Durante algunos años, una parte significativa de las limosnas en dólares, que dejan nuestros paisanos en la Basílica de Guadalupe, fueron guardados.
Nadie imagino que, con el paso de los años, se convertirían en el motor de sobrevivencia ante el Covid-19 para las familias que dependen de los ingresos de una de los templos más importantes de la iglesia católica. Son cientos de familias.
Es un milagro inverso, producto de la generosidad de quienes han buscado en los Estados Unidos una forma de vida, pero no han olvidado a nuestro país y algunos de ellos, los que pueden hacerlo porque cuentan con las visas de trabajo, vuelven en invierno, van a ver a la virgen y cooperan al hacerlo.
Uno de los aspectos centrales de la fe por la virgen de Guadalupe es precisamente ese, el que se aprecia por el agradecimiento y la solidaridad. Es quizá ahí en donde se puede palpar la extensión de su importancia, el significado político y social con que cuenta.
La virgen de Guadalupe es, por ello, un espejo en el que se refleja una parte de lo que somos y de lo que podemos ser.
Cada año, pero no este, millones de peregrinos llegan a La Villa y lo hacen superando múltiples contratiempos. Es la fuerza de la fe.
Soy agnóstico, pero debo decir que siempre me ha emocionado la celebración del 11 y el 12 de diciembre. Los ríos de personas caminado o en bicicleta, que demoran horas o inclusive días para arribar a una meta que es logro y que les da ánimo para afrontar las dificultades, los problemas y las crisis, individuales o colectivas.
Sobra decir lo que este año horripilante significa y significará en la historia, pero sorprenden esas grietas por las que se cuela la luz, que se muestran en los esfuerzos por superar estas horas amargas, que dejan un sabor de acero y que agrietan lo que parecía inconmovible.
En el fondo, la celebración de la virgen de Guadalupe lo fue también por lo que no ocurrió, por la contención de quienes creen para esperar, para saber que el próximo año en La Villa, en el Tepeyac, vendrá el reencuentro.
Con información de El Bastión de Papel/Julián Andrade