Un mundo sin armas nucleares que deje que la paz avance. Se alza una vez más con fuerza la voz del Papa en favor del desarme global, tras la estela de sus predecesores, a dos días de la entrada en vigor del Tratado aprobado en 2017, que establece como ilegal el uso, la amenaza, la posesión y el almacenamiento de armas nucleares. La ocasión es la audiencia general de hoy. Francisco aborda el tema justo antes de su saludo a los fieles de lengua italiana:
Se trata del primer instrumento internacional jurídicamente vinculante que prohíbe explícitamente estos dispositivos, cuyo uso tiene un impacto indiscriminado: afecta en poco tiempo a un gran número de personas y causa daños de gran duración al medio ambiente.
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Potencia destructiva, impacto chocante el de la energía nuclear, que sólo deja tras de sí «sombra y silencio», un «agujero negro de destrucción y muerte», como dijo el Francisco en su discurso en el Memorial de la Paz en Hirohima el 24 de noviembre de 2019 y como quiso subrayar deteniéndolo en los ojos de todos con la imagen de una foto de 1945, distribuida a los periodistas, que muestra a un niño de 10 años llevando sobre sus hombros el cadáver de su hermano pequeño que murió tras la explosión de la bomba atómica en Nagasaki.
El fuerte aliento de Francisco a caminar juntos para construir un futuro más justo, y especialmente un futuro de paz, resuena de nuevo hoy:
Aliento encarecidamente a todos los Estados y a todos las personas a que trabajen con determinación para promover las condiciones necesarias para un mundo sin armas nucleares, contribuyendo al avance de la paz y de la cooperación multilateral, que tanto necesita hoy la humanidad.
«Un crimen contra el hombre y su dignidad y contra toda posibilidad de futuro.» Así es como el Papa ha definido repetidamente el uso de las armas nucleares, juzgando incluso inmoral su mera posesión. Si «realmente queremos construir una sociedad más justa y segura» fueron sus palabras en el corazón de Japón herido por las bombas atómicas, «debemos dejar que las armas caigan de nuestras manos».
Con información de Vatican News/Gabriella Ceraso