No hizo nada semejante con ninguna otra nación

Editorial ACN Nº 47

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México celebra los 491 años de las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Según los relatos, las mariofanías, es decir las apariciones de María a Juan Diego, se dieron en cuatro ocasiones desde el 9 al 12 diciembre con un propósito especial: En esos momentos convulsos conocer un mensaje que provenía más allá de la comprensión humana quedando para siempre impreso en la imagen que ahora tenemos en la Basílica a los pies del cerro del Tepeyac.

En 2022, entramos en un período de gracia que tocará a nuestra generación. A nueve años de los 500 años de las apariciones, habremos de hacer una reflexión de fe que busca revitalizar este acontecimiento. Esto no es algo menor. Santa María de Guadalupe forjó la identidad nacional mestiza, tomada como símbolo libertario de lucha y emancipación.

Tras las crisis de estabilidad, la imagen de la Guadalupana resultó ser un elemento esencial de cohesión que dio sentido a la vida que se acababa. Poetas, teólogos, políticos, escritores, pensadores, dictadores… todos podían jugar con el destino, pero jamás sobrepasar el significado del símbolo que representa la Virgen, el guadalupanismo del resurgimiento de una sociedad que superó tremendas calamidades.

Comprender estos hechos nos lleva a un ritmo que debemos recuperar especialmente en el calamitoso estado de cosas que acentúa las brechas de la polarización provocada por los políticos en turno. Como hace 491 años, el antagonismo entre culturas, la de los conquistadores y la de los vencidos, aparece de nuevo en un desencuentro que pone en juego nuestro mismo destino: la de la cultura de la muerte contra nuestros valores forjados desde este típico guadalupanismo.

Hoy, en efecto, México se encuentra sumido en una situación que nos pone en jaque como nación y personas. Nos azota el flagelo de la violencia, el sinsentido y el tremendo desprecio por la vida. Se ha relativizado la esencia de la familia y pervierten los valores que han dado estabilidad a un país cristiano. Se privilegia el error y se aplaude a quien polariza. Se condena a quien defiende sus creencias y se entroniza a los hacedores del mal. Es lo mismo ser guadalupano que narco y hasta a la Virgen se le quiere hace cómplice de la sangre que mancha el territorio mexicano.

Con todo esto, los obispos han llamado a vivir un tiempo de gracia. No se trata sólo de aspectos de oración que persistirán cada 12 de diciembre. Se trata de reencontrar la esencia de lo Guadalupano y recobrar este impacto donde la Mujer vestida de Sol es símbolo de cohesión, esperanza y de paz.

Ayer, la Virgen de Guadalupe fue causa de que una nación determinara su identidad y conformación. Hoy, es decisiva para encausar su destino. Ante esta calamidad de nuestros tiempos, Santa María de Guadalupe, junto con las mujeres y hombres de buena voluntad, realizará un intenso proceso de cambio para llegar renovados a los 500 años de las apariciones. Como en 1531, su mensaje fue avasallador. En 2031, encontraremos motivos para nuestra esperanza y actualizar siempre estas palabras: “Non fecit talliter omni nationi”

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