Pareciera ser que para los gobiernos de las naciones tener el control y manejo sobre su propia moneda debería de ser una facultad obvia para mantener su economía sobre el rumbo deseado a través de la política monetaria, conjunto con la capacidad de emitir créditos, bonos y otros instrumentos financieros para permitir aumentar la inversión en industrias críticas. Aunque a muchos no les guste oírlo, sobre todo a los liberales de hueso colorado, todas las economías son planeadas. Esto no a de confundirse con centralización o estatización, el Estado puede dirigir su futuro económico en armonía con la iniciativa privada, limitando su intervención en asuntos de extrema importancia o por causas de fuerza mayor, manteniéndose al margen de un organismo regulador de los agentes que mantienen relaciones de trabajo, ingreso y propiedad.
Pero esto no ocurre así, al menos no en la mayoría de los casos, siendo el ejemplo más reconocido lo que ocurre en Estados Unidos y su Reserva Federal. Como se explicó en el articulo anterior sobre la advertencia del P. Charles Coughlin, la usura es la gran cadena que esclaviza a millones de ciudadanos mediante el crédito y la inflación, viéndose beneficiados aquellos que tienen el poder sobre los billetes cuya potestad escapa a las manos del congreso y, por ende, del pueblo.
Y este conflicto no acaba solo con eso, además de imprimir cantidades arbitrarias de papel moneda para satisfacer las necesidades de las entidades financieras también hay que apuntar que este dinero no llega a las manos de quienes necesitan una inversión para crecer sus pequeñas y medianas empresas, condenando a estos a endeudarse a un interés ridículo o castigado a nunca crecer con pocas posibilidades de competir.
La teoría cuantitativa de la moneda se ha convertido, desde hace un par de siglos, en la ley que rige al comportamiento de los Estados frente a la emisión y control de su medio principal de intercambio. La teoría afirma que el nivel de precios de la economía está determinado por la relación entre la producción de bienes y servicios y el caudal monetario (Es decir, el dinero en circulación). Hasta acá esto podría parecer bastante congruente, pero las presuposiciones siguientes no acaban por ser convincentes del todo: que la inflación o deflación se explican como un fenómeno exclusivamente monetario y que la oferta monetaria debería ser regida a través del interés, indicador establecido por los bancos y que señala el valor de la moneda.
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El monetarismo iría más lejos con sus afirmaciones al manifestar que el gobierno debería mantener al margen de la demanda monetaria de los particulares, aumentando la cantidad de moneda circulante arbitrariamente según el crecimiento económico general. También declara que la inversión estatal solo puede realizarse a través de la política fiscal para evitar la inflación y que los bancos y financieros son los que deberían, a través del interés, mantener la estabilidad monetaria a toda costa. Estás políticas son la causa principal, y no tan reconocida, de la inflación imparable y el desempleo que parece “normal” a toda economía de mercado (Por ello el concepto de Tasa Natural de Desempleo (NAIRU) acuñado por Friedman).
Sin embargo, el equilibrio entre producción y oferta monetaria si puede lograrse sin tener que hacer sacrificios con la inflación o el desempleo. Walter Beveraggi, en su libro Teoría Cualitativa del Moneda, propuso un modelo alternativo a la ortodoxia en política monetaria. Para el tanto la oferta monetaria como la producción deben en primer lugar dividirse en dos sectores: el publico y el privado. Esto siguiendo la lógica de que el Estado es un proveedor de servicios en su mayoría, mientras que el sector privado es un proveedor de bienes. En segunda instancia, cada rubro debe dividirse según el sector productivo, es decir, actividad agrícola, industrial, minera, pesquera, etc. Esto provee una visión económica mucho más amplia que simplemente hablar de una “demanda global”, permitiendo atender los sectores críticos aumentando su masa monetaria respaldada con el aumento de la producción.
Este nuevo enfoque nos posibilita para lograr objetivos que parecieran una locura para los pensadores ortodoxos: brindar al gobierno la facultad de emitir moneda sin recurrir a los impuestos ni provocando inflación, reducir las tasa de interés para permitir el desarrollo económico de las empresas en crecimiento, disminuir el desempleo al no existir un “tope” monetario para la vida económica, y por último, mantener una estabilidad de precios sin políticas arbitrarias eliminando ese impuesto invisible que merma los ahorros e ingresos de los trabajadores, cuyo consumo se mantiene constante.