Iniciamos el tiempo de Pascua, un acontecimiento central de la vida de la Iglesia; por un lado, celebramos la alegría de la Resurrección, pero también, recordamos ese periodo de gestación de la Iglesia; el caminar de aquellos seguidores de Jesús con una presencia suya distinta. Aquellos discípulos necesitaron un tiempo prolongado para asumir la ausencia física de su Señor y disponerse para recibir el Espíritu Santo. A través de las apariciones del Señor, les seguirá confirmando en la fe y los seguirá instruyendo para enviarlos a su misión.
“¡Jesús ha resucitado!, ¡aleluya, aleluya!”
La alegría de los cristianos al recordar y celebrar este día, es desbordante. La Resurrección de Jesús nos hace recordar que la pasión y muerte tienen un sentido transitorio, no podemos quedarnos en la pasión, en el sufrimiento, en la derrota humana. Jesús triunfa sobre la muerte; allí donde todos veían fracaso, Jesús muestra el triunfo.
La Resurrección no es fácil comprenderla y menos lo fue para aquellos seguidores de Jesús, que se encontraban aturdidos por los acontecimientos recientes vividos por su Maestro y el dolor estaba a flor de piel, temían ser descubiertos por los judíos, se lamentaban en su interior por sus actitudes en la hora definitiva con su Maestro. Se mirarían unos a otros con vergüenza; aquella valentía que Pedro había proclamado un día, ahora se había transformado en cobardía… de allí que estuvieran encerrados, nadie se atrevía a ver el futuro y decidirse a hacer algo diferente que estar encerrados.
Hoy lo que el Evangelista san Juan nos presenta, es la experiencia de tres seguidores de Jesús ante la “tumba vacía”. Recordemos que existen dos elementos que la Iglesia ha tomado como signo de la Resurrección,
estos son: “la tumba vacía” y “las apariciones del Resucitado”; pero lo esencial es la experiencia, la actitud de aquellos seguidores de Jesús.
Imaginemos la situación que estaban viviendo: La aprehensión y el juicio, la pasión y la muerte en cruz, la sepultura del amigo, del Maestro, del Profeta; son acontecimientos que tuvieron que agolparse en la mente de aquellos seguidores más cercanos; sobre todo, la actitud que habían tenido para su persona en la hora definitiva, allí donde se ocupaba mostrar la adhesión a su persona y a su mensaje, ellos habían corrido para salvar la vida. Aquella vida que durante tres años había adquirido un sentido y lo habían dejado todo para estar con Él, ahora se veía truncada por un fracaso humano, ya no estaba el que los había convocado. El aturdimiento los había llevado a la desorientación y permanecían encerrados, no sólo en un cuarto, sino también en su propia mente.
María Magdalena es la que toma la iniciativa de salir de aquel lugar para visitar la tumba de su Maestro. Podemos afirmar que sigue llorando a Jesús; en medio de la oscuridad y del miedo, con paso lento, se encamina para llorar junto a la tumba de Aquel en el que había puesto tantas esperanzas. La fuerza de la búsqueda de María era el amor a su Señor; pero lo que encuentra es la “tumba vacía”, y las dudas se agolpan en su mente, “¿se lo habrán robado?” “¿dónde lo habrán puesto?” “¿por qué cambiarlo de lugar?” “¿No se habían conformado con darle muerte, para qué deseaban desaparecer su cuerpo?”. Tantas preguntas sin respuestas, sólo atina a salir corriendo a contarlo, a hacer partícipe a sus seguidores de lo que ha sucedido. Llega hasta el lugar donde estaban algunos de los discípulos recluidos por miedo a los judíos, llega con otra noticia desconcertante: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”. Aquella noticia debió caer como balde de agua fría, debió despabilarlos y moviliza a dos discípulos; aquella noticia les quita los temores, los miedos y salen corriendo para cerciorarse de lo que acababan de escuchar. Al llegar a la tumba, ¿qué fue lo que vieron?: La piedra removida, los lienzos puestos en el suelo, el sudario doblado en sitio aparte y la ausencia del cuerpo. Un hecho que a María Magdalena la llevó a pensar que se
habían robado el cuerpo. De Pedro, no sabemos qué haya pensado. Del otro discípulo, que era san Juan, se dice: “Vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras”. Fue el único de los tres que recordó lo anunciado en las Escrituras, que Jesús debía resucitar de entre los muertos. El ver lo llevó a creer.
El Evangelio nos recuerda que los tres primeros testigos de la resurrección de Jesús, tuvieron que dejar sus miedos y salir a buscarlo corriendo. No se habla de la persona del Resucitado, se narra “la tumba vacía”, una experiencia que tiene reacciones distintas: María Magdalena corre a contarlo; Pedro ve y quizá las dudas se acrecientan en su mente; el discípulo amado “vio y creyó”. Pascua es correr a buscar al Señor, es tener prisa por salir al encuentro. Pascua es movimiento, es despabilarnos de la monotonía ordinaria, es alegría, es camino…
Hermanos, cuando perdemos a un ser querido lo sepultamos y lloramos junto a sus restos; en esas tumbas por sencillas que sean, colocamos los cuerpos para que vuelvan al polvo. En nuestros tiempos, enterrar un ser querido parece que va siendo cada vez más una gracia; el contar con una tumba pareciera que trae tranquilidad. Lo digo por tantas madres y padres de familia que buscan, que lloran por no tener el cuerpo de su hijo y que suplican tener al menos un pedacito de sus huesos para darle cristiana sepultura y poder llorar junto a él. Cuánto dolor para las familias que no encuentran a sus hijos, ¿cuántas fosas clandestinas se seguirán descubriendo? ¿cuántos centros de exterminio?
El acontecimiento de la Resurrección de Jesús es un NO rotundo a la impunidad y a la violencia. Jesús no resucita para reivindicar su muerte, sino para proclamar que la vida plena es la voluntad de Dios. Dios resucitando a Jesús, ha abierto para todos los seres humanos las puertas de la esperanza, demostrando que es más fuerte que todas las muertes, que no hay muerte ni mal que pueda con sus propósitos de vida
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Felices Pascuas de Resurrección! para todos.
Iniciamos el tiempo de Pascua, un acontecimiento central de la vida de la Iglesia; por un lado, celebramos la alegría de la Resurrección, pero también, recordamos ese periodo de gestación de la Iglesia; el caminar de aquellos seguidores de Jesús con una presencia suya distinta. Aquellos discípulos necesitaron un tiempo prolongado para asumir la ausencia física de su Señor y disponerse para recibir el Espíritu Santo. A través de las apariciones del Señor, les seguirá confirmando en la fe y los seguirá instruyendo para enviarlos a su misión.
“¡Jesús ha resucitado!, ¡aleluya, aleluya!”
La alegría de los cristianos al recordar y celebrar este día, es desbordante. La Resurrección de Jesús nos hace recordar que la pasión y muerte tienen un sentido transitorio, no podemos quedarnos en la pasión, en el sufrimiento, en la derrota humana. Jesús triunfa sobre la muerte; allí donde todos veían fracaso, Jesús muestra el triunfo.
La Resurrección no es fácil comprenderla y menos lo fue para aquellos seguidores de Jesús, que se encontraban aturdidos por los acontecimientos recientes vividos por su Maestro y el dolor estaba a flor de piel, temían ser descubiertos por los judíos, se lamentaban en su interior por sus actitudes en la hora definitiva con su Maestro. Se mirarían unos a otros con vergüenza; aquella valentía que Pedro había proclamado un día, ahora se había transformado en cobardía… de allí que estuvieran encerrados, nadie se atrevía a ver el futuro y decidirse a hacer algo diferente que estar encerrados.
Hoy lo que el Evangelista san Juan nos presenta, es la experiencia de tres seguidores de Jesús ante la “tumba vacía”. Recordemos que existen dos elementos que la Iglesia ha tomado como signo de la Resurrección,
estos son: “la tumba vacía” y “las apariciones del Resucitado”; pero lo esencial es la experiencia, la actitud de aquellos seguidores de Jesús.
Imaginemos la situación que estaban viviendo: La aprehensión y el juicio, la pasión y la muerte en cruz, la sepultura del amigo, del Maestro, del Profeta; son acontecimientos que tuvieron que agolparse en la mente de aquellos seguidores más cercanos; sobre todo, la actitud que habían tenido para su persona en la hora definitiva, allí donde se ocupaba mostrar la adhesión a su persona y a su mensaje, ellos habían corrido para salvar la vida. Aquella vida que durante tres años había adquirido un sentido y lo habían dejado todo para estar con Él, ahora se veía truncada por un fracaso humano, ya no estaba el que los había convocado. El aturdimiento los había llevado a la desorientación y permanecían encerrados, no sólo en un cuarto, sino también en su propia mente.
María Magdalena es la que toma la iniciativa de salir de aquel lugar para visitar la tumba de su Maestro. Podemos afirmar que sigue llorando a Jesús; en medio de la oscuridad y del miedo, con paso lento, se encamina para llorar junto a la tumba de Aquel en el que había puesto tantas esperanzas. La fuerza de la búsqueda de María era el amor a su Señor; pero lo que encuentra es la “tumba vacía”, y las dudas se agolpan en su mente, “¿se lo habrán robado?” “¿dónde lo habrán puesto?” “¿por qué cambiarlo de lugar?” “¿No se habían conformado con darle muerte, para qué deseaban desaparecer su cuerpo?”. Tantas preguntas sin respuestas, sólo atina a salir corriendo a contarlo, a hacer partícipe a sus seguidores de lo que ha sucedido. Llega hasta el lugar donde estaban algunos de los discípulos recluidos por miedo a los judíos, llega con otra noticia desconcertante: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”. Aquella noticia debió caer como balde de agua fría, debió despabilarlos y moviliza a dos discípulos; aquella noticia les quita los temores, los miedos y salen corriendo para cerciorarse de lo que acababan de escuchar. Al llegar a la tumba, ¿qué fue lo que vieron?: La piedra removida, los lienzos puestos en el suelo, el sudario doblado en sitio aparte y la ausencia del cuerpo. Un hecho que a María Magdalena la llevó a pensar que se
habían robado el cuerpo. De Pedro, no sabemos qué haya pensado. Del otro discípulo, que era san Juan, se dice: “Vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras”. Fue el único de los tres que recordó lo anunciado en las Escrituras, que Jesús debía resucitar de entre los muertos. El ver lo llevó a creer.
El Evangelio nos recuerda que los tres primeros testigos de la resurrección de Jesús, tuvieron que dejar sus miedos y salir a buscarlo corriendo. No se habla de la persona del Resucitado, se narra “la tumba vacía”, una experiencia que tiene reacciones distintas: María Magdalena corre a contarlo; Pedro ve y quizá las dudas se acrecientan en su mente; el discípulo amado “vio y creyó”. Pascua es correr a buscar al Señor, es tener prisa por salir al encuentro. Pascua es movimiento, es despabilarnos de la monotonía ordinaria, es alegría, es camino…
Hermanos, cuando perdemos a un ser querido lo sepultamos y lloramos junto a sus restos; en esas tumbas por sencillas que sean, colocamos los cuerpos para que vuelvan al polvo. En nuestros tiempos, enterrar un ser querido parece que va siendo cada vez más una gracia; el contar con una tumba pareciera que trae tranquilidad. Lo digo por tantas madres y padres de familia que buscan, que lloran por no tener el cuerpo de su hijo y que suplican tener al menos un pedacito de sus huesos para darle cristiana sepultura y poder llorar junto a él. Cuánto dolor para las familias que no encuentran a sus hijos, ¿cuántas fosas clandestinas se seguirán descubriendo? ¿cuántos centros de exterminio?
El acontecimiento de la Resurrección de Jesús es un NO rotundo a la impunidad y a la violencia. Jesús no resucita para reivindicar su muerte, sino para proclamar que la vida plena es la voluntad de Dios. Dios resucitando a Jesús, ha abierto para todos los seres humanos las puertas de la esperanza, demostrando que es más fuerte que todas las muertes, que no hay muerte ni mal que pueda con sus propósitos de vida
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Felices Pascuas de Resurrección! para todos.