Un amable lector me ha enviado un artículo en el que Pedro Castelao se ríe de las oraciones para pedir la lluvia y de la oración de petición en general como cosas ridículas y “supersticiones anticientíficas”. Es un artículo disparatado, pero no tendría mayor importancia, si no fuera porque, horresco referens, el tal Pedro Castelao es doctor en Teología, profesor de Antropología Teológica e Historia de la Teología y Director del Departamento de Teología Dogmática en la Universidad Pontificia de Comillas. Que alguien que no solo sufre este grado de analfabetismo teológico, sino que además hace gala de su ignorancia confundiéndola con sabiduría, sea profesor de Teología en una universidad católica dice mucho de por qué la Iglesia está en una profunda crisis.
Como son ideas que, gracias precisamente a universidades y editoriales “católicas”, se han ido extendiendo como las malas hierbas, me ha parecido oportuno señalar las tremendas contradicciones y faltas de lógica de su argumentación. El texto original está en negro y mis observaciones, como siempre, en rojo. Me perdonarán los lectores si mis observaciones se alargan un poco: soltar un disparate se hace fácilmente y sin pensar, pero para explicar por qué es un disparate hay que razonar y eso exige un cierto esfuerzo.
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¿Quién puede tener la más mínima duda? Cuando un obispo pide a sus presbíteros, a sus consagrados y a todos sus fieles que recen a Dios para que envíe la lluvia está obrando con la mejor de las voluntades y es movido, con toda seguridad, por un genuino celo pastoral, si bien acorde con una determinada concepción teológica que, por supuesto, da por obvia. [Lo que D. Pedro Castelao llama “una determinada concepción teológica”, los católicos lo llamamos Tradición de la Iglesia, Escritura y Magisterio y, ciertamente, lo damos por obvio para cualquier católico]
Lejos de mí cualquier cuestionamiento de las nobles intenciones de un prelado que busca lo mejor para sus comunidades eclesiales tan dependientes del campo. Si se producen, de ninguna manera me atrevería a juzgar la autenticidad religiosa de esas oraciones. Únicamente tengo dudas sobre la objetividad de la teología que presuponen. [Lejos de mi cualquier cuestionamiento de las nobles intenciones de D. Pedro Castelao, pero, objetivamente, su artículo es una sarta de despropósitos. Quizá algunos piensen que mis palabras son en exceso duras, pero lo cierto es que, por muy simpático y majete que será sin duda D. Pedro, objetivamente es un pervertidor de la fe, es decir, un escandalizador de los pequeños que creen en Cristo. Y las palabras del Señor sobre los que escandalizaban a esos pequeños fueron muchísimo más duras que las mías]
La historia de la Iglesia nos muestra que con la más santa de las intenciones se puede conseguir la más funesta de las consecuencias. En muchas ocasiones, creyendo fomentar y fortalecer la fe, se ha estado sembrando la semilla de su negación. [Agradecemos al autor que nos dé aquí una definición perfecta de lo que él mismo está haciendo: con la excusa de la teología, abusar del cargo que le ha encomendado la Iglesia para negar la fe de la forma más burda e incitar a sus alumnos y lectores a que lo hagan también] De hecho, a estas alturas del siglo XXI, pedir a Dios que envíe la lluvia supone, en su más pura objetividad, culparlo efectivamente de la sequía. [Las tonterías que hay que leer. Primero, no podía faltar la más burda de las cronolatrías, como si una afirmación fuera más falsa o verdadera “a estas alturas del siglo XXI” que en el siglo XIII o el IV antes de Cristo. Quien empieza con este nivel tan penoso de argumentación no puede llegar a nada bueno. Segundo, a eso se añade que la afirmación en sí misma carece de sentido. Decir que pedir a Dios la lluvia equivale a culparle de la sequía es lo mismo que decir que llamar a un mecánico equivale a culparle de las averías. Hay que tener una mente retorcida para afirmar estas cosas]
Es evidente que nada hay más opuesto a la buena intención de quienes promueven tal oración, pero no son menos evidentes las implicaciones lógicas que esta súplica lleva consigo. [En cambio, el escrito que comentamos no tiene consecuencias lógicas, porque carece por completo de contenido lógico. Es puro disparate]
El problema es profundo y sus derivadas múltiples. Por eso es necesario reflexionar, siquiera brevemente, sobre las consecuencias objetivas de nuestros actos religiosos. La credibilidad pública de la fe se juega, en muchos casos, más que en grandes acciones de evangelización, en cuestiones aparentemente nimias como esta, pues es ahí donde, involuntariamente, se presenta la fe como contradictoria con la ciencia. [¿Por qué será que a los que no reconocerían una derivada aunque les cayera en la sopa les encanta hablar de derivadas y de ciencia? D. Pedro sabe tanto de ciencias experimentales como de Teología, es decir, tristemente menos que nada, pero eso no le impide pontificar sobre una cosa y la otra. Si supiera algo de ciencia, sabría que Dios y sus acciones están completamente fuera del objeto de las ciencias experimentales, porque las leyes de la ciencia predicen resultados de seres materiales en ausencia de intervención externa y la actuación de Dios, por definición, es una de esas intervenciones, sobre las que la ciencia no tiene nada que decir. Del mismo modo que las leyes de la física predicen lo que van a hacer dos bolas de billar que van una hacia la otra a la misma velocidad, pero ese resultado no se produce si, antes de que choquen, yo cojo una de las bolas y me la guardo en el bolsillo, la ciencia no tiene absolutamente nada que decir sobre una situación en la que Dios pueda intervenir, por la propia definición de ciencia empírica. Igual que la ciencia no tiene nada que decir sobre si yo elijo la bola roja o la blanca, porque es algo que hago libremente y la libertad es una realidad metafísica]
Todos los niños de nuestro país saben que la lluvia se produce según el proceso natural del ciclo del agua provocado por el Sol: evaporación, condensación, precipitación. Y en este ciclo, entre otros muchos factores, influye, en particular, el anticiclón de las Azores, así como, en general, el cambio climático. [En este tipo de “reflexiones” ayunas de pensamiento racional pero siempre políticamente correctas no podía faltar el cambio climático, que vale tanto para un roto como para un descosido, pero ¿por qué se menciona el anticiclón de las Azores y no los otros miles de factores que influyen en el tiempo meteorológico, como la corriente del Golfo, la rotación y traslación de la Tierra, la vegetación, las erupciones volcánicas y un interminable etcétera? No lo sé, pero tiendo a sospechar que se debe a que todos los conocimientos de meteorología de D. Pedro vienen de haber visto al hombre del tiempo después de las noticias en televisión] Para saber qué tiempo va a hacer —permítaseme la broma— todos consultamos a la AEMET, no a la web de la diócesis. [Y, permítaseme a mí también la broma, para saber algo de teología consultamos el Catecismo o a los Doctores de la Iglesia, no a D. Pedro, que ha demostrado no saber nada del asunto. En cualquier caso, la Agencia de Meteorología sirve para intentar predecir, más o menos acertadamente, el tiempo que va a hacer y nadie se le ocurriría pedirle la lluvia, que es algo que excede por completo de sus funciones; en cambio, para los milagros acudimos a Dios, que es el que creó el anticiclón de las Azores, el clima, el planeta y el universo entero y los gobierna a todos]
Ahora en serio: no se puede concebir el «actuar» del Dios de Jesucristo de idéntica forma a como Homero nos dice que actuaban los dioses olímpicos en el mundo antiguo: interviniendo de manera puntual y arbitraria, inmiscuyéndose parcialmente en los asuntos de los hombres. [Quizá a D. Pedro le vendría bien un cursito básico de lógica, aunque, como veo que también es “Licenciado en Filosofía con Premio Extraordinario”, me temo que es poco lo que se puede hacer si a estas alturas no ha aprendido nada. En fin, señalemos de todos modos que, en buena lógica, el hecho de que, obviamente, Dios no intervenga “de manera puntual y arbitraria” en los asuntos de hombres no significa que no intervenga en absoluto en ellos. Como siempre ha enseñado la Iglesia, Dios interviene libre, oportuna y sabiamente en la historia humana. Basta leer prácticamente cualquier página de la Biblia para darse cuenta de ello, pero supongo que es demasiado pedir que todo un profesor de Teología, “a estas alturas del siglo XXI”, se moleste en leer la Escritura, escrita hace miles de años. De hecho, lo cierto es que si Dios no se inmiscuyera en los asuntos de los hombres no existiría la Universidad Pontificia de Comillas, ni existiría la Iglesia ni existirían los profesores de Teología católica, porque Dios no se habría encarnado ni habría muerto por nosotros ni nos habría enviado el Espíritu Santo ni habría fundado la Iglesia ni tampoco nos habría creado en primer lugar] Estaríamos así ante una forma críptica de paganismo, porque Dios no envía la lluvia, como Zeus no enviaba el rayo. Dios no manda tempestades, como Deméter no fertilizaba las cosechas. [Zeus y Deméter no enviaban ni fertilizaban nada porque no existían, a diferencia de Dios. Si D. Pedro hubiera estudiado un poquito, solo un poquito, de la más básica teología católica, sabría que Dios creó y gobierna absolutamente todo lo que existe. Y todo es todo, incluidas la lluvia y las tempestades. Pensar que Dios ha creado el universo y lo sostiene cada instante en la existencia, pero no tiene poder para hacer que llueva o no es simplemente ridículo. Pensar que Dios pudo sacar agua de la roca en el desierto para los israelitas, pero no puede hacer que llueva si se lo piden sus hijos es un síntoma de a) incapacidad de razonar o b) ausencia de fe católica.] En la actualidad, Dios no nos ha castigado con la Covid-19, como tampoco nos castigó antaño con la peste. [De nuevo, bastaría con que D. Pedro leyera la Escritura o consultara la Tradición y el Magisterio para saber que eso que dice es una tontería, porque sabemos por fe que todos los males corporales son castigo del pecado de Adán y los pecados posteriores. “Por el pecado entró la muerte en el mundo”, dice San Pablo. Y recuerda el Concilio de Trento (Canon II) que Adán “transmitió la muerte y penas corporales a todo el género humano”. Dice el Catecismo Romano 1096-1098: “cuando nos toca la mano del Señor, en manera alguna lo hace como enemigo, sino que hiriendo sana, y que son medicinas las llagas que nos vienen de su Majestad. Porque castiga a los que pecan para que se mejoren con la corrección, y con las penas temporales librarlos de las eternas. Es así, que visita con la vara nuestras maldades y con azotes nuestros pecados, más no por eso aparta de nosotros su misericordia. Por eso ha de advertirse a los fieles que en tales castigos reconozcan el amor paternal de Dios … Pero en lo que deben estar los fieles con gran cuidado cuando les sobreviene alguna contrariedad, o se ven afligidos con cualquier calamidad, es que no piensen sea esto ignorado por Dios … antes bien que se consuelen con aquella divina sentencia escrita en el Apocalipsis: ‘Yo a los que amo, reprendo y castigo’”. Pero claro, para creer esto hace falta tener fe católica]
De hecho, pensar en Dios como un «factor» más, al lado de los elementos naturales que realmente causan las enfermedades o las precipitaciones, es hacer un flaquísimo servicio a la confesión de su divinidad absoluta y trascendente. Es más, es contradecirla, pues se acaba rebajando a Dios a un objeto de este mundo. En efecto, concebir su «acción» en el orden creado con la misma lógica con la que se concibe la actuación de las causas segundas es, por decirlo en términos tomistas, degradar y naturalizar la Causa Primera. Y nada hay más letal para la fe en Dios que hacer de Él algo mundano. [De nuevo la flagrante falta de lógica. Se ve que el año que enseñaron lógica en su carrera no pudo ir a clase porque tenía gripe o un perro se comió sus deberes o algo así. Aparte, por supuesto, de la desagradable tendencia, que comparte con Amoris Laetitia, de pretender citar a Santo Tomás para decir exactamente lo contrario que enseñaba el propio Santo Tomás. El hecho evidente, por ejemplo, de que un catedrático de Matemáticas no esté al nivel de los niños de primer curso de primaria, no significa que el catedrático no pueda hacer sumas si quiere, aunque los niños también las hagan. Del mismo modo, el hecho evidente de que Dios no es un “factor” creado o una causa segunda más, no significa que sea menos que las causas segundas o que no pueda actuar en la historia. Es más, la razón indica que el Todopoderoso no puede ser menos poderoso, en ningún ámbito, que sus criaturas. Asimismo, sabemos por fe que Dios puede actuar en la historia, porque de hecho se encarnó y los Evangelios están llenos de milagros que realizó. Y los milagros, tal como los explica Santo Tomás, son exactamente lo que está negando nuestro amigo D. Pedro: “milagro equivale a … lo que tiene una causa oculta en absoluto y para todos. Esta causa es Dios. Por lo tanto, se llaman milagros aquellas cosas que son hechas por Dios fuera del orden de las causas conocidas para nosotros” (Suma Teológica, I, c. 105, a. 7). Es decir, Dios puede actuar al margen de las causas segundas, si quiere. Porque es sumamente libre y hace milagros si lo considera oportuno, ya sea curar a un ciego de nacimiento, resucitar a un muerto, convertir el agua en vino o calmar una tempestad. Si Cristo pudo y quiso calmar una tempestad, ¿no va a poder su Padre hacer que llueva? No nos engañemos: D. Pedro critica las rogativas para pedir lluvia porque no están de moda y nadie saldrá a defenderlas, pero lo que realmente hace es negar los milagros. Lo que quizá debería hacerle sospechar que no tiene fe católica.
A esta forma de actuar de Dios, se une otra, que igualmente está relacionada con las rogativas: la Providencia. Como también señala Santo Tomás (Suma Teológica, I, c. 103, a. 8), al crear el mundo junto con cada cosa que hay en él y mantenerlo en su existencia, Dios ha dispuesto todo para hacer su Voluntad santísima y, entre esas cosas que ha preparado, está cuándo, dónde y cuánto lloverá. Y eso, de forma misteriosa para nosotros, lo ha hecho teniendo en cuenta nuestras oraciones y respondiendo a ellas, porque Dios no está sometido al tiempo, así que ese actuar de la Providencia también es una respuesta a las oraciones de los que le piden la lluvia o cualquier otra cosa. Cuando creó el mundo, las leyes de la naturaleza y cada partícula que forma la lluvia que hoy caerá del cielo, estaba pensando, entre otras cosas, en aquellos que rezarían para que lloviera. Como es lógico, a nosotros casi nos estalla el cerebro al intentar pensar en la enormidad de la Providencia divina, que conoce cada gorrión que cae del cielo y cada cabello de nuestras cabezas, pero Dios es infinitamente más que nosotros y que nuestra mente. En este caso, Dios actúa a través de las causas segundas, pero igualmente teniendo en cuenta nuestras peticiones]
Mantengamos entre paréntesis la buena voluntad y analicemos la objetividad de lo que se pide. Si rezamos a Dios pidiendo que se apiade de nosotros y que, ante la sequía que muda los campos en eriales, tenga misericordia de los agricultores y haga que llueva, ¿qué impide extraer la consecuencia de que, efectivamente, si ahora hay sequía es porque Dios no ha querido mandar la lluvia antes? [Nada. ¿Y si un padre da un caramelo a su hijo, ¿qué impide concluir que antes podía habérselo dado y no lo ha hecho? Nada. Porque no hay nada de malo en esa conclusión. Dios, en su sabiduría insondable, quiere que recibamos muchos dones como respuesta a la oración. ¿Podría dárnoslos sin que rezáramos? Sí, pero considera que nos conviene pedirlos y por eso ha otorgado un gran poder a la oración, haciéndola todopoderosa para el bien. Como dice el Evangelio: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden?”. ¿Se fijan en el detallito? “A los que se las piden”. Porque Dios quiere que oremos para obtener sus dones, aunque no necesite esas oraciones para dárnoslos. Pero D. Pedro nos explica que pedir que Dios se apiade de nosotros no sirve para nada. ¿Será que sabe más que Dios? No nos extrañaría, porque un Premio Extraordinario no es moco de pavo, pero quizá nos perdone si, a pesar de todo, nos fiamos más de Dios]
Y si termina mandando la lluvia a nuestras cosechas, ¿cómo es que condena a la hambruna a los pueblos de África? ¿Y cuando sucede lo contrario? ¿Son las inundaciones también culpa de Dios cuando la manda en exceso? ¿Por qué Dios no arregla de una vez por todas el calentamiento global y el cambio climático? [¿De verdad hay que explicarle estas cosas a un teólogo? Primero, porque es muy dudoso que haya algo que “arreglar”. Segundo, porque como sabemos por fe, ya no vivimos en el paraíso, sino que tenemos que trabajar con sudor y parir hijos con dolor y la tierra nos da abrojos y espinas y todos tenemos que morir y volver al polvo. Y eso no es “culpa” de Dios sino de Adán y, después de él, de todos los que hemos ido siguiendo sus huellas, que podemos decir en cada Misa “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”. Pero los teologuillos modernos que han ido abandonando poco a poco la idea misma de pecado no pueden soportar que el pecado haya tenido terribles consecuencias para el ser humano y para la creación entera, que está descentrada, dislocada desde Adán, con todo el terrible sufrimiento que eso conlleva. Por eso tampoco creen en el pecado original, ni en que Cristo muriera voluntariamente en la Cruz para redimirnos del pecado, ni en el Juicio, ni en el infierno. Y por eso no entienden nada de nada y razonan en círculos y tienen que sustituir la Revelación por cualquier sucedáneo que no les recuerde esas verdades que han vomitado]
No es extraño que físicos, meteorólogos y medios de comunicación sonrían con sarcasmo haciendo burla de la religión y sus supersticiones anticientíficas. [Ejem. Yo soy físico y, a diferencia de esos físicos de su imaginación, no me burlo de la religión. Entre otras cosas, porque los verdaderos científicos no se ríen de la religión. El que se burle de ella lo hará por sus errados prejuicios dogmáticos antirreligiosos, pero ciertamente no por ser científico, porque un auténtico científico conoce bien los límites de su disciplina y no se mete en temas metafísicos, que, por definición, están fuera de ella.]
Para hacer frente a todo esto, se dirá que, por una parte, se puede reconocer la causalidad natural en los fenómenos atmosféricos y, al mismo tiempo, es santo y piadoso rogar a Dios para que los altere en nuestro favor. Craso error. La infinita y eterna bondad de Dios se ve oscurecida y hasta negada si decimos que Dios sólo hace el bien en ocasiones puntuales y a nuestra demanda, pero no el resto del tiempo y por iniciativa suya [Si se fijan, muy sutilmente se está eliminando la libertad soberana de Dios, al decir que Dios no puede libremente responder a nuestras oraciones, sino que siempre hace lo que tiene que hacer. El problemilla de esta afirmación es que implicaría necesariamente que no existiéramos, porque hemos sido creados libremente por Dios. Dios no tenía por qué crearnos, ni mucho menos estaba obligado a hacerlo, ni tampoco tenía por qué encarnarse ni morir por nosotros… Y sin embargo ha hecho todo eso. Porque ha querido. Porque no solo es libre, sino sumamente libre. Y porque es libre, ha elegido sujetar algunos dones suyos a que se los pidamos: “pedid y recibiréis”. Entre otras cosas porque para nosotros es bueno pedírselos y reconocer así que todo lo recibimos de él y porque nos ha creado a imagen suya, de manera que podamos colaborar verdaderamente con él en la maravillosa obra de la salvación. Por eso explica el Catecismo de la Iglesia Católica que, entre todos los tipos de oración la “forma más habitual, por ser la más espontánea, es la petición: mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades”]. Y su omnipotencia se antropomorfiza y se adultera si se la concibe como la de un superhéroe de Marvel que altera a su voluntad la regularidad autónoma de las leyes del universo [Esta frase es completamente absurda. D. Pedro nos asegura que afirmar que Dios puede alterar las leyes del universo que Él mismo ha creado es antropomorfizarle, es decir, hacerle igual a un hombre… a pesar de que no existe ni ha existido jamás ningún hombre que pueda alterar las leyes del universo. ¿De verdad aprobó la Lógica elemental? En cualquier caso, hay que recordar de nuevo que Dios no necesita alterar las leyes de la naturaleza para hacer un milagro, porque esas leyes solo regulan lo que hacen los seres materiales si no hay intervención ajena, dejados a su aire, pero en los milagros por definición hay intervención de Dios, igual que la bola de billar no se mete sola en mi bolsillo a no ser que yo decida meterla en él]. No pensamos bien de Dios, ni rezamos en coherencia, cuando somos presa de concepciones teológicas asentadas en semejantes presupuestos. [Esos “semejantes presupuestos” de los que habla D. Pedro es lo que los católicos llamamos “la fe de la Iglesia”, la Escritura inerrante o la Tradición apostólica. Es, en definitiva, lo que Dios ha dicho de sí mismo. En cambio, lo que D. Pedro propone es lo que los obispos españoles ya tuvieron que condenar hace unos años: las viejas y cansadas heterodoxias de Torres Queiruga. Si D. Pedro prefiere tomar como presupuesto las elucubraciones disparatadas de su imaginación o de la de Queiruga o de la de tantos otros extraviados por los mismos despropósitos y hacer teología-ficción, allá él, pero pretender que eso es teología católica desafía a la imaginación]
Las sequías, como las enfermedades, el hambre y las guerras, son un problema de toda la humanidad que no podemos esperar que un Dios olímpico arregle a base de intervenciones puntuales. Somos nosotros los que tenemos que actuar con inteligencia, previsión y solidaridad para, en este caso, alcanzar una gestión pública del agua en la que no primen ni los intereses partidistas, ni los egoísmos territoriales, ni las recetas apresuradas. [Es decir, lo que propone D. Pedro es un ateísmo práctico, en el que Dios existe teóricamente, pero no interviene en la historia, porque hacerlo sería rebajarse, oscurecerse o lo que sea. Da igual que la esencia misma del Cristianismo sea el asombro y la sorpresa agradecidos ante un Dios que ha querido intervenir en la historia de los hombres para convertirla en historia de salvación. Da igual que Cristo hiciera multitud de milagros corporales y materiales durante su vida en la tierra. Da igual que el mismo Señor nos exhortara a pedirle cosas buenas y en el mismo padrenuestro nos enseñó a pedir el pan de cada día. Al buen D. Pedro no le gusta nada de eso, ya que no se ajusta a la disparatada idea que tiene de Dios, de modo que nos exhorta a no tener en cuenta cómo Dios se ha revelado a nosotros y cambiarlo por sus elucubraciones sumadas a unas cuantas recetas para salvar el mundo basadas en la buena intención (porque a nadie se le había ocurrido antes que con buena intención se podían arreglar tooooodos los problemas. Don’t worry, be happy, colega)].
En la Laudato Si’, el Papa Francisco nos exhorta, entre otras cosas, a reaccionar creativamente contra la verdadera causa de las sequías y las inundaciones: el impacto de la acción humana en el desequilibrio letal en el clima y en los ecosistemas de nuestro planeta. [Confieso que me he reído muy a gusto al leer esto. La ignorancia sobre la ciencia (al igual que sobre la teología) alcanza aquí proporciones cósmicas. Si la “verdadera causa” de las sequías y las inundaciones fuera el “impacto de la acción humana”, ¿cómo se explican las innumerables sequías e inundaciones que se han producido a lo largo de los milenios cuando no había seres humanos o cuando el único impacto que producían era una mísera hoguera en una cueva para resguardarse del frío? ¿Serían los extraterrestres los que causaban entonces las sequías e inundaciones? Y creyendo estas tonterías tan pueriles tiene la desfachatez de decir que la fe de la Iglesia son “supersticiones anticientíficas”. Hay que tener una cara de cemento armado.]
Es ahí donde tiene que estar el objetivo de nuestra oración: en hacernos cambiar a nosotros en nuestros hábitos de vida personales y en la idea del desarrollo de nuestra civilización y no en que nosotros intentemos cambiar a Dios. [¿Ha leído este eminente profesor alguna vez el Evangelio? ¿Ha leído lo que ocurrió en las bodas de Caná, donde el primer milagro de Cristo se produjo a petición de su Madre, para algo tan mundano como la falta de vino en una boda? ¿Sería, como dice D. Pedro, que Dios tenía la culpa de la falta de vino? ¿Sería, como dice D. Pedro, que la Virgen y el propio Verbo encarnado tenían una idea antropomórfica y adulterada de Dios? O… ¿no será más bien que D. Pedro no cree en los milagros, ni en los Evangelios, ni en el Antiguo Testamento, ni en la enseñanza de la Iglesia, ni en la Encarnación, ni en la fe de la Iglesia, ni en nada que pueda calificarse remotamente como católico?]
Porque pedir a Dios que mande la lluvia puede parecer algo más o menos acertado, pero en el fondo inocuo. No es así: la teología que encierra tal forma de oración es mortal para la credibilidad del conjunto de la fe cristiana. Por eso, aunque no resulte agradable, hay que tomar el asunto en serio y reflexionar serena, abierta y honestamente sobre él y sus múltiples consecuencias. El rostro público del Evangelio está en juego. Y esto, a pesar de las santas intenciones de nuestros buenos dirigentes. [No, el rostro público del Evangelio está en juego cuando un profesor de una Universidad de la Iglesia, que cobra para enseñar teología católica a sus alumnos, en realidad les enseña este veneno que nada tiene de católico (ni de racional, por otra parte), sembrando así en ellos la semilla del rechazo de la fe y utilizando para hacerlo los mismos medios, edificios y aulas de la Iglesia. Qué pena da ver a las universidades y los teólogos católicos cambiar la fe por la última tontería que se le ha ocurrido a alguien: “si, después de haberse alejado de la impureza del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, se enredan nuevamente en ella y son vencidos, su última situación resulta peor que la primera. Pues más les hubiera valido no haber conocido el camino de la justicia que, una vez conocido, volverse atrás del santo precepto que le fue transmitido. Les ha sucedido lo de aquel proverbio tan cierto: el perro vuelve a su vómito y la puerca lavada, a revolcarse en el cieno”. Dios nos libre a todos de semejantes extravíos.]
Por Bruno M.
InfoCatólica.
1 de marzo de 2022.