El sacramento del orden

Hechos 2,14a.36-41 | Salmo 22 | 1Pedro 2,20b-25 | Juan 10,1-10

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Celebramos en este cuarto Domingo de Pascua la jornada, o día, de las vocaciones nativas. La evangelización de cualquier lugar tiene entre sus objetivos que surjan vocaciones nativas. La sintonía del evangelizador o misionero con los encomendados a su tarea evangelizadora se establece mediante una sorprendente asimilación, representando para los del lugar un enriquecimiento humano y cristiano por las aportaciones de la acción evangelizadora. El evangelizador no va de vacío en su misión, pues ve en todo momento la poderosa acción del SEÑOR que está presente y cumple su Palabra: “sabed que YO estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Cf. Mt 28,20). La transformación cristiana de los ámbitos de evangelización presentan la señal inequívoca de las vocaciones aborígenes a las formas de vida religiosa y las que se refieren al Sacramento del orden. La vida consagrada está ligada a la vida comunitaria en las órdenes religiosas de vida activa o contemplativa; y el Sacramento del orden presenta tres órdenes y dos tipos de sacerdocio. El diácono recibe el Sacramento del orden y mantiene su sacerdocio bautismal; y el presbítero junto con el obispo reciben el sacerdocio ministerial ligado a la función de CRISTO Cabeza. Al obispo se le confiere el sacerdocio ministerial en primer grado, y al presbítero el sacerdocio ministerial en segundo grado. El Sacramento del orden es absolutamente necesario en la Iglesia de JESUCRISTO para mantener la triple acción del SEÑOR en medio de nosotros: santificar, enseñar y gobernar o dirigir. El diácono, presbítero y obispo, son los ministros ordinarios del Sacramento del Bautismo, que es la primera acción santificadora que llega al que se incorpora a la comunidad eclesial. El diácono puede presidir el Sacramento del Matrimonio, predicar la Palabra o presidir unas exequias. El diácono puede enseñar y en determinados casos responsabilizarse de la organización pastoral de un lugar. Desde el Concilio Vaticano II, en la Iglesia Católica de rito latino, los diáconos pueden estar casados o permanecer célibes. El obispo ostenta el máximo grado del sacerdocio ministerial y normalmente se le asigna una diócesis, que rige como padre y pastor. El obispo va ordenando a sus sacerdotes en la diócesis, confirma a los bautizados por sus presbíteros en las parroquias, y se reserva la celebración del los sacramentos de la Iniciación Cristiana en la Vigilia Pascual para los adultos debidamente preparados. El obispo encuentra a sus colaboradores inmediatos en los presbíteros que le han prometido obediencia y realizan su labor en las parroquias, capellanías u otras actividades pastorales como es el caso de los delegados episcopales, vicarios o secretarios.

Colaboración y servicio

El Sacramento del orden para los distintos ministerios está destinado al servicio de la comunidad cristiana. Nadie es obispo, presbítero o diácono para sí mismo, sino que su ordenación tiene sentido cuando sirve a la comunidad. El servicio ofrecido en sus distintas formas tiene un nombre: evangelizar. El gobierno, la enseñanza o la santificación a través de la liturgia de modo especial se orientan a la evangelización. El ministro ordenado recibe la unción del ESPÍRITU SANTO, cada uno a su modo, para actuar con Poder en medio de la comunidad y de la sociedad. El ministro ordenado tiene Poder para actuar en el Nombre de CRISTO, y esa capacidad no está restringida al ámbito clerical, aunque la estructura eclesial sea un recinto propio. La presencia y acción del ministro ordenado comprende los ámbitos de su propia actividad, porque el don recibido en la ordenación imprime carácter, y el ordenado ya nunca volverá a ser seglar, aunque disciplinariamente el clérigo sea reducido al estado laical. Aquí se abre una grieta, que no está resuelta ni esclarecida, pues nunca la privación de funciones altera el carácter o la naturaleza del sujeto. Pero ahora conviene fijarnos en la colaboración seglar con el ministerio ordenado, pues los laicos son servidos también cuando son escuchados y aportan una experiencia, que afecta directamente a sus vidas. La voz de los laicos tiene que ser atendida, pues de otra forma el gobierno, la enseñanza y la santificación que la Iglesia debe realizar no llegarán de forma adecuada. No se trata de convertir las parroquias y los ámbitos diocesanos en parlamentos, en los que decidan las mayorías, pues ese camino válido para la vida civil está minado de trampas. Los principios y valores evangélicos con su fundamento en la Escritura y el Magisterio de la Iglesia tienen modos diversos de aplicación. Nadie puede alterar los principios, pero se deben explorar medios actualizados para su aplicación. La verdad de las cosas, en sus fundamentos, no está en las estadísticas, las encuestas o las decisiones de las mayorías; pero la Iglesia oficial lo mismo que habla y decide tiene que escuchar. La escucha no tiene que servir para dejarse convencer, sino como el paso previo a un camino de discernimiento. Hablar por hablar no tiene sentido, pero el conocer la complejidad de las situaciones concretas dispone de mejor manera al ejercicio de la Caridad. Por otra parte, la deriva de la sinodalidad alemana plasmada en las conclusiones del sínodo celebrado, nos alerta para ponernos en guardia frente a los intentos de contravenir principios fundamentales. No se puede sustituir la acción de gobierno del obispo en su diócesis por la decisión tomada en un consejo sinodal, aunque sus componentes sean muy doctos e ilustrados. No siempre los papas o los obispos aciertan al cien por cien, pero sería mucho peor alterar por norma la obligación de gobierno que recae sobre el obispo al que le han asignado una diócesis. Ya existen los consejos pastorales diocesanos y parroquiales, a través de los cuales los párrocos en su parroquias y los obispos en sus diócesis recogen los pareceres de sus laicos colaboradores. ¿Se quiere establecer una nueva figura con la finalidad de convertir la organización y el magisterio eclesial en un objeto de aprobación por decisión de la mayoría? Ese camino nada tiene que ver con el Evangelio. La fuerza profética y transformadora del Mensaje de JESÚS ha prestado su gran servicio porque se a mantenido hasta nuestros días, y tanto más evidente se presenta esta verdad, en cuanto que se hace operativa en un lugar y tiempo determinado. Si el Mensaje se desvirtúa la Iglesia y la propia sociedad se empobrecen. Estas últimas décadas todavía la Iglesia se presentó como instancia crítica en medio de la sociedad occidental, si alguien logra desactivar la defensa de los principios que emanan del Evangelio, entonces la sociedad misma se verá privada de un referente con grave perjuicio para los individuos en particular aunque no sean creyentes. La Iglesia no puede entrar por la senda de las agendas ideológicas del momento, y esos caminos de sinodalidad necesarios siempre, por otra parte, no se pueden apartar del Mensaje de JESÚS y del Magisterio de la Iglesia.

Pedro y Pentecostés

El protagonismo del apóstol san Pedro es indiscutible cuando tomamos en cuenta las veces que se refieren a él los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles. Aparece Pedro el primero en todas las listas de los Apóstoles (Cf. Mt 10,2; Mc 3,16; Lc 6,13-14; Hch 1,13). San Pedro es el primero que oficialmente ve al RESUCITADO (Cf. Lc 24,34; 1Cor 15,5). Aunque el poder de las llaves se ofrece al grupo apostólico  (Cf. Mt 18,18); sin embargo el primero en recibirlo es Pedro (Cf. Mt 16,19) Este poder se refuerza con el encargo especial dado por JESÚS: “cuando seas rehabilitado confirma en la Fe a tus hermanos” (Cf. Lc 22,32). En los primeros capítulos del libro de los Hechos de los Apóstoles, san Pedro es el que toma la iniciativa para elegir a Matías (Cf. Hch 1,15.16). San Pedro es el que aparece en primer término el día de Pentecostés (Cf. Hch 1,14); los signos y milagros dan comienzo con su intervención en el Templo de Jerusalén (Cf. Hch 3,1ss). Es Pedro el que confirma la elección de los primeros diáconos en la Iglesia (Cf. Hch 6,1ss); y es quien da la entrada a los gentiles en el Cristianismo (Cf. Hch 10,44ss). Antes de Pentecostés aparece la imagen frágil y vulnerable de Pedro, aunque sobrada de impulsividad. Después de la efusión del ESPÍRITU SANTO en Pentecostés, da lugar a la versión adecuada de Pedro como discípulo del SEÑOR, que pierde el miedo y se pone al frente de sus compañeros para dar razón de la Fe en JESÚS de Nazaret: “Pedro presentándose con los Once levantó su voz y les dijo: que os quede esto bien claro, no están estos borrachos como vosotros pensáis, pues es la hora tercia-nueve de la mañana-” (Cf. Hch 2,14-15). Un buen número de los reunidos al escuchar aquella manifestación de alegría y fiesta sospechaban que era motivado por la embriaguez, pero Pedro aprovecha y aclara que la causa de todo aquello no estaba en el alcohol, sino en la acción del ESPÍRITU SANTO, que DIOS había mandado por los méritos del SEÑOR JESUCRISTO. Después de la Resurrección del SEÑOR hasta Pentecostés se acentuó el tiempo de maduración espiritual y aprendizaje. Los Apóstoles y de modo especial san Pedro ya estaban en condiciones de afrontar “los duros trabajos del Evangelio” (Cf. 2Tm 1,8). El ESPÍRITU SANTO se manifiesta en Pentecostés de forma festiva y la alegría es desbordante al proclamar con entusiasmo y públicamente las maravillas de DIOS (Cf. Hch 2,11). Muchos judíos habían venido de distintos lugares a celebrar una de las grandes fiestas: Pentecostés. En esta fiesta se recordaba la entrega de la Ley a Moisés por parte de YAHVEH en el Sinaí. El Nuevo Pentecostés se había inagurado y la revelación se daba en el corazón del creyente, cumpliendo así lo que profetizaron Jeremías (Cf. Jr 31,31-34), o Ezequiel (Cf. Ez 11,19-20). Pedro, al frente del resto de sus compañeros ofrece argumentos basados en la Escritura sobre lo que estaba sucediendo. Toda su exposición concluye con la proclamación del núcleo del Credo cristiano.

El CRUCIFICADO es el SEÑOR

Aquella efusión de júbilo pascual se daba, porque el CRUCIFICADO es el RESUCITADO, que envía el ESPÍRITU SANTO sobre su Iglesia. La fiesta no se aparta de la seriedad del sacrificio que hace posible aquella efusión de alegría pascual. Pedro culmina su exposición con una confesión inamovible mientras dure la Iglesia: “tenga en cuenta toda la casa de Israel, que DIOS ha constituido SEÑOR y CRISTO a este JESÚS, que vosotros habéis crucificado” (Cf. Hch 2,36). Esta proclamación ungida por la presencia del ESPÍRITU SANTO, y dirigida a personas, que sin duda alguna habían presenciado los acontecimientos, les atravesó el corazón. Para un buen número de personas, Pentecostés estaba siendo la confirmación de la presencia del RESUCITADO en medio de ellos. Estamos asistiendo a la primera predicación con Poder de los discípulos y de la Iglesia. Empezaba una predicación ungida con Poder que proclamaba el Poder del RESUCITADO, llegando a las conciencias con suficiente eficacia, realizando la conversión de los corazones.

Arrepentimiento

“Al oír esto dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás Apóstoles, ¿qué hemos de hacer hermanos? (v.37). El arrepentimiento es la puerta de entrada en la conversión, pues el giro completo se verifica cuando es recuperada la mirada hacia DIOS. San Juan lo dice así: “El ESPÍRITU SANTO amonestará al mundo sobre el pecado, la justicia y el juicio. Sobre el pecado, porque no creyeron en el Hijo del hombre; en la justicia, porque YO me voy al PADRE; y en el juicio, porque el Príncipe de este mundo está ya condenado” (Cf. Jn 16,8-11) A través de la predicación apostólica ungida por el ESPÍRITU SANTO, el mundo comenzaba a escuchar palabras nuevas con una nueva eficacia. Al oír la predicación el alma reconocía su propio estado y a su SALVADOR. También la predicación ungida con Poder delataba al verdadero enemigo del hombre y la victoria de JESÚS sobre él. El pecado revestía también un carácter nuevo, pues la conducta personal se ponía en relación con la misión redentora de JESÚS: “al que vosotros habéis crucificado, DIOS lo ha constituido SEÑOR y CRISTO” (v.36). El REDENTOR vino al mundo y ofrece la Salvación: el pecado se decide en la aceptación o negación del hecho y las consecuencias personales. De muchas formas a lo largo de los siglos se viene proponiendo esta verdad: “JESÚS es nuestro único SALVADOR, porque no se nos ha dado otro Nombre bajo el Cielo por el que podamos ser salvos” (Cf. Hch 4,12).

Conversión y Bautismo

“Ante la pregunta, ¿qué hemos de hacer?”, Pedro  responde: “convertíos y haceos bautizar en el Nombre de JESUCRISTO para la remisión de vuestros pecados y recibiréis el Don del ESPÍRITU SANTO” (v.38). El arrepentimiento completa su recorrido con el Bautismo en el Nombre de JESÚS, que no sólo perdona los pecados, sino que ofrece el Don del AMOR de DIOS. La presencia del ESPÍRITU SANTO en el corazón de los creyentes (Cf. Rm 8,16) es quien hace posible la vida cristiana. Gratuitamente se perdonan los pecados por el Sacramento del Bautismo, y con total gratuidad llega el Don del ESPÍRITU SANTO al corazón de todo bautizado. A los catecúmenos bautizados en la Vigilia Pascual se les ofrece unas catequesis en este tiempo de Pascua para que valoren de forma detenida el Don recibido. Esto mismo es válido para todos los que hemos sido bautizado desde la infancia, a los pocos días de haber nacido. Somos verdaderos templos del ESPÍRITU SANTO y no existe razón alguna para estar privados de las gracias necesarias para seguir al SEÑOR en una vida cristiana. Está en nuestra mano no apagar esta verdad en la propia conciencia y dar permanentemente gracias por el Don recibido.

La Promesa es para todos

“La PROMESA vale para vosotros y para vuestros hijos; y además para todos los que llame el SEÑOR, DIOS nuestro, aunque estén lejos” (v.39). La PROMESA del PADRE es el bautismo en el ESPÍRITU SANTO (Cf. Hch 1,4); y de la misma forma que los Apóstoles lo recibieron en Pentecostés, así también el ESPÍRITU SANTO ha de ungir a los creyentes para formar el Nuevo Pueblo de DIOS. La PROMESA del PADRE es para todos los judíos de ese momento y los descendientes, lo mismo que están incluidos los hombres de cualquier lugar y tiempo. La universalidad del Cristianismo chocaba con la ausencia de proselitismo por parte de los responsables religiosos judíos. La concepción de Pueblo elegido coincidía con la de pueblo reducido, sin embargo el fondo de los textos del Antiguo Testamento ya apuntaban a la universalidad de la revelación que el Pueblo judío iba recibiendo. Se puede decir de cierta manera, que el Judaísmo realiza su misión de religión universal cuando llega el Cristianismo, que incorpora la revelación del Antiguo Testamento como base y justificación de la revelación plena que se da en JESÚS de Nazaret y la venida del ESPÍRITU SANTO. “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron, pero a cuantos lo recibieron les dio el poder de ser hijos de DIOS, si creen en su Nombre” (Cf. Jn 1,11-12). El HIJO de DIOS se encarna en el Pueblo que lo había anunciado y lo esperaba; pero lo trágico se produjo cuando no fue reconocido. Los judíos esperaban a un mesías nacionalista, y no alcanzaron a ver la presencia del MESÍAS, SALVADOR de todos los hombres. La efusión del ESPÍRITU SANTO en Pentecostés se muestra como una nueva oportunidad que DIOS concede para llevar a los judíos principalmente a la conciencia clara del significado de su religión. A pesar de haber crucificado a JESÚS el ENVIADO del PADRE, DIOS mantiene su mano tendida a todos los judíos para llevar a término su vocación y misión.

Exhortación

“Pedro, con otras muchas palabras los exhortaba y los conjuraba, diciéndoles: salvaos de esta generación perversa” (v.40). Las palabras de este tenor recogidas en las Escrituras resultan difíciles de aceptar, y saltan de inmediato las actitudes de rechazo. Debemos ponernos por un instante en el lugar de unas personas que han sido tocadas de forma extraordinaria por la SANTIDAD de DIOS, e inmediatamente se ven de nuevo en medio de este pícaro mundo, que tiene facetas macabras y satánicas. El Apóstol viene en esos momentos del encuentro con todo lo perfecto; y además, en ese momento, el Don del ESPÍRITU SANTO, le hace entender que con su ayuda se puede vivir en este mundo de forma compatible con la perfección y santidad de DIOS reconocidas. Se entiende, entonces, que el Apóstol en su justificado entusiasmo exhorte a “escapar” de todo lo que pueda alejar de DIOS. Por otra parte, conoce y sabe de lo que estamos arriesgando en esta vida con nuestro comportamiento, y por eso recurre a ”conjurar”, que es una forma de sentenciar en el Nombre de DIOS ante riesgos inminentes. Puede suceder que el SEÑOR conceda un momento de Gracia, y el que se veía asfixiado por una adicción o vicio súbitamente se sienta liberado; pero es probable que siga un tiempo en el que se vea obligado a realizar actos voluntarios de forma enérgica dirigidos hacia el espacio de luz, que en un momento vivió. La persona sabe, que no vale negociar y tiene que escapar de esa situación.

La predicación construye la comunidad

“Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas tres mil almas” (v.41). No habría que tomar la cifra de los incorporados de forma literal, pues en pocos meses toda la región acabaría confesando el Cristianismo y no fue así. El número tres tiene un claro significado trinitario, y el número mil indica una gran multitud. Los tres mil comprenden a la multitud de hermanos bautizados, que llevan el sello trinitario como indica san Mateo: “id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizando en el Nombre del PADRE, y del HIJO, y del ESPÍRITU SANTO; y enseñándoles a guardar todo lo que YO os he mandado” (Cf. Mt 28,19-20). Las palabras dejan huella en la mente y el corazón; y las palabras ungidas por el ESPÍRITU SANTO alcanzan las íntimas aspiraciones que el alma tiene de DIOS. La predicación ungida por el ESPÍRITU SANTO ilumina las conciencias y convierte el corazón. Se empieza a saber que el SEÑOR está resucitado y el creyente se entusiasma por participar en la construcción del Reino de DIOS en este mundo. La comunidad inicial no se forma y crece siendo un recinto para unos pocos, sino que mantiene su carácter misionero y evangelizador. El anuncio sólo puede cesar en el momento que el SEÑOR llegue en su Segunda Venida.

JESÚS es el BUEN PASTOR

El evangelio de san Juan da unos títulos a JESÚS que ahondan en su identidad para nosotros. JESÚS es la PALABRA (Cf. Jn 1,1); JESÚS es el PAN de VIDA (Cf. Jn 6,35); JESÚS es la LUZ (Cf. Jn 8,12); JESÚS es la RESURRECCIÓN (Cf. Jn 11,25); JESÚS es el CAMINO, la VERDAD y la VIDA (Cf. Jn 14,6); JESÚS es la VID (Cf. Jn 15,1). En el Evangelio de este día, JESÚS se identifica como el BUEN PASTOR (Cf. Jn 10,11). Además este relato señala que JESÚS es la PUERTA por la que las ovejas entran y salen para reposar por la noche y encontrar pastos en la mañana. El BUEN PASTOR es reconocido en el evangelio de san Lucas, pues inicia las parábolas de la Misericordia, y nos describe al PASTOR que no duda en salir a buscar la oveja que se había extraviado, y contento la carga sobre los hombros y la devuelve al redil (Cf. Lc 15,1ss). La imagen del BUEN PASTOR la asociamos, entonces, de forma inmediata con la misión de la Divina Misericordia: “tanto amó DIOS al mundo que entregó a su HIJO Único, para que el mundo se salve por ÉL” (Cf. Jn 3,16-17) DIOS tiene corazón de BUEN PASTOR, y carga sobre sus hombros a la oveja descarriada, que es toda la humanidad: “DIOS encerró a todos en el pecado para tener Misericordia de todos” (Cf. Rm 11,32). El pecado se hizo masivo (Cf. Rm 5,12); y cuando DIOS mira a los hombres hubo un momento en el que no encontró quien volviese a ÉL su mirada (Cf.  Slm 14,1-3). DIOS resuelve el desprecio del hombre mostrando el rostro de la Divina Misericordia antes de emplear su Justicia. Frente a la presencia del BUEN PASTOR están los salteadores que pretenden hacerse con todo el rebaño o una parte del mismo, pues en el fondo trabajan para los lobos que depredan las ovejas.

Los salteadores

“En verdad, en verdad os digo, el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ese es un ladrón y un salteador” (v.1) De esta forma da comienzo el evangelio de este domingo, proponiendo en primer lugar la situación de riesgo en el que se mueven las ovejas, pues viven a merced del que se acerque a ellas. Estarán a salvo si llega a ellas el BUEN PASTOR, pero quedan en grave riesgo, si un asalariado o sicario de los depredadores se introduce en el aprisco o el rebaño particular. En el versículo siete, JESÚS aclara que ÉL es la PUERTA por donde tienen que entrar los verdaderos pastores de las ovejas. Al mismo tiempo, JESÚS es el BUEN PASTOR, (v.11), que los otros pastores tienen como modelo. JESÚS mismo, además de ser el BUEN PASTOR, también es el CORDERO de DIOS (Cf. Jn 1,29) apto para el perfecto sacrificio, por tanto sabe de las ovejas que el PADRE le encomendó. Solo ÉL tiene capacidad de hablar al corazón de las ovejas sin herirlas o dañarlas. JESÚS el BUEN PASTOR busca en todo momento la Salvación Eterna, pues ÉL ha venido para que tengan Vida -las ovejas- y la tengan en abundancia” (v.10). La imagen del pastor evoca a todo aquel que es responsable de otras personas en uno o diversos ámbitos. El padre y la madre aceptan una responsabilidad en la educación y crianza de los hijos, que les lleva a buscar lo mejor para ellos. El padre y la madre tienen el derecho y la obligación de conformar la conciencia de sus hijos estableciendo una tabla de valores, en el ejercicio de unas virtudes básicas, que los formen y los hagan crecer como personas capaces de socializarse con otros. Pero el objetivo central de unos padres cristianos tendrá que estar en forjar en su hijos la conciencia clara de ser hijos de DIOS, pues en primer lugar los padres, unidos por el Sacramento del Matrimonio, son vicarios de DIOS en la crianza de sus hijos. En un grado diferente entran en juego los profesores, sacerdotes, catequistas y el resto de los familiares de esos niños, que por su indefensión y necesidad de crecimiento en todos los órdenes constituyen el grupo humano más importante a tener en cuenta. Decía JESÚS: “dejad que los niños se acerquen a MÍ y no se lo impidáis” (Cf. Mc 10,14). Para no estorbar el acercamiento de los niños a JESÚS, el adulto tendrá que pasar por la escuela -Puerta- de JESÚS. A lo largo de esta parábola o alegoría, vemos que las ovejas representan a todos aquellos que en un momento dado queremos seguir a JESÚS, pero al mismo tiempo, también como ÉL, pasamos a ejercer el papel de pastores que guían a otros. No podemos obviar que en estos momentos nos movemos en un cúmulo de influencias que pretenden colonizar nuestras conciencias y vaciarlas de sus contenido cristiano. La vigilancia y el discernimiento se hacen de todo punto necesarios. Cada cual debe buscar con ahínco la voz del BUEN PASTOR para no ser confundido.

El verdadero pastor

“El que entra por la PUERTA es pastor de las ovejas” (v.2). De forma breve JESÚS prevé el conjunto de infiltrados que a lo largo de los siglos amenazarán con alterar o disolver la doctrina correcta. Pensemos por un momento en lo que supuso el arrianismo, del que no nos hemos desprendido, que proponía la anulación de la condición divina de JESÚS. Esta y otras falsedades doctrinales aparecieron a lo largo de los siglos y hoy tenemos las propias de nuestra época. Con envolturas distintas surgen nuevas formas de arrianismo y se diluye la esencia del Cristianismo, pasando a ser una creencia como cualquier otra. Todavía se mantiene un cuerpo de Magisterio de la Iglesia suficiente para delimitar con garantía la formación e identidad de los pastores que en el Nombre de JESÚS deben llegar a las almas que sienten su necesidad. Los pastores aptos para guiar a los encomendados tienen que forjar su corazón en la enseñanza correcta y en el encuentro con el SEÑOR en la oración, la liturgia y la caridad.

El PORTERO

“A ÉSTE le abre el PORTERO, y las ovejas conocen su voz y el va llamando cada una por su nombre y las saca fuera” (v.3). El pastor que siguió la instrucción del BUEN PASTOR también se pone delante de las encomendadas. El pastor acudía al redil y reunía al rebaño, llamando por el mote o el nombre a sus ovejas que distinguían su voz con claridad. Las ovejas sabían que el pastor las conduciría a los pastos donde saciar el hambre. La metáfora es de aplicación inmediata: los pastos representan el alimento espiritual que el guía imitador del BUEN PASTOR trasladará a los suyos. La imagen ofrece un aspecto todavía: el rebaño y el pastor caminan juntos y el pastor va delante porque conoce el camino y ofrece seguridad y protección.

Voces extrañas

“No seguirán a un extraño, porque no conocen la voz de los extraños” (v.5). La voz del BUEN PASTOR llega a los corazones de los hombres y quien está acostumbrado a escucharla detecta inmediatamente las voces falsas que presentan seducciones fáciles. En el momento que nos toca vivir, de forma muchas veces incauta entregamos las claves de lo que pensamos y sentimos a cualquiera que se asoma a las redes sociales, conociendo nuestros gustos y manera de pensar con gran precisión. Ingenuamente damos herramientas a los manipuladores o colonizadores de nuestras conciencias con gran facilidad y lo aprovechas sin dilación. Podría verse la cosa como algo que se queda en la esfera del consumo, pero en realidad nos vemos dentro de una verdadera contienda espiritual, en la que somos desposeídos de convicciones trascendentes. Se abren mundos ficticios que nada tienen que ver con la trascendencia, pero actúan como sucedáneos, y el resultado es el vacío y la irrealidad. El BUEN PASTOR y los suyos procuran la iluminación de la conciencia del hombre; y los asalariados de los depredadores persiguen la esclavización de las conciencias, que es lo más preciado siempre para el enemigo del alma humana.

El narrador

“JESÚS les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron de lo que les hablaba” (v.6) Con frecuencia a lo largo del evangelio, el narrador hace una aclaración que dice lo que está pasando. En este caso, los discípulos se quedan al margen de la exposición, pero JESÚS reformula lo que había dicho. Tanto a los discípulos como al resto de las gentes, JESÚS enseña su doctrina con paciencia y mansedumbre (Cf. Mc 6,35). Gracias a su adaptación a nuestro ritmo de aprendizaje y comprensión conocemos las cosas de DIOS. Tenemos reciente el episodio evangélico del domingo anterior protagonizado por los dos discípulos, que retornaban descorazonados a la aldea de Emaús (Cf. Lc 24,13ss).

JESÚS es la medida

“En verdad, en verdad os digo, YO SOY la PUERTA de las ovejas, todos los que han venido delante de MÍ son ladrones y salteadores, y las ovejas no los escucharon” (v.7-8). JESÚS es el modelo, la medida o el canon para el evangelizador que es enviado -pastor- y las personas encomendadas a su misión -ovejas-. Todo el evangelio de san Juan da a entender que la Gracia comienza a operar en los estadios iniciales de la conciencia humana y algunas personas mantienen esa pureza original. “En ÉL estaba la Vida y la Vida es la LUZ que asiste a todo hombre que viene a este mundo” (Cf. Jn 1,4). En lo recóndito del alma se mantiene el sentido y aprecio por lo bueno, bello y verdadero de DIOS. JESÚS es la medida visible del hombre que DIOS ha pensado. Cuando creó al hombre, dice en su primer relato, “vio todo lo que había hecho y era muy bueno” (Cf. Gen 1,31). La bondad especial del hombre no está en Adán, sino en JESUCRISTO. Ahora por Gracia tenemos la oportunidad de adquirir la estatura espiritual y moral debida gracias a CRISTO: “creced hasta alcanzar vuestra medida en CRISTO” (Cf. Ef 4,13). Lo que sigue podemos aplicarlo tanto al pasado como al futuro: “todos los que vinieron son ladrones y salteadores, pero las ovejas no los escucharon” (v.8) Todos los que habían venido como maestros de una especial sabiduría esotérica y oculta reservada a una minoría como los esenios y otras corrientes de ocultismo o teosofía. Todos estos caminos no conducen al verdadero destino previsto por DIOS para el hombre creado por ÉL. JESÚS y su Evangelio es la medida, el canon o el modelo para construir el hombre del futuro; y cualquier otro es una trampa que llevará al hombre a su ruina y degradación.

Seguridad espiritual

“YO SOY la PUERTA, si uno entra por MÍ estará a salvo: entrará y saldrá y encontrará pasto” (v.9) JESÚS es “la puerta estrecha” (Cf. Mt 7,13-14), por la que tiene que entrar el discípulo. JESÚS y su Mensaje es el camino y puerta que conducen a la Vida. La puerta amplia y el camino ancho conducen a la perdición. Todos entendemos que el camino y la puerta estrecha señalan a la “via sacra” con la Cruz al fondo. Estas imágenes se entienden perfectamente porque las asociamos a un comportamiento ascético. Santa Teresa de Ávila describe el alma  como un castillo interior con distintas moradas, a esas moradas se es llevado por el mismo SEÑOR que mora en este castillo interior. La medida de la entrada por cada puerta la tiene el SEÑOR. Si alguien quisiera forzar la apertura de alguna puerta de acceso a las moradas podría encontrarse con sorpresas desagradables, porque el alma puede entrar y quedar prisionera del que le abrió la puerta de forma furtiva. Solo JESÚS puede abrir las puertas de las distintas moradas, y con ÉL estamos a salvo, porque JESÚS no quiere la ruina del hombre, sino la comunión de Amor que conduce al discípulo a la bienaventuranza. El discípulo podrá entrar y salir -libertad- y encontrará incremento de la Gracia. Pero el enemigo del hombre tiene formas de falsear la experiencia espiritual con el engaño permanente del endiosamiento: “seréis como dioses”. El enemigo del hombre promete poderes a cambio de esclavitud y posesión diabólica. Las puertas que algunas personas abren sólo pueden cerrase mediante exorcismos en el mejor de los casos.

Fuerzas antagónicas

“El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; YO he venido para que tengan Vida y la tengan en abundancia” (v.10). Este ladrón no es el asalariado del primer versículo. Este ladrón es mentiroso, traidor y homicida, que sólo desea desbaratar la obra de DIOS y arruinar al hombre en todo lo que se proponga. JESÚS es más fuerte que Satanás, pero éste también tiene un plan diseñado para desactivar con la colaboración de algunos el Plan previsto por DIOS de instaurar su Reino en medio de nosotros. La propuesta de los dos caminos que encontramos en toda la Escritura, se define en este versículo en la decisión que el hombre debe tomar hacia JESÚS y la Vida, o adherirse al ladrón de las almas que viene a robar, matar y destruir. En estos diez versículos, el evangelista san Juan da la disposición de fuerzas que operan en el hombre, el mundo y la Iglesia.  En medio de toda esta complejidad y tensión se dirime el destino de los hombres.

San Pedro, primera carta 2,20b-25

El apóstol Pedro mantiene firme el objetivo de la santidad para los evangelizados en la región de Bitinia, pues tienen que tener muy presente que fueron rescatados de la conducta anterior no con oro o plata, sino con la sangre del CORDERO sin mancha y sin mancilla, CRISTO” (Cf. 1Pe 1,18-19). El camino de la santificación es la vía de la obediencia a DIOS: “habéis purificado vuestras almas, obedeciendo a la Verdad para amaros sinceramente como hermanos (Cf. 1Pe 1,21-22). La obediencia a DIOS fue posible gracias al conocimiento de su Divina Voluntad mediante la enseñanza y la predicación: “habéis sido reengendrados de un germen incorruptible, por medio de la Palabra de DIOS viva y permanente” (Cf. 1Pe 1,23) La Palabra de la Verdad es clara y ungida por el ESPÍRITU SANTO que la hace viva y eficaz, pues realiza lo que dice (Cf. Hb 4,12). Además la Palabra dada por el ESPÍRITU SANTO quiere hacerse permanente, tan frecuente como el alimento que es pedido en el Padrenuestro: “nuestro pan de cada día dánoslo hoy” (Cf. Mt 6,11) Hemos comentado con cierto detalle el texto de Hechos 2,42 donde se refiere la asiduidad de los creyentes a la Enseñanza de los Apóstoles. La Palabra predicada y enseñada lleva a la convicción profunda, sobre la que el fiel tiene que cimentar su vida como “casa construida sobre roca” (Cf. Mt 7,24). La brevedad de la vida en este mundo es un argumento recurrente, tanto en las Escrituras Antiguas como en el Nuevo Testamento. Dice el Salmo: “enséñame a calcular mis años, para que adquiera un corazón sensato” (Cf. Slm 90,12). En esta carta el Apóstol compara la brevedad de esta vida con la hierba segada en el campo que se seca en breve tiempo: “toda carne es como hierba, y su esplendor como flor de hierba, se seca la hierba y cae la flor; pero la Palabra del SEÑOR permanece eternamente” (Cf. 1Pe 1,24-25). JESÚS había dicho con una carga de juicio: “el Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Cf. Mt 24,35). A mucha gente hoy no le gustan las convicciones, los principios o las verdades inmutables; y la Escritura siempre se pronunciará contracorriente de esas tendencias, a pesar de cargar con el cartel de intolerante. San Pedro dice que el Evangelio transmitido y recibido por sus comunidades no va a mudar y pueden tener confianza. DIOS ama a los hombres con Amor Eterno hasta el punto de entregarnos a su propio HIJO para nuestra Redención. San Pedro nos confirma en esta Fe, porque DIOS ha sellado esta Alianza con la sangre de su propio HIJO.

Persecución

La persecución a los cristianos comenzó desde el primer momento en el que el mismo JESÚS inicia su misión. La última de las bienaventuranzas no está formulada para el futuro de la Iglesia, sino que la persecución con distintas intensidades, según el momento, está en marcha. San Pedro exhorta a los suyos a obrar bien y lealmente con todas las personas incluidas las autoridades: “si obrando el bien soportáis el sufrimiento esto es cosa bella ante DIOS; pues, para esto habéis sido llamados, ya que también CRISTO sufrió por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas” (v.20b-21) Molesta a la sensibilidad humana el proponer el dolor y el sufrimiento como ingredientes imprescindibles del cuerpo ético cristiano. Cristiano o no, ninguna persona puede dejar fardo de sufrimiento en una esquina olvidado, ni conseguirá tirarlo en un vertedero. La mención clara y abierta de la dosis correspondiente a cada uno para llevarla y asumirla es la mejor forma de aliviar en lo posible este insistente acompañante. JESÚS había dicho: “venid a MÍ los que estáis cansados y agobiados, que YO os aliviaré” (Cf. Mt 11,28). JESÚS cumple su Palabra y nos hace llevadero el peso de la carga; cosa, que por otra parte, nadie puede hacer realmente. Entonces, no está mal la oferta del Evangelio, pues nos hace asumible lo inevitable. San Pedro propone otra perspectiva en doble sentido: valorar el sufrimiento de JESÚS por todos y cada uno de nosotros, y al mismo tiempo que tomemos el camino de JESÚS como siervo de YAHVEH el modelo a seguir.

JESÚS es inocente

Matando a JESÚS se dio muerte al único INOCENTE de toda la humanidad, pues todos los demás estamos afectados por el pecado (Cf. Rm 5,12). ”ÉL que no cometió pecado, ni se encontró injuria, y en su boca no se halló engaño. ÉL que al ser insultado no respondía con insultos, y no amenazaba, sino que se ponía en manos de AQUEL que juzga con Justicia” (v.23). Con JESÚS el Amor de DIOS vence al odio del mundo; y a lo largo de los siglos dentro del Cristianismo se ha reeditado esta expiación en el martirio de los cristianos que asistidos por la Gracia realizaron la heroica entrega de su vida, manifestando abiertamente el perdón para sus verdugos.

El perdón pertenece a la Pascua

El pecado es el odio y la muerte de Satanás en el corazón del hombre. La Gracia ahora durante el paso por este mundo hace posible el control de ese potencial infernal. No sólo portamos el daño original, pues el hombre fue redimible y DIOS pudo rescatarnos, pero vivimos cargando con un cuerpo de pecado, que lucha por llevarnos a la muerte y san Pablo se queja: “¿quién me librará de este cuerpo que cargo con él y me lleva a la muerte? (Cf. Rm 7,24). En Pascua hay que seguir mirando a la Cruz con actitud de victoria, pues JESÚS dejó la muerte clavada en la Cruz mientras ÉL resucita para la Vida, y con ÉL todos nosotros: “cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la Justicia. Sus heridas os han curado” (v.24-25). Las poderosas llagas del RESUCITADO son fuente de salud espiritual para todos los hombres. Las heridas del RESUCITADO nos siguen curando y ÉL aparece con estas marcas en la Resurrección, porque no quiere que olvidemos el precio de nuestra Redención. La vida en Gracia, los sacramentos, el Evangelio, la Iglesia y la Vida Eterna tienen el precio de la sangre de JESUCRISTO, con el que fuimos rescatados para DIOS (Cf. Ap 5,9 ) y liberados del poder luciferino.

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