en el seno familiar, y todo lo de alrededor es un complemento en el mejor de los casos. Claro que sí, el aprendizaje cristiano precisa del auxilio del ESPÍRITU SANTO, pues lo que se está manejando no son conceptos intelectuales para mentes preclaras e inteligentes dispuestas a sobresalir. La intelección de las cosas de DIOS las revela DIOS con las disposiciones personales adecuadas. Y en esta línea, el ESPÍRITU SANTO concede dones especiales para la enseñanza de sus cosas, y para ello baste repasar las cartas a los Corintios o la carta a los Efesios. Estamos sujetos a la repetición porque las cosas se olvidan: ¿cuántos motivos importantes que fueron vistos un día se han oscurecido, porque no se han ejercitado? Debemos aplicar en este punto la parábola de la moneda perdida recogida por san Lucas en su capítulo quince (Cf. Lc 15,8-10). Pero el asunto puede ser más preocupante, al no echar de menos algo que en un momento fue valioso.
Los tesoros del Templo de Jerusalén
Distintas incursiones egipcias en el territorio palestino, ocasionaron también el robo de los tesoros del Templo de Jerusalén. Cuando el poder militar y político se inclinó del lado de Babilonia, entonces fue esta potencia la que subyugó y cargó con impuestos a los israelíes, que al no cumplir con sus obligaciones impositivas contraídas se vieron definitivamente asediados por las tropas babilónicas de Nabuconodosor. Los tesoros del Templo fueron arramblados en su totalidad por el poder mesopotámico y arrasado el mismo Templo, con lo que los judíos perdieron el signo más emblemático de su creencia y religión. Entre los tesoros confiscados o robados estuvo, sin duda, el Arca de la Alianza que representaba la reliquia más valorada, pues en aquel propiciatorio de oro había tenido Moisés sus encuentro con YAHVEH cara a cara, cuando el Arca se encontraba itinerante con el Pueblo elegido por el desierto.
Los libros de las Crónicas
Otra manera de ver la Historia de Israel y el discurrir de la monarquía hasta la deportación a Babilonia, en el año quinientos ochenta y siete (a.C.). La primera lectura de hoy cierra el relato de los dos libros procedentes de la escuela cronista, que trata de resaltar la importancia del Pacto mesiánico con David. YAHVEH había establecido una Alianza con el Pueblo mediante Moisés, pero lo iniciado en el Sinaí con la entrega del Decálogo y la Ley tenía un contenido nuevo en la promesa dada a David, a través del profeta Natán (Cf. 1Cro 11-12). En este punto convergen las promesas que parten del mismo momento de la caída en el pecado, “la descendencia de la Mujer te pisará la cabeza cuando intentes morder su talón” (Cf. Gen 3,15); y continúa con Abraham, al que se le promete en su hijo Isaac el ser padre de una DESCENDENCIA con carácter de permanencia para siempre (Cf. Gen 22,16-18). La Casa de David permanecerá para siempre, y así se lo hace saber el Ángel a MARÍA: “tendrás un HIJO, al que pondrás por nombre JESÚS. Heredará el trono de David su padre, y reinará eternamente” (Cf. Lc 1,30-32). Las genealogías que encontramos en los libros de Crónicas constituyen el precedente de las genealogías registradas en Mateo y Lucas, con las que se busca insertar al MESÍAS en una continuidad histórica, que ofrezca razón de ser suficiente a la condición de Hijo del hombre, que encarna el MESÍAS enviado por DIOS a este mundo. La historia nunca acontece por motivos anónimos, pues las acciones están desencadenadas por la decisión de una persona o un grupo investidos del poder suficiente. Otra cosa bien distinta es que las acciones iniciadas desemboquen en un conjunto de consecuencias que no habían sido previstas en algunos casos. Esto último ofrece una composición caleidoscópica a la realidad. Un pequeño giro al caleidoscopio origina una serie de formas, que escapan a la previsión del que ejecuta la acción. Un objetivo conseguido por una acción no excluye un conjunto de efectos imprevistos, que pueden ser favorables o totalmente negativos. La parábola del trigo y la cizaña propuesta y explicada por JESÚS ilustra la naturaleza de la acción del hombre (Cf. Mt 13,24-30.36-43).
Ciro se convierte en un instrumento providencial
Cuando termina de escribirse el segundo libro de las Crónicas, Ciro el rey de Persia permite a los israelitas volver a su país y reconstruir su Templo con el fin de honrar a su DIOS (Cf. 2Cro 36,23). No obstante, el autor sagrado quiere señalar la acción absolutamente providencial de Ciro el rey de los persas: “YAHVEH me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha encargado que le construya un Templo en Jerusalén. Quien de entre vosotros sea su pueblo, vaya su DIOS con él y suba”.
Un pueblo rebelde
La Biblia se encarga una y otra vez de subrayar la rebeldía y contumacia del Pueblo elegido. Esta elección es misteriosa y no existe una respuesta razonable, sólo el Amor de DIOS aparece como causa de dicha elección (Cf. Dt 7,7-8). La preferencia realizada en el Amor está por encima de otras consideraciones, de ahí que ante tanta infidelidad por parte del Pueblo elegido la razón no encuentre apoyos para sostener los motivos de la elección. En estas circunstancias, Israel tenía una misión frente al mundo en general, que no siempre entendió: extender a todos los pueblos el tesoro providencial, con que YAHVEH lo había favorecido. La universalidad expresada por los profetas y el culto espiritual, de modo preferente, no fue atendido y esa cerrazón, junto con la idolatría, está en el fondo de todos sus males. Las Crónicas finalizan de forma sumaria: “el SEÑOR les mandó desde siempre avisos por medio de los profetas, porque tenía compasión de su Pueblo y de su morada; pero ellos se burlaron de los mensajeros de DIOS y despreciaron sus palabras, se mofaron de sus profetas, hasta que ya no hubo remedio”(Cf. 2Cro 36,15-16). Estos portadores de la revelación de DIOS, los mensajeros y los profetas, tenían el encargo de velar por la buena marcha de la responsabilidad contraída por los distintos monarcas, sobre los que pesa el compromiso de la línea davídica. La promesa de YAHVEH a David y a toda su casa o linaje obligaba a una fidelidad a la Antigua Alianza con la expectativa futura del MESÍAS liberador. José el esposo de MARÍA de la cual nació CRISTO era de la casa de David (Cf. Mt 1,20), pero la línea monárquica se había roto hacía mucho tiempo. Favorecido por este gran vacío el Pueblo judío deseaba con urgencia la aparición del MESÍAS de DIOS, que diese cumplimiento a lo dicho por los profetas y resolviese aquel estado de opresión social y política por la ocupación de Roma. El mesianismo de JESÚS será discutido y no todos lo aceptarán. La balanza se inclinará a favor de los que deciden su ejecución. La muerte de JESÚS revelará, de forma paradójica, que su mesianismo trasciende la liberación social y política, por lo que ÉL no había podido encarnar los modos humanos del poder. El mesianismo espiritual tenía que renunciar al poder político y religioso o teocrático. Los discípulos más próximos comenzaron a entender las características propias del mesianismo de JESÚS después de la Resurrección y la venida del ESPÍRITU SANTO, por tanto parece consecuente, que se diese una incomprensión generalizada en los sectores más amplios del Pueblo elegido. Aquellas espesas brumas que impedían ver a JESÚS no se han disipado a lo largo de los siglos, sin embargo tenemos siempre signos de la LUZ que brilla en las tinieblas.
El carácter bautismal del evangelio de san Juan
Una de las líneas que recorre todo el evangelio de san Juan es su carácter bautismal. La renovación por el agua y el ESPÍRITU es declarada a Nicodemo (Cf. Jn 3,5).La samaritana recibe una efusión del ESPIRITU SANTO, que calmará su verdadera sed:”si conocieras el Don de DIOS” (Cf Jn 4,10). El paralítico es curado en la piscina de Betesda por JESÚS que representa el agua que regenera la enfermedad del hombre (Cf. Jn 5,1-9). El ciego de nacimiento recobra la luz de su ojos al lavarlos en la piscina de Siloé (Cf. Jn 9,7). La revivificación de Lázaro, entre otras cosas, expresa de forma elocuente el misterio de muerte y resurrección operado en el Bautismo (Cf. Jn 11). Estos textos del cuarto evangelio nos servirán en el tiempo de Pascua para realizar las catequesis mistagógicas, que esclarecen por sí mismas los misterios profundos contenidos en los sacramentos de la Iniciación Cristiana. La contemplación de estos textos en el tiempo pascual nos hacen más receptivos a las gracias que un día recibimos y permanecen operantes en nuestro camino cristiano. Ahora en el tiempo de Cuaresma las consideraciones sobre el Bautismo nos ayudan a vincularlas de manera estrecha al camino de Cruz. Los tesoros de Gracia que vamos a recoger en la Pascua tienen un caro precio: la sangre de JESUCRISTO (Cf. Hb 12,24). En el tiempo de Pascua celebramos en adoración y alabanza, lo que ahora contemplamos en su vertiente dolorosa y sufriente. El bautismo por el agua y el ESPÍRITU SANTO ha tenido un preámbulo: el bautismo de sangre del propio JESUCRISTO. A este bautismo de sangre se han unido todos los mártires de la Iglesia, que han dado su vida confesando a JESÚS como su único SALVADOR.
En la clandestinidad
Nicodemo va de noche para encontrarse con JESÚS, al Huerto de Getsemaní (v.1). En este evangelio aparece alguna otra vez, y de modo especial al final cuando va con José de Arimatea a dejar el cadáver de JESÚS en un sepulcro nuevo, en el que nadie había sido enterrado. Para ese cometido llevaron los ungüentos convenientes, con objeto de embalsamar con celeridad, pues estaba a punto de entrar el descanso sabático al atardecer del viernes previo a aquel sábado que lo era de Pascua. Entonces Nicodemo dio la cara, salió de la clandestinidad; pero habría de realizar un camino de unos tres años. Sin duda que hubo un grupo de “nicodemos”, es decir, de discípulos de JESÚS que recibieron su Palabra y la vivieron sin publicidad. JESÚS respeta siempre los ritmos de Fe y proximidad que una persona decide con respecto a ÉL. En los evangelios existen distintos tipos de creyentes, y no se propone un modelo estándar.
Nicodemo es un hombre de DIOS, y sabe que JESÚS no es alguien normal y corriente, “pues nadie puede realizar las obras que ÉL hace, si DIOS no está a su favor” (v.2). Pero JESÚS propone las señales realizadas en el Templo como signos de realidades profundas, que trasforman el corazón del hombre: “te lo aseguro, el que no nazca de agua y de ESPÍRITU no puede entrar en el Reino de DIOS” (v.5). Son importantes los signos manifestados -curación de ciegos y paralíticos- en la medida que visibilizan el Reino de DIOS presente ya y accesible a los que se han renovado por la conversión personal y la acción del ESPÍRITU SANTO. De forma inmediata, JESÚS propone a Nicodemo el núcleo de su Evangelio: el Reino de DIOS. El que “nace del ESPÍRITU” nace de DIOS y no tiene lugar físico de procedencia, pues se trata de alguien que es tocado por el MISTERIO de DIOS: “no sabes de dónde viene ni a dónde va” (v.9).
JESÚS anuncia la Cruz
“Lo mismo que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que cree tenga por ÉL vida eterna” (v.14). En dos sentidos se dice el “ser levantado de la tierra”: se está aludiendo a su muerte en Cruz y al hecho mismo de su Resurrección. La serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto (Cf. Nm 21,8-10) libró a los israelitas del veneno de las serpientes que los picaban. Esto representa una analogía del efecto salvador para todos los que miran al CRUCIFICADO, que son librados del veneno del pecado. Mirar es equivalente a creer en este versículo. Quien cree en JESÚS como el único SALVADOR está realmente viendo y contemplando al CRUCIFICADO. Aquí estará la prueba de fuego para Nicodemo y todos los seguidores de JESÚS. El evangelista san Juan no deja en ninguna ocasión de mantener conjuntas las dos realidades: el CRISTO humillado y el CRISTO exaltado. El que ve a JESÚS humillado en el madero de la Cruz como el SEÑOR de la vida y de la muerte está contemplando la realidad de los hechos. Tanto es así, que la señales fidedignas del RESUCITADO estarán en sus propias llagas: “aquí tienes mis manos trae tu dedo e introdúcelo en ellas, trae tu mano y métela en mi costado” (Cf Jn 20,27). Las palabras de JESÚS a Tomás mantienen todo el realismo de un cuerpo que ostenta las señales de una crucifixión. El poder de atracción de la Cruz es idéntico a su poder de sanación y transformación de la realidad para todos los tiempos. No se puede perder de vista este carácter universal de la acción redentora de JESÚS operativa en cualquier época.
El Amor de DIOS
“Tanto amó DIOS al mundo, que entregó a su HIJO, para que todo el que crea tenga vida eterna” (v.16). La audacia de DIOS fue tan arriesgada como su mismo AMOR: sin medida. El HIJO viene a este mundo entregado por el PADRE, que no piensa mover un dedo para librarlo de las decisiones acertadas o equivocadas hacia su propio HIJO. La Redención vuelve a ser un asunto que se dirime en el campo de la toma de decisiones libres por parte de los hombres, cuyo nivel de aceptación o rechazo va a repercutir en el propio HIJO de DIOS y en la humanidad en su conjunto. Desde este momento el hombre, cada hombre escribe su destino: la posición ocupada con respecto a JESÚS determina el propio destino y el de la humanidad. El reto se mantiene después de veinte siglos, aunque la misteriosa acción de la Cruz de JESÚS permita a DIOS actuar misericordiosamente en corrientes más profundas que el propio rechazo y pecado del hombre. JESÚS soportó nuestras iniquidades y pronunció una sentencia absolutoria con carácter irrevocable: “perdónalos SEÑOR, que no saben lo que hacen” (Cf. Lc 23,34). El AMOR del HIJO en la Cruz se igualó con el mismo desprendimiento del PADRE, que entregó a su HIJO al mundo. Nadie podrá sacar a la acción de DIOS en JESUCRISTO del escenario más horrible de la acción humana. La sangre de JESUCRISTO circula por las venas de la humanidad, y esta sangre es justicia ante DIOS que libera al hombre.
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El juicio de DIOS
“DIOS no ha enviado a su HIJO al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por ÉL” (v.17). No sabemos a ciencia cierta cuál es la capilaridad espiritual de los hombres a la hora de servir de microcanales de la sangre de CRISTO en este mundo. Pero podemos asegurar que en virtud de esa sangre redentora existen multitud de “cristos” en este mundo en estado de gran debilidad y abajamiento. Como en el antiguo Egipto, el Ángel del SEÑOR pasa de largo cuando ve las jambas de nuestras puertas signadas con la sangre del verdadero CORDERO de DIOS. El juicio de DIOS se detiene ante la sangre de su propio HIJO, en la que estamos inmersos al participar por el Bautismo y la Eucaristía de su misma vida. “La vida eterna” mora en nosotros de forma compatible con la indigencia propia de la condición humana, pues así reproducimos de nuevo al CRISTO débil y sufriente, que nos ha librado de la condena dada por la justicia de no sobreabundar su Misericordia. Si DIOS hubiera mandado a su HIJO a examinar a los hombres con la medida exclusiva de su santidad, ¿quién se salvaría?
El poder transformador de la Fe
“El que cree en el HIJO no es juzgado, pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del HIJO único de DIOS” (v.18). JESÚS establece dos campos después de su manifestación a los hombres: un sector en el que reina la Misericordia y otro sector donde rige la anomalía del caos con apariencia de libertad. Quien cree acepta el juicio de la Misericordia, pues mira al CRUCIFICADO como los israelitas en el desierto miraban a la serpiente de bronce para ser curados del veneno de la serpiente. Fuera de la misma comunión con el HIJO mediante la Fe, sólo cuenta la ficción que devuelve al hombre a la gran mentira, que conduce a la gran condena. Más adelante, en este evangelio, JESÚS dirá: “si fueráis discípulos míos, conoceríais la Verdad, y la Verdad os haría libres” (Cf. Jn 8,31). De forma rotunda, JESÚS afirma que el axioma de la libertad tan buscada en nuestro tiempo, sólo se puede vivir de acuerdo con la Verdad. Y la Verdad evangélica no es un postulado, una teoría o una construcción lógica: la Verdad evangélica es JESUCRISTO. Si la justicia no está en la Verdad nunca habrá justicia y el hombre sufrirá distintos tipos de condena, de acuerdo con las arbitrarias varas de medir aplicadas por la justicia de situación. No ocurre tal cosa cuando el hombre acepta la justificación dada por la acción misericordiosa de JESÚS, pues en ella el hombre se ve amparado por el que lo redimió y actúa de abogado en su favor. La pregunta, pues, por la Verdad es en realidad la pregunta por una persona: ¿quién es la VERDAD?
LUZ y tinieblas
La Creación, en el primer relato del Génesis, llega con éxito a su término, porque DIOS en el primer día “separa la luz de las tinieblas” (Cf. Gen 1,1-5). Las tinieblas no tienen derecho en parte alguna de la Creación de DIOS, pero el hombre por sus obras puede darles cabida y protagonismo. DIOS termina su Creación, dentro del primer relato, concluyendo que todo lo realizado era “muy bueno” (Cf. Gen 1,31). La LUZ vuelve a manifestarse para llevar adelante una nueva creación de un orden distinto a la primera, porque se trata de concluir con unos “nuevos cielos y una nueva tierra” (Cf. Ap 21,1). Las obras de los hombres no llegan por su parcialidad a originar opción radical desde un principio, pero es cierto que la consecución persistente en una línea de acciones configura una personalidad espiritual, que determina el propio juicio personal. Terrible sentencia la que la persona en el ejercicio de su libertad puede darse a sí mismo: “el juicio está en que vino la LUZ al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la LUZ , porque sus obras eran malas; pues todo el que obra el mal no va a la LUZ, porque aborrece la LUZ, para que no sean censuradas sus obras” (v.19-20). La gran LUZ deja que algunos de sus rayos iluminen parcialmente, pero con suficiencia las propias acciones, de modo que la corrección sea posible. La persistente lucha contra la voz de la conciencia, que vibra con la luz recibida puede llegar a eliminar su sensibilidad espiritual al adoptar otros códigos o modelos distintos de los propuestos por JESÚS. Cuando la conciencia reconoce las obras malas o deficientes, le queda el recurso de la humillación y la petición de perdón: “humíllate ante el SEÑOR, y ÉL te levantará” (Cf. St 4,10). La humildad soporta la LUZ para reconocer las propias deficiencias. La satanización viene a ser la polarización del hombre en el mal por el impulso de las obras realizadas, que las asume como inseparables de su identidad, y quiere que lo acompañen para siempre. Este destino nefasto es el que JESÚS, el HIJO de DIOS quiere evitar para los hombres. Su encargo es transmitir “Vida, y Vida en abundancia” (Cf. Jn 10,10)
Orientarse hacia la LUZ
“El que obra la verdad se acerca a la LUZ, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según DIOS” (v.21). El examen de conciencia encierra la acción de gracias por los dones recibidos. Examinar la conciencia es lo mismo que repasar lo hecho, dicho pensado y sentido, a lo largo de un día, o del margen de tiempo que consideremos oportuno. Nos hemos inclinado a realizar el examen de la vida para determinar los fallos, los errores y los pecados, cosa por otra parte necesaria; pero no es suficiente. En este versículo, JESÚS dice que debemos acercarnos a la LUZ, porque las obras son buenas. El acercamiento a la LUZ por lo hecho positivamente no viene a realizar un ejercicio de justificación personal, pues eso sería del todo contraproducente. El profundo agradecimiento al SEÑOR por darnos la posibilidad de obrar el bien es la respuesta adecuada al don recibido. El cristiano que así proceda no necesita preocuparse por la autoestima, pues ha depositado todo su reconocimiento en el SEÑOR, que hace brillar sus obras.
San Pablo, carta a los efesios 2,4-10
Esta carta podría ir dirigida a cualquiera de las comunidades fundadas por el apóstol, tan sólo bastaría con modificar el encabezamiento y la despedida con los saludos finales, que van dirigidos a personas conocidas para los destinatarios. El cuerpo doctrinal de esta carta prescinde de circunstancias concretas como ocurre en el caso de las cartas a los Corintios, o las dirigidas a los Tesalonicenses. Por otra parte, también estos escritos ofrecen una doctrina que alimenta a cualquiera de los grupos cristianos en consonancia con la evangelización de san Pablo. Los versículos que contiene la segunda lectura de este domingo mantienen líneas doctrinales comunes con otras cartas del apóstol: el destino de los gentiles a la salvación, la gratuidad de la Salvación, la Fe como requisito para la Salvación y las obras propias de la Fe que la confirman. No es menos importante la dimensión eclesial de esta carta, que ofrece un fondo de organización basada en la acción del ESPÍRITU SANTO que jerarquiza y confiere los carismas necesarios para que en todo momento las comunidades estén provistas de los bienes espirituales y de la protección debida frente a las fuerzas espirituales disolventes o demoniacas. No es de orden menor contextualizar la vida de las comunidades cristianas, y entre ellas las de Éfeso, dentro de la fuerte tensión frente a las fuerzas del Mal o del Maligno; pues plantearlo de otra forma sería desaprensivo y negar la acción exorcista del Cristianismo que va implícita en su misma implantación.
“A vosotros que estabáis muertos en vuestros delitos y pecados; en los cuales vivíais según el proceder de este mundo según el Príncipe del imperio del aire: espíritu que vive en los rebeldes” (v.1-2). Este argumento va recorriendo toda la carta hasta llegar a su final, en que el apóstol advierte que “nuestra lucha no es contra los poderes de este mundo, sino contra los poderes demoniacos que habitan en las regiones etéreas” (Cf. Ef 6,12). JESUCRISTO es la Cabeza de un cuerpo jerárquico, en el que las fuerzas del Maligno están sometidas, y gracias a ello los gentiles pueden encontrar la Salvación, que tiene esta mediación eclesial. El poder exorcizante de CRISTO sigue actuando en la comunidad cristiana que tiene a JESUCRISTO por Cabeza y dador del ESPÍRITU SANTO. Muchos de los cristianos de Éfeso se veían reflejados en estas palabras del apóstol, pues las fuertes cadenas espirituales de los cultos paganos combinados con toda suerte de desenfreno, daban confirmación a las palabras del apóstol. Sólo un poder espiritual muy superior pudo liberar a muchos efesios de las garras de los cultos idolátricos y de la prostitución sagrada con toda la cadena de excesos derivados. Asistimos en estas primeras décadas del Cristianismo a una prolongación de la acción del ESPÍRITU SANTO en Pentecostés, pues los asideros humanos eran mínimos y mucho mayor la dependencia del poder del SEÑOR.
“Pero DIOS, rico en Misericordia, con el gran Amor con que nos amó; estando nosotros muertos por nuestros delitos nos vivificó juntamente con CRISTO” (v.4) Desde el principio hasta el final, la Redención ha sido querida por el PADRE, que nos ha pensado desde siempre en su infinita Misericordia. DIOS que no ha perdonado a los Ángeles caídos, tuvo Misericordia de los hombres. (Cf. Jds 1,6). Este es un gran misterio que los Ángeles fieles ansían desvelar. Ante el misterio de DIOS sólo queda la adoración. Se puede establecer una línea aceptable que une la justicia con la santidad y el amor; pero DIOS introduce una variable que da complejidad a su misma acción : se trata del perdón de la culpa, que abre paso a la misericordia. Pero, además, establece un perdón selectivo: la insignificancia humana puede ser perdonada en sus trasgresiones; pero la rebeldía angélica no encuentra reconciliación. Arduo asunto, que obtienen alguna respuesta apelando a la gran diferencia de conciencia entre el ángel y el hombre, pero las explicaciones no satisfacen a todos, y permanece la cuestión a las puertas del MISTERIO.
“Por Gracia habéis sido salvados” (v.5). La victoria de “CRISTO sentado a la derecha de DIOS “ (v.6) es nuestra propia victoria, pues en CRISTO vence Adán, vence el hombre a las fuerzas diabólicas del pecado. Para san Pablo el pecado no es sólo una trasgresión ética, sino una auténtica cadena espiritual, que ata al hombre en las mazmorras de Satanás. CRISTO tiene el poder porque está a la “derecha de DIOS” y lo aplica dando la libertad a sus hermanos los hombres. “Hemos sido salvados por la Gracia mediante la Fe” (v.8), que pone en movimiento todo el tesoro de bendiciones espirituales y celestiales (Cf. Ef 1,3). La Fe en sí misma es un don gratuito: nada tiene el hombre para granjearse la unión con DIOS otorgada por la Fe. La Fe es confianza filial,; y, por tanto, no una simple especulación por la que se acepta la necesidad intelectual de la existencia de DIOS. No es poca cosa esto último, pero no es el contenido de la Fe que salva. “La Fe tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe” (v.9). La exacta pasividad de la Fe permite a DIOS iniciar la obra más importante para nosotros: el inicio de una nueva criatura en CRISTO, que reconoceremos de forma acabada cuando nos encontremos con DIOS cara a cara (Cf. 1Cor 13,12). Como sabemos, san Juan lo dice de otra forma: “vino a los suyos, pero no lo recibieron; pero a cuantos lo recibieron les dio poder para ser hijos de DIOS, si creen en su NOMBRE” (Cf. Jn 1,11-12). La Gracia no deshumaniza, sino que perfecciona; por tanto el que ha sido hecho una nueva criatura por el Bautismo tiene por delante una tarea destinada a materializar el Reino de DIOS en este mundo. Estas acciones cotidianas, que mantienen tal finalidad exteriorizan el mundo nuevo que va renovándose interiormente por la acción de la Gracia. El cristiano está llamado a dignificar lo que toca y elevarlo a la categoría dispuesta por el Creador. Lo contrario sería quebrar la armonía personal con el entorno y provocar el fracaso parcial de la obra de DIOS. “Hechura suya somos, creados en CRISTO JESÚS, en orden a las buenas obras que de ante mano dispuso DIOS que practicáramos” (v.10). Para la contemplación que nos dispone de rodillas ante el MISTERIO: en el comienzo se dice que el hombre esta hecho “a imagen y semejanza de DIOS (Cf. Gen 1,26); y en JESUCRISTO el hombre se hace DIOS. La insignificancia humana llega a la interioridad de la TRINIDAD. ¿Sería esto último lo que provocó la rebeldía del Ángel caído y su odio ancestral contra todo hombre?