Generación pospandemia II

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La semana pasada hablábamos de una nueva generación que surge de la experiencia histórica de la pandemia del coronavirus, una generación pospandemia, que agudiza las características de la generación llamada “millennials”. Frente a esta nueva generación se nos exige una respuesta pastoral pertinente, que responda a esta nueva realidad y sepa utilizar la gramática de la vida por ellos utilizada.

Podemos aprovechar, para llegar a ser mucho más sinodales, es decir, participativos y corresponsables, que la generación pospandemia será mucho más cooperativa, pero no de forma jerarquizada, sino entre iguales, es decir, en la corresponsabilidad. Se nos exigirá pasar de modelos organizativos basados en la autoridad a modelos más colaborativos, a imagen del internet, que ha deslizado los centros de poder y autoridad a las periferias conectadas, por eso son modelos más horizontales donde lo que vale no es quién eres o cargo tienes, sino la eficacia y eficiencia de las acciones; se busca la fidelidad a los proyectos más que a las personas. Los liderazgos serán no por autoridad sino por compromiso participativo y la lealtad al proyecto común.

La mejor eclesiología no será la de un manual de teología, sino la construcción comunitaria de la Iglesia que Cristo quiere en el momento presente. Quizá se agudice la visión crítica frente a las instituciones, especialmente a la Iglesia, cuyo papel podría ser mucho menos protagónico, sino más discreto, pero capaz de generar vínculos y el deseo de trascendencia en una sociedad cada vez más inmanentista. Por eso, la colaboración social y la promoción de la participación ciudadana en la búsqueda del bien común deberían ser prioritarias para impulsar una sociedad más justa, solidaria y en paz.

Hemos de cumplir nuestra misión como Iglesia, en cuanto sacramento de salvación en el mundo, en un contexto en el que se ha desarrollado todavía más la perspectiva social, incluso en medio del exacerbamiento del individualismo provocado por el encierro y la virtualidad de la red.

Hoy más que nunca se comparte, se recibe y se ofrece a los contactos las ideas y las emociones, todo va y viene en las redes sociales como Facebook, Telegram, Instagram, Twitter, etc. y se hace desde la gratuidad. Estamos en una sociedad cuya imagen es la hiperconectividad y las instituciones que sobrevivan serán las que son o serán capaces de ser nodo, las que vinculan, sin un centro prefabricado sino multimodal, de estar en la encrucijada de la vida, que catalicen sin controlar, que promuevan sin anular, que emitan su voz sin acallar las demás; capaces de transmitir de forma existencial, humilde y convincente sus ideas e ideales, sus experiencias y mensajes, sus valores y decisiones. La Iglesia, tanto al interno como en su relación con el mundo, tiene una gran oportunidad como institución que vincula, pero debe aprender a convivir, desde la misericordia y la sinodalidad, con otras formas de pensar, sin perder su propia identidad, debe dejarse cuestionar e incluso aprender a escuchar sugerencias de quienes la ven desde fuera.

Con información de ArquiMedios/Pbro. José Marcos Castellón Pérez

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