Homilia del obispo de Campeche en el domingo XXIV T.O.

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El sacerdote asume la triple misión de Cristo: Profética, litúrgica y regia. Ustedes, como sacerdotes ungidos del Señor deberán: ser mensajeros, fieles anunciadores de la Buena Nueva; generosos dispensadores y testigos auténticos de los misterios de Dios. Aprenderán a cultivar un corazón de pastores al estilo de Jesús, y ser infatigables ministros de la comunión y guías seguros en la doctrina del pueblo sacerdotal. A esta misión, les invita el Señor con esta unción.

Jesús mismo les interroga: ¿me amas? Si la respuesta es “Sí”, entonces les confiará su rebaño: “Apacienta a mis ovejas”. Hay que amar para pastorear. Para apacentar hay que dar la vida; y para dar la vida hay que amar hasta el extremo (cf. Jn 10,17). Con el amor, los compromisos sacerdotales adquieren un nuevo relieve. San Juan Crisóstomo asevera: “sin el amor, son inútiles todos los dones de Dios”.

La Iglesia ha considerado, en su sabia experiencia, que, junto con la llamada a la vocación sacerdotal, Dios da el don del celibato por el Reino de los Cielos a los llamados (Cf. Mt 19,11). El celibato es un signo de responsabilidad, sin límites, a Jesús y a su Iglesia.

En ciertos círculos, incluso católicos, el celibato ha sido muy cuestionado. En otros, de facto, ha sido desplazado del horizonte normal de vida. “Si pierdes el sentido sobrenatural de tu vida, tu caridad será filantropía; tu pureza, decencia; tu mortificación, simpleza; tu disciplina, látigo; y todas tus obras estériles”, expone José María Escrivá. (3).

Cristo fue el hombre consagrado por el Padre para estar orientado, por completo, hacia Él y dedicarse incondicionalmente a las tareas del Reino. Su celibato es hacer una ofrenda, un ofrecimiento a esa misma causa. No es una negativa a contraer matrimonio y formar una familia, sino la orientación definida hacia la persona de Cristo. (4)

Pablo VI, en Celibato sacerdotal, 24, pone los puntos a las “i’s”: Por eso, la elección del sagrado celibato ha sido considerada siempre en la Iglesia «como señal y estímulo de caridad»; señal de un amor sin reservas, estímulo de una caridad abierta a todos. ¿Quién jamás puede ver en una vida entregada tan enteramente … señales de pobreza espiritual, o de egoísmo?, mientras que por el contrario es, y debe ser, un raro y por demás significativo ejemplo de vida, que tiene como motor y fuerza el amor, en el que el hombre expresa su exclusiva grandeza.

Con el celibato y la castidad vivida de manera alegre y generosa, ustedes, con su sacerdocio, revelarán la disponibilidad del mismo Dios. (5). Para eso hay que unificar la capacidad amorosa del corazón.

Nuestros contemporáneos nos piden ser más puros en la vivencia del celibato sacerdotal. Por el contrario, somos piedras de escándalo cuando descuidamos este grande valor y esta gema preciosa. Vivir el celibato requiere ahondar en la madurez humana (6) y en la ascética cristiana; es decir, en la profundidad de la espiritualidad sacerdotal.

Un obispo consagrado por san Ambrosio de Milán, hablando a los sacerdotes de su Diócesis de Brescia, les decía en una homilía:“Nosotros debemos comer esta Carne […] debemos confiarla a la interioridad de nuestro corazón, de la manera que no sólo tengamos ceñidos los lomos por la castidad, sino también los pies calzados para la propagación del Evangelio de la paz (cf. Ef 6,15) … Los ácimos deben ser comidos en la amargura (Ex 12,8) quiere enseñar que nadie puede llevar una vida pura sin la mortificación de la carne… pero la Pascua del Señor no se celebra de una manera distinta, no se comen los panes ácimos de la pureza de otra manera”.

Se habla tanto de “amor” y que todos necesitamos del amor, que el amor se convierte en un ídolo. La Biblia nos dice que “Dios es amor”, no que el ‘amor sea dios’. No podemos divinizar nuestro amor; eso sería idolatrarlo, y cuando el amor no se convierte a Dios, se convierte en el peor de los demonios. (7).

El celibato no es una castración que lleve a la esterilidad. Todo lo contrario, usando las palabras del filósofo griego, Sócrates (8), citado por su discípulo Platón, el celibato embebido de amor es el deseo de engendrar la Belleza, y ésta como esplendor de la Verdad. (9). El sacerdote vive su vida de castidad para hacer presente entre sus hermanos el amor tierno y la belleza indescriptible de ese aprecio de Dios para con nosotros. Y el amor de Dios no es exclusivo ni exclusivizante, sino universal y total.

Luis María Martínez indicaba a sus dirigidos espirituales que a cada etapa de pureza y de amor corresponde un matiz de sufrimiento tanto más sutil y profundo cuando más se sube. El sacerdote debe amar a sus fieles, a todos, pero con una mirada distinta a la mirada posesiva o libidinosa. Así lo expresa un autor, sin referirlo directamente al sacerdote: “¿Qué significa ver a la persona que amas? Al ver al amado no lo miras para satisfacer un deseo, porque entonces una vez satisfecho se acabaría la mirada, la tensión que la mantiene es que la mirada te transforma en el que amas. Es una visión en la que te empeñas, una visión en la cual encuentras lo que es tu propia identidad. Para mantener esa visión se requiere la pureza del corazón” (10). 

+ José Francisco González González
Obispo de Campeche

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