Ucrania, una nación desgarrada por dos frentes: el ruso y el occidental. A un mes del inicio de la operación rusa desatada por múltiples causas, el temor de que el conflicto escale es real. El trasfondo histórico y social no puede medirse simplemente por lo sucedido en los últimos días donde sería fácil cualquier maniqueísmo. Y es cierto, la tercera guerra mundial ya comenzó con la alianza occidental sancionando a Rusia con bloqueos económicos sin precedentes. Los aliados de Estados Unidos en la OTAN suscitan una tremenda campaña de odio hacia el agresor hasta cierto punto, una medida propia de los tiempos de guerra como arma disuasiva de la opinión pública para que la crítica tenga sin duda un punto favorable hacia quienes han jurado defender la democracia y valores occidentales frente a la agresión de una potencia sobre un país por ser el botín de sus intereses.
Desde el inicio de las hostilidades, los observadores críticos han demostrado la escalada estadunidense y de la OTAN para desestabilizar a Rusia desde Ucrania. El resultado es igualmente desconcertante cuando los Estados Unidos preparaban a ese país para una eventual conflagración. Desde la caída de la Unión Soviética, la intervención de la OTAN ascendió al punto de azuzar levantamientos y revoluciones para sacar al país de la influencia de Rusia. Incluso, políticos estadunidenses y hasta el mismo presidente Biden, hacen temerarias afirmaciones de que, lo mejor, es ver a Putin muerto o que alguien tenga las agallas para asesinarlo.
Los hechos son abrumadores y devastadores. Decir que la OTAN está fuera de Ucrania es irrisorio. La realidad es que la Alianza Atlántica adoptó al país eslavo desde antes de la guerra y ahora le nutre de las armas de la devastación e, incluso, sin ninguna vergüenza, CNN y noticieros pro occidentales exhiben el entrenamiento que las fuerzas armadas reciben de peritos militares extranjeros lo que atribuye el relativo éxito repeliendo un devastador ataque de Rusia: Las potencias europeas inundan el país con armas, misiles antitanques, sistemas antiaéreos, aviones caza y millones de dólares para sostener a la tropa y al gobierno. A pesar de lo anterior, los desplazados de Ucrania suman millones en una crisis humanitaria comparable con la que se dio en la Segunda Guerra Mundial.
No obstante, la contraparte rusa afronta estas consecuencias trágicas que le han aislado. Aunque quiere legitimar su acción como un acto para detener el avance de la OTAN y la prevalencia de los negocios de los Estados Unidos, el gobierno ruso toma estandartes anacrónicos en un moderno jingoísmo para traer el siglo XXI, el patriotismo el cual podría tener como referente la guerra ruso-japonesa de 1904 que puso al zarismo en caída libre hacia la revolución agudizada por la Primera Guerra Mundial. Tanto el capitalismo salvaje e injerencista de occidente, bajo la hipócrita idea de la defensa de los valores democráticos, como el imperialismo ruso, han puesto a la humanidad en vilo de una confrontación que puede agudizarse.
En tanto, la opinión pública sólo reclama el fin de las intervenciones armadas sean donde estén y patrocinadas por cualquier potencia. Estados Unidos, la OTAN, Ucrania y Rusia están manchados de sangre por crímenes de guerra. Incluso en lo religioso, la propaganda disfrazada y arropada en misticismos nacionales, en las consagraciones de Rusia y Ucrania o en el fervor cuasirredentor al capitalismo que justifica cualquier injerencismo, provocan más un efecto de desinformación, odio, xenofobia, racismo o descrédito.
Es cierto, dar una oportunidad a la paz es tener fe en la mesura, razón y el diálogo para encontrar un camino de certidumbre frente a la zozobra. En ambos lados, hay responsables quienes deben rendir cuentas por este estado de cosas. Como bien afirmó el Papa Francisco el pasado 23 de marzo: “La guerra atroz que se ha abatido sobre muchos y hace sufrir a todos, provoca en cada uno miedo y aflicción. Experimentamos en nuestro interior un sentido de impotencia y de incapacidad. Necesitamos escuchar que nos digan “no temas”. Pero las seguridades humanas no son suficientes, es necesaria la presencia de Dios, la certeza del perdón divino, el único que elimina el mal, desarma el rencor y devuelve la paz al corazón. Volvamos a Dios, volvamos a su perdón”, antes de que sea demasiado tarde.